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Política imperial de Estados Unidos

Venezuela y después China

Fuentes: Página/12 - Imagen: Marco Rubio, Secretario de Estado del gobierno de EE.UU., principal funcionario de la política exterior estadounidense.

La escalada de la agresión estadounidense a Venezuela parece incontenible, mientras se acumulan las ejecuciones extrajudiciales en el Caribe y en el Pacífico. Las amenazas suben cada vez más de tono y los bloqueos naval y aéreo se intensifican con el correr de las horas. Se trata de medidas que violan la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional, pero Trump y sus secuaces parecen decididos a todo. Habrá que ver, no obstante, si con una invasión quieren crear su propio Vietnam o su Afganistán; en otras palabras, si son tan estúpidos como para ocasionar otro incendio pero esta vez no en tierras lejanas sino en el antejardín de los Estados Unidos.

Los gobernantes europeos, autoproclamados defensores de los Derechos Humanos, la Democracia y la Justicia, consienten con su silencio los crímenes de guerra que ya ha cometido la Casa Blanca en relación a Venezuela. Otros gobiernos, como el de la Federación Rusa y la República Popular China, han expresado cada vez con más fuerza su desaprobación de la conducta de Washington y reiterado que ambos países mantienen una “asociación estratégica integral” con el gobierno bolivariano. Pero en el caótico círculo áulico de Trump el Secretario de Estado Marco Rubio (foto), hombre de turbios antecedentes, receptor privilegiado de fondos del lobby sionista y de la industria armamentista, enemigo jurado de la Revolución Cubana y de cualquier líder o gobierno progresista en la región y furibundamente antichino, presiona sin pausa por lograr “la paz a través de la fuerza”. Para Rubio el ataque no debe restringirse a Venezuela sino que ha llegado la hora de someter a todos los países de la región. Colombia y México están en la lista, Honduras también así como todo otro gobierno que no esté dispuesto a reducir al mínimo indispensable su contacto con cualquier potencia “extra hemisférica”, como lo manda la nueva Estrategia de Seguridad Nacional en un eufemismo para referirse a China, Rusia e Irán.

Lo que se juega hoy en Venezuela es mucho más que el robo de su inmensa riqueza petrolera. Es la desesperada tentativa de reconstruir el unipolarismo estadounidense y en el cual Washington se arroga el derecho de ser el gendarme planetario y el único capaz de imponer un orden mundial, ante cuyas exigencias el resto de los países no tienen más opción que obedecer. Esta es una lectura anacrónica, absurda y profundamente equivocada de la realidad internacional, pero es la que hoy por hoy predomina en Washington. Ahora bien: si estos planes no son neutralizados por otros actores en el sistema internacional nada impedirá que Estados Unidos ensaye la misma metodología que hoy utiliza en el Caribe en otros rincones del planeta. Por ejemplo, fomentando abiertamente el independentismo de Taiwán y apoyando su eventual independencia con la presencia de la Séptima Flota para disuadir toda tentativa de Beijing de recuperar a la provincia rebelde. O bloquear o, inclusive apoderarse del Estrecho de Malaca, absolutamente crucial para el comercio exterior de China. Dicho curso de agua es el de mayor tráfico marítimo del mundo por ser la ruta de salida de las exportaciones comerciales de China así como de las importaciones de gas y petróleo procedentes del Golfo Pérsico y los minerales y metales procedentes de África. Un informe relativamente reciente de la UNCTAD aseguraba que aproximadamente la mitad del comercio marítimo internacional pasa anualmente por el estrecho de Malaca.

Ambas iniciativas, auspiciar y apoyar la independencia de Taiwán o bloquear el Estrecho de Malaca serían golpes durísimos a la República Popular China. Por eso es que en este convulsionado tablero de la política internacional Beijing tiene que enviar una señal clara y rotunda exigiendo el fin de la agresión militar a Venezuela. Y para ello se requiere mucho más que palabras. La única opción, o tal vez la mejor sin ser la única, es emular lo hecho por Estados Unidos e imponer un bloqueo integral marítimo y aéreo sobre Taiwán, pero sin abrir fuego o disparar sobre pequeñas embarcaciones como hizo Estados Unidos. Porque lo que está en juego en estos días en Venezuela es mucho más que su petróleo: es la nueva arquitectura del sistema internacional y sus reglas, una de las cuáles es que ningún país, por poderoso que sea, podrá atacar a otro y someterlo por la fuerza. Quien calla otorga, dice un viejo refrán español. Si China limita su protesta al plano declarativo más pronto que tarde Estados Unidos volcará todo su enorme poderío militar para someter al único actor del sistema internacional que, como rezan varios documentos oficiales de Washington, “quiere y puede” fundar un nuevo orden mundial. En consecuencia, China tiene que actuar sin más pérdida de tiempo para evitar que la pesadilla hobessiana de la ley del más fuerte impere en el sistema internacional. El bloqueo de Taiwán es su única carta. No sólo para defender a Venezuela sino para prevenir una futura agresión por parte de Estados Unidos. La historia enseña que los imperios se vuelven más violentos y sanguinarios en su fase de declinación. Por eso se impone actuar con la mayor rapidez y poner límites a la prepotencia imperial de Washington.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/2025/12/19/venezuela-y-despues-china/

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