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A Gadafi le va la opción Tiananmen

Fuentes: Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

           «La unidad de China era más importante que la gente que estaba en la Plaza de Tiananmen»

    «Es imposible que los jóvenes puedan seguir a otro que no sea yo. Si no es a Gadafi, ¿a quién más van a seguir? ¿A alguien con barba?

    Muammar Gadafi (Libia, 22 de febrero de 2011)

Me estoy refiriendo al Discurso del Rey; al discurso del Rey de Reyes africano. Puede que el furioso, delirante, poseído y profeta-psicópata Muammar Gadafi haya improvisado la disparatada perorata final que llenó de escalofríos la espina dorsal del pueblo libio y del mundo entero, pronunciada exactamente desde la casa familiar que el ex Presidente estadounidense Ronald Reagan bombardeó en 1986. Su mensaje quedó claro: habrá baño de sangre.

¿Hay algo en eso realmente nuevo? Después de todo, Gadafi es un maestro de la política del miedo. Amenazó con la pena de muerte a quien se opusiera a sus 41 años en el poder; les llamó «ratas grasientas», drogadictos y víctimas de la conspiración extranjera: EEUU, al-Qaida, Gran Bretaña, Italia, la televisión por satélite y las drogas alucinógenas. Ordenó a sus seguidores que «limpiaran» la nación «casa por casa», inspirado por su indeseable colección de horribles retoños. Uno no podía sino recordar los últimos días de Saddam Hussein antes de que le bombardeara otro presidente estadounidense, George W. Bush.

Abdulmoneim al-Honi, que presentó su renuncia como representante de Libia ante la Liga Árabe, dice que Gadafi está atrincherado en la base de Bab al-Azizia. Sólo hay otras dos bases que pueden seguir bajo su control total: al-Saadi y Sirte. «El resto del país está controlado por los jóvenes». Es a quienes Gadafi llama «ratas». Pero no hay indicios de que esos roedores adictos a la democracia vayan a sentirse intimidados, ni siquiera con la perspectiva de tener que enfrentarse -de nuevo- a los escuadrones de aviones MIG-23 equipados con cohetes y ametralladoras pesadas y pilotados por mercenarios ucranios, serbios y pakistaníes. El escenario para el enfrentamiento final ya está dispuesto.

La diatriba bien puede haber sido el momento Hitler de Gaddafi, con su enfermera ucraniana en el papel de la consorte del dirigente alemán Eva Braun. Evocó la siniestra opción de Tiananmen -cuando en 1989 China aplastó a los manifestantes- para contener un «caos» creado por la orden de disparar a matar de su propio régimen; la imagen en espejo de este caos es la venganza del mismo régimen al que las pacíficas protestas cuestionan. Nada de lo que proponga a la nación su hijo, el «modernizador» Saif al-Islam al-Gadafi, servirá para calmar la determinación de los manifestantes. (En cuanto a la lucha por el poder de la prole de Gadafi, véase este cable de WikiLeaks.)

La sangre que mancha las manos del régimen, así como el valor pleno de humildad del pueblo libio, son evidentes. La autodenominada «Región Oriental Liberada de Libia» -con el pueblo de Bengasi, por ejemplo, organizándose en comités cívicos- y grandes franjas del sur de Libia han caído; el Estado Gadafi ya no tiene sentido.

La capital, Trípoli -repleta de fuerzas favorables al régimen-, parece al menos temporalmente haber quedado abocada, a fuerza de porrazos, al silencio. Ahora cabe hacerse dos preguntas fundamentales que están interconectadas. ¿Marcharán tras Gadafi las principales tribus del país en las horas y días siguientes? ¿Qué va a ocurrir con el ejército, dividido asimismo en complicadas líneas tribales?

En su Libro Verde de 1976 -algunas de cuyas páginas seguramente leyó durante su diatriba del martes-, Gadafi habla de erradicar el tribalismo; lo que acaba de hacer ha sido aplicar el divide y vencerás. La 32ª Brigada de su hijo Jamis al-Gadafi sigue siéndole totalmente fiel. Pero la mayor parte de las brigadas de las zonas orientales se han disuelto. Nadie sabe prácticamente cómo van a reaccionar las otras cuando Gadafi les ordene disparar en masa a los civiles. Es por esa razón por la que Gadafi necesita un tsunami de mercenarios del África Subsahariana.

¿Mercenarios o chivos expiatorios?

Hubo un tiempo en el que los africanos negros cruzaban durante días el desierto libio en atestados camiones sólo para tratar de encontrar trabajo. La otra cara desagradable de este emigración interna -económica- son los africanos negros cazados ahora en Libia como mercenarios. Al-Yazira ha exhibido los pasaportes de más de 100 mercenarios del Níger, Sudán, Chad y Etiopía que han estado disparando a matar a los manifestantes anti-Gadafi a los que apresaron en el sur de Libia. En Guinea y Nigeria se han publicado anuncios ofreciendo a los posibles mercenarios la inmensa suma de 2.000 dólares al día. Y según los tweets, hay ahora mercenarios apostados en las entradas de Trípoli para impedir que la gente pueda llegar a la capital.

El otro lado de la moneda es la Alta Comisión para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), desesperada por el destino de los refugiados y de las personas de origen «somalí, eritreo y etíope» que buscan asilo en Libia y que, según la portavoz del ACNUR Laura Boldrini, «se arriesgan a convertirse en chivos expiatorios».

Amnistía Internacional está pidiéndo al gobierno italiano que suspenda su acuerdo de inmigración con Libia de 2008. Es un pacto entre Gadafi y Silvio Berlusconi, por el cual Libia consigue 5.000 millones de euros a lo largo de veinte años como reparación por los años del colonialismo italiano, y Libia promete reprimir el flujo de la inmigración ilegal al sur de Europa. Nadie sabe cómo puede reaccionar ante la petición el asediado Berlusconi del «Rubygate», sobre todo ahora que Gadafi ha llamado a su buen amiguete para que diga que «todo marcha fenomenal» en Libia.

¿Cómo impedir una guerra civil?

Una pregunta tremenda que cabe hacerse es si Gadafi contará con suficientes apoyos como para intentar arrastrar a una especie de post-Guerra del Golfo como hizo Saddam en 1991, cuando el gobernante iraquí desplegó los tanques de la Guardia Republicana y los helicópteros de combate contra los civiles en Najaf, Basora y por todo el sur chií (mientras Washington miraba hacia otro lado). Por mucho que los sunníes apoyaran la masacre de Saddam en 1991, nadie puede saber si alguna tribu libia apoyaría una masacre de Gadafi en 2011; además, no puede contar con una guerra de sunníes contra chiíes.

Lo que Gadafi hará es ir a Bengasi en busca de venganza. Por tanto, es hora ya de que los manifestantes se apoderen allí de unas cuantas armas pesadas y preparen una estrategia para una resistencia organizada. Puede que tengan que resistir durante algún tiempo, la única solución posible para evitar un baño de sangre es que las Naciones Unidas afronten la situación y declaren una zona de exclusión aérea, que podría causar estragos en la decisión del régimen de enviar mercenarios e incluso abortar una posible ofensiva contra Bengasi.

Al mismo tiempo, eso podría provocar la defección de más tribus y de más oficiales en las bases militares. El secreto del éxito tendría que estar en una resolución de las Naciones Unidas, jamás en una intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que sólo serviría para reforzar la narrativa de Gadafi respecto a «extranjeros, EEUU y los canales de televisión» tratando de volver a colonizar Libia.

Las perspectivas no son muy alentadoras, teniendo en cuenta el anodino comunicado del Consejo de Seguridad de la ONU condenando la violencia contra los civiles. El embajador adjunto de Libia ante las Naciones Unidas Ibrahim Dabbashi, que ha pedido que se fuera Gadafi, ha mantenido al menos una actitud valiente, declarando que eso sería «un buen paso a fin de parar el baño de sangre».

No le quiten ojo al Rey Abdullah

Ahora viene la cuestión del oro negro. Estrategas de las inversiones, como Arjuna Manhendran de HSBC, están ya preocupados por el alza de los precios del petróleo «120 dólares el barril en los próximos tres meses». Corrijamos: podría ser la próxima semana, o a primeros de marzo, ya que el precio del barril Brent para la entrega de abril estaba ya este martes pasado en Londres a 106,81 dólares. Nobuo Tanaka, el director de la Agencia Internacional de la Energía, ha sido más realista; dijo que si el petróleo permanece por encima de los 100 dólares el barril a lo largo de todo 2011, «tendremos el mismo tipo de crisis que en el 2008»; así pues, adiós al crecimiento económico global.

No sólo Libia, sino toda la región MENA (siglas en inglés de Norte de África-Oriente Medio) están pegando un susto de muerte a los mercados (ciertamente no a los autócratas del Golfo Pérsico, que tenían garantizados miles de millones en dólares de excedentes presupuestarios incluso antes de que se produjera el último repunte). La situación de los importantes campos petrolíferos, controlados más o menos por tribus independientes, si Libia llegara a desgarrarse, sería impredecible.

Libia produce 1,7 millones de barriles al día de un total global de 80 millones de barriles al día (pero retiene un importante 10% del mercado europeo). Los rebeldes que controlan el este de Libia han cortado ya el flujo del gas desde el campo de al-Wafa a Italia y a la Unión Europea, a través del gasoducto Greenstream, desde el lunes por la noche. Las terminales del petróleo libio están también inactivas.

Todo puede aún seguir siendo en cierta manera de color de rosa, en cuanto al petróleo, mientras la gran revuelta árabe de 2011 no toque a Arabia Saudí. Pero tampoco en eso hay seguridad. Cada productor energético puede reducir la producción forzando la subida de los precios, pero sólo Arabia Saudí puede aumentar la producción para que los precios caigan. Por tanto, sería esencial que la gente, antes de ponerse a comprar su próximo vehículo utilitario deportivo, examine bien la sucesión del Rey Abdullah.

Recordando 1848

Es posible que muy pocos recuerden a la entonces Secretaria de Estado de EEUU Condoleeza Rice en su gira por el norte de África en 2008 cuando dijo que las relaciones entre EEUU y Libia estaban entrando «en una nueva era de cooperación». Aunque Libia sólo consiguió rehabilitarse en 2003, cuando Gadafi aceptó abandonar su programa nuclear y permitió que se les hiciera la boca agua a los inversores extranjeros con el gas y el petróleo; después, en 2006, Gadafi abrazó alegremente el libre mercado y se preparó para la habitual prescripción de píldoras del «ajuste estructural» del Fondo Monetario Internacional/Banco Mundial.

El ex primer ministro británico e incondicional de la guerra de Iraq, Tony Blair, jugó un papel instrumental en todo eso, incluyendo el hecho de facilitar la venta de armas, de gas lacrimógeno y material antidisturbios que la monarquía sunní de Barein y Gadafi han estado desplegando contra sus propios ciudadanos. El astuto Gadafi se las había arreglado bien para convertirse en una de los dictadores-mascota favoritos de Occidente, y el idilio parecía eterno.

La gran revuelta árabe de 2011 se parece mucho a la situación que se produjo en 1848, una primavera de los pueblos que en pocos meses conquistó Europa echando abajo el sistema político del Congreso de Viena. El problema fue que las revoluciones «dominó» de la época, desde la Sicilia de los Borbones al París de Luis Felipe, fracasaron. Pero aún así, es un placer hoy releer al Karl Marx periodista y editor del Neue Rheinische Zeitung cuando  aborda el tema de la revolución y la contrarrevolución. Sus agudos análisis tienen aún plena aplicación.

¿Estaría hoy Marx acudiendo a Facebook y a Tweeter para ver cómo por todas partes los árabes luchan por su dignidad y libertad de expresión? Vería cómo el joven manifestante en la Plaza Tahrir de El Cairo, cómo el abogado chií en la rotonda de la Perla en Barein o cómo el profesor anti-Gadafi que lucha por su vida en Bengasi han erradicado la caricatura del terrorista barbudo, que sólo existe ahora en la imaginación de Gadafi (y en las pesadillas de los neocon estadounidenses).

Sin fanatismo religioso, sin nacionalismo concreto. Del mismo modo que los europeos de 1848, que los europeos que durante la década de 1940 combatieron el fascismo, que los europeos que en 1989 tiraron el Muro de Berlín. Y, probablemente, Marx predeciría que esos pobres reclutas de Libia -al igual que los de Egipto- se unirán a sus compatriotas en vez de aplastarles con una opción al estilo Tiananmen.

Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].

Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MB24Ak05.html

rCR