En el proceso electoral que finalizará el 3 de noviembre compiten dos estilos, dos modos de dar continuidad al proyecto imperialista de dominación. Hacia América Latina, el objetivo del poder estadounidense y del capitalismo global es reposicionar a la derecha, compromiso que han asumido Donald Trump y Joe Biden.
Durante toda la campaña electoral, ambos candidatos han procurado ofrecer muestras de idoneidad para merecer financiamiento y posicionamiento en el poder político. El tono insultante en los debates no alcanzó para ocultar que, en la disputa por el apoyo del gran capital, han renunciado al objetivo de atraer el voto mayoritario.
En política exterior, Joe Biden critica la aparente improvisación de Donald Trump, pero se muestra dispuesto a tomar represalias contra Irán, Rusia y China y a subir de nivel las medidas contra Corea del Norte, lo cual denota que, igual que su rival, considera letra muerta el contenido de los acuerdos internacionales y cadáver a sepultar sin ceremonia el multilateralismo.
MANIPULAN PARA INVISIBILIZAR LA LUCHA DE CLASES
Donald Trump y el vicepresidente Mike Pence encabezan un gobierno que ha manejado con criminal indolencia la crisis sanitaria creada por la propagación del COVID-19. Doscientos diez mil muertes causadas por una pandemia en un país desarrollado, es una cifra escandalosa.
En el último debate de la jornada, Kamala Harris enrostró esa cifra a Mike Pence, junto a los siete millones de contagiados y al cierre de una de cada 5 empresas.
Está constituido por el desmonte del Obama-Care y el proyecto del Biden-Care el mejor argumento de Joe Biden y Kamala Harris contra Trump y Pence, aunque han utilizado con relativo éxito la postura ante la migración y la promesa de detener por 100 días las repatriaciones.
En ambos aspectos, es riesgoso hablar de garantía, pues cualquier promesa de campaña puede presentarse luego como irrealizable apoyándose en la crisis económica y en el compromiso de mantener la unidad en el sector dominante. Hay que recordar las promesas de Obama a los migrantes y el anuncio de que ordenaría el cierre de la cárcel de Guantánamo.
Pero si se piensa que no hay demagogia en esas promesas, presunción que luce ingenua, no se puede desconocer que la desigualdad social sempiterna y las leyes que limitan el ejercicio de la ciudadanía plena en la sociedad de clases en general y en el contexto estadounidense en particular, perjudican a los grupos marginados. Si no hay un compromiso con la transformación, los detalles van perdiendo fuerza.
Harris y Biden no presentan la igualdad como meta y ni siquiera prometen quitar el sello de ilegales a quienes se mueven por el mundo sin los documentos que exige, otorga y valida el poder hegemónico.
Se acogen al criterio de autoridad y orden que enarbola la derecha. Y buscan perpetuar la sociedad de clases, no suplantarla.
El Biden a quien Trump señala como socialista, es un rival que para denostarlo lo define como “más parecido a Castro que a Churchill”. Si de un socialista hablamos, ¿cuáles son los derechistas?
Por otro lado, Mike Pence y Kamala Harris complementan de manera efectiva la oferta del sistema. Los candidatos vicepresidenciales llaman más la atención del elector y de los financiadores porque los presidenciales tienen 74 y 78 años y condiciones de salud que no son óptimas.
Pence, de 61 años, es un conservador sin disfraces. Harris fue incluida en la boleta demócrata con el propósito de atraer a una parte del electorado que favoreció a Bernie Sanders.
Se trata de dar apariencia de inclusión en una sociedad en la cual la condición de negro, latino o blanco pobre, aumenta el riesgo de ser víctima de la brutalidad policial y de morir a causa del COVID-19. Los estrategas dieron el paso después que circuló por el mundo la imagen de un negro asfixiado por la bota de un agente policial.
Negra, de madre procedente de La India y padre procedente de Jamaica, su figura evoca a las víctimas y no a los victimarios. Pero la vocación transformadora de Kamala Harris es solo aparente.
Ella propone extender y acentuar la dominación.
Destaca que, en su accionar como política y como servidora pública, ha visitado las tropas yanquis en todas partes del mundo. Además, manifiesta admiración por sustentadores de la guerra preventiva y del sometimiento imperialista como el difunto John McCain.
Se opone a la política de Trump hacia Cuba y hacia Venezuela, pero aboga por desmontar el socialismo en cualquier lugar. En Cuba, dice que el bloqueo no ha funcionado (Obama dio pasos hacia el acercamiento, pero mantuvo en vigencia la Ley de Comercio con el Enemigo, que sustenta el bloqueo).
Propone, sin embargo, colaborar con los grupos contrarrevolucionarios en Cuba y en Venezuela y luchar contra ambos gobiernos intentando socavar su legitimidad.
Si Obama no dio pasos hacia la igualdad a pesar de que, ante la brutalidad policial ejercida contra un joven negro, declaró que la víctima bien pudo ser él, ¿por qué pensar que Kamala Harris, influenciada por el sionismo y casada con un judío, dejará de priorizar la estabilidad en detrimento de las conquistas de la mayoría?
El compromiso contra la desigualdad social es un fenómeno más complejo que la toma de posición inducida por el origen o por determinadas vivencias.
EMPUJAN HACIA LA DERECHA
El gobierno que surja de las elecciones de noviembre intentará reposicionar a la derecha en América Latina.
Es esa la misión que propone Kamala Harris para los halcones de origen cubano y para los mercenarios que las agencias yanquis han formado dentro y fuera de Cuba.
En cuanto a Venezuela, se opone a todo acuerdo con el gobierno constitucional. No hay que hacer gran esfuerzo para saber que, frente al gobierno que próximamente tomará posesión en Bolivia, Harris tomará posiciones similares, aunque no lo declare.
El gobierno de Estados Unidos, encabezado por Biden o por Trump, buscará construir en Bolivia un escenario parecido al de Ecuador y utilizará a la derecha en el intento de impedir la continuidad del avance político.
Es preciso exigir a Luis Arce, a David Choquehuanca y a sus consejeros en materia de relaciones internacionales, firmeza en la defensa de la soberanía de su país y apego al internacionalismo y al proyecto de construir la patria grande.
Los candidatos demócratas y los republicanos ven en los demás gobiernos de América Latina servidores a quienes llaman aliados… Y seguirán sirviéndose de conservadores y ultraconservadores (algunos emergentes y otros de larga data como Bob Menéndez y Marco Rubio), quienes, mediante chantaje y presión, los ponen a votar junto a Estados Unidos en los organismos internacionales.
Los gobiernos de Colombia, Brasil, Uruguay, Chile y República Dominicana, por ejemplo, se han mostrado obedientes al poder imperialista en los foros internacionales. Han acatado la orden de Mike Pompeo de actuar contra el gobierno de Venezuela, por ejemplo.
Demócratas y republicanos se proponen, pues, recoger esta cosecha, no desecharla.
El poder sigue abonando el atraso político y busca eternizar el esquema de dominación.
Pero a nivel nacional, regional o global, la lucha de clases es una realidad y el intento de hacer parecer idílico un sistema podrido, indolente, saqueador y criminal, está condenado al fracaso.