Mientras Moscú traza línea de acercamiento hacia el Gobierno afgano, aislado del contexto internacional desde que los talibanes sellaron su victoria en agosto del 2021, tras veinte años de ocupación estadounidense, medios vinculados a la inteligencia de los Estados Unidos han comenzado a agitar, una vez más, versiones sobre que el país de los mulás se está convirtiendo en un santuario para algunos grupos terroristas.
Kabul, en un comunicado de su cancillería, había agradecido la invitación del presidente Vladímir Putin para que este país participara en el Foro Económico de San Petersburgo que se celebró entre el 5 y el 7 de este mes, interpretando, además, que es un paso más hacia el reconocimiento oficial ruso del Gobierno afgano “tras décadas de conflicto e inestabilidad en Afganistán”, aclaró el comunicado.
Mientras, los ministerios de Exteriores y de Justicia de la Federación de Rusia han recomendado al presidente Putin excluir a los talibanes de la lista de organizaciones terroristas, una resolución que, si bien sigue pendiente, podría ser el último requisito para el restablecimiento de relaciones diplomáticas, sumándose a China que está avanzando en la misma dirección, al igual que la República Islámica de Irán. Procesos que sin duda inquietan al Departamento de Estado de EE.UU.
En vista de estas señales, son las versiones occidentales sobre que Sayf al-Adl, a quien se sindica como el emir de al-Qaeda, ha realizado un llamado a sus seguidores de todo el mundo a la hijrah (migración) hacia Afganistán para incorporarse a sus filas en el contexto del genocidio que las fuerzas de la ocupación sionistas perpetra tanto en Gaza como en Cisjordania.
Además de convocar a los miembros de la Ummah (la comunidad islámica global) a aprender in situ la organización de un “estado islámico”, además les brinda la posibilidad de “capacitarse” en alguno de los diez campos de entrenamiento militar que, dicen, al-Qaeda controla en Afganistán. Al-Qaeda manejaría también una media docena de madrassas que serían utilizadas como semilleros de nuevos muyahidines. Todo para, finalmente, atacar objetivos sionistas y occidentales en cualquier lugar del mundo. Un postulado obvio y demasiado delicado para que se haga tan evidente.
Con este mensaje, la prensa estadounidense interpreta que el sucesor de Ayman al-Zawahiri, asesinado en Kabul a finales de julio del 2022 (Ver: Ayman al-Zawahiri, otra muerte oportuna), estaría oficializando Afganistán como un refugio seguro, no solo para al-Qaeda, sino para aquellos que quisieran participar en la “guerra santa”.
De ser cierto el llamado de al-Adl comprometería de manera inequívoca al Gobierno afgano, que en los acuerdos de Doha de febrero del 2021, firmados con los enviados del entonces presidente Donald Trump, se abstendría de alentar y tolerar el terrorismo y en su territorio no se radicaría ninguna organización armada que utilizara ese país como centro de operaciones para más tarde operar en algún otro lugar.
Desde entonces y hasta ahora los talibanes han sido acusados en varias oportunidades de dar acogida a estos grupos, particularmente al Tehrik-e-Talibán Pakistán o TTP (Movimiento de los Talibanes Pakistaníes) a los que, según Islamabad, Kabul acoge en las regiones fronterizas, desde donde el TTP cruza, aparentemente sin dificultades, para realizar ataques en Pakistán y luego volver a sus bases en Afganistán.
Se sospecha que de ser ciertas las denuncias pakistaníes, tanto el TTP como el propio al-Qaeda estarían siendo protegidos por la poderosísima Red Haqqani, una antigua organización insurgente creada en los años de la guerra antisoviética. Y si bien desde entonces se mantuvo independiente de los diferentes señores de la guerra y después del surgimiento de los talibanes en 1994 lo siguió siendo -la Red Haqqani incluso consiguió sortear, incólume, la guerra civil afgana (1994-2001) entre la Alianza del Norte liderada por Ahmad Shāh Mas’ūd contra los talibanes del Mullah Omar, además de sobrevivir a los 20 años de ocupación estadounidense- reapareció junto a los mulás en la guerra de resistencia a las fuerzas internacionales lideradas por Washington, siempre como un cuerpo independiente.
En la actualidad su líder, Sirajuddin Haqqani, siendo Ministro del Interior desde la toma de Kabul, cuenta con el poder suficiente para encubrir el accionar de las khatibas y de los líderes de organizaciones terroristas extranjeras radicados en Afganistán.
La Red cuenta además, desde la guerra antisoviética, con estrechos vínculos con el poderosísimo servicio de inteligencia del ejército pakistaní, la Dirección de Inteligencia Inter-Services (Inter-Services Intelligence o ISI), que incluso ha tolerado su presencia en Pakistán a pesar de que fue declarada organización terrorista por los Estados Unidos en 2012. El grupo de la familia Haqqani, durante la guerra de resistencia, se especializó en organizar y realizar incontables ataques explosivos en áreas urbanas, golpeando en edificios públicos, calles de alto tránsito, entidades pertenecientes a la comunidad chiita, entre otros blancos, generando miles de muertos, tanto civiles como militares, entre las fuerzas de ocupación occidentales y de las ahora extintas Fuerzas Armadas de Afganistán (FAA).
La eliminación de Ayman al-Zawahiri, quien había sucedido nada menos que Osama bin Laden tras su muerte en 2011 al haber sido sorprendido por un dron estadounidense en un piso franco, en pleno centro de Kabul, amparado por Sirajuddin, produjo un fuerte cimbronazo entre la Red y el gobierno talibán, encabezado por el Mawlawi (erudito religioso) Haibatullah Akhundzada, motivo por lo que hasta ahora nadie ha reconocido oficialmente la muerte de al-Zawahiri.
Según las mismas fuentes al-Qaeda también mantendría una gran red de “casas seguras” en varias provincias afganas, donde además de Sayf al-Adl también se alojarían entre otras muchas figuras de al-Qaeda Abdul Haq al-urkistani, líder del Partido Islámico de Turkestán y miembro del Consejo de Dirección de al-Qaeda y Osama Mahmood, emir de al-Qaeda en el subcontinente indio.
La guerra del Dáesh Khorasan
Cuando, entusiasmados por la victoria, los combatientes talibanes abrieron las cárceles del país, nadie reparó en que entre los miles de liberados se encontraban centenares de militantes del Dáesh Khorasan, los que inmediatamente se reincorporarían a sus unidades para continuar la guerra contra los talibanes, acusados de paganismo.
Pasados ya cerca de tres años de la instauración de la República Islámica de Afganistán, el Dáesh Khorasan, el grupo que saltó a la fama internacional tras los ataques al complejo Crocus City Hall de Moscú en marzo último (Ver: Rusia: el laberinto de Crocus) sigue su ofensiva contra los mulás.
Mientras, el Gobierno talibán niega su presencia o dice haber derrotado totalmente a la Willat Dáesh Khorasan (Provincia de Estado Islámico de Khorasan), liderado ahora por Shahab al-Muhajir, uno de los liberados en agosto del 2021.
El Dáesh K llegó subrepticiamente desde Siria en 2015, en un intento desesperado de la CIA por quebrar la unidad de los talibanes en plena guerra, y desde entonces continúo operando principalmente en las regiones de Kunar, Nuristan y Nangarhar, aunque su presencia se ha expandido prácticamente a todas las provincias afganas, llegando a golpear con frecuencia en Kabul y en algunas capitales provinciales.
A fines de abril tres motocicletas con seis hombres llegaron durante la oración de la tarde a la mezquita Imam Zaman, en el distrito de Guzara, en la provincia de Herat al oeste del país, y asesinaron a seis personas, que se suman a la ya larga lista de víctimas del Dáesh Khorasan, que incluye a los 43 muertos y 83 heridos, mayoritariamente niñas y mujeres, en el ataque suicida contra el hospital de Dasht-e-Barchi, un barrio al oeste de Kabul, en octubre de 2022, o el de mayo de 2021 contra otra escuela para mujeres de la capital afgana, que dejó más de 110 muertos, en su mayoría niñas, y unos 290 heridos. Esta serie de ataques mortales incluso han tenido como blanco a hombres de la estructura talibán.
Uno de los más recientes y publicitados fue el del pasado 17 de mayo, que tuvo como blanco el bazar de la ciudad de Bamiyán, en el que los seis muertos eran turistas extranjeros, tres españoles y el resto de nacionalidad noruega, australiana y lituana.
El Dáesh ya había advertido en su sitio oficial a los extranjeros que llegaran al país, que podrían correr esa suerte, atacando abiertamente al turismo, una posibilidad que el Gobierno afgano, con una monumental crisis económica, entendió como una muy buena posibilidad para la entrada de divisas. En el blanco del Dáesh, obviamente, figuran ejecutivos de empresas extranjeras que llegan al país con posibles inversiones.
Con este tipo de acciones el Daesh K busca aislar todavía más al Gobierno de los talibanes, una táctica muy cercana a la voluntad de Washington, que pretende mantener a Afganistán prisionero del pasado.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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