La semana pasada pudimos ver el homenaje de los dirigentes de un gran número de países, incluyendo los de las mayores democracias occidentales y los de los mayores medios de información, al ex Presidente Nelson Mandela, que murió hace diez días, despertando con ello una conmoción internacional en su reconocimiento. Su vida y su liderazgo […]
La semana pasada pudimos ver el homenaje de los dirigentes de un gran número de países, incluyendo los de las mayores democracias occidentales y los de los mayores medios de información, al ex Presidente Nelson Mandela, que murió hace diez días, despertando con ello una conmoción internacional en su reconocimiento. Su vida y su liderazgo se dedicaron a la causa de eliminar el apartheid, un sistema en el que unos cuatro millones de blancos dominaban y explotaban a unos cuarenta millones de negros sin que estos tuvieran el más mínimo derecho político, laboral, social o civil reconocido por los primeros. Terminar con aquel sistema, con la provisión de derechos políticos para la mayoría de la población (la población de raza negra), se consideró uno de sus mayores éxitos.
Ahora bien, lo que se acentuó más por parte de algunos de los dirigentes de los mayores países del mundo occidental (que habían apoyado el sistema de apartheid, incluyendo al gobierno de EEUU y al gobierno británico) es su reconocimiento y perdón a la población explotadora, es decir, a la población blanca. Es en esta dimensión -la reconciliación con su adversario y su perdón- en lo que más se hizo hincapié. Se presentó como la grandeza de su carácter. Habiendo sufrido enormemente -27 años de cárcel-, cuando salió supo reconciliarse con sus carceleros, a los cuales dio la mano. Esta situación, de admiración a la reconciliación y perdón, tiene un gran atractivo entre aquellos que habían sido responsables -directa o indirectamente- de aquel sistema. Entre ellos estaba el gobierno federal de EEUU, que envió al funeral a todos los presidentes vivos (Obama, Clinton y Bush junior), excepto a Carter y Bush senior, el mismo gobierno cuya agencia CIA había jugado un papel clave en su detención (Joseph Albright and Marcia Kunstel, «Ex-official: CIA Helped Jail Mandela», 10 de junio, 1990). Es extraordinario lo poco que se ha escrito sobre la enorme ayuda de los países llamados democráticos (EEUU y Europa occidental) al sistema apartheid.
Pero existe otra causa de la enorme movilización en homenaje a Mandela. Se trata de su énfasis en eliminar el racismo, sin tocar el clasismo. Veamos los datos. Los periodos en los cuales vivió Nelson Mandela estaban marcados por la Guerra Fría, en la que Occidente consideraba el Comunismo y a la Unión Soviética como sus enemigos. En cualquier país en el que hubiera una gran explotación (bien de raza, bien de clase) existía la probabilidad de que surgiera el comunismo, lo cual era también percibido de esta manera por la Unión Soviética, que durante muchos años fue el único país que apoyó al movimiento de liberación negro ANC, liderado, mas tarde, por Mandela. El Partido Comunista de Sudáfrica se había distinguido en esta lucha, siendo un componente muy importante de este movimiento de liberación, tal como Mandela señaló en su comparecencia, el 20 de abril de 1964, ante el Tribunal Supremo del régimen del apartheid, que le condenó a cadena perpetua. El Partido Comunista, prácticamente el único Partido multirracial, enfatizaba la lucha de liberación de la población negra, articulándola con la lucha de clases, conforme a su sensibilidad marxista. Mandela, en su testimonio, criticó, en su comparecencia ante el Tribunal Supremo, este énfasis en la lucha de clases, con el claro intento de distanciarse de dicho partido. Lo que el ANC deseaba -indicó Mandela- era una sociedad con sistemas políticos semejantes a los existentes en EEUU y en Gran Bretaña (sistemas democráticos a los cuales definió como ejemplares) sin conflictos entre clases. Indicó, en el mismo discurso, que «mientras el Partido Comunista hace hincapié en la diferencia de clases, el ANC pretende que convivan en armonía, considerando esta distinción entre el ANC y el PCSA como esencial para distinguirlos».
Raza o Clase, o Raza y Clase
Cuando leí este discurso pensé en otros líderes negros identificados con la lucha contra el racismo. Uno de ellos fue Martin Luther King (al que no conocí) y otro Jesse Jackson (al que sí conocí y para quien trabajé, como asesor de sus campañas electorales de 1984 y 1988 para la Presidencia de EEUU). Martin Luther King enfatizó a lo largo de su vida en la necesidad de eliminar el racismo. Pero una faceta desconocida (en realidad, ocultada por los mayores medios) fue su radicalización a lo largo de su vida (ver mi artículo «Lo que no se dijo sobre Martin Luther King», Público. 03.09.13), de manera que dos semanas antes de que fuera asesinado indicó que la lucha central existente en EEUU era la lucha de clases. En otras palabras, señaló que, sin que la mayoría de la población negra (que pertenecía a la clase trabajadora estadounidense) respondiera a la explotación de clase junto con otros sectores de esta clase trabajadora, rebelándose conjuntamente contra esta explotación, la mayoría de negros continuaría en una situación subalterna, dominada y humillada. Su asesinato derivaba precisamente de la amenaza que este mensaje suponía para los que se beneficiaron de esa explotación. La legislación antirracista había permitido la aparición de unas clases medias negras sin afectar positivamente a la gran mayoría de la población negra. En realidad, estas clases medias actuaban como freno a los cambios en la estructura de clases del país.
Algo semejante ocurrió en el año 1984, cuando Jesse Jackson (considerado el discípulo predilecto de Martin Luther King) se presentó (en contra de mi consejo) como el portavoz de la minoría negra de EEUU, enfatizando la necesidad de romper las barreras raciales en ese país. Yo creía que este énfasis, aún cuando necesario, no era suficiente para liberar a la mayoría de a población negra de EEUU. El establishment americano, incluyendo sus mayores medios (The New York Times, The Washington Post, Time Magazine, y la gran mayoría) escribieron artículos apoyando su postura en representación de la población negra. En el año 1988, sin embargo, y siguiendo el consejo de sus asesores de izquierdas, se presentó como el portavoz de la clase trabajadora en EEUU (compuesta de negros, blancos, amarillos y de todas las razas). El establishment, entonces, le recibió con gran hostilidad. Siguiendo un discurso en el que denunciaba la lucha de clases que ocurría en EEUU diariamente (sin que nunca se definiera como tal) alentaba a la clase trabajadora a que respondiera como clase y no como componentes raciales y/o etarios de dicha clase. Jesse Jackson consiguió el mayor número de votos que hasta entonces había conseguido cualquier candidato negro. Y es ahí donde falló Mandela. Hoy existe una clase media en Sudáfrica, pero la gran mayoría de sudafricanos vive en la miseria. Es más, la insensibilidad hacia la importancia de la existencia de clases sociales hizo a Mandela vulnerable a su coaptación por las clases dominantes. Mandela pidió fondos a los 50 industriales más importantes de Sudáfrica (un millón de rands, equivalentes a 250.000 euros cada uno) para financiar la campaña electoral del CND. Y abandonó su intento de intervenir en la economía sudafricana, afectando a los intereses empresariales de la estructura de poder blanca (Bill Keller, Mandela as Dissident, Liberator and Statesman). Más que cambiar, fue la incorporación del aparato del ANC en la estructura del Estado, con participación de dirigentes de dicho movimiento en la gestión del sistema económico de Sudáfrica, sin cambiarlo. Hoy, Sudáfrica es uno de los países más desiguales del mundo, con la mayoría de la población negra estancada en la pobreza.
Fuente: http://www.vnavarro.org/?p=10224