Quizás la crisis humanitaria que se vive a lo largo de los mil cuatrocientos kilómetros de frontera entre Chad y Sudán muestra sin tapujos la intensidad y las consecuencias de la guerra civil sudanesa.
El más de un millón de personas, cifra que se sigue incrementando día a día, que ya ha cruzado la frontera desde Darfur hacia el este chadiano, sumió a este país en una crisis humanitaria de proporciones inusitadas para una nación no beligerante.
Los recursos enviados desde N’Djamena son insuficientes para resolver no solo la situación de los recién llegados, sino la de los miles de locales que el maremágnum se ha llevado por delante, en áreas donde, desde mucho antes de este conflicto, ya tenían altos índices de pobreza, por lo que la salud, la educación y otros servicios básicos eran y siguen siendo inexistentes.
Mientras, los intentos del Gobierno del presidente Mahamat Idriss Déby por comunicarse con los líderes de los bandos que confrontan desde el 15 de abril de 2023 siguen siendo inútiles.
Ni el general de las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) Abdel Fattah al-Burhan, ni el líder del grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) Mohamed Hamdan Dagolo, conocido popularmente como Hemetti, parecen preocuparse por la suerte de los sudaneses que han conseguido llegar a Chad, ni por ninguno de los quince millones de desplazados internos que su guerra ha provocado.
En el interior de Sudán las necesidades siguen aumentando mientras la ayuda disminuye. La poca que sigue llegando se diluye por la corrupción, los saqueos constantes que sufren los convoyes de distribución, ya no solo por alguno de los bandos en pugna, sino por los diversos grupos de autodefensa armados que las comunidades han ido formando a lo largo de estos veintinueve meses.
Del lado de frontera del Chad, la situación no es diferente; con escasa financiación, las ONG están lejos de alcanzar a dar respuesta a las cada vez más urgentes necesidades de los refugiados. Los pocos campamentos que se han levantado se encuentran desbordados, y el anuncio de Donald Trump de terminar con la ayuda estadounidense, unos doscientos cincuenta millones de dólares, tres veces más de lo que aporta la Unión Europea, hace la situación más comprometida. En esos campamentos ya se registra mayor mortalidad y se espera que las tasas de desnutrición y enfermedades se desboquen.
La misma dinámica de la crisis ha facilitado la delincuencia e incluso los resquemores de los locales ante los recién llegados, a los que responsabilizan por el creciente aumento del precio de los alimentos, cuando hasta antes de la guerra las diferencias a uno y otro lado de la frontera eran prácticamente inexistentes. Prueba de ello es que miles de chadianos se encontraban radicados en el oeste de Sudán. En esa oleada de desplazados llegados que han cruzado la frontera desde abril del 2023, se estima que ya hay unos trescientos mil chadianos que han retornado a su país.
Esta situación agrega todavía más tensión al interior del Chad, y los intereses de los zaghawas, el clan del Déby Itno, que a raíz de la posición tomada frente al conflicto ha generado un cisma en la organización clánica más importante del país. Algunos de sus principales miembros han sido señalados de estar involucrados con el tránsito ilegal del armamento y otros insumos bélicos que los Emiratos Árabes Unidos (EAU) envían a las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) vía Chad.
El dejar hacer por parte de N’Djamena a la llegada constante a su territorio de material bélico para las FAR, financiado por Abu Dhabi, que más allá de lo evidente sigue siendo negado por los emiratíes, ha provocado serias advertencias por parte del ejército del general al-Burhan.
En vista de que las FAS puedan intentar neutralizar, por medio de un ataque abierto o sabotajes, la distribución de armas llegadas a Chad, para luego ser entregadas a las FAR, N´Djamena intenta restaurar la neutralidad que proclamó al inicio de la guerra, incrementando la ayuda de emergencia en las regiones del este del país e impulsando su desarrollo económico.
La gran mayoría de los refugiados que hoy se encuentran en el este del Chad han llegado desde los estados sudaneses de Darfur Occidental y Darfur Septentrional. Pertenecen a grupos étnicos no árabes (fur, massalit) que ancestralmente se han localizado a ambos lados de la frontera y se han radicado en las provincias chadianas de Ouaddaï, Sila, Wadi Fira y Ennedi Oriental.
En estos lugares, donde la ayuda es prácticamente inexistente, se han generado tensiones que derivaron en enfrentamientos que se han saldado con heridos que prometen nuevos choques a medida que la crisis no se resuelva. Ya aparece el rechazo al “extranjero” mientras se incrementa el sentimiento nacionalista apañado por el miedo a perder lo poco que poseen. Agita los fantasmas que se despiertan en cualquier conflicto similar en cualquier lugar del mundo.
Las ONG que trabajan en el territorio han denunciado hechos de violencia contra refugiados, en especial contra mujeres sorprendidas fuera de los campamentos, que han denunciado violaciones y palizas.
Visitas molestas
En medio de esta crisis fronteriza se encuentra la provincia chadiana de Ouaddaï, a donde ha llegado el cincuenta por ciento del total de refugiados desde el comienzo de la guerra civil sudanesa.
Las condiciones de vida en la ciudad de Adré, el principal centro de recepción de refugiados sudaneses en Chad, son lamentables. Allí se preparaba a los contingentes para ser reubicados en diferentes campamentos y centros de acogida, más alejados de la frontera, pero sus capacidades de admisión fueron rápidamente sobrepasadas.
Esta contingencia hizo que la población de Adré aumentara de veinte mil hasta antes de la guerra a un cuarto de millón de personas en la actualidad, provocando una disparada en el costo de vida, un incremento en el desempleo y el brote de enfermedades vinculadas a la falta de aguas potables, por lo que se espera de manera inminente un brote de cólera en la ciudad, mientras que en otros lugares de la provincia ya se han registrado unos trescientos casos.
La combinación de estos factores, sumados al incremento de robos, ha predispuesto a la población local contra los refugiados, obligando a las fuerzas de seguridad a intervenir de manera constante para evitar que las peleas se desborden en episodios como el sucedido en mayo pasado, cuando un ladrón de un teléfono celular, al verse rodeado por la policía, lanzó una granada, lo que hirió a varios agentes.
En otros campamentos como los de Metche y Ourang, las autoridades han reservado lugares especiales para menores que han llegado solos, sin familiares, lo que ha permitido la conformación de bandas dedicadas al robo y al tráfico transfronterizo de drogas, alentadas por cárteles ya instalados a uno y otro lado de la frontera.
A medida que las brigadas de las Fuerzas de Apoyo Rápido intensifican sus operaciones en Darfur, entre las que se cuentan la limpieza étnica de la población no árabe, los contingentes de desplazados llegan a las provincias de Wadi Fira y Ennedi Est, al norte de la de Ouaddaï. Desde abril pasado, se estima que los nuevos refugiados ya superan los cien mil. La gran mayoría de ellos, parte de los quinientos mil que se vieron obligados a abandonar el campamento de Zamzam, a unos quince kilómetros de la ciudad de El Fasher, la capital de Darfur del Norte, controlada por el ejército sudanés y que desde hace casi dos años se encuentra sitiada por las FAR. Epicentro de la más importante batalla que libra en la actualidad en Darfur. (Ver: Sudán: en el corazón del tornado).
Zamzam fue asaltado y saqueado por las FAR, donde, además de poner en fuga a medio millón de pobladores, asesinaron a mil quinientas personas. En Darfur existen más de una docena de campos de desplazados, como el de Tawila, a unos doscientos kilómetros del Chad, que sin dudas será un próximo objetivo de las FAR, lo que generará que su población, que ya sobrepasa los trescientos mil, tarde o temprano comenzará a drenar hacia la frontera.
Para el Gobierno del presidente Deby la guerra sudanesa, en el marco de la situación interna de su país, podría significar nuevas tensiones. La crisis sudanesa ha alentado a muchos de sus hombres a incorporarse a milicias zaghawas aliadas del general al-Burhan, que, a la vuelta de esta guerra, podrían intentar enfrentar al gobierno de N´Djamena, utilizando las diferencias hacia el interior del clan zaghawa para agitar los fantasmas de siempre.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalG
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