Cuando Trump asumió la presidencia en 2025, los gobiernos de la «Marea rosada» en América Latina estaban perdiendo terreno. La popularidad del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva había caído al nivel más bajo de sus tres mandatos, mientras que la del colombiano Gustavo Petro se situaba en apenas un 34 por ciento. Además, tras los controvertidos resultados de las elecciones presidenciales de julio de 2024 en Venezuela, Nicolás Maduro quedó aislado en la región.
Ahora, menos de un año después, el panorama político ha cambiado. Las mamarrachadas de Trump —como rebautizar el Golfo de México, usar los aranceles como arma política y ordenar acciones militares en el Caribe y el Pacífico— han dado nuevo impulso a los gobiernos de la «Marea rosada» y a la izquierda en general. América Latina ha respondido a su invocación de la Doctrina Monroe con una oleada de sentimiento nacionalista, manifestaciones multitudinarias y denuncias de líderes políticos de casi todo el espectro, incluidas algunas del centro-derecha.
Mientras Estados Unidos aparece como una potencia hegemónica en declive y poco confiable, China se proyecta como defensora de la soberanía nacional y como una voz de la razón en materia de comercio e inversión internacional. Cuando Trump impuso en julio un arancel del 50 por ciento a la mayoría de las importaciones brasileñas, los chinos intervinieron para ayudar a llenar el vacío en las vitales exportaciones de soya del país.
Lula contra Trump
En julio, Lula respondió desafiante al intento de Trump de presionar a Brasil mediante aranceles punitivos destinados a lograr la liberación de su aliado Jair Bolsonaro, encarcelado por su implicación en complots golpistas y de asesinato. A diferencia de otros jefes de Estado, Lula se negó a comunicarse con Trump, afirmando: “No voy a humillarme”. Además, declaró que “Brasil no será tutelado por nadie”, al tiempo que recordó el golpe de Estado de 1964 como un precedente de la intervención estadounidense.
El enfrentamiento desató multitudinarias manifestaciones progubernamentales en todo el país, que superaron ampliamente a las convocadas por la derecha para exigir la liberación de Bolsonaro. Los simpatizantes de Lula culparon a la derecha por los aranceles, y en particular a Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, quien los promovió desde Washington. Lula calificó a Jair Bolsonaro de “traidor” y sostuvo que debía enfrentar un nuevo juicio por ser responsable del llamado “impuesto Bolsonaro”. Como señal de que los aranceles de Trump marcaron un punto de inflexión y dieron un impulso a la izquierda, el propio Lula, de 80 años, anunció que se postulará a la reelección en octubre de 2026, al mismo tiempo que su popularidad alcanzó el 50 por ciento.
Algunos analistas criticaron a Lula por no haber aprovechado su videoconferencia de treinta minutos con Trump, realizada el 6 de octubre, para condenar la diplomacia de cañonero de Washington en el Caribe. Según esta interpretación de la llamada, Lula habría mostrado ingenuidad y falta de firmeza al combinar “preocupación y oportunismo» frente al imperialismo estadounidense” y al suponer que “las negociaciones se regirían por una lógica de ‘ganar-ganar.’”
De hecho, Lula se ha pronunciado en contra de la presencia militar estadounidense, a la que calificó de “factor de tensión” en el Caribe, región que él considera una “zona de paz”. Sin embargo, Lula sin duda podría haber ido más lejos, como lo instó el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) —que respaldó su última candidatura presidencial— al declarar explícitamente su solidaridad con Venezuela.
Pero difícilmente se puede acusar a Lula de sumisión en su trato con Trump. El exviceministro venezolano para América del Norte, Carlos Ron, me comentó que tanto Lula como Sheinbaum han demostrado que “saben cómo manejar a Trump”, pues “han obtenido mucho de lo que querían”. Por cierto, al mismo tiempo que Trump dio marcha atrás en sus amenazas arancelarias contra ambas naciones, comenzó a elogiar a los dos jefes de Estado.
Un frente unido en gestación
En Brasil y en otros países de la región está surgiendo un nuevo alineamiento que reúne fuerzas tanto a la derecha como a la izquierda del gobierno, en reacción a la postura de Washington. Un ejemplo notable fue el nombramiento, en octubre, del activista del Movimiento de Trabajadores Sin Techo y excandidato presidencial Guilherme Boulos como ministro de la Presidencia. Boulos pertenece al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), una escisión de izquierda del Partido de los Trabajadores de Lula que había respaldado su candidatura presidencial de 2022, pero había descartado ocupar cargos en su gobierno.
Boulos, quien desempeñó un papel clave en la organización de las recientes protestas contra el aumento de los aranceles impuesto por Washington, habló sobre el significado de su designación: “Lula me dio la misión de ayudar a poner al gobierno en la calle… y escuchar las demandas populares”. Su nombramiento marca un giro a la izquierda en el que, según el medio con sede en Miami CE Noticias Financiera, “Lula demostró que entra a las elecciones de 2026 listo para la guerra. Una guerra a su manera, con la participación de los movimientos sociales”.
Venezuela es otro ejemplo de cómo actores políticos de la mayor parte del espectro ideológico coinciden en la necesidad de un frente amplio para oponerse a la agresión de Estados Unidos en la región. Ningún otro gobierno de la «Marea rosada» ha enfrentado una sucesión tan rápida de intentos de cambio de régimen y desestabilización como el de Venezuela bajo el gobierno de Nicolás Maduro. La respuesta bolivariana ante estos desafíos se ha desviado en ocasiones de las normas democráticas, incluyendo concesiones a los intereses empresariales, lo que ha generado duras críticas tanto de sectores moderados como de corrientes más radicales de la izquierda.
Uno de los líderes que se inscribe en la categoría radical es Elías Jaua, antiguo miembro del círculo íntimo de Chávez, cuyas posturas de izquierda en materia económica y su defensa de la democracia interna dentro del partido lo dejaron marginado del movimiento chavista. Pero ante la amenaza militar de Estados Unidos en el Caribe, Jaua ha cerrado filas con Maduro y denunciado la “guerra psicológica” que se libra contra el presidente. En este momento crítico, afirmó que es necesario “anteponer la tranquilidad del pueblo a cualquier posicionamiento ideológico, político o avieso interés”, y añadió: “¡La Patria está primero! ¡Viva Venezuela!”.
Otras figuras políticas de larga trayectoria que han respaldado el llamado de Maduro a un diálogo nacional para enfrentar la amenaza estadounidense —sin pasar por alto las presuntas prácticas antidemocráticas— incluyen a dirigentes del centro e incluso del centroderecha del espectro político, entre ellos los ex candidatos presidenciales Henrique Capriles, Manuel Rosales y Antonio Ecarri.
Otros son izquierdistas moderados que ocuparon cargos importantes durante el gobierno de Chávez o que en los años noventa militaron en el partido de izquierda moderada Movimiento al Socialismo (MAS). Uno de ellos es Enrique Ochoa Antich, quien presentó una petición firmada por 27 destacadas figuras opositoras moderadas en la que se afirmaba que “resulta desalentador ver a un sector extremista de la oposición” respaldando las sanciones y otras acciones de Estados Unidos. Ochoa Antich propuso un diálogo con representantes del gobierno “sobre la mejor manera de fomentar la unidad nacional y defender la soberanía”, añadiendo: “Con los pies en la tierra no voy a pedir que se suprima el partido-Estado.”
Esta postura, que ve a Maduro como un aliado frente a la injerencia estadounidense, contrasta marcadamente con la del Partido Comunista de Venezuela (PCV), que se deslindó del gobierno en 2020 por su orientación proempresarial y por marginar a sectores de la izquierda. Al mismo tiempo que denuncia la agresión imperialista, el PCV señala el “carácter autoritario y antidemocrático del gobierno de Maduro”.
Si bien las críticas del PCV son materia de debate, la postura de hostilidad irreductible del partido frente a Maduro debilita los esfuerzos para enfrentar la agresión estadounidense. De hecho, la posición del PCV —respaldar al gobierno cubano mientras califica al venezolano de antidemocrático— resulta inconsistente.
En Argentina, Trump salió en auxilio de la derecha en lo que probablemente termine siendo una victoria pírrica. En la víspera de las elecciones legislativas de octubre de 2025, ofreció un rescate de 40 mil millones de dólares para la economía argentina, pero solo a condición de que el partido del presidente ultraderechista Javier Milei saliera triunfante, que fue precisamente lo que ocurrió. El chantaje de Trump fue denunciado como tal por figuras políticas que iban desde dirigentes peronistas vinculados a los gobiernos de la Marea rosada hasta centristas que habían sido algunos de sus críticos más severos. Facundo Manes, líder de la centrista Unión Cívica Radical, fue un ejemplo de estos últimos al declarar que “la extorsión avanza”.
Mientras tanto, en las calles de Buenos Aires, las pancartas de protesta contra Milei exhibían consignas antiestadounidenses como “Yankee go home” y “Milei – Mulo de Trump”, además de la quema de una bandera de Estados Unidos.
Esta convergencia en torno a la necesidad de enfrentar las amenazas y acciones de Trump abre una oportunidad para que los sectores progresistas de todo el continente se unan. El llamado a esa unidad fue asumido por el Foro de São Paulo, una agrupación que reúne a más de un centenar de organizaciones de izquierda latinoamericanas y que Lula ayudó a fundar en 1990. Al inicio del primer gobierno de Trump, en 2017, el Foro elaboró el documento “Consenso de Nuestra América” como respuesta al neoliberal Consenso de Washington y a la intensificación del intervencionismo estadounidense en el hemisferio.
Al mismo tiempo que defendía el pluralismo de los movimientos progresistas y evitaba el término “socialismo”, el documento de Consenso preveía la elaboración de un conjunto más concreto de reformas y objetivos. Sin embargo, ese paso esperado nunca se materializó. Más recientemente, el analista y estratega cubano Roberto Regalado lamentó que, pese a la urgente necesidad de unidad, “lejos de consolidarse y expandirse, el ‘Consenso de Nuestra América’ languideció”.
Trump y la derecha latinoamericana
Gran parte de la derecha latinoamericana ha apostado su futuro político al presidente Trump. Los mandatarios de derecha de Argentina, Ecuador y Paraguay se alinean con él, al igual que Bolsonaro, el candidato presidencial chileno José Antonio Kast y el expresidente colombiano Álvaro Uribe. En Venezuela, la dirigente opositora de derecha María Corina Machado dedicó su Premio Nobel de la Paz a Trump.
Leopoldo López, integrante del mismo sector venezolano derechista que Machado, cofundó en 2022 el Congreso Nacional de la Libertad, una organización dedicada al cambio de régimen en países que Washington considera adversarios. La iniciativa se inscribe en la idea de una “Internacional de la Derecha” promovida por el estratega de Trump, Steve Bannon, entre otros. Bannon fundó en 2016 “The Movement” para unificar a la derecha europea, pero el proyecto ha sido en gran medida desdeñado por una parte importante de la derecha de ese continente.
El “internacionalismo” de la derecha tiene aún menos posibilidades de prosperar en América Latina. Mientras que en Estados Unidos Trump apela al patriotismo —o a una versión impostada del mismo— en América Latina el nacionalismo y el apoyo a Trump son conceptos incompatibles, especialmente frente a los aranceles, la inmigración, las amenazas de invasión militar y la resurrección de la Doctrina Monroe. En Venezuela, por ejemplo, la popularidad de Machado ha caído y su movimiento opositor se ha fracturado como resultado del repudio popular a las políticas de Trump.
En Estados Unidos, Trump se dirige a sus seguidores más fanáticos mientras su popularidad sigue en caída. En América Latina ocurre algo similar, con la diferencia de que su nivel de aprobación difícilmente podría ser más bajo. Según el Pew Research Center, apenas el 8 por ciento de los mexicanos tiene “confianza” en Trump.
Trump ha contribuido a un giro profundo en el panorama político latinoamericano, hoy marcado por una fuerte polarización y avances significativos de la izquierda. En numerosos países, las fuerzas progresistas —que durante décadas permanecieron relegadas— se han convertido en un punto de referencia central, aglutinándose en torno a las banderas de la soberanía nacional y, en algunos casos, del antiimperialismo.
En Chile, la Comunista Jeannette Jara obtuvo un sorprendente 60,5 por ciento de los votos en las primarias en junio para representar al principal bloque anti-derechista en las próximas elecciones presidenciales. Pese al tono cauteloso de su discurso, Jara se dirigió a Washington con firmeza tras la intromisión de Trump en las elecciones argentinas: “Aquí no van a ingresar militares estadounidenses. Chile se respeta y su soberanía también”.
En Ecuador, a pesar de la dura represión, los seguidores del exmandatario Rafael Correa han estado a punto de ganar las últimas tres elecciones presidenciales. Y en Colombia, Gustavo Petro ha revitalizado la base de su movimiento mediante contundentes denuncias de las operaciones militares de EE.UU. y al encabezar, desde octubre, una campaña para recolectar dos millones de firmas con miras a una asamblea nacional constituyente.
La polarización suele aludir a un escenario en el que los extremos de ambos lados del espectro político alcanzan una posición dominante. Eso no es lo que ocurre actualmente en América Latina, al menos no en el caso de la izquierda. Más bien, se observa una convergencia de sectores progresistas de distintos matices, tanto en el ámbito interno como entre los gobiernos de la «Marea rosada», en su oposición a Trump y a todo lo que este representa.
El desafío ahora es traducir esa convergencia en formas organizadas de unidad: frentes amplios a nivel nacional, así como una mayor articulación en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y otros organismos regionales.
Una versión ligeramente abreviada de este artículo fue publicada en inglés en Jacobin.
Steve Ellner es profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela, donde residió por más de 40 años. Actualmente es Editor Asociado de Latin American Perspectives. Es autor de numerosos libros, entre ellos El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto hasta 2013 (2014) y La izquierda latinoamericana en el poder: Cambios y enfrentamientos en el siglo XXI (editor, publicado por CELARG y el Centro Nacional de Historia, Caracas, 2018). https://www.dropbox.com/s/yxxsdyf0puqxdhg/La%20izquierda%20latinoamericana%20book.pdf?dl=0
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


