Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El 20 de febrero de 2012, varios soldados estadounidenses -cinco de los cuales han sido identificados hasta ahora- llevaron algunos escritos islámicos, incluidas varias copias del Corán, a un vertedero en la Base Aérea Bagram en Afganistán donde fueron quemados.
En cuanto trabajadores afganos en el lugar se dieron cuenta de que estaban quemando copias del Corán, lo consideraron un acto de sacrilegio, e iniciaron inmediatamente una protesta. La protesta se extendió rápidamente a todo el país, y se volvió violenta, llevando a la muerte de por lo menos 30 afganos, cinco soldados estadounidenses, y numerosas víctimas no letales. El incidente es investigado formalmente por tres distintos organismos: una investigación militar con autoridad para recomendar acción disciplinaria contra los soldados; un organismo conjunto estadounidense/afgano; y una investigación afgana que debe llevar a recomendaciones de un consejo de personalidades religiosas.
La reacción del gobierno de EE.UU. ha sido de tono apologético, pero débil. El presidente Obama envió una disculpa formal al presidente afgano, Hamid Karzai, expresando pesar y explicando que el incidente ocurrió por descuido en lugar de ser una expresión deliberada de islamofobia.
En cambio, un contragolpe reaccionario en EE.UU. se quejó de que el que debiera pedir disculpas es el gobierno afgano, en vista de la pérdida de vidas estadounidense y un estallido de violencia que fue muy exagerado en vista de la naturaleza accidental de la provocación. El candidato presidencial reaccionario, republicano, Rick Santorum, expresó su punto de vista usando el siguiente lenguaje recriminatorio: «Pienso que el señor Karzai y el pueblo afgano deben pedir disculpas por su reacción ante este error accidental, por atacar a nuestros hombres y mujeres en uniforme». Agregó: «Ese es el verdadero crimen, no lo que hicieron nuestros soldados».
‘Ninguna disculpa’
Obama -como es usual en situaciones semejantes- pareció paralizado, y justificó públicamente la disculpa por ser necesaria «para salvar vidas… y para asegurar que nuestros soldados que se encuentran allí ahora mismo no sean expuestos a aún más peligro». Una justificación semejante lleva a una pregunta irónica: ¿cuándo una «disculpa» no es una «disculpa»? La respuesta parece ser: cuando Obama quiere apaciguar la cólera en el exterior y al mismo tiempo no quiere parecer como si debilitara sus credenciales patrióticas. Desde mi punto de vista pierde en ambos casos. Tal vez Hillary Clinton tuvo razón durante la campaña de 2008 por la candidatura presidencial cuando se mofó de Obama diciendo: «Si no resiste el calor, que se vaya de la cocina».
Lo que es desconcertante es la evidente incapacidad de aprender. Hubo anteriores profanaciones del Corán, bien publicitadas, que mostraron lo intensa que puede ser la reacción ante una conducta semejante. Una protesta clamorosa tuvo lugar después que se reveló que un Corán fue lanzado a un inodoro en Guantánamo hace algunos años. Un poco después, se descubrió que un soldado estadounidense en Iraq utilizó un Corán para práctica de tiro, lo que provocó una tormenta de airadas denuncias contra la presencia de EE.UU. en el país.
Y luego vino el espantoso espectáculo del reverendo Terry Jones del Dove World Outreach Center en Gainesville, Florida, quien anunció en 2010 a su ínfima congregación que quemaría 200 Coranes en el aniversario del 11-S, una afrenta a pesar de su carácter no gubernamental. La quema fue exitosamente desalentada, por lo menos por el momento. Pero el 20 de marzo de 2011, el determinado reverendo Jones realizó un «juicio del Corán», lo halló culpable de crímenes contra la humanidad, y quemó un Corán en el santuario de la iglesia.
El resultado fue un ataque en la ciudad afgana de Mazar-i-Sharif contra la Misión de Ayuda de la ONU, en el que murieron por lo menos 30 personas, incluidos siete colaboradores de la ONU, y 150 fueron heridas. Nuestro hombre en Kabul, Hamid Karzai, pidió el arresto de Jones, pero su solicitud fue ignorada, porque una expresión de la libertad de religión en EE.UU. no refleja el punto de vista oficial.
Se podría haber supuesto que un imperialismo vigilante hubiese comprendido que toda falta de respeto hacia el Corán, sea pública o privada, representa un severo golpe contra la misión de EE.UU. en Afganistán. Por lo menos respecto a los soldados estadounidenses, una experiencia semejante debiera haber conducido a la introducción de los medios más rigurosos para entrenar y disciplinar correspondientemente las fuerzas de ocupación. No es una exageración decir que semejantes demostraciones de falta de respeto hacia el Corán son reveses más serios que dramáticas derrotas en el campo de batalla. ¿Por qué? Porque desacredita de un modo tan evidente la afirmación de EE.UU. de que es un benefactor humanitario por su presencia en Afganistán.
Símbolo de unidad
Hay algo profundamente inquietante en esa incapacidad compulsiva de mostrar respeto para los objetos más sagrados de una civilización extranjera. El Corán es la más sagrada escritura en Afganistán – no solo porque el Islam es la religión dominante del país, sino también porque es el fundamento de la unidad encarnada en una identidad cultural más amplia del pueblo afgano. Es un símbolo más potente de la unidad afgana que la bandera o la constitución nacional en ese país que de otra manera es el más fragmentado de todos.
Los estadounidenses reaccionarían con furia, y probablemente con violencia, si la Biblia fuera quemada por personal militar extranjero presente por algún motivo en el territorio nacional, pero la verdad es que el modo de pensar imperial es del todo incapaz de comprender la lógica de la reciprocidad. La lógica contradictoria del imperio tiene una ética diferente: los males que infligimos a otros los excusamos ocasionalmente como accidentales, mientras somos incapaces de llegar a imaginar que otros se puedan atrever a infligirlos a nosotros – y si fueran suficientemente estúpidos para hacerlo, se desencadenaría una furia justiciera.
Tom Friedman, cuya arrogancia es tan ilimitada como la globalización que celebra insípidamente, dice a sus lectores que los dirigentes políticos y religiosos afganos tienen primordialmente la culpa por no haber protestado enérgicamente por «la matanza de estadounidenses inocentes» especialmente en vista de la naturaleza accidental de la profanación del Corán y la disculpa de Obama. La interpretación ‘liberal’ del incidente es solo más suave en su tono que la diatriba reaccionaria de Santorum.
En un sentido importante, esos soldados, incluidos los que participaron en este deplorable incidente, fueron verdaderamente «inocentes». Ellos mismos son participantes y víctimas de una ocupación de un país extranjero que nunca debiera haber sido intentada, y que resulta ser tan fútil como los numerosos intentos occidentales de domesticar Afganistán bien descritos en el esclarecedor libro de Deepak Tripathi Breeding Ground: Afghanistan and the Origins of Islamist Terrorism .
Los más responsables, a mi juicio, son los que otorgaron mandato para una guerra semejante, y eso incluye al presidente y a los que favorecieron las políticas bélicas que han llevado a una errónea presencia militar decenal en Afganistán con pocos resultados fuera del aumento de un vitriólico sentimiento anti-estadounidense en un país desgarrado. Lo mejor que puede esperar EE.UU. después de infligir un sufrimiento semejante es algún acuerdo negociado con los talibanes, el enemigo mortal original, que incluya un futuro político para Afganistán que no será en nada del gusto de Washington (como tampoco es consoladora para la mayoría de los afganos la perspectiva de talibanes empoderados). Después de todos esos miles de millones de dólares malgastados; vidas perdidas, sacrificadas y desfiguradas; y la devastación causada, no queda otra cosa que la ligera esperanza de que se aprenda a posteriori de la derrota. Mientras resuenan los tambores de la guerra para Irán, parece una fantasía inútil que la elite política de EE.UU. busque la intensiva rehabilitación que necesita para tener alguna probabilidad de recuperarse de su adicción al militarismo.
Tocando nervios
Por cierto, el que se desencadene la violencia como reacción a la profanación es un espectáculo lamentable, y da una mala impresión de la calidad de la dirigencia religiosa en Afganistán. Al mismo tiempo, el llamado de la dirigencia clerical afgana a un fin de las incursiones nocturnas contra hogares afganos y su insistencia en que los militares de EE.UU. transfieran la administración de prisiones al gobierno afgano parecen ser demandas razonables. Meten el dedo en la llaga de la ocupación estadounidense, y por ese motivo no se les dará cabida. Esas actividades dirigidas por EE.UU. han sido permanentemente percibidas por el pueblo afgano como fuentes principales del «terror de la ocupación».
La respuesta de funcionarios estadounidenses a esas demandas suena como si hubiera sido tomada de un manual colonial: que incursiones en medio de la noche son operaciones efectivas, y que el sistema judicial afgano no es capaz de manejar los problemas legales asociados con detenidos afganos peligrosos. Una respuesta semejante plantea sin querer una pregunta delicada: ¿Quién gobierna Afganistán actualmente? Hace tiempo que los límites del mandato de Karzai no son fijados en Kabul, sino por distantes funcionarios del Pentágono y de la Casa Blanca – una realidad que convierte en una burla las afirmaciones estadounidenses de respeto a los derechos afganos de autodeterminación.
Lo que está en juego toca la esencia de la intervención militar y de la ocupación extranjera, mucho más que la pregunta secundaria de si la quema del Corán es un error o un crimen. Es, por cierto, desde diferentes perspectivas tanto un error como un crimen, pero aparte de esto, la quema del Corán es una metáfora significativa para todos los numerosos ejemplos de defectuosa diplomacia occidental, compuesta de intervención militar y ocupación extranjera.
Tipos semejantes de diplomacia no tienen en cuenta el colapso del colonialismo y el ascenso de la religión y la cultura no occidental, y producen un costoso fracaso geopolítico tras el otro. Quemar la más sagrada escritura de una cultura, sea por inadvertencia o cálculo, es el reconocimiento más deslegitimador que se pueda imaginar de malos motivos e intenciones.
Al respecto, la quema del Corán es un ataque tan provocador contra la cultura política afgana como lo fue la autoinmolación de Mohamed Bouazizi, con respecto a la crueldad autoritaria en Túnez bajo Ben Ali, quien fue expulsado del poder como resultado directo. Que el gobierno de EE.UU. todavía no logre apreciar la seriedad de lo que ha ocurrido, a pesar de varias advertencias anteriores del gran significado popular de cualquier señal de falta de respecto al Islam en todo el mundo musulmán, desacredita monumentalmente sus afirmaciones de benevolencia – y debilita su objetivo de aplastar la amenaza global del terrorismo anti-occidental.
* Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional en la Universidad de Princeton y Distinguido Profesor Visitante de Estudios Globales e Internacionales en la Universidad de California, Santa Bárbara. Es autor y editor de numerosas publicaciones a lo largo de cinco décadas, y recientemente editor de «El Derecho Internacional y el Tercer Mundo: reformulando la Justicia» (Routledge, 2008). Aunque desde 2009 es Relator Especial de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Palestina, el gobierno de Israel no le ha permitido entrar a los Territorios Palestinos Ocupados.
Está en Twitter: @rfalk13
Fuente: http://www.aljazeera.com/