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Rabietas y latrocinios del presidente estadounidense

Fuentes: Rebelión

Es indiscutible que el tiempo cambia inexorablemente la geopolítica mundial. En la actualidad, el mundo vive el desenlace de lo que podría ser llamado ‘la trampa de Tramp’: debe o no EEUU invadir a Venezuela. Pretextos no faltan, combatir el tráfico de narcóticos; instaurar la democracia, la libertad y bla, bla. Sostienen que Venezuela está controlada por narcotraficantes y que su presidente, Nicolás Maduro, dirige el cártel de los Soles, inexistente; incluso ofrecen una elevada suma por la captura de este ‘supuesto capo’. Objetivo real, apoderarse de las riquezas venezolanas.

Entre los variados pretextos utilizados para justificar la agresión a Venezuela, el del narcotráfico es realmente el más disparatado. Ningún informe del Departamento de Estado de EEUU menciona a Venezuela entre los principales países productores de drogas, ni tampoco que sea la ruta para el tráfico de las mismas; ni siquiera la DEA la señala como centro de cultivo, procesamiento o distribución de sustancias ilícitas. De igual manera se pronuncian los informes de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, donde Venezuela apenas es mencionada. Un reporte de la ONU precisa que 87 % de los narcóticos que tienen como destino EEUU siguen la ruta del Pacífico, especialmente desde Colombia y Ecuador, y que 8 % lo hace a través de la Guajira colombiana. En el ‘Informe Europeo sobre las Drogas 2025: Tendencias y Avances’ se exponen conclusiones similares. Pero si el objetivo es crear una coartada para justificar una guerra de rapiña, la realidad es lo que menos importa.

La trampa en la que cae Trump consiste en que para los intereses de rapiña del gobierno estadounidense sería malo no invadir y peor todavía, invadir. Y no por mentir acerca de su real intención, sino por las consecuencias de esta mentira.

Antes ésto no era así. Cuando invadieron Iraq, por ejemplo, dijeron que lo hacían porque ese país poseía armas de destrucción masiva, lo que no era admisible. Incluso Collin Powell, en ese entonces Secretario de Estado de EEUU en el gobierno de George W. Bush, blandió como prueba justificativa en el Consejo de Seguridad de la ONU una retorta con una sustancia hasta ahora desconocida.

Se debe añadir que sobre lo que estaba pasando existía una especie de conspiración del silencio por parte de la mayoría de los intelectuales, de casi todos los gobiernos del planeta, de la gran prensa mundial y de las organizaciones internacionales. ¿Qué se decía de los niños de Irak, que carecían de todo? Nada. ¿De sus millones de desplazados? Nada. ¿De sus mujeres deshonradas y obligadas a prostituirse? Nada. ¿De sus ciudades arrasadas? Nada. ¿A quién podía importarle que los invasores asesinaran por día a miles de civiles inocentes si lo que se intentaba era deformar y ocultar las causas de estas masacres y presentarlas como algo legítimo? Es que se vivía la unipolaridad en la que EEUU ejercía la hegemonía absoluta.

Hoy Trump intenta revivir esa época, pero solo es escuchado y aplaudido por sus más cercanos aduladores, sus amenazas de guerra contra Venezuela son rechazadas por la inmensa mayoría del mundo, espectadores desconcertados ante el teatro del absurdo que ven: el Presidente Trump, exhibiendo su desprecio por el derecho internacional.

Con el apoyo de la CIA, el 11 de abril de 2002 se ejecutó un golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez. En menos de 48 horas terminó la asonada, el pueblo se volcó masivamente a las calles para exigir el retorno de Chávez, y así mismo pasó. Desde entonces, el imperialismo ha intentado derrocar la Revolución Bolivariana por miles de variadas formas: ha recurrido al acaparamiento de productos básicos, al bloqueo de suministros, al sabotaje económico, a más de mil sanciones ilegales y a las llamadas guarimbas (creación deliberada de reuniones de grupos de personas que de modo tumultuario provocan el desorden, la violencia callejera, el desconcierto público, la muerte de civiles y los ataques a las instituciones estatales), todo esto acompañado de llamamientos a la formación de una coalición militar extranjera para derrotar al pueblo organizado.

Obama y la primera administración de Trump declararon que Venezuela era “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de EEUU”, e impusieron el bloqueo de activos, de oro y hasta de alimentos, además de sanciones coercitivas ilegales, o sea, mecanismos de asfixia a una economía no desarrollada. Intentaron sin éxito imponer a Guaidó y crear un gobierno paralelo sin base legal ni legitimidad popular, que solo culminó en escándalos de corrupción, apropiación indebida de los fondos públicos y el robo de empresas estratégicas, como Citgo.

Hoy, la amenaza de Trump de invadir Venezuela es la continuación de una guerra no convencional de más de veinte años de duración, que ahora incluye la barbarie de atacar pequeñas lanchas del Caribe y la amenaza abierta del uso directo de la fuerza militar. No se trata de una guerra contra Nicolás Maduro, sino de eliminar el proceso popular bolivariano, en el que él es su líder. Pero el chavismo no se reduce a Maduro, sino que es una estructura política y social profundamente arraigada, con millones de personas organizadas en comunas, consejos comunales, movimientos sociales y milicias, cuyo pilar fundamental es la unidad cívico-militar, en la que las Fuerzas Armadas están al servicio de un proyecto soberano y popular. Se trata de la unión consciente en defensa del interés nacional, y eso la vuelve invencible.

Por otra parte, Rusia, China, Irán, Colombia, México, Brasil y otros países han manifestado su respaldo a la soberanía venezolana. El apoyo ha sido constante en lo diplomático, económico, tecnológico y militar. “Si se produjera una invasión, una invasión real, (…) creo que, sin duda, se vería algo similar a Vietnam, aunque es imposible decir en qué escala. (…) Lo último que queremos es que Sudamérica se convierta en una zona de guerra, y una zona de guerra que inevitablemente no sería solo una guerra entre EEUU y Venezuela. Acabaría teniendo una implicación global y eso sería realmente lamentable”, expresó Celso Amorim, asesor especial de la Presidencia de Brasil, en entrevista con The Guardian.

Hasta ahora, Trump ha utilizado el crimen y la piratería para robar a Venezuela. Ejemplo de ello es la acción violenta y repudiable en la que militares estadounidenses asaltaron un buque petrolero en costas venezolanas. Caracas catalogó el hecho como “un robo descarado y un acto de piratería internacional”. El Presidente Maduro tachó la situación de “acto absolutamente criminal e ilegal” y acusó a la Casa Blanca de actuar “como piratas del Caribe contra una nave mercantil, comercial, civil, privada, una nave de paz”. Y no le falta razón, pues con este acto Trump le arrancha de la boca el pan a los niños de Venezuela y desabastece a ese país de medicinas.

Por último, en el caso de que Trump se decida por la vía bélica, América Latina se convertirá en un terrorífico campo de ideas y batallas, semejante al que se dio en Nicaragua con César Augusto Sandino, en El Salvador con Agustín Farabundo Martí, en Honduras con Berta Cáceres, en Cuba con Fidel Castro, en República Dominicana con Francisco Caamaño Deño, en Haití con Dominique Toussaint, en Guatemala con Jacobo Arbenz, en México con Pancho Villa, en Ecuador con don Eloy Alfaro, en Colombia con Jorge Eliecer Gaitán, en Perú y Bolivia con Túpac Amaru, en Chile con Manuel Rodríguez, en Uruguay con Pepe Mujica, en Argentina con el Che Guevara y en Brasil con Carlos Luis Prestes.

La pregunta es hasta cuándo los latinoamericanos toleraremos que EEUU actúe criminal y arbitrariamente, sin consecuencias. Es hora de forjar la unidad de nuestros pueblos, independientemente de nuestras diferencias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.