El Cairo ha puesto efectivamente las llaves de la producción industrial de Egipto en manos de un Estado históricamente enemigo.
Desde mediados de la década de 1990 las negociaciones sobre el gas natural entre Egipto e Israel han oscilado entre el secreto absoluto y la explotación política.
En 1994 se iniciaron las primeras conversaciones discretas sobre la posibilidad de exportar gas egipcio a Israel a través de gasoductos submarinos, en un momento en que el tratado de paz entre Egipto e Israel seguía siendo muy impopular y cualquier medida de este tipo se consideraba un riesgo político.
Sin embargo, los intereses económicos y los profundos vínculos de seguridad entre los servicios de inteligencia de ambos países impulsaron el asunto, que culminó en un acuerdo en 2005 para suministrar gas egipcio a Israel a precios preferenciales. Ese acuerdo provocó posteriormente un gran escándalo cuando se reveló que los precios estaban muy por debajo de los niveles del mercado mundial.
El acuerdo, implementado a través de la East Mediterranean Gas Company en coordinación directa con el Servicio General de Inteligencia de Egipto (GIS), acabó dando lugar a uno de los mayores casos de arbitraje internacional contra Egipto. Tras la revolución de 2011, con repetidos ataques al gasoducto del Sinaí, se interrumpieron los suministros de gas.
La Electric Corporation de Israel solicitó el arbitraje y, en 2015, ganó un laudo definitivo que le concedía una indemnización de 1.700 millones de dólares. Un caso similar fue presentado por la española Unión Fenosa después de que se cortara el suministro de gas a la planta de licuefacción de Damietta, propiedad en un 80% de los españoles. La empresa ganó 2.000 millones de dólares en concepto de indemnización.
Estas responsabilidades combinadas colocaron a El Cairo en una grave situación financiera y diplomática, lo que le llevó a buscar una solución para resolver todas las disputas de un solo golpe.
Esa solución consistía en que Egipto, que en su día fue exportador neto de gas, se convirtiera en importador de gas israelí. En febrero de 2018, la empresa israelí Delek Drilling anunció un acuerdo de 15.000 millones de dólares y 10 años de duración para exportar gas a Egipto. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, lo calificó como un «día de celebración» y declaró que reforzaría la economía, la seguridad y la posición regional de Israel.
Por su parte, el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi restó importancia a las críticas, insistiendo en que su Gobierno no era parte del acuerdo y que se trataba de un asunto puramente del sector privado, aunque todo apunta a que el verdadero artífice del acuerdo es el GIS, que en virtud de las enmiendas de 2022 a la Ley 100/1971 obtuvo el derecho a crear y participar en empresas.
¿Por qué Israel?
La pregunta clave sigue siendo: ¿por qué Israel específicamente? La respuesta radica menos en la economía que en la geopolítica. El acuerdo, impulsado este mes por un contrato récord de 35.000 millones de dólares que triplicará las importaciones de gas egipcias, forma parte de un esfuerzo más amplio por normalizar e institucionalizar nuevas alianzas regionales en el Mediterráneo oriental, integrando a Israel como proveedor energético y actor político central.
Sisi se ha posicionado ante Occidente como un interlocutor «moderado» con Israel, ofreciéndole un reconocimiento práctico y, a cambio, asegurándose un valioso crédito político en Washington y Tel Aviv, lo que garantiza su continuo respaldo, independientemente del historial de Egipto en materia de derechos humanos.
La presión estadounidense ha sido decisiva. Washington impulsó la creación del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental (EMGF, por sus siglas en inglés) en El Cairo en 2019, que reúne a Egipto, Israel, Grecia, Chipre, Italia, Jordania y la Autoridad Palestina, aunque excluye a Turquía y Rusia. El objetivo de Estados Unidos no era simplemente la «cooperación», sino convertir a Egipto en el puente de exportación del gas israelí a través de sus instalaciones de licuefacción en Damietta e Idku, reenviándolo a Europa y reduciendo la dependencia de la UE de Rusia.
Para Sisi, este papel prometía dividendos políticos mucho mayores que económicos, situándolo en el centro de un proyecto estratégico occidental. Se descartaron vías alternativas para la independencia energética, como el abastecimiento desde Argelia, Catar, Irán o incluso Rusia.
Tales opciones requerirían una diplomacia compleja, correrían el riesgo de situar a Egipto fuera de la órbita estratégica de Estados Unidos y, en algunos casos, implicarían a Estados firmemente alineados con el bando opuesto en Oriente Medio (en particular Irán y Rusia). En cambio, la opción israelí encajaba perfectamente con el eje geopolítico que había elegido El Cairo.
En la práctica, el acuerdo era más que un intercambio energético: redefinía la relación estratégica entre Egipto e Israel. La importación de gas israelí permitió a Egipto licuarlo en sus propias plantas, especialmente en Damietta e Idku, para reexportarlo a Europa, al tiempo que resolvía los casos de arbitraje con Tel Aviv y Madrid.
Sin embargo, lo que sobre el papel parece un acuerdo económico beneficioso para todas las partes oculta transformaciones más profundas que afectan al núcleo de la soberanía de Egipto sobre sus recursos.
Consideremos la estructura real del sector del gas en Egipto: incluso con el descubrimiento del gigantesco yacimiento de Zohr en 2015, promocionado como la salvación del equilibrio energético de Egipto, el Estado, a través de su sociedad holding EGAS, sólo posee alrededor del 40% de la producción. El resto se reparte entre la italiana Eni, la británica BP, la rusa Rosneft y la emiratí Mubadala, cada una de las cuales es libre de vender su participación al Gobierno o en el mercado libre.
En otras palabras, la tan repetida afirmación de «autosuficiencia» es en gran medida una ilusión contable; el llamado excedente es en su mayor parte propiedad de empresas, no del Estado.
Implicaciones evidentes
Es más, el actor más decisivo ha sido el propio GIS, que, en virtud de sus nuevas competencias legales, se ha convertido en un actor económico directo con participaciones energéticas y autoridad negociadora. Su influencia se ha extendido más allá del equilibrio energético interno de Egipto para remodelar las relaciones regionales en materia de gas de manera que sirvan a objetivos políticos más allá de El Cairo.
Aquí es donde el EMGF desempeña un papel fundamental. Para Washington, es una herramienta para rediseñar el mapa energético del Mediterráneo oriental, consolidar la posición de Israel como un elemento habitual en el orden regional y negar a sus rivales cualquier influencia en los mercados energéticos.
Respecto a Egipto, ha convertido al país en indispensable para la estrategia de exportación de gas de Israel, pero también ha vinculado su propia seguridad energética a una red de dependencias cuya toma de decisiones final recae en el extranjero.
Las implicaciones para la seguridad son evidentes. El gas israelí alimenta ahora las centrales eléctricas y las fábricas de Egipto, incluidas las que producen equipo militar. Esto coloca efectivamente las claves de la producción industrial de Egipto, e incluso de sus capacidades de defensa, en manos de un Estado que históricamente ha atacado a los soldados egipcios en la frontera.
En cualquier conflicto futuro, Israel podría, con una sola decisión, cortar el suministro de gas, sumiendo a Egipto en apagones, paralizando las fábricas y sus industrias bélicas.
La dependencia se extiende también a Gaza. El yacimiento Gaza Marine, descubierto en 1999 a unos 36 km de la costa, ha permanecido sin explotar debido al bloqueo israelí y la presión política. Ahora se está reactivando como parte de un paquete político-económico más amplio: la reconstrucción de Gaza, bajo un liderazgo palestino «aceptable» para Israel, con supervisión directa israelí del desarrollo y la producción.
En 2021, Egipto y la Autoridad Palestina firmaron un memorando de entendimiento para desarrollar el yacimiento y vender la mayor parte de su producción a Egipto, en virtud de acuerdos gestionados por empresas energéticas vinculadas al GIS. Esto no sólo vincula la seguridad económica de Gaza a Israel, sino que también convierte a El Cairo no en el garante de la independencia palestina, sino en el socio operativo de la estrategia de Tel Aviv.
Todo esto se está desarrollando en medio de un reajuste energético mundial. La guerra en Ucrania, las sanciones a Rusia y la urgente necesidad de Europa de diversificar el suministro de gas han convertido el Mediterráneo oriental en una alternativa atractiva.
Convertir a Israel en un actor central de este sistema sólo fue posible con la aceptación y la cooperación de los principales Estados árabes, entre los que destaca Egipto. El resultado es una densa red de gasoductos, plantas de licuefacción y contratos a largo plazo que garantizan la indispensabilidad de Israel para la seguridad energética de Europa durante las próximas décadas.
Una nueva ecuación
El acuerdo de 2018 se convirtió así en algo más que un acuerdo entre dos empresas. Es la encarnación de una nueva ecuación: un país que antes era dueño de sus recursos y exportaba su excedente ahora se encuentra dependiente de las importaciones de un vecino que ocupó su territorio y sigue ocupando territorio árabe, todo ello bajo la bandera de la «cooperación económica».
Aunque el Gobierno egipcio vende estas políticas como triunfos estratégicos, los hechos sobre el terreno sugieren algo más parecido a la renuncia a la influencia nacional a cambio de roles regionales asignados desde el extranjero.
En última instancia, no se trata sólo de una historia sobre el gas, sino de una historia sobre la soberanía y sobre cómo los recursos naturales pueden pasar de ser una fuente de fortaleza a una herramienta de sometimiento cuando se sitúan en el marco de alianzas políticas asimétricas.
Egipto, que durante mucho tiempo se ha autodenominado el corazón palpitante del mundo árabe y su columna vertebral en materia de seguridad, ahora comparte la decisión de abastecer de energía a sus fábricas y sistemas de defensa con un actor externo, lo que refleja cambios más profundos en el orden regional y la transformación de la energía de una mercancía a un arma geopolítica.
Taqadum al-Khatib es doctor por la Universidad de Princeton y la Universidad Libre de Berlín. También es el antiguo coordinador del dossier de comunicaciones políticas de la Asociación Nacional Egipcia para el Cambio (en árabe الجمعية الوطنية للتغيير).
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.