Parafraseando al viejo sabio Carlos Marx podríamos decir ahora que «Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de Donald Trump». Y que todas las fuerzas de la extrema derecha mundial se han unido en Santa Cruzada para acosar a ese fantasma: The New York Times, The Washington Post, Wall Street, la dinastía Saudí, Mauricio Macri, […]
Parafraseando al viejo sabio Carlos Marx podríamos decir ahora que «Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de Donald Trump». Y que todas las fuerzas de la extrema derecha mundial se han unido en Santa Cruzada para acosar a ese fantasma: The New York Times, The Washington Post, Wall Street, la dinastía Saudí, Mauricio Macri, Fox News, CBS, Francois Hollande, los magnates mexicanos y una lista casi infinita de representantes del gran capital y del fascismo planetario.
¿Tendrán razón estos conspicuos fascistas al llamar fascista a Trump? Puede ser. Pero ¿cómo coincidir, por ejemplo, con Macri, con Wall Street, y con Fox News? ¿Cómo atender el llamado de estos representantes del guerrerismo más descarnado a impedir que Trump asuma la presidencia de Estados Unidos?
¿Estarán pensando en un golpe de Estado? ¿O la idea es armarle una versión autóctona de una «primavera árabe»? ¿O la idea es fabricarle una revolución de colores, como las habidas en los países ex soviéticos y de Europa oriental que, con bandera libertaria y antiautoritaria, derivaron en regímenes proestadounidenses y de evidente carácter nazifascista? ¿O están pensando en aplicarle la receta utilizada contra John F. Kennedy?
Llamar fascista a Trump suena extraño cuando quienes lo hacen son los promotores y ejecutores de las invasiones militares de Afganistán, Irak, Libia, Chad y Siria, de los bombardeos aéreos de la ciudad de Belgrado y de los responsables directos de la sangrienta guerra de los Balcanes, es decir, los dos Bush y William y Hillary Clinton.
Decir que con Trump presidente llegará a la Casa Blanca el fascismo es al menos una inexactitud, pues el fascismo está presente en Washington al menos desde la presidencia de Harry S. Truman. ¿O no fue un acto de la más pura esencia nazifascista el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki? ¿Y no fue una práctica fascista la intervención militar yanqui en Vietnam que duró 25 años? ¿Y no es una política fascista, bastante actual y todavía no finita, el prolongado sitio a que se tiene sometida a Cuba desde hace 50 años y que se propuso y aún se propone rendir al pueblo cubano por hambre y sed?
Todavía es muy temprano para saber qué está pasando realmente en Estados Unidos. Mas ya se vislumbran signos de la quiebra de un sistema político aristocrático pero disfrazado de la más perfecta democracia. Señales de una ruptura del antiguo pacto bipartidista de repartos sucesivos del poder que en nombre de la alternancia y de la democracia ha dominado al mundo en lo económico, en lo político y, quizá más grave aún, en lo ideológico.
También, indudablemente, se aprecian signos de una agudización de la lucha de clases en la potencia imperialista. Los trabajadores blancos, negros, latinos, amarillos, árabes se han rebelado contra el statu quo. Lo mismo que las mujeres, expoliadas como cualquier otro trabajador.
Y también indudablemente estamos siendo testigos de una feroz lucha interburguesa entre los actuales beneficiarios del corrupto sistema bipartidista y los aspirantes a un nuevo reparto de la riqueza social estadounidense y mundial.
La emergencia de Trump está constituyendo un sismo político de raíces antiguas, pero sólo evidente hasta ahora, que amenaza con derrumbar el sistema político estadounidense como hasta hoy lo hemos conocido. Por eso la extrema derecha y el fascismo llaman a impedir, al costo que sea, la llegada de Trump a la Casa Blanca. Tan obvio es todo esto, que quizás el magnate ya se dio cuenta que le están tendiendo la cama.
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