Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Una vez más asistimos a una creciente frustración contra el «diminuto» Ecuador. Es evidente que el gobierno de Estados Unidos no está nada contento con lo que sería la última bofetada diplomática procedente de este país sudamericano, esto es, la inminente llegada en los próximos días del denunciante de conciencia* de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, por sus sigllas en inglés) Edward Snowden. Más allá de lo que piense el gobierno de Estados Unidos, al parecer la prensa corporativa estadounidense también está ha desenfundado los sables. ¿Por qué están tan enfadados? Pues bien, parece que están indignados con lo que consideran la hipocresía del presidente Rafael Correa.
Afirmaciones de hipocresía
Según un artículo de The Atlantic (y otro similar de NPR, aquí ), el dirigente ecuatoriano «ha creado un espacio seguro para extranjeros como Assange (y ahora posiblemente Snowden) [pero] no hace lo mismo para los disidentes de su propio país». Agencias de noticias como NBC News y The Atlantic creen que resulta «interesante» y desean saber «¿Por qué Ecuador?». Estas indagaciones se dirigen a las ONG, que tampoco están contentas con este rebelde pequeño país. Freedom House, el Comité para la Protección de los Periodistas y otras organizaciones están disgustadas con el hecho de que esta misma semana, en la que se celebra el primer aniversario del encierro de Assange en la embajada ecuatoriana en Londres (y la misma semana en que se estudia la petición de asilo de Snowden), la Asamblea Nacional ecuatoriana ha aprobado una Ley de comunicaciones cuyos detractores afirman que es un grave atentado contra la libertad de prensa.
Para varias figuras de la oposición y observadores que trabajan en Estados Unidos, la nueva legislación sobre los medios de Ecuador ha cerrado un acuerdo sobre un Estado similar a la Stasi con el que de manera implícita o abierta acusan a Correa haber estado soñando durante años. En otras palabras, los defensores de la transparencia como Assange y Snowden ponen en peligro su credibilidad al asociarse con el gobierno de Correa. Ileana Ros-Lehtinen, la partidaria de terroristas de derecha y congresista estadounidense por Miami, ha estado muy ocupada afirmándolo . Sin embargo, el gobierno ecuatoriano afirma que el objetivo de la ley es poner más poder de los medios en manos de grupos públicos y quitárselo a los monopolios mediáticos privados.
Mientras tanto, el Consejo de las Relaciones Hemisféricas, el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales y la Fundación Heritage mantienen todos ellos que hay que castigar a Ecuador por este último insulto a Estados Unidos. James Roberts de [la Fundación] Heritage arremetía contra el dirigente sudamericano el 24 de junio al escribir en National Review Online :
«Rafael Correa ha demostrado un flagrante desprecio por los principios internacionales de justicia. Este tipo de conducta no debe sorprender en un hombre que trata de ocupar el lugar de Chávez, pero no se le debería recompensar con preferencias comerciales».
No hace falta mucha imaginación para entender cómo se habría tratado una figura como la de Correa hace unas décadas, pero parece que en ese momento no es posible el enfoque más burdo, para gran desazón de los poderosos y bien relacionados.
Volviendo a la cuestión de la libertad, ¿el rebelde presidente de Ecuador ha utilizado la Asamblea Nacional para aprobar una ley que NPR, The Atlantic y otros nos dicen que se utilizará para hacer al país menos transparente y más hostil hacia los periodistas que solo desean ser libres para controlar al gobierno y actuar como freno al control del Estado? Vamos a detenernos por un momento en los elementos más absurdos de la ironía que hay en ello y a abordar el tema en cuestión.
Acerca de un golpe de Estado
Sin lugar a dudas no se debería considerar algo bueno si el caso fuera simplemente un ejemplo manido de abuso de poder. Al parece, como estamos aprendiendo en el caso Snowden, la libertad de prensa nunca había sido antes tan importante o tan polémica. Sin embargo, el caso ecuatoriano no es tan simple y sin duda fue complicado después de un día de crisis hace casi tres años cuando facciones de la policía nacional y de las fuerzas armadas atacaron al presidente de Ecuador el 30 de septiembre de 2010 . En general este hecho se consideró un intento de golpe. Todavía no está claro qué ocurrió exactamente. Hubo un dramático enfrentamiento entre el propio Correa y varios agentes de policía enfurecidos por un supuesto intento de recortarles su salario. Con todo, lo que es seguro es que fue un intento bien coordinado a escala nacional de cerrar la Asamblea Nacional, los dos principales aeropuertos en Guayaquil y Quito, y, por último, un hospital en el que Correa estaba siendo tratado. Además, las personas implicadas en el complot también atacaron a periodistas por todo el país, la mayoría de los cuales era periodistas favorables al gobierno que trabajaba para medios públicos.
La prensa de la oposición ha participado activamente en los intentos de desacreditar a Correa desde su primer mandato presidencial. Correa ha ido profundizando sus ideas acerca de la prensa y es indudable que no congenian demasiado. En una entrevista concedida en 2012 a una televisión pública española Correa afirmó: «uno de los principales problemas en todo el mundo es que existen redes privadas en el negocio de la comunicación, negocios que buscan su propio beneficio y que proporcionan información pública, la cual es muy importante para la sociedad. Esto es una contradicción fundamental».
Una de las cuestiones que las ONG y los periodistas han mencionado en su letanía de quejas por el peligro que corre la libertad de prensa en Ecuador en realidad proviene del levantamiento militar y policial de 2010. Durante el caos que siguió al supuesto intento de golpe, un periodista del principal periódico de Guayaquil aprovechó la oportunidad para afirmar que Correa había ordenado a la policía disparar contra una multitud de espectadores inocentes atrapados en los disturbios, posiblemente para provocar un sentimiento en contra del gobierno. La afirmación resultó no tener fundamento alguno. El gobierno puso al periodista y al periódico El Universo una multa por difamación de unos 40 millones de dólares pero después retiró los cargos . Consideren ustedes qué habría ocurrido en Estados Unidos si Los Angeles Times o Washington Post hubieran mentido al afirmar que Barack Obama había ordenado personalmente al ejército o a la policía disparar contra una multitud de manifestantes y a consecuencia de ello personas inocentes hubieran resultado heridas en Washington, D.C. Resulta difícil imaginar que un periodista y los directores de su periódico hagan algo tan estúpido, pero si lo hicieran, habría tenido graves consecuencias. Lamentablemente, esto no resulta demasiado sorprendente en el contexto de la sensacionalista prensa latinoamericana.
Revoluciones transmitidas y no transmitidas por televisión
Este dramático caso ecuatoriano recuerda al documental de 2003 La revolución no será transmitida, dirigido por los directores irlandeses Kim Bartley y Donnacha Ó Briai. Dio la casualidad de que ambos estaban en Caracas, Venezuela, durante uno de los muchos intentos de golpe de Estado que ha habido hasta el momento en el siglo XXI en América Latina. El documental ofrecía una visión clave de la naturaleza de los medios en la zona, con tanta frecuencia dominados por las elites proestadounidenses. Mostraba los esfuerzos que desplegaron varios medios privados para incitar la ira y conseguir que la gente saliera a la calle para desafiar el poder de los gobiernos contrarios a Washington.
Hasta el mismo momento de la muerte de Chávez existía una especie de exigencia de que los gobiernos estadounidenses y europeos, los periodistas y las ONG afirmara que Hugo Chávez Frías era un dictador por no renovar la licencia de RCTV. Este medio propiedad de Marcel Granier era una de las televisiones antigubernamentales más virulentas que operaban en las frecuencias estatales y finalmente el gobierno venezolano les obligó a operar por cable. Las críticas al dirigente supuestamente autoritario sirvieron para ocultar la muy cuestionable cobertura de los medios corporativos. De hecho, un comentarista contrario a Chávez había señalado honestamente seis meses antes que la idea de que Chávez controlara alguna vez los medios era un mito. Ya en abril de 2002 señaló:
«Conspiradores del golpe colaboraron con figuras de los medios de Venezuela antes del golpe. Los medios se negaron a publicar declaraciones de altos cargos condenando el golpe de Estado. Cuando este fracasó, las redes privadas venezolanas se negaron a emitir la noticia de que Chávez había vuelto al poder».
«Correa es un tipo muy inteligente»
Al bastante astuto y seguro de sí mismo Correa no se le pasó por alto la experiencia venezolana, ni tampoco el hecho de que solo 15 meses antes del intento de golpe de Estado en Ecuador, hubo un golpe que tuvo éxito en Honduras y que derrocó al presidente de este país, Manuel Zelaya, a punta de pistola en medio de la noche. El propio presidente Obama lo consideró ilegal , aunque en seguida su gobierno aceptó este nuevo gobierno ilegítimo y a día de hoy Washington continúa respaldándolo (bajo el actual presidente Porfirio Lobo). Este apoyo se produce a pesar de una cantidad terrible de violaciones de los derechos humanos y a pesar de, efectivamente, la amenaza real para el flujo de la verdadera información. Desde el golpe de 2009 en Tegucigalpa se ha censurado e intimidado a los periodistas y, lo que es peor, el gobierno y sus aliados los ha asesinado muchas veces. Hace tiempo que Honduras es considerado uno de lo lugares más peligrosos del mundo para los periodistas. Este doble rasero es flagrante y a muchas personas les gustaría que quienes se encargan de formar la opinión en Estados Unidos se miraran más atentamente en el espejo .
Apoyo popular y medios populares
Cualquier persona que haya visto La revolución no será transmitida también se habrá dado cuenta de lo que el presidente Hugo Chávez, que entonces solo llevaba tres años en la presidencia, significaba para los millones de persona empobrecidas y marginadas históricamente que conforman la mayoría en Venezuela. Esto no impidió al Departamento de Estado [estadounidense] y a sus aliados centrarse en cómo librar a Venezuela de su presidente (por cierto que mientras hacía un trabajo como interno para el Departamento de Estado en el otoño de 2001, el departamento de Diplomacia Pública me invitó a trabajar en ideas sobre cómo transmitir al público venezolano la naturaleza peligrosa del presidente Chávez). Este golpe de Estado fracasó, como fracasó ocho años y medio más tarde el de Ecuador, principalmente porque el pueblo apoyó incondicionalmente al presidente de la República.
En el momento del intento de golpe de Estado de 2002 Chávez gozaba de una enorme popularidad, lo mismo que Correa en septiembre de 2010: dos semanas antes del golpe las encuestas revelaba que tenía el apoyo del 67% de las personas entrevistadas en la capital, Quito, y de casi el 60% de Guayaquil, la segunda ciudad del país y de la que es originario. Después del golpe, en realidad la popularidad de Correa recibió un importante impulso y más recientemente acaba de obtener unos excelentes resultados en las elecciones para su reelección en febrero de este año, precisamente porque ha llevado la estabilidad política y económica al país de 15 millones de personas. La pobreza se ha reducido de manera espectacular desde que Correa asumió el poder. Los proyectos de obras públicas han dado como resultado unas enormes mejoras en las infraestructuras del país y, lo que es más importante, existe un sentimiento de independencia del yugo del neocolonialismo que fue tan importante en el pasado.
Al parece, Correa y el gobierno pueden tener buenas razones para aumentar la influencia de las compañías mediáticas públicas y desafiar a las elites de los medios corporativos privados. Sin embargo, esta incursión en el control de la prensa es un juego peligroso, en especial porque parece que existe una preocupación genuina entre los activistas indígenas y medioambientales que se oponen a los planes expansivos del gobierno de una economía basada fundamentalmente en la extracción. A menudo se descalifica a quienes no están de acuerdo con Correa tachándolos de marxistas pueriles o, lo que es más alarmante, de terroristas . Debe haber más intentos de llegar a un consenso más humano y considerado acerca de algunos de estos asunto cruciales, especialmente ahora que los chinos entran en la refriega en busca de recursos para alimentar sus necesidades económicas y de una puerta de entrada a América del Sur (y Ecuador se recupera de dos importantes vertidos de petróleo). Es evidente que hay oportunidades, pero también responsabilidades para con el entorno y las personas que viven fuera de las metrópolis.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, ¿existe alguna razón para estar de acuerdo con quienes conforman la opinión en Estados Unidos, los cuales calificarían a Correa de dictador mientras sacan a la luz su peligrosa naturaleza?
Uno de los principales antagonistas de Correa es Martin Pallares, un veterano editor político de uno de los principales periódicos nacionales, El Comercio. Pallares afirmó receintemente : «Creo que la libertad de prensa en Ecuador está gravemente amenazada por un sistema controlado por el gobierno. Tienen el objetivo de desacreditar a los medios, de poner en entredicho su credibilidad. Y también quieren caracterizar a la prensa como adversarios políticos y agentes de desestabilización». En un sentido muy importante, la prensa debería e incluso debe, a causa de su naturaleza, actuar como un adversario político. La desestabilización, sin embrago, es algo diferente. En el caso de los golpes en América Latina es típica la interferencia de potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos, y con frecuencia ello sirve para desestabilizar a gobiernos que Washington considera problemáticos (por medio de la financiación de grupos de la sociedad civil a través del Fondo Nacional para la Democracia, USAID y, por supuesto, la CIA). Con frecuencia el mensaje es que estos grupos están tratando de fomentar unas causas democráticas, pero esto oculta una misión obvia al entrar en connivencia poderes gubernamentales y corporativos, y que es más evidente gracias a las muchas intervenciones y apoyo antidemocráticos a estos dirigentes en la época posterior a la guerra (desde Irán en 1953 tanto las Maldivas como Paraguay en 2012).
Periodistas criminales
Volviendo a la cuestión de la ironía, he aquí que varios de los principales medios estadounidenses informaron sobre la falta de libertad de prensa en Ecuador, aunque ignoran los temas fundamentales suscitados por personas que han filtrado información, periodistas y editores como Bradley Manning, Julian Assange, Glenn Greenwald y Edward Snowden. En efecto, estos importantes medios corporativos están legitimizando o incluso son ellos mismos culpables de criminalizar a estos individuos que han sacado todo a la luz en internet para hacer que el público hable de algunas graves violaciones de derechos humanos y de la intimidad, y de la grave invasión de derechos del Estado corporativo. Uno tiene que preguntarse si el hecho de que muchos de estos comentaristas estén ellos mismos pagados por los principales medios corporativos tiene algo que ver con su postura en los casos Snowden/Ecuador.
Si ustedes vieron lo más destacado de las entrevistas del domingo por la mañana, deberían poder sacar sus propias conclusiones. Un ejemplo alucinante de la falta de objetividad de los medios corporativos en esta discusión fue la meticulosamente preparada entrevista que George Stephanopoulos hizo al general Keith Alexander, el hombre que tiene acceso a los datos personales de casi cualquier persona cuyos datos quiera conocer. Hubo algunos momentos en los que las respuestas a algunas de las melifluas preguntas del entrevistador eran tan vagas (un montón de parloteo) que resultaba increíble que Stephanopoulos no saltara. Con todo, por qué no lo hizo o no lo haría es evidente considerando el trato dado por la clase dirigente al recientemente fallecido periodista Michael Hastings, odiado por negarse a seguir la corriente al mayor pez gordo del juego. Ese tipo de comportamiento simplemente no se puede tolerar.
En las entrevistas también se vio la agresiva y éticamente reveladora acusación de David Gregory arrojada al invitado Glenn Greenwald en forma de una «pregunta difícil». Gregory en realidad preguntó a Greenwald por qué no se le debería acusar de un crimen y el comentarista de The Guardian respondió con firmeza que era «bastante extraordinario que nadie que se califique a sí mismo de periodista reflexionara en público acerca de si se debía acusar o no a otro periodista de delitos graves» sin pruebas de que hubiera actuado mal. Pero ahí tenemos la actitud que necesita la clase dirigente para mantener unos estrechos vínculos; no hay que tener una clara actitud de confrontación y nunca se debe amenazar la estabilidad de un gobierno o de una administración en particular, aunque esto signifique ocultar noticias como la del espionaje a ciudadanos estadounidenses, como hizo The New York Times en 2004 cuando retrasó la publicación de una noticia sobre la vigilancia del gobierno después de que interviniera el gobierno del Bush.
Medios independientes al rescate
Los modernos periodistas profesionales a menudo nos dejan con ganas de más. Afortunadamente, tenemos los medios independientes que con frecuencia van por delante a la hora de sacar a la luz algunos de los más abyectos crímenes de la historia. Esto ayuda a millones de personas de todo el mundo a identificar las consignas de los medios de la elite en Estados Unidos: 1) nunca hay que sacar a la luz o reconocer el sesgo corporativo, 2) nunca hay que tener una clara actitud de confrontación con el gobierno y 3) un «periodista» siembre debería intentar desviar la atención de las cuestiones importantes que sacan a la luz los denunciantes de conciencia atacando la reputación de este.
Por supuesto, todas estas convenciones se desbaratan cuando se llega a lo que se considera enemigo y en ese caso los medios, las ONG, las corporaciones y el gobierno siempre trabajan juntos en una campaña de deslegitimación y desestabilización. Snowden ha seguido los pasos de Assange y se dirige a Ecuador no simplemente porque, como ha sugerido The Atlantic , ambos se sienten perseguidos o quieren «meter el dedo en el ojo a Estados Unidos». La razón de que Ecuador haya ofrecido asilo y de que Snowden se lo pidera es porque cree que hay esperanza en el futuro, más allá del desmesurado poder de Estados Unidos y su supuesto dominio del mundo. Los denunciantes de conciencia y los dirigentes ecuatorianos, como muchas otras personas en todo el mundo, creen que el único camino esperanzador hacia adelante es hacer añicos las anticuadas y peligrosas ideas inherentes al periodismo de las clases dirigentes, la supremacía corporativa y la hegemonía estadounidense. Supongo que no provoca sorpresa que las clases privilegiadas no estén en absoluto de acuerdo.
* El autor utiliza el término inglés » whistleblower » y que se refiere a aquella persona que denuncia la existencia de prácticas corruptas, ilegales, etc., dentro de su organización o empresa. (N. de la T.)
Adam Chimienti es profesor y estudiante de doctorado originario de Nueva York. Se puede contactar con él en [email protected] .
Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/06/25/rafael-correa-the-press-and-whistleblowers/