El combate contra las fuerzas oscuras es un clásico de los antagonismos universales, metafísicos o reales. Pero el combate a favor de esas mismas fuerzas es un caso novedoso que los escenógrafos occidentales de la guerra en Libia ahondan cada día. Dos semanas después de que se iniciara el operativo Odisea del Amanecer, mediante el […]
El combate contra las fuerzas oscuras es un clásico de los antagonismos universales, metafísicos o reales. Pero el combate a favor de esas mismas fuerzas es un caso novedoso que los escenógrafos occidentales de la guerra en Libia ahondan cada día. Dos semanas después de que se iniciara el operativo Odisea del Amanecer, mediante el cual una apretada coalición internacional liderada por tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU -Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia- emprendió bombardeos contra objetivos libios, un interrogante recurrente se mete por todos los intercisos: ¿quiénes son realmente esos ‘buenos’ rebeldes que Occidente respalda a bombazos contra los ‘malos’ de Muammar Khadafi? La pregunta no invalida la legitimidad de la protesta inicial contra el régimen de Khadafi. Los ingredientes y los protagonistas del principio no se prestan a muchas dudas. En cambio, lo que se fue tejiendo después merece más atención. Occidente no sólo está ayudando a sus legendarios enemigos de Al Qaida, sino también a poderosos ex miembros del aparato khadafista más radical, quienes, como por arte de magia, cruzaron la frontera de la oposición. Sin embargo, tienen un pasado que los destellos de hoy no pueden borrar.
La historia es fiel al esquema con que Khadafi gobernó durante los 42 años de su mandato: con dos tableros. Uno con etiqueta de indómito líder antiimperialista, lo que le valió la simpatía de una izquierda que aún se rehúsa a abarcar la complejidad oportunista del personaje. El otro tablero es el que usó para reprimir a su pueblo y mover piezas ante Occidente, ofreciendo una inagotable colaboración en la lucha contra Al Qaida y contratos petroleros substanciales a las multinacionales norteamericanas. En ambos tableros hay de todo: desde el respaldo material y territorial a grupos insurgentes de todo el planeta hasta una abnegada búsqueda de socios occidentales para la explotación petrolífera. Una síntesis perfecta de este billar a tres bandas es el viaje a Londres y la posterior renuncia de quien fuera el actor central de estos dos tableros, el hoy ex canciller Mussa Kussa. Este hombre ha sido la espina dorsal del ingenioso y represivo sistema khadafista. Y, sin embargo, en vez de refugiarse en algún país amigo -que los tiene- se fue a la capital del país que en 1980 lo expulsó por declarar que pretendía ultimar a dos opositores libios que vivían en Gran Bretaña. ¿Quién es Mussa Kussa? ¿Amigo, enemigo, traidor, exiliado o tal vez pieza escondida del exótico pero eficaz método de negociación de Khadafi con el cual algunos emisarios negocian hoy en la capital británica una salida política de la crisis libia?
Con aquellos a quienes la prensa mundial ha llamado por consenso «los rebeldes» como si eso equivaliera a decir «los buenos» ocurre lo mismo. Los hay muy buenos y otros no tanto. Conviene recordar que el ruido y la velocidad de la historia dejaron en la sombra a quien fue el protagonista central de la revuelta libia, el abogado Fathi Tirbil. La rebelión lleva la fecha oficial del 17 de febrero, pero los hechos remontan al 15. Ese día, Fathi Tirbil fue arrestado en su casa de Benghazi por 22 agentes de la seguridad interior del régimen de Khadafi. Tirbil es el hombre de la primavera libia. Este abogado de 38 años es una de las figuras más respetadas de la oposición. Fathi Tirbil es el abogado de las familias de las víctimas de la matanza de la cárcel de Abou Salim, en 1996. En esa prisión los militares asesinaron a 1200 detenidos en apenas cuatro horas. El 15 de febrero de 2011, la noticia del arresto del abogado corrió como un reguero de pólvora en una región ya influenciada por las revueltas en Yemen, Bahrein, Jordania, Túnez y Egipto. Pocas horas después de su detención, un grupo de abogados y defensores de los derechos humanos acudió a manifestar ante la sede central de la policía de Benghazi. Esa misma noche circuló por Twitter un «hashtag» convocando a manifestar el 17 de febrero. Fathi Tirbil y las víctimas de la cárcel de Abou Salim fueron el detonante. Prueba de ello, en los primeros días de la insurgencia y a medida que los rebeldes tomaban el control de las ciudades los retratos de las víctimas de la matanza de Abou Salim aparecían en los muros.
Ese es el primer círculo, el hartazgo. Fathi Tirbil explicó a la prensa que «la gente empezó esta revuelta a causa de las injusticias a la que está sometida desde hace mucho tiempo». El segundo movimiento, es decir, la posterior creación y la composición del Consejo Nacional Libio de Transición, el CNLT, es otra intriga a la que están asociados varios personajes implicados en una de las más funestas y espantosas historias montadas por el régimen: el arresto en 1999, el juicio y la condena primero a muerte y después a cadena perpetua de cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino, injustamente acusados de haber inoculado a propósito el virus del sida a más de 300 niños del Hospital de Niños Al Fatih de Benghazi. Este caso fue usado por el régimen como moneda de cambio en sus negociaciones con Europa. Al cabo de un inenarrable proceso de negociaciones, concesiones, pagos bajo la mesa, recompensas diplomáticas y otros regalos, los acusados fueron liberados gracias a las gestiones de la Unión Europea y al forcing final del presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien consiguió la puesta en libertad en 2007. Ese episodio es horrendo, tanto por la falsedad de la acusación, por las torturas sufridas por las enfermeras y los demás acusados, como por la utilización que el régimen hizo del mismo.
Ahora bien, quienes están hoy al frente del CNLT fueron operadores decisivos en las condenas, empezando por quien lo preside, Mustapha Abdeljalil. El hoy líder del CNLT era el presidente de la Corte de apelaciones de Trípoli que confirmó la pena de muerte de las enfermeras. Guéorgui Milkov, periodista del diario búlgaro 24 Tchassa, dijo a Le Monde que Mustapha Abdeljalil era «un fiel entre los fieles que, en recompensa por su intransigencia en el juicio, fue nombrado ministro de Justicia en 2007». No es el único. Idris Laga, actual coordinador militar de los rebeldes, ocupó el puesto de presidente de la Asociación de padres de los niños infectados por el virus del sida. ¡Qué coincidencia! Esa asociación desempeñó un papel preponderante en los juicios contra las enfermeras búlgaras y en la instrumentación de la enfermedad que contrajeron los niños. No menos notoria es la trayectoria del niño mimado de los occidentales, Abdel-Fattah Younis, el ex ministro de Interior de Khadafi, representante del ala más dura del régimen y, luego de su renuncia en medio de las revueltas, miembro eminente de los «rebeldes». Sin embargo, las enfermeras búlgaras lo apodan «el torturador en jefe» a raíz de las violaciones y la picana eléctrica a la que sus hombres las sometieron para que confesaran el crimen.
Francia fue el primer país en reconocer al Consejo Nacional Libio de Transición como el «único interlocutor del pueblo libio». Esa decisión desembocó en un enfrentamiento verbal entre el primer ministro búlgaro Boïko Borissov y el presidente francés Nicolas Sarkozy. Después del incidente, Borissov dijo: «En ese comité hay gente que torturó a nuestras enfermeras». Pero la liberación de las enfermeras terminó de abrirle a Khadafi las puertas del reino de Occidente. Y no sólo las puertas, también los mercados financieros. Allí circuló gran parte del fondo soberano libio, el LIA. Un tesoro de 65.000 millones de dólares controlado por la familia del Líder Supremo con el que el régimen no creó ni hospitales, ni un Banco del Sur, ni un banco Mediterráneo, ni un fondo de lucha contra el sida. Fueron al sistema financiero internacional, a los bancos y empresas de Italia, Francia, España, Estados Unidos y Gran Bretaña, donde Khadafi detenta el dos por ciento del grupo que edita The Financial Times. Historias de doble fondo, donde se juega en dos tableros de ajedrez. Hay, entre los insurgentes, movimientos islámicos duros que siempre combatieron a Khadafi en el este de Libia. Es el caso del Islamic Libyan Fighting Group. Este movimiento fue fundado a mediados de los años ’90 por combatientes que regresaron de Afganistán, adonde habían ido a pelear, junto a los talibán, contra la ocupación soviética. El Departamento de Estado norteamericano lo califica como una «organización terrorista». Sin embargo, en la pugna por sacar al ejército rojo de Afganistán, estos combatientes recibieron un consistente apoyo material y logístico de Washington. ¿Y quién los comandaba? Osama bin Laden. Conviene recordar que Libia fue el primer país del mundo que emitió, a través de Interpol, un mandato de arresto contra Bin Laden. Desde luego, el calificativo de «terrorista» es, en boca de Washington, un despropósito. Desde la pasada administración Bush todo aquel que está contra el imperio se asemeja a un terrorista. Además, el islamismo que impera en el este de Libia siempre se opuso a Khadafi y denunció sin tregua la corrupción y la violencia del sistema. Entre los rebeldes libios hay jóvenes, militantes de los derechos humanos, demócratas, islamistas y gentes de otra hierba. Igual que con el régimen de Khadafi, la oposición tiene un espejo donde se reflejan los jóvenes de Twitter y Facebook y otro mundo que está detrás del espejo.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-165463-2011-04-03.html