Los poderes han decretado ya el fin de la crisis económica. Mariano Rajoy lo repite todos los días, Guindos y Montoro lo convierten en doctrina oficial desde su bien ganada fama, es un decir, de sumos sacerdotes de la fe económica neoliberal. Recientemente, el FMI elaboró un sesudo informe donde anunciaba la buena nueva de […]
Los poderes han decretado ya el fin de la crisis económica. Mariano Rajoy lo repite todos los días, Guindos y Montoro lo convierten en doctrina oficial desde su bien ganada fama, es un decir, de sumos sacerdotes de la fe económica neoliberal. Recientemente, el FMI elaboró un sesudo informe donde anunciaba la buena nueva de un periodo de crecimiento sostenido de la economía mundial. Ha sido una pena: han bastado algunos problemas en Argentina para que todo vuelva a la «normalidad de crisis» que sigue estando ahí y que vino para quedarse.
No hay que darle muchas vueltas. Los problemas de fondo que están en el origen de la presente crisis siguen y, lo que es peor, los grupos de poder económicos dominantes (actores principales y beneficiaros de la misma) están imponiendo sus condiciones y directrices para una supuesta «salida» de una de las mayores crisis estructurales del capitalismo histórico.
Para entender lo que pasa es necesario dotarse de un punto de vista que no caiga una y otra vez en las falsas promesas de las recurrentes «salidas» de la crisis, de las interpretaciones mágicas de los datos macroeconómicos y de las inútiles polémicas entre los que ven el vaso medio lleno o medio vacío.
El punto de vista, a mi juicio, es el siguiente: los gobiernos de la Unión Europea conspiran sistemáticamente contra sus pueblos. La razón: ¿Cómo legitimar en condiciones formalmente democráticas un conjunto de políticas que benefician sistemáticamente a una minoría social y que significan para las mayorías sociales una regresión social y política que solo cabe calificar de civilizatoria? La mentira, el engaño, la manipulación son los instrumentos básicos, siempre, no se debe olvidar, bajo la amenaza de la represión pura y dura; por lo visto las únicas rebeliones buenas son las que se realizan en Ucrania.
Estás políticas se pueden ejecutar porque existe un «mecanismo único» que enlaza férreamente al capitalismo monopolista-financiero, a la clase política y a los poderes mediáticos. Sin esto nada sería posible. Fontana, viene repitiendo que las clases dominantes han perdido el miedo a los trabajadores y que el fin del horizonte de la revolución social consolida a los poderes existentes. Hay mucha verdad en ello.
Sin embargo, debemos dejar abiertas las posibilidades que juegan a favor de la rebelión: se ha acumulado mucha rabia, frustración y malestar social que las mil formas de manipulación no logran ocultar. Falta, es verdad, consciencia de la propia fuerza, confianza en que las cosas pueden cambiar si luchamos y nos comprometemos en serio. Gamonal y la Marea Blanca madrileña pueden definir un punto de inflexión para iniciar la (contra) ofensiva.
La consigna del poder de dar por terminada la crisis es un arma de doble filo: puede aliviar el malestar pero, a cambio, dar fuerza a la reivindicación social y dar alas al conflicto de masas. Por eso, creo que hay que concentrarse en lo importante: esta crisis ha dejado y está dejando una inmensa deuda social que los poderes tienen que pagar. Nada de vuelta atrás y generaciones perdidas, nada de conformarse con lo que nos dejan. Hay que recuperar el pulso de lo social y la reivindicación justa.
Hay que traducir en imaginarios, en datos y cifras la gigantesca acumulación por desposesión, la descomunal expropiación política que han sufrido estos pueblos, los pueblos de Sur de la Unión Europea. El centro: la deuda social.
Hay que concentrarse en lo importante: esta crisis ha dejado y está dejando una inmensa deuda social que los poderes tienen que pagar. Nada de vuelta atrás y generaciones perdidas, nada de conformarse con lo que nos dejan. Hay que recuperar el pulso de lo social y la reivindicación justa.
Se puede y se debe cuantificar y es inmensa en dinero, en derechos, en condiciones de vida y en sufrimientos. ¿Quién la debe? En primer lugar, la Unión Europea. Hace falta un plan, un gran fondo para los países del sur que les devuelva lo robado, los derechos perdidos y los servicios públicos recortados. Menos literatura sobre una Europa crecientemente alemana y más medios para las personas. Las próximas elecciones europeas deben servir para eso: pagar la deuda social que deben los poderes y una justa reparación del sufrimiento social causado.
En segundo lugar, el gobierno de España. Las políticas de crisis deben se revertidas, las contrarreformas anuladas y los poderes y derechos restablecidos. Cambiar el modelo productivo para satisfacer las necesidades básicas de las personas. Volver a unir cuestión social, democracia y res-pública.
En tercer lugar, las Comunidades Autónomas. Susana Díaz debe pagar, Mas debe pagar, todos deben pagar. Ahora se trata de hacer política para las personas, definir la patria como lo que protege lo común y a los comunes y corrientes. Todos juntos para construir un mundo mejor.
Al final la disyuntiva es clara: pagar la deuda odiosa e ilegitima o pagar la deuda social. Una buena noticia: esto depende de nosotros. Nosotras y nosotros decidimos: las personas lo primero.
Manifiesto: Marchas de la Dignidad, 22 de marzo
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