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China, 1949-2025

La Larga Marcha no ha terminado

Fuentes: Rebelión

(Segunda parte del díptico sobre la historia de la República Popular China cuyo título se refiere al poema de Mao Zedong, de 1935. Se centra en el despegue chino propiciado por el socialismo de mercado).

Junio de 1989 fue uno de los momentos más peligrosos para el socialismo chino: Estados Unidos arremete contra China, con sanciones económicas y acoso en los organismos internacionales, y en el verano se abre la crisis del socialismo europeo, donde en agosto cae el gobierno comunista polaco, después se disuelve el partido de los comunistas húngaros, MSZMP, y en noviembre desaparece el muro de Berlín. El retorno al capitalismo en toda Europa oriental y el golpe final con la ilegal y fraudulenta disolución de la Unión Soviética en 1991, una traición en toda regla, fue una derrota de dimensiones históricas que el PCCh tuvo muy presente para modular los cambios económicos y políticos. Los liberales chinos se refuerzan entonces y aparecen sectores que abogan por levantar una economía semejante al capitalismo occidental, pero el país pudo mantener la estabilidad impulsando un proceso de «rectificación económica», controlando los precios, aumentando la producción y dedicando mayor atención y recursos a la sanidad, las pensiones y la vivienda, aunque tuvo que afrontar con enormes dificultades el acoso político de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.

Se mantuvo la reforma y se abrieron bolsas de valores en Shanghái y Shenzhen, y se levanta la Nueva Área de Pudong en Shanghái. El PCCh concluye que el análisis sobre la evolución y la reforma debía tener presente si desarrollaba las fuerzas productivas, si elevaba el nivel de vida y si contribuía al fortalecimiento del socialismo. Jiang Zemin introduce entonces el concepto de «economía socialista de mercado». Pero la desaparición de la Unión Soviética, además de suponer un serio aviso para el PCCh y para todo el movimiento com111unista mundial, abrió un peligroso vacío en las cinco repúblicas de Asia central, con guerras y golpes de Estado y una creciente inestabilidad durante años causada por los yihadistas apoyados por Estados Unidos: Pekín decide en el año 2000 que deben reforzarse la fronteras del oeste de China y establece relaciones con otros países sobre la base de los cinco principios de coexistencia pacífica. En 1995, China había diseñado ya una nueva política exterior, rechazando los bloques de la guerra fría, y su diplomacia insiste en evitar enfrentamientos y que algunos países intervengan militarmente en otros, en clara referencia a Estados Unidos.

En la última década del siglo XX China supera la crisis financiera asiática de 1997, iniciada con las devaluaciones de Thailandia, Malasia, Indonesia y Filipinas, y que afecta duramente a Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán. En esa década, China se lanza a desarrollar el oeste del país con nuevas líneas de ferrocarril, carreteras y aeropuertos, gasoductos y proyectos hidráulicos, y después las regiones centrales. Consigue poner fin a la habitual escasez de cereales, acaba con el analfabetismo, desarrolla las infraestructuras y se propone terminar con la pobreza (que afectaba a unos ochenta millones de personas) en siete años. El PCCh y el gobierno sitúan entre sus objetivos la protección del medio ambiente, una campaña permanente para evitar la contaminación atmosférica y de las aguas, y se empieza a reforestar el norte del país (el problema de las tormentas de arena afectaba mucho a Pekín y Tianjin). También se mejora la primacía de las leyes por encima de cualquier otra consideración: se pretende construir un Estado de derecho socialista, concepto que se introdujo en la Constitución en 1999, y se define la economía socialista de mercado como la síntesis de economía socialista y mercado, con predominio de la propiedad pública, tanto estatal como colectiva en diferentes ámbitos. Una fórmula la resume: «el Estado regula el mercado, y el mercado orienta a las empresas», es decir, el mercado distribuye los recursos, controlado por el Estado. En el sector financiero y en la fiscalidad se organiza un estricto control por el Banco Popular de China, con la definición de los impuestos que nutren al gobierno y los que atañen a gobiernos locales. Se reforma el sector textil, el de materiales de construcción y el metalúrgico, la minería, reduciendo el número de trabajadores en empresas estatales y asegurando nuevos empleos para quienes dejan de trabajar en ellas. A final de siglo se completó la reforma de las empresas estatales, que empezaron a ser rentables, y se apuesta por el predominio de la economía de propiedad pública, insistiendo en la eficacia y la igualdad. Así, en 1997 se había cuadruplicado el volumen de la economía china de 1980.

En 2001, China ingresa en la Organización Mundial del Comercio, que agrupa en ese momento a más de 140 países. El cálculo estadounidense es apoderarse de buena parte de la economía china y estimular así su conversión al capitalismo: fue uno de los grandes errores estratégicos de Washington, porque China consigue capitales y tecnología extranjera y se convierte en la fábrica del mundo, aumentando su reserva de divisas: si quince años atrás apenas disponía de 5.000 millones de dólares, en los primeros años del siglo XXI cuenta ya con más de 250.000 millones de dólares. La nueva China se fortalece con rapidez. El mismo año, se crea la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS, que cuenta hoy con ocho países miembros y otros observadores y socios, y en 2009 se celebra la primera cumbre de los BRICS+, asociación que China impulsa decididamente.

La creación de la SASAC (Comisión Estatal para Supervisión y Administración de Activos del Estado) en 2003 permite supervisar con eficacia las empresas públicas. Hay que recordar que casi todas las más importantes empresas chinas son públicas y de las mayores del mundo en su sector, como China Mobile, el banco ICBC, China Construction Bank, PetroChina, Bank of China, la petrolera SINOPEC, o China Life (de seguros, de las más importantes del planeta). En 2006 se lanzó el Programa Nacional para el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (2006-2020), con el objetivo de alcanzar el desarrollo tecnológico de los países avanzados, y se suprimió el tributo agrícola que pagaban los campesinos por la superficie de tierra o por la producción. En ese año, eran unos 800 millones de campesinos y la agricultura suponía el 13 % del PIB, frente al 86 % de la industria y los servicios. La capacidad de sacrificio, el trabajo constante de los campesinos y de científicos como Yuan Longping (el ingeniero agrónomo que hizo posible un arroz más productivo y que pretendía conseguir quince toneladas de arroz en cada hectárea) reforzó la agricultura, y ha evitado el hambre en muchas regiones del mundo. Junto a éxitos innegables, como los Juegos Olímpicos de 2008 y, dos años después, la Exposición Universal de Shanghái, China también recibió duros golpes: el brote del síndrome respiratorio, SARS, de 2003; los graves disturbios en Lhasa y el Tíbet en marzo de 2008, y el grave terremoto de Sichuán en mayo del mismo año; y los saqueos y asesinatos en julio de 2009 en Xinjiang. Tanto en el Tíbet como en Xinjiang se constató la mano de organizaciones independentistas financiadas por Estados Unidos.

En 2010, China se había convertido ya en la segunda economía del mundo, había completado el entramado jurídico del socialismo e incluyó entre sus objetivos alcanzar una «civilización ecológica»: dos años antes había creado el Ministerio de Protección del Medio Ambiente porque el rápido desarrollo industrial causó un serio deterioro del entorno natural, de forma que en 2017 se optó por una civilización ecológica como “Plan del Milenio”. En 2024 se habían invertido 835.000 millones de euros en energías renovables y limpias, y se ha puesto freno a la desertización en el norte de China con el cinturón verde, gracias a una política de reforestación que ha conseguido notables avances.

Esta última década está marcada por la dirección de Xi Jinping. En 2012, el XVIII Congreso elige a Xi y busca crear una sociedad «moderadamente próspera» para 2021, culminando la transformación de China en un país socialista moderno en 2049. En 2013, durante una inspección en la pequeña aldea de Shibadong, en Hunan, Xi Jinping lanzó la campaña para erradicar por completo la pobreza que movilizó a casi tres millones de personas para ayudar a las poblaciones pobres y que ha sido culminada con éxito. En 2015 se propuso el objetivo de asegurar en 2020 que todos los habitantes de las zonas rurales tuviesen asegurada alimentación y vestimenta, educación obligatoria completa, asistencia médica básica y vivienda. En ese año, 1.000 millones de personas estaban apuntadas al seguro de vejez básico, y 1.380 millones al seguro médico, y China ha conseguido mantener el empleo estable para toda la población. El seguro médico ofrece una cobertura básica universal, que en 2023 llegaba al 95 % de la población. El sistema de seguridad social abarca las pensiones, sanidad, desempleo, trabajo y vivienda. Las pensiones aseguran cobertura para trabajadores urbanos y rurales, y la edad de jubilación se sitúa en los 60 años para hombres, 55 para mujeres en empleos administrativos, y en 50 para las obreras. También un seguro de desempleo hasta 24 meses, otro para accidentes de trabajo, y licencia por maternidad de, al menos, 98 días. La vivienda se adquiere en el mercado privado o se accede a viviendas sociales con alquileres económicos y viviendas en propiedad con algunas restricciones. Uno de los problemas son los elevados precios de las viviendas en las grandes ciudades, Pekín, Shanghái, etc, que alcanzan doce veces el salario anual medio, y donde los alquileres superan los mil quinientos euros en el centro urbano, aunque depende del tipo de vivienda, en los barrios de la periferia es menor; las viviendas sociales cuestan unos 200 euros mensuales, aunque hay listas de espera para acceder a ellas. En 2025, por ejemplo, está prevista la construcción de 6’5 millones de viviendas sociales.

Junto a ello, se asegura el acceso a museos, galerías, bibliotecas y entidades culturales en todo el país: China cuenta con más de 45.000 centros culturales, unas 3.300 bibliotecas públicas, unos 7.000 museos, más de 1.000 radios, y la televisión central, CCTV, con más de cincuenta canales; y la CGTN, con seis canales y emisiones en castellano, ruso, inglés, francés, coreano y árabe; además de televisiones provinciales en las veintitrés provincias, cinco regiones autónomas y cuatro municipios (como Pekín TV, Hunan TV, Shanghái Media Group). Todas son de propiedad pública, y en 2025 estarán completamente digitalizadas. Hoy, existen más de quinientos Institutos Confucio en unos 150 países para difundir la lengua y la cultura china.

China ha pasado de impulsar un rápido crecimiento económico a buscar un desarrollo innovador, sostenible, de alta tecnología. En el XIX Congreso, en 2017, Xi Jinping insistió en la importancia de combatir las desigualdades que había creado el desarrollo, y el XX Congreso, en 2022, consideró que la contradicción principal es el contraste entre la demanda popular que quiere mejorar sus condiciones de vida y el insuficiente desarrollo, con desequilibrios entre regiones. Junto a ello, el gobierno identifica los objetivos más arduos: anular los riesgos más importantes (con la mirada puesta en el imperialismo estadounidense), impedir la pobreza y eliminar la contaminación. En 2013, el gobierno aprobó el Plan contra la contaminación atmosférica y para asegurar la pureza de las aguas. Se pretende también culminar la modernización en 2035, y levantar para mediados de siglo un «poderoso país socialista moderno». En esa línea, China ha impulsado la nueva ruta de la seda, o Iniciativa de la Franja y la Ruta, con el plan para el desarrollo conjunto de Pekín-Tianjin-Hebei, la Franja Económica del río Yangtsé y la Gran Área de la Bahía de Cantón-Hong Kong-Macao, además de la nueva área de la futurista Xiong’an para descongestionar Pekín, entre otros muchos proyectos.

El sistema político está basado en la Asamblea Popular Nacional, con organismos locales para la participación popular como los comités campesinos y de barrios. El proceso electivo de los diputados de la APN es indirecto: los ciudadanos eligen a los diputados de las Asambleas Populares locales, y esos diputados locales eligen a la Asamblea Provincial; finalmente, los diputados provinciales eligen a quienes serán sus representantes en la APN. Una Asamblea Popular provincial tiene entre quinientos y mil diputados, según su población. En 2025 existen más de 550.000 comités en pequeñas localidades y unos 110.000 comités urbanos. La participación es muy alta: en las elecciones para la APN de 2016 en pueblos y distritos participaron más de 900 millones de personas, y en las de 2021, más de 1.100 millones. El Consejo de Estado (o gobierno) es responsable ante la APN. Además, la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, CCPPCh, donde están representados ocho partidos además del Partido Comunista, desempeña también una importante función. En cuanto a la satisfacción de los chinos con su sistema político, la Universidad de Harvard concluyó en 2021 que era del 93 %, y otras encuestas han ofrecido resultados similares: el informe de 2024 de la Alliance of Democracies, AoD (una entidad danesa poco sospechosa de sesgo prochino: la fundó Anders Fogh Rasmussen tras dejar la secretaría general de la OTAN), afirma que para el 92 % de la población la democracia es importante, el 79 % defiende que China es democrática, el 91 % que el gobierno defiende los intereses de la mayoría de la población y no los de un pequeño grupo, y el 85 % que todas las personas tienen los mismos derechos.

En las «dos sesiones» de 2025, el gobierno fijó el crecimiento para este año en el 5%, seguir impulsando la investigación (inteligencia artificial y tecnología cuántica), combatir el cambio climático, un aumento del 7% del presupuesto militar, que está en unos 300.000 millones de dólares; hacer frente a los aranceles de Trump, estimular la natalidad, e impulsar la energía eólica y solar. Pero el acoso estadounidense es un serio problema para el futuro: en 2006, el Pentágono señaló a China como objetivo a neutralizar, y Obama impulsó el «giro a Asia» que Washington mantiene con una concepción militarista que mueve sus hilos: la empresa CK Hutchison Holdings Ltd., del plutócrata más rico de Hong Kong, Li Ka-shing, iba a vender sus negocios portuarios en el canal de Panamá a la empresa estadounidense Black Rock, pero el organismo antimonopolio chino bloqueó la venta. Por el canal de Panamá, esencial para el transporte marítimo del planeta, pasa el 6 % del comercio marítimo mundial, y la marina mercante china representa el 21 % del volumen de carga, por lo que es una ruta fundamental para el comercio entre China y América Latina y el Caribe. El gobierno estadounidense y el propio Trump han afirmado públicamente que la influencia del Partido Comunista de China en el canal de Panamá es demasiado relevante y que, en caso de conflicto, Pekín podría cerrar el canal, prohibiendo el paso de barcos estadounidenses, incluidos buques de guerra. China niega la versión de que «controla el canal». A ese acoso se une la constante difusión de mentiras, como se hizo años atrás con la «noticia» del Daily Mail de la pantalla gigante en Tiananmén que mostraba la salida del sol: supuestamente, como los pekineses no lo podían ver por la contaminación, el gobierno había puesto esa pantalla. En realidad, era un reclamo turístico de una región china, pero la manipulación fue recogida por toda la prensa occidental. O como el documental de Channel Four, Las habitaciones de la muerte, con orfanatos donde supuestamente dejaban morir a niñas chinas con minusvalías.

¿Hay problemas? Por supuesto: envejecimiento de la población, la función futura de los chinos que se han enriquecido como Jack Ma, control de las desigualdades creadas por el crecimiento económico, escasez de tierras agrícolas, cambio climático mundial. Hacia 1990, China se había propuesto no superar los 1.300 millones de habitantes en el año 2000 y estableció un estricto control de la natalidad de forma que el índice de fecundidad se sitúa en 1’8 por mujer, es decir, se reduce la población. Hoy, la situación es otra y el envejecimiento es un serio problema para el futuro. Ya en 1989, el PCCh lanzó un serio aviso sobre la corrupción, con la campaña llamada de «los tres énfasis» que llamaba a los militantes a insistir en el estudio, la política y la honradez. Por eso, el PCCh instruye a sus miembros en la ética personal, el rechazo a la burocracia, el liberalismo y el abuso de poder, y los insta a vincularse todavía más con la población. Sin olvidar la inspección, el control y supervisión a todos los niveles, incluso a los principales dirigentes, a través de la Oficina Anticorrupción de la Fiscalía Popular. Un ejemplo bastará: en el lustro entre 1997 y 2002, más de ochocientas mil personas fueron sancionadas, se abrieron 37.000 procesos judiciales, y unos 135.000 militantes fueron expulsados del partido. En 2008 se lanzó una campaña, que duró casi dos años y en la que participaron 75 millones de militantes del PCCh, sobre las formas del desarrollo y la práctica llevada a cabo, que examinó comportamientos irregulares y nocivos en más de un millón de casos, de forma que hasta 2o12 se examinaron más de 600.000 casos de corrupción y fueron sancionadas 670.000 personas. Porque el veneno de la corrupción ha alcanzado incluso a algunos ministros. Ahí está la figura de Ling Jihua (que con Hu Jintao fue director de la Oficina General del Comité Central) condenado por corrupción tras el asunto de la muerte de su hijo en el accidente del Ferrari. O Lei Zhengfu, responsable de Beibei, junto a Chongqing, que fue condenado por corrupción. Y Chen Liangyu, alcalde de Shanghái y miembro del Comité permanente del Buró Político del PCCh, condenado en 2008 y expulsado del partido por el fraude de pensiones; precisamente fue sustituido por Xi Jinping. Sin olvidar el juicio público a Bo Xilai en 2012, y los casos de Zhou Yongkang, Xu Caihou y el ex jefe del ejército, el general Guo Boxiong, que ilustran la campaña que impulsó Xi Jinping contra «los tigres y las moscas» de la corrupción. En estos últimos años, decenas de miles de personas han sido condenadas por corrupción, y en 2018, por ejemplo, recibieron sanciones disciplinarias más de medio millón de militantes del PCCh.

La nueva política, con la reforma de Deng, supuso que en los años ochenta se redujese notablemente la ayuda a los comunistas del sudeste asiático, África, y América Latina. Si el viaje de Nixon en febrero de 1972 inicó las relaciones con Estados Unidos, a partir de 1989 empeoraron. Con Trump siempre han sido malas, desde 2017. Con Japón, China estableció intercambios diplomáticos en 1972. Con Israel, Pekín lo hizo en 1992, y apoyó los acuerdos de Oslo. Con Rusia existe un pacto estratégico. China propone un nuevo tipo de relaciones internacionales, construir un «futuro compartido» para la humanidad (así lo denominan) y la reforma de las estructuras de gobernanza global, como la ONU.

Las protestas de Tiananmén en 1989 fueron un serio riesgo para la estabilidad política del país, exageradas y difundidas hasta el hartazgo por la propaganda occidental, que sigue recurriendo a ello cada 4 de junio, como sigue manipulando sobre Taiwán (ignorando que siempre ha sido parte de China), el Tíbet, Xinjiang, Hong Kong, el Mar de China meridional o con el recurrente y falso «expansionismo chino». La fantasmal «revuelta del jazmín», en febrero de 2011, fue otro intento de desestabilizar China, tras la gran campaña que lanzó Estados Unidos y sus aliados occidentales con la figura de Liu Xiaobo, defensor de la invasión estadounidense de Iraq, del apartheid palestino y de que China se «occidentalizara». En Pekín los servicios occidentales hicieron correr rumores de concentraciones en Wangfujing los domingos a las que acudieron sobre todo periodistas extranjeros y el embajador estadounidense John Huntsman. Las referencias occidentales son siempre al «movimiento por la democracia», ocultando la evidente intromisión de los servicios secretos estadounidenses que facilitaron recursos y materiales de todo tipo para estimular las protestas, como después se hizo en 2014 con el Maidán ucraniano, al que siguió el golpe de Estado, y en la preparación de la denominada «revolución de los paraguas» en Hong Kong el mismo año, o recientemente en Georgia.

En 2025, China crecerá un 5 %, la población urbana llegará al 70 %, creará doce millones de puestos de trabajo, e impulsará fuertemente el I+D, y es el país que registra más nuevas patentes en el mundo. Zhongguancun, distrito tecnológico de Pekín, es uno de los centros de la investigación china en inteligencia artificial, como el Instituto de Automatización (BAAI) y las universidades de Pekín; el Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial de Shanghái (SAIRI), el Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial de la Universidad de Zhejiang (ZJU), en Hangzhou; y el Instituto de Tecnología Avanzada (SIAT), y el Tencent AI Lab, como Huawei, Tencent, ZTE, en Shenzhen. Desde DeepSeek a Unitree Robotics, que está desarrollando robots humanoides, China acelera en IA. Kai-Fu Lee aseguraba no hace mucho que Silicon Valley ya parece lento en comparación con los avances chinos en inteligencia artificial. Pero la fortaleza estadounidense sigue siendo muy relevante. La computación cuántica será el siguiente salto tecnológico, e institutos públicos chinos y empresas como Tencent, Baidu y Alibaba trabajan intensamente en su desarrollo.

Pekín también ha reducido a casi la mitad los bonos del Tesoro estadounidenses que poseía en 2013; ahora, tiene 750.000 millones de dólares. En su primer mandato, Trump subió los aranceles al 19 % a casi tres cuartas partes de las exportaciones chinas que llegaban a Estados Unidos, y Biden los mantuvo. Ahora, Trump los aumenta de nuevo. Pero Estados Unidos no va a ganar esta guerra comercial, y el ascenso pacífico de China es evidente: en los últimos cuarenta y cinco años no ha participado en ninguna guerra, ni ha invadido ningún país, a diferencia de Estados Unidos. La cita de Alaska, en marzo de 2021, fue un punto de inflexión en la política exterior china. Antony Blinken y el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, lanzaron duros ataques contra China, aludiendo con mentiras a Xinjiang, Tíbet, Hong Kong y Taiwán, pero recibieron una contundente respuesta de Yang Jiechi y del ministro Wang Yi. Los estadounidenses no estaban acostumbrados a que se denunciaran sus invasiones, golpes de Estado y matanzas, y se les exigiera públicamente coherencia. La nueva China muestra la fuerza del socialismo, y no hubiera sido posible sin la victoria del Partido Comunista en 1949. Es más: es posible que sin el triunfo de la revolución, China hubiera sido despedazada por Occidente. La Larga Marcha no ha terminado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.