El país más poblado de África equivale, entre otros escenarios, a la violencia de los atentados y secuestros infames realizados por los yihadíes de Boko Haram y otros grupos similares; aunque también a la represión brutal del Ejército. Asimismo, al Estado federal sometido a disputas regionales, que no logra superar el conflicto de las minorías […]
El país más poblado de África equivale, entre otros escenarios, a la violencia de los atentados y secuestros infames realizados por los yihadíes de Boko Haram y otros grupos similares; aunque también a la represión brutal del Ejército. Asimismo, al Estado federal sometido a disputas regionales, que no logra superar el conflicto de las minorías y las mayorías étnicas, ni la corrupción del poder político de gobernadores y militares. Es Nigeria, enriquecida por los hidrocarburos, el comercio transfronterizo y las innovaciones tecnológicas, pero con desigualdades económicas entre el norte, empobrecido, y el sur, productor de petróleo y 100 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día.
El país nombrado como democrazy (democracia loca) por su agitación social; el más relevante del Golfo de Guinea, en el que una parte de la sociedad exige penalizar la homosexualidad con más de 10 años de cárcel, y otra encabeza la modernización cultural en literatura y cine.
Boko Haram: de las ideas al terrorismo
El terrorismo yihadí se extiende con una facilidad que nunca había tenido. La mancha de sangre va del nordeste en Borno – donde surge Boko Haram en 1995, como un grupo religioso y político, en un principio contra la corrupción – y Kano en el norte.
Las masacres cometidas entre la población de Borno, con total impunidad, por el ejército y las milicias de la Nigeria’s Civilian Joint Task Force, civiles al servicio de los militares, han provocado, después de la instauración del estado de urgencia hace un año y su renovación actual, que Boko Haram tomara represalias e iniciara una campaña de matanzas masivas. Muchos civiles han quedado atrapados entre dos fuegos.
El terrorismo yihadí se extiende con una facilidad que nunca había tenido. La mancha de sangre va del nordeste en Borno – donde surge Boko Haram en 1995, como un grupo religioso y político, en un principio contra la corrupción – y Kano en el norte. También en Jos, estado de Plateau, e incluso Abuja, la capital federal, ambas ciudades en el centro de Nigeria, al sur de los 12 estados de mayoría musulmana. Allí se han producido los ataques más recientes. La intención inmediata de Boko Haram ha sido mostrar la fortaleza de la organización, mediante una gran repercusión mediática, y advertir que una intervención militar extranjera por el secuestro de las niñas estudiantes, conduciría a un baño de sangre y a una trampa mortal, como en Mogadiscio, Somalia, en 1993.
Boko Haram es un movimiento singular en el seno de las complejas y contrapuestas ideas y prácticas sobre cómo entender y vivir el islam en Nigeria.
Por ahora, nos quedamos con que no es una cofradía, ni una secta, ni un grupo islamista clásico, ni siquiera de inspiración salafi o wahabí. Sin embargo, recoge influencias de la mayoría de ellos. Crea una ideología propia y una aplicación que responde a cuatro elementos, que salen de una realidad local: regeneración y adoctrinamiento religioso ultraconservador frente al resto de tendencias islámicas; revuelta social ante las desigualdades en el nordeste musulmán; movimiento político contra el Estado y violencia como demostración de fuerza en la lucha por la extensión del islam. Ellos prefieren llamarse Discípulos del Profeta por la Propagación del Islam y la Guerra Santa (Jama´at Ahlis-Sunnah Lidda´awati Wal Jihad), entre otros nombres. «La educación occidental es un pecado» traducción del neologismo hausa Boko Haram no les define con precisión, sino que es más una consecuencia de su invectiva contra el Gobierno, incapaz de solucionar los problemas de las poblaciones de regiones como Borno o Yobe con modelos educativos occidentales.
«La educación occidental es un pecado» traducción del neologismo hausa Boko Haram no les define con precisión, sino que es más una consecuencia de su invectiva contra el Gobierno, incapaz de solucionar los problemas de las poblaciones de regiones como Borno o Yobe con modelos educativos occidentales.
El movimiento fue plenamente activo el año 2002 en Maiduguri, capital de Borno. Un nuevo líder, el predicador Mohamed Yusuf, impulsó Boko Haram a la vez como oposición a las cofradías islámicas de corte tradicional y a los poderes del Estado central en aquellas regiones. Más tarde, Yusuf logró sumar a jóvenes sin esperanza de trabajo, procedentes de las bolsas de miseria del norte y a creyentes obsesionados con la expansión del islam mediante la purificación.
Desde que en 2009 fuera asesinado Mohamed Yusuf, fundador del grupo, y la huída de otros jefes a Níger, Chad y al cuerno de África, Abubakar Shekau tomó las riendas de Boko Haram y, junto a otras tendencias del espectro yihadí, se radicalizaron a partir de sus relaciones con las organizaciones del Sahel y Somalia (AQMI, Shabab), adscritas algunas de ellas a Al Qaeda. Del yihadismo global han obtenido armamento, alianzas, capacidad estratégica y difusión. Ahora, las guerrillas se diseminan también en pequeños grupos por varios estados del centro e incluso han llegado a crear células durmientes, más difíciles de controlar por los servicios de inteligencia.
Al tiempo que la imposición violenta de costumbres reaccionarias, cuyo blanco son los musulmanes que no piensan como ellos y los cristianos, con la excusa de que practican una religión occidental, los objetivos de Boko Haram alcanzan, ya con más insistencia, a cuestiones políticas. Algunas son la liberación de activistas encarcelados; demostrar la fragilidad de respuesta de un régimen desbordado y crear un clima de inestabilidad y tensión que obstaculice las elecciones presidenciales de febrero de 2015. En el caso de las escolares, el experto Marc-Antoine Pérouse señala que en el apresamiento se suman varias causas, cada una de ellas más despiadadas. Primero, su interpretación ultrarreaccionaria del islam: que las mujeres permanezcan recluidas en casa y no accedan a una educación que les proporcione más libertad. Asimismo, ofrecer a sus militantes matrimonios gratuitos forzados frente a la tradición animista de la dote. Luego, castigar a la población del sur de Bono, donde viven cristianos, que podrían ser reclutados por las tropas federales.
Los atentados se producen en lugares diversificados, contra objetivos de todo tipo. Son numerosos y de diversos orígenes: imames moderados; cristianos y sus iglesias; cuarteles de policía para aprovisionarse de armas; políticos; líderes comunitarios; instituciones estatales y hasta la sede de la ONU en Abuja para llamar la atención internacional.
Estado y rupturas políticas
Al tiempo que la imposición violenta de costumbres reaccionarias, cuyo blanco son los musulmanes que no piensan como ellos y los cristianos, con la excusa de que practican una religión occidental, los objetivos de Boko Haram alcanzan, ya con más insistencia, a cuestiones políticas.
El Gobierno de Goodluck Jonathan no puede vencer a los grupos extremistas. De 80.000 soldados, solo son operativos 18.000 y están dispersos en el nordeste y centro contra Boko Haram. Igualmente en el sur para supervisar la amnistía y alto el fuego con el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger, principal grupo armado del país, que atentaba contra los oleoductos y explotaciones petrolíferas. Sin embargo, la ineficacia de las Fuerzas Armadas se debe a la corrupción: el ministerio de Defensa cuenta con el 25% del presupuesto del Estado federal, pero a las tropas del nordeste sólo se dedican 2 millones de dólares, ni una décima parte; el resto se lo embolsan los gobernadores regionales y los oficiales de alta graduación de las fuerzas armadas y de las milicias militarizadas.
Goodluck Ebele Jonathan llegó a la presidencia interina después de fallecer Umaru Yar´Adua en 2010 (Goodluck significa buena suerte). Revalidó su cargo en las elecciones de 2011 con el 59% de los votos (22,5 millones de personas) y un programa de erradicación de la corrupción. Sin éxito, sobre todo en los sectores de las energías petrolíferas y eléctricas (uno de los mayores mercados mundiales de importación de generadores), bien relacionados con las compañías extranjeras.
No obstante, la crisis política nigeriana se debe, además de a los enfrentamientos con el terrorismo y a los durísimos golpes militares (1966, 1975 y 1983 hasta 1998) a la configuración del Estado federal. La wazobia (wa en yoruba; zo en hausa y bia en ibo) garantizaba el reparto de la hegemonía entre los tres grupos de población más importantes, aunque varias veces hayan acabado en durísimas luchas internas (Biafra 1967). El presidente Goodluck quiere consolidar una administración que consiga un equilibrio entre el federalismo y la unidad nacional, no pocas veces cuestionada. La Constitución señala que deben estar representados en el Gobierno los 36 Estados que configuran Nigeria.
Los grupos étnicos minoritarios se sienten marginados porque sus intereses no están suficientemente representados – más allá de la retórica constitucional – en la administración de un Estado federal, que configura una presidencia ejecutiva dominante frente a los contrapoderes regionales y las prerrogativas y funciones de las autoridades de cada uno de esos estados federados.
Por otro lado, la ruptura entre el norte y el sur es uno de los principales problemas del país. Las razones de los conflictos, especialmente en los estados del centro (en Plateau, zona de transición entre las musulmanes y cristianos) son más de reparto económico y de problemas sociales, que de un choque religioso, salvo en el caso de los extremistas y de posibles agravios entre unos y otros. En esta tierra muy fértil la minoría musulmana no dispone de trabajos tan fácilmente como los cristianos, ya que estos poseen ese documento de residencia. La Carta Magna establece el principio de «indigeneidad»: la entrega de un certificado a favor de las poblaciones que se instalaron primero en un territorio dado.
Sin embargo, estos asuntos no son tan esenciales como para que unas regiones u otras se separen inevitablemente del Estado federal. Los compromisos y dependencias económicas internos son más importantes que los deseos separatistas.
De todos modos, las relaciones no son tan sencillas. Las gentes del norte, musulmanas, consideran una provocación que haya llegado a la presidencia Jonathan, un hombre del sur cristiano y animista. El malestar crece porque Nigeria también fue dirigida por Olusegun Obasanjo desde 1999 a 2007, otro cristiano del sur, donde se concentra la riqueza del petróleo, el gas y los puertos.
Un problema más que limita la estabilidad del país son las divergencias internas en el partido gubernamental, PDP, con una escisión y el relevo de varios ministros, debido al deseo de Jonathan de reforzar su poder en el seno de su formación política antes de los comicios de 2015.
Riqueza y empobrecimiento
Los grupos étnicos minoritarios se sienten marginados porque sus intereses no están suficientemente representados en la administración de un Estado federal.
La fractura que quiebra por completo Nigeria es la desigualdad entre las élites enriquecidas y la mayoría de la población, a pesar de ser ya la primera potencia económica del continente: un crecimiento del 7%, y un PIB de 384.000 a 424.000 millones de dólares (ponderación actualizada, como sucedió en Ghana en 2010), por delante de Sudáfrica. La diversificación de los ingresos también es un dato positivo. El petróleo representa el 14% del PIB (antes un 33%) y se incrementa el peso de la construcción, la tecnología y la producción e inversiones destinadas al mercado interior, gracias a tener la mayor cifra de habitantes de un país africano: 170 millones de personas. Pero la ubicación de las explotaciones petrolíferas en tres estados del sur; la distribución arbitraria de sus rentas y el desastre medioambiental por los vertidos perjudican al conjunto de los habitantes de Nigeria, sean cristianos o musulmanes.
La renta petrolífera (2,5 millones de barriles al día, el octavo mundial), representa el 87% de los ingresos fiscales y el 97% de las exportaciones (el 40% a EE.UU.). Por tanto, cualquier fluctuación a la baja del precio puede hundir la economía nigeriana, a pesar de que su dependencia del petróleo haya disminuido de casi el 38% del PIB al 14%, según la ministra Okongo-Iewala. En cualquier caso, el oro negro no ha evitado las huelgas y protestas por el exagerado aumento del precio de la gasolina, imprescindible para el transporte y la vida cotidiana de la población. Un ejemplo más escandaloso de la diferencia social es que el año pasado se gastaron en Nigeria 59 millones de dólares en champán, el segundo país del mundo, por delante de Rusia, México y China. Entretanto, el 63% de la población no alcanza unos ingresos de dos dólares al día.
La injusticia social se aprecia todavía más en los estados del norte, que sobreviven de la agricultura y del pastoreo, con un sinfín de conflictos por el acceso al agua, escasa, a las tierras y a los pastos. Allí las vacunas solo llegan al 2% de la población infantil de menos de 15 meses y el 83% de la juventud es analfabeta. Más todavía: el 34,8% de los niños y niñas musulmanes de 4 a 16 años nunca han acudido a la escuela, ni siquiera a las escuelas coránicas.
De esta manera, a la intransigencia religiosa y a la represión militar se añade el resentimiento por la desastrosa situación social. Una situación que es el mejor caldo de cultivo para el reclutamiento de jóvenes sin trabajo, estudiantes sin futuro y funcionarios en la miseria. El Estado nigeriano debe actuar con firmeza, pero con responsabilidad, si no quiere que Boko Haram o cualquier otra organización similar, que le acompañe o sustituya, tenga más porvenir que el que nos gustaría.
Javier Aisa Gómez de Segura, periodista especializado en actualidad internacional (Espacio REDO)
Fuente: http://www.guinguinbali.com/index.php?lang=es&mod=news&task=view_news&cat=3&id=4078