Desde el devastador terremoto de magnitud 7,7 del 28 de marzo, la comunidad internacional, especialmente los países vecinos, se ha apresurado a prestar ayuda a Myanmar. India y China impulsaron de forma competitiva su visibilidad en nombre de la «diplomacia de catástrofes» para ganarse los corazones y las mentes de la población afectada. La ONU y las ONG internacionales, que se habían visto obligadas a guardar silencio sobre la guerra civil que afecta a millones de personas desde el golpe de Estado, reaparecieron en las calles del centro del país. Incluso la enviada especial de la ONU, Julie Bishop, recorrió los escombros y predicó sobre la paz a la ciudadanía de Myanmar.
La comunidad internacional y los países vecinos trataron de impulsar un objetivo más amplio de consolidación de la paz aprovechando, como una oportunidad, los esfuerzos de socorro. La ONU ha solicitado 240 millones de dólares más en ayuda, al tiempo que ha instado a un alto el fuego que permita proseguir con los esfuerzos humanitarios. Esta dinámica alcanzó su punto álgido en los esfuerzos diplomáticos recientes en Malasia, donde el Primer Ministro Anwar Ibrahim se reunió tanto con el Gobierno de Unidad Nacional (NUG, por sus siglas en inglés) de Myanmar como con la junta militar birmana para hablar de ayuda humanitaria y de estabilidad regional.
El ejército de Myanmar respondió a la presión internacional anunciando un alto el fuego, pero no fue más que una treta para manipular los esfuerzos diplomáticos. Su engaño calculado no solo expone la vacuidad de los compromisos diplomáticos en tales condiciones, sino que también subraya los defectos fundamentales de la confianza de la comunidad internacional en la respuesta a catástrofes como conducto para la negociación política.
Recurrencia eterna
Las catástrofes suelen suscitar el optimismo de que pueden crear oportunidades para el compromiso diplomático entre partes en conflicto, ya sean Estados rivales o facciones internas. Defensores de la diplomacia de catástrofes sugieren que, si bien los terremotos, las inundaciones, los huracanes y los tsunamis provocan devastación, también constituyen momentos excepcionales para la cooperación, incluso entre adversarios. Aunque los estudios empíricos confirman la existencia de un vínculo entre las catástrofes y la dinámica de los conflictos, la relación causal real sigue siendo compleja e impredecible. La ayuda puede proporcionar socorro inmediato, pero también corre el riesgo de reforzar estructuras de poder existentes, permitiendo a los regímenes autoritarios manipular los esfuerzos humanitarios en su propio beneficio.
Para entender cómo funciona la diplomacia de catástrofes en Myanmar, debemos tener en cuenta la prolongada desatención de los militares hacia su ciudadanía. El ejercito birmano ha demostrado de forma sistemática un desprecio absoluto por el bienestar de la población civil, dando prioridad a la consolidación del poder sobre la gobernanza. Desde las brutales medidas represivas contra manifestantes en 1988 hasta las campañas de limpieza étnica contra la etnia Rohingya, los militares han dejado claro que la población de Myanmar es prescindible.
Incluso en tiempos de catástrofes naturales, la insensibilidad de los militares es sorprendente. La respuesta al ciclón Nargis en 2008 es un ejemplo tristemente célebre. Mientras el ciclón se cobraba casi 140.000 vidas, la junta militar obstruía los esfuerzos internacionales de socorro, dando prioridad a la estabilidad del régimen sobre la distribución urgente de ayuda. El mundo contempló horrorizado cómo el gobierno endurecía su control en lugar de facilitar las intervenciones humanitarias, dejando al descubierto su indiferencia absoluta por el sufrimiento humano. En su libro «Diplomacia de Desastres: Cómo los Desastres Afectan la Paz y el Conflicto», Ilan Kelman resumió agudamente la situación: «La catástrofe de mayo de 2008 demuestra que la diplomacia de desastres sucumbe a las prioridades en lugar de ocuparse adecuadamente de las catástrofes y crear diplomacia».
Diecisiete años después, la comunidad internacional vuelve a confiar, contra toda esperanza, que los mismos militares actúen en interés de las poblaciones afectadas.
Además, la junta de Myanmar es famosa por el uso indebido de la ayuda. Ha utilizado estratégicamente la ayuda exterior para reforzar su legitimidad, aceptando ayuda de forma selectiva y, al mismo tiempo, controlando los discursos para reforzar su autoridad. En lugar de dar prioridad a la ayuda humanitaria, la junta manipula el suministro de ayuda, restringiendo el acceso a las zonas controladas por la oposición y dando prioridad a sus propios intereses. Una evaluación reciente de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés) mostró que Naypyitaw recibió más ayuda que cualquier otra región. Las fotos de artículos de ayuda dispersos se difunden ampliamente por Internet. Pero al margen de estas acciones, la crisis ha dado lugar a un compromiso diplomático renovado: el jefe de la junta militar, Min Aung Hlaing, asistió a la reciente cumbre de la Iniciativa del Golfo de Bengala para la Cooperación Técnica y Económica Multisectorial, celebrada en Bangkok, mientras que la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) retomó la cooperación regional en las tareas de socorro de Myanmar.
Escalada de ataques aéreos: las verdaderas prioridades de la junta militar
Mientras miles de personas luchan contra las secuelas del terremoto, la junta ha intensificado los ataques aéreos contra los bastiones de la resistencia y las comunidades étnicas. Desde el seísmo se han documentado 611 ataques aéreos, que a principios de mayo habían causado más de 400 muertes y herido a más de 850 personas.
La intención es evidente: la junta busca aplastar a la oposición mientras utiliza la crisis humanitaria como distracción. En lugar de asignar recursos para ayudar a las personas afectadas por el terremoto, dirige su atención y recursos hacia la lucha contra la resistencia. Puede que la atención internacional se centre temporalmente en los esfuerzos de ayuda, pero el sufrimiento a largo plazo de la población de Myanmar, debido a la doble crisis de catástrofes naturales y conflicto, continúa en alza.
Gestos vacíos
La respuesta de la comunidad internacional al terremoto debe ir más allá de los gestos simbólicos de ayuda. Aunque la ayuda humanitaria es crucial, relacionarse con la junta únicamente por medio de la diplomacia de catástrofes, es correr el riesgo de legitimar su gobierno. Los actores externos deben reconocer que proporcionar ayuda, sin exigir responsabilidades a los militares por las atrocidades cometidas, no hace sino reforzar las estructuras de poder existentes.
En su lugar, los esfuerzos diplomáticos deben abordar las causas de raiz del sufrimiento de Myanmar: exigir responsabilidades por los crímenes de guerra, amplificar las voces de la resistencia y garantizar que la ayuda llegue a la población y no a las manos de un régimen opresor.
Aunque el terremoto ha creado una ventana temporal para un mayor compromiso humanitario y cierto movimiento diplomático, todas las causas subyacentes siguen sin abordarse. El enfoque de la comunidad internacional sigue siendo en gran medida transaccional: ofrecer ayuda y eludir los problemas estructurales de fondo. Otro desastre, otro ciclo de gestos vacíos. Pero la comunidad internacional no ha fallado a Myanmar por ignorancia, sino por conveniencia. Ha fracasado por elección propia.
La diplomacia de catástrofes es, en el mejor de los casos, una representación con guión: un intercambio bien ensayado de cumplidos, sesiones fotográficas, publicaciones en las redes sociales y envíos de ayuda diseñados para preservar una narrativa de benevolencia. Los vecinos se apresuran con la ayuda, los titulares alaban su buena voluntad y el mundo mira hacia otro lado, contento con la ilusión de que algo se ha hecho. Sin motivación para abordar causas estructurales, Myanmar seguirá atrapada en este ciclo.
Desmond es analista de desarrollo internacional en Myanmar y se centra en el proceso de paz y transición.
Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/opinion/guest-column/disaster-diplomacy-in-myanmar-a-convenient-narrative-for-the-intl-community.html