Andreu Mas-Colell, el todopoderoso conseller de Economia y Conocimiento del gobierno de la Generalitat, ex cuadro universitario del PSUC en tiempos de la lucha antifranquista, mano derechísima del president Mas en asuntos relacionados con recortes y hachazos sociales y políticas antiobreras, vanguardia de la destrucción, por él mismo anunciada, del ámbito público, ha publicado recientemente […]
Andreu Mas-Colell, el todopoderoso conseller de Economia y Conocimiento del gobierno de la Generalitat, ex cuadro universitario del PSUC en tiempos de la lucha antifranquista, mano derechísima del president Mas en asuntos relacionados con recortes y hachazos sociales y políticas antiobreras, vanguardia de la destrucción, por él mismo anunciada, del ámbito público, ha publicado recientemente en El País [1] un escrito en el que asegura que el conflicto «entre Cataluña y España no es por el déficit fiscal». No. «Es por el autogobierno». Su argumentación:
El profesor Ángel de la Fuente, señala el ex de Harvard, publicó un texto sobre balanzas fiscales en el que polemizaba con unas declaraciones suyas. No se ha sentido obligado pero sí estimulado por ello a «formular tres comentarios al hilo de su artículo y, de manera más general, de las discusiones y controversias sobre el significado y las implicaciones de las balanzas fiscales.»
Mas-Colell se felicita de entrada: «por fin, y a raíz de la publicación del trabajo del profesor De la Fuente y sus colaboradores, el Ministerio de Hacienda ha hecho públicos los datos de base sobre los cuales se pueden calcular las balanzas (y muchas otras cosas)». Hacía tiempo, por escrito desde el 21 de febrero de 2013, «que desde la Generalitat de Cataluña los reclamábamos infructuosamente.» Para Mas-Colell, «disponer de las bases de datos es realmente lo esencial». A partir de ellas la comunidad académica, incluida la internacional -el conseller es siempre muy académico… cuando cree necesario-, «llevará a cabo la tarea de elaboración, análisis, discusión y crítica que se espera de ella». De ahí saldrá luz.
Sigue don Mas-Colell con algo de pedagogía. No hay una sino diversas balanzas fiscales entre la Administración central y las comunidades autónomas, señala. Depende de la pregunta que se quiera responder una u otra entre en juego. En líneas generales, señala, «las balanzas son de dos tipos: las que se ajustan al método carga-beneficio y las que se ajustan al método del flujo monetario». Sin ánimo de ser muy preciso, «la diferencia principal entre ellas radica en el cómputo de gastos: por el método carga-beneficio se imputan a la comunidad autónoma los gastos que proveen servicios públicos a sus ciudadanos, se realicen donde se realicen; por el método del flujo monetario se imputan a la comunidad autónoma los gastos de todo tipo que se realizan en su territorio.»
En principio, admite el conseller matizando anteriores posiciones de economistas y gentes muy próximos, «no está predeterminado cuál de las dos balanzas tiene una magnitud superior y quiero subrayar que ambas metodologías recogen todos los gastos (incluidos los de los ministerios y los de Defensa)». Es habitual presentar ambos cálculos, y, asegura, desde el gobierno de la Generalitat «siempre lo hemos hecho así». Critica al profesor De la Fuente, porque «no le gusta el cálculo de las balanzas por el método del flujo monetario y, un tanto dogmáticamente, anuncia que no lo llevará a cabo». De la Fuente considera que «es completamente indiferente si un servicio público, digamos la labor de un ministerio, se realiza desde un territorio u otro.» Para Mas-Colell es «una posición extrema», especialmente ahora, «en tiempos de gran desempleo, en que donde se realiza el gasto público importa, y mucho, para la actividad económica de las distintas unidades territoriales» (la redacción no es mía, es del conseller o de alguno de sus ayudantes). Si tan inmaterial fuera, remata el ex de la UPF, «no habría mucha resistencia a, por ejemplo, situar el Tribunal Constitucional en Sevilla (en Alemania está en Karlsruhe)», cosa que, en opinión de muchos (el que suscribe entre ellos), acompañado de la ubicación en Barcelona, A Coruña y Bilbao de seis o siete Ministerios, hubiera sido no sólo un acierto sino una auténtica maravilla. Mas-Colell se limita a un enunciado modesto: «la localización del gasto importa lo suficiente como para que valga la pena calcular la balanza por el flujo monetario». No es difícil hacerlo.
Finalmente, prosigue, «De la Fuente señala (con un espíritu de «ahí te he pillado») unas manifestaciones mías favorables al principio de que quien tenga más pague más e implícitamente, por tanto, a aceptar, en el contexto político-fiscal del presente, un déficit fiscal catalán». No debería sorprenderse De la Fuente. ¿Por qué? Porque, en opinión del conseller y en su misma raíz, «el conflicto político entre los Gobiernos de Cataluña y de España, ambos plenamente democráticos, no es sobre déficits fiscales.» No, no lo es, y eso a pesar de lo que se ha señalado, y se sigue señalando, durante días, semanas, meses y años. Ahora no toca. ¿De qué va entonces?
De autogobierno. ¡Este es el nudo central, este es el punto básico! Los ciudadanos de Cataluña han sido fiscalmente solidarios, asegura Mas-Colell (no todos por supuesto: no lo han sido muchos miembros de los círculos económicos próximos a CDC. Millet es uno de los ejemplos más destacados pero no el único) «y no en menor cuantía», tampoco en mayor reconoce el conseller, «durante muchos años con los del resto de España, pero también han reclamado durante muchos años [insisto: la redacción no es mía] solidaridad recíproca en aspectos para nosotros medulares: en respeto a nuestra diferencia y en autogobierno». Sin embargo, asegura el conseller, «nos hemos movido en la dirección opuesta». La enfermiza pasión por la uniformidad y el centralismo, sostiene con razones y quejas más que atendibles, «se ha intensificado con el actual Gobierno del Estado» y acaso también, sin que el conseller lo perciba o lo señale, en algunos gobiernos autónomos donde el uniformismo cultural y lingüístico es casi un postulado indiscutible con riesgo de penar en galeras durante dos lustros y catorce días.
Mas Colell termina con una sugerencia que va más allá de las balanzas. La siguiente: «¿Por qué no lleva a cabo, usted o sus colaboradores, un análisis coste-beneficio del proyecto de inversión «autogobierno de Cataluña»? ¡La mirada economicista neoliberal en el puesto de mando! ¡Y siempre! ¡Don Mas, don Mas-Colell es un economista reconocido urbi et orbi! Por supuesto, asegura con una descortesía más que manifiesta y sin precisar el uso de la expresión, «desde el punto de vista español. Ni esperaría de usted ni le pediría otra perspectiva». Sea como fuere, prosigue, «considere usted la posibilidad de que la negación del autogobierno catalán entorpezca seriamente el objetivo del progreso económico español, de que la pasión por la uniformidad sea una pasión destructiva también para España», como efectivamente lo es, y no sólo, como es evidente, desde un punto de vista económico, sino social, cultural, político y de convivencia ciudadana.
Un ámbito para él familiar y sobre el que tengo responsabilidades de gestión, observa, el de las universidades y la investigación, puede ser ilustrativo de lo anteriormente señalado. Y ahí va finalmente don Mas-Colell, con toda la carga de su caballería ligera y chulesca. En investigación, afirma, «Cataluña ha progresado enormemente en los últimos 20 años. Contamos en el mapa europeo de la ciencia. Y de ello, claro está y como es lógico, se ha beneficiado la realidad y la reputación científica española». Admitámoslo, no entremos en detalles concretos siempre interesantes. ¿Mérito sólo de la política de la ciencia financiada y orientada por los gobiernos de la Generalitat? ¿Y el esfuerzo de las comunidades científicas de aquí y de allí y sus vinculaciones que traspasan delimitaciones nacionales? ¿No ha intervenido para nada algunos rasgos de la política seguida desde los Ministerios de los gobiernos centrales? ¿Nada de nada?
No puedo hacer, en cambio, una afirmación tan rotunda de progreso por lo que respecta al mundo universitario, añade don Mas. Queda mucho recorrido pendiente aquí. ¿La diferencia? Es muy simple en opinión del conseller. «En investigación hemos tenido márgenes (frágiles) de autogobierno que han sido fundamentales para hacer posible la innovación institucional». Nos hemos podido alinear con Europa, con la Europa neoliberal que para don Mas-Colell es el no va más del no va más, su utopía alcanzada. En cambio, «en universidades no ha sido» posible. «Las universidades deben vivir con un corsé normativo atípico en Europa e inspirado por lo que estoy denominando como pasión por la uniformidad, que ha frenado su competitividad y sus impulsos renovadores». A Mas-Colell le parece evidente que, como en el caso de la investigación, «el autogobierno de Cataluña favorecería las iniciativas universitarias de corte más europeo y mejorarían la competitividad de las universidades catalanas y, con ellas, las españolas». Ellos, él más en concreto, lo van a hacer mejor, son más listos, más europeos. La competitividad es el punto. Es para don Mas-Colell evidente (¿por qué lo será? ¿de dónde esta evidencia?) que el autogobierno de Cataluña, sin más matices, cualquier gobierno catalán, «favorecería las iniciativas universitarias de corte más europeo» como si, además, estas iniciativas fueran siempre por sí mismas mejores, más ilustradas, más científicas.
Mientras tanto, eso sí, de esto ni una línea, la política universitaria autónoma seguida por el Gobierno de la Generalitat en el ámbito universitario, responsabilidad política directamente atribuible al conseller, es una de las que más ha encarecido la matrícula de la Universidad pública, la que más alienta la privatización del espacio universitario, la que más ha reducido el presupuesto universitario público, la que más precariza al profesorado, la que más barreras levanta contra los estudiantes de orígenes sociales populares. ¿Esa es la senda a la que alude Mas-Colell? ¿En ese camino un mayor autogobierno (que el que suscribe, por supuesto, no pone en cuestión desde luego) nos garantizaría per se una política universitaria más justa, más equitativa, más pública, más centrada en el interés general, sin la explotación inaudita de una gran parte del profesor universitario como ocurre en la Pompeu Fabra, una universidad pública en la que Mas-Colell fue profesor y en la que aspiró a ser rector (el ansia de poder corre por sus venas y arterias) sin conseguirlo al ser derrotado democráticamente? ¿No cuentan también otras instancias, otras perspectivas complementarias, que tienen que ver con la perspectiva de clase, con la orientación global, con la meta a la que se aspira?
El toque final de don Mas-Colell: «Si esta afirmación parece exagerada o pretenciosa basta con ponerla a prueba para confirmarla o desmentirla.» ¡Toma ahí! Como los toreros, españoles o catalanes, no importa.
Un cierto tipo de independentista responde al modelo de Zelig, aquel famoso personaje de la película del mismo título de Woody Allen capaz de mimetizarse con el medio en el que en cada momento se encontraba, ha comentado recientemente Francisco Morente [2]. Pensando un poco, sólo un poco, igual tiene razón el historiador de la Autónoma. Habría que añadir: ¿cómo es posible que todo un gran científico social mire tan sesgadamente y uniformemente realidades mucho más complejas? ¿Cómo es posible que veamos las vigas uniformistas, que nadie discute, en el ojo ajeno y apenas la percibamos en el nuestro? ¿Por qué se cambia tanto de tema y de perspectiva cuando la ocasión lo requiere?
Notas:
[1] http://www.caffereggio.net/2014/03/07/sobre-balanzas-fiscales-de-andreu-mas-colell-en-el-pais/
[2] http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/03/07/catalunya/1394218755_751807.html
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 -delito: «rebelión»- José Arnal Cerezuela.
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