La revolución libia arruinó la vida del nigeriano Alybe Nally, de 20 años. «Cuando los rebeldes tomaron Trípoli, me robaron el dinero, el celular, el pasaporte…, todo lo que tengo es lo que ve», dice mirando el desparejo par de sandalias que lleva en los pies. De hecho, la revolución puso en peligro a muchos […]
La revolución libia arruinó la vida del nigeriano Alybe Nally, de 20 años. «Cuando los rebeldes tomaron Trípoli, me robaron el dinero, el celular, el pasaporte…, todo lo que tengo es lo que ve», dice mirando el desparejo par de sandalias que lleva en los pies.
De hecho, la revolución puso en peligro a muchos africanos negros, que son vistos por los rebeldes como leales al derrocado Muammar Gadafi.
Alybe se fue de Nigeria hace unos años para trabajar lavando autos en la capital libia. Ahora está en el campamento de refugiados de Sidi Bilal, cerca de un puerto abandonado en las afueras de la ciudad.
Él sostiene que debió beber agua de mar, igual que más de mil personas en el campamento, antes de que la organización Médicos Sin Fronteras empezara a distribuir agua potable el sábado 3 de este mes. El lugar está en terribles condiciones, pero los refugiados tienen suficiente miedo como para no abandonarlo.
«Me agarraron en un puesto de control a la entrada del campamento hace 10 días», relata el también nigeriano Eddy Ohasuyi, de 27 años. «Me encerraron en la cárcel todos estos días. Me llamaban mercenario y me pegaban todas las mañanas, después me obligaron a retirar escombros y basura de las calles». Lo único que lleva puesto es un grueso saco negro.
Las historias de trabajos forzados se repiten en Sidi Bilal. La gente habla de haber sido retenida por la fuerza o bajo la promesa de un salario que nunca llegó. La mayoría vuelven al campamento uno o dos días después. Pero otros, como Monday Abiyan, desaparecen.
«A mi hermano se lo llevaron a punta de pistola hace 10 días, y no ha vuelto», afirma Osama Abiyan, ghanés de 23 años, sentado a la sombra del reseco casco de un barco. Piensa que quizás lo torturaron o lo mataron.
Son muchos también los que hablan de ataques sexuales contra las mujeres. Una de ellas, también de Ghana, dice que se protege entre dos amigos varones y se oculta bajo una manta para poder dormir.
Mientras este corresponsal de IPS recorre el campamento, algunos refugiados se reúnen para escuchar las promesas de un enviado del gobierno rebelde, Ibrahim Ali.
«Estamos trabajando para protegerlos y garantizarles la seguridad», dice el representante del rebelde Comité Nacional de Transición (CNT) a un grupo de africanos subsaharianos reunidos en torno de él. «Una vez que hagan una lista con sus nombres completos y sus números de pasaportes, trataremos sacarlos de aquí tan pronto como podamos».
«Todavía hay guerra. No es fácil lidiar con esta crisis, pero el CNT (que gobierna de hecho el país) está afrontando el problema», dice a IPS el diplomático Carlos Afonso, delegado de la Unión Europea que acompaña a Ibrahim Ali.
El personal de muchas organizaciones humanitarias no está tan seguro. Human Rights Watch (HRW) pidió al CNT que cese «los arrestos arbitrarios y abusos de trabajadores africanos inmigrantes y de libios negros considerados mercenarios».
En un informe publicado el domingo 4, HRW sostuvo que «los arrestos arbitrarios generalizados y el habitual abuso crearon un grave sentimiento de inseguridad en la población africana de la ciudad».
Mientras Ibrahim Ali termina con sus promesas, la reunión se interrumpe abruptamente por gritos a la entrada del campamento. Dos hombres armados intentan meter por la fuerza a dos refugiados en un automóvil anaranjado. Esconden las armas apenas ven la presencia de periodistas extranjeros, y enseguida los rodean negros enfurecidos.
«¿Ve? Si no fuera por ustedes ya habrían secuestrado a esos dos jóvenes. Esto pasa todos los días», dice a IPS Martins Osa, de 19.
El enviado del CNT aparta a los inesperados visitantes y los escolta a su automóvil. Cuando IPS le pregunta si las autoridades van a tomar alguna medida contra los dos hombres armados, Ibrahim Ali contesta con una sonrisa que el incidente fue solo un «malentendido».
En las últimas dos semanas, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) coordinó la evacuación de más de 1.600 trabajadores inmigrantes en barcos contratados desde Trípoli.
Pero la OIM afirma que hay todavía cientos de personas esperando poder irse. La situación de los subsaharianos es muy riesgosa, por la sospecha generalizada de que fueron mercenarios de Gadafi, que gobernó este país desde 1969.
Los conflictos por los escasos suministros también se están volviendo costumbre. En un rincón estalla una pelea entre dos refugiados por un tanque de agua. Minutos después, dos libios armados entran sin permiso en una camioneta y disparan al aire primero y luego al suelo.
Nadie resulta herido. Pero los refugiados dicen que este despliegue de violencia no es raro. Por las noches, agregan, jóvenes libios andan merodeando y vienen al campamento en busca de mujeres.