Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La semana pasada, en un intercambiador de autobuses en una carretera a las afueras de la ciudad de Herat, en el oeste de Afganistán, furgonetas llenas de trabajadores migrantes estuvieron llegando todo el día desde la frontera iraní. Los pasajeros eran algunos de los más de 140.000 afganos que habían huido del brote mortal de coronavirus en Irán solo en marzo y del posterior estancamiento económico, formando parte de lo que un experto internacional llamó la mayor migración transfronteriza del mundo desde que se inició la pandemia.
La mayoría llevaba maletas pequeñas llenas de artículos básicos: una manta, una muda de ropa, un suéter… Lo supieran o no, algunos también portaban el coronavirus.
El intercambiador era menos una estación de autobuses que un arcén fangoso a lo largo de la carretera. Los restaurantes estaban abiertos a pesar de la orden de “cierre moderado” de la ciudad, y sus dueños vendían la sopa afgana tradicional y montoncitos de arroz endulzado con pasas y zanahorias ralladas. Mientras los retornados esperaban partir hacia sus provincias de origen, una ambulancia blanca corría de un lado a otro a lo largo de la carretera, transportando pacientes con coronavirus al único hospital con una unidad de aislamiento en todo el oeste de Afganistán.
El año pasado murieron más personas en la guerra de Afganistán que en cualquier otro conflicto. La lucha en curso, la pobreza generalizada y el débil sistema de salud pública han estado conspirando contra los afganos enfermos desde mucho antes de la aparición del Covid-19. Pero la propagación inevitable de la pandemia en Afganistán podría ser catastrófica, según los profesionales sanitarios.
En febrero, el Ministerio de Salud Pública de Afganistán designó el Hospital Afgano de Japón en Kabul como principal centro de tratamiento del coronavirus de la capital. Pero había un problema: se probó el desinfectante de manos adquirido por el ministerio y distribuido por todo el hospital y se averiguó que tenía cero contenido de alcohol, según manifestaron a The Intercept dos miembros del personal del hospital. El gel no habría servido para borrar la tinta de una pizarra blanca y mucho menos aún desinfectado las manos de cientos de empleados y pacientes. Según el personal del hospital, el desinfectante ha sido desechado y reemplazado por la Organización Mundial de la Salud. Un portavoz de la OMS reconoció la existencia de un desinfectante “falso”.
También hay una sorprendente escasez de tests de coronavirus y respiradores. La OMS entregó a Afganistán 1.500 kits de tests, pero solo dos laboratorios en el país están equipados con máquinas que pueden procesar las muestras. Los Emiratos Árabes Unidos y China están donando decenas de miles de kits adicionales, dijo el Dr. SWahid Majrooh, asesor principal del ministro de Salud Pública afgano. También hay planes para ampliar el número de laboratorios de diagnóstico de dos a doce.
Hasta el 2 de abril los dos hospitales para el coronavirus designados en el país tenían solo 12 respiradores en funcionamiento en ellos. Cuatro estaban en un hospital en Herat, pero hasta la semana pasada no se había instalado ninguno, dijo a The Intercept el Dr. Nasir Farhang, un médico recién graduado que trabaja en el hospital. “No tenemos ningún personal que sepa cómo manejar los respiradores o intubar [a los pacientes]”, dijo Farhang.
La pandemia de coronavirus no podría haber afectado a Afganistán en peor momento. Los dos principales candidatos del país en las elecciones presidenciales de septiembre de 2019 obtuvieron, según ambos, la victoria y celebraron ceremonias de inauguración por separado. Durante una visita del 20 de marzo a Kabul, el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, no logró negociar una resolución entre Ashraf Ghani, cuya victoria electoral fue reconocida por EE. UU., y el Dr. Abdullah Abdullah. Días después, Pompeo anunció que el Departamento de Estado recortará en 1.000 millones la ayuda a Afganistán de este año. El estancamiento político también amenaza con socavar un acuerdo firmado el 29 de febrero por representantes de Estados Unidos y los talibanes en Qatar que muchos esperaban condujera al final de una guerra que dura ya 19 años.
Herat, una ciudad de alrededor de medio millón de habitantes, está vinculada a Irán por el comercio, la cultura y como lugar de paso por el que anualmente cientos de miles de afganos, en su mayoría hombres jóvenes, se dirigen a Irán para buscar trabajo. Esa relación ha puesto a Herat, que ahora tiene casi las tres cuartas partes de los 258 casos positivos del país, en el centro de la crisis de coronavirus de Afganistán. Los expertos dicen que ese número representa solo una fracción de la cifra real de infecciones. Un asesor principal del Ministerio de Salud afgano declaró a The Intercept que, según los datos de los pacientes, entre el 90 y el 95% de los casos positivos de Afganistán corresponden a personas que han regresado recientemente de Irán, donde hasta ahora se han registrado casi 50.000 casos.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que alrededor de 2,4 millones de afganos se hallan en Irán en algún momento dado. La frontera ha sido un camino muy utilizado durante décadas por trabajadores no calificados. En los últimos años, con un desempleo del 30% en Afganistán, el flujo se ha acelerado. Según la OIM, aproximadamente 1.000 migrantes afganos por día utilizaron los dos principales cruces fronterizos con Irán, en las provincias de Herat y Nimruz, para regresar a sus hogares entre enero y marzo, cuando aumentó el número de contagiados.
Un día de la semana pasada, Zabihullah, de 31 años, cruzó a Afganistán a pie desde Irán tras varios meses trabajando allí como obrero. Después de un viaje en minibús de dos horas hasta las afueras de Herat, se abrió paso a pie a través de los charcos de barro hacia otra camioneta que lo llevaría a su provincia natal de Faryab, donde sus expectativas de encontrar trabajo eran mínimas. “No hay solución”, dijo. “En casa no voy a poder hacer más que tumbarme”.
En marzo, cuando miles de personas sucumbieron a la pandemia en Irán, cerraron los centros de trabajo como el de Zabihullah y más de 100.000 trabajadores afganos comenzaron a regresar a sus hogares, conscientes de que si se infectaban nunca recibirían tratamiento en Irán. Hasta 15.000 cruzaron algunos días de marzo, según la OIM. “Es el único lugar en el mundo con retornos transfronterizos tan masivos durante el Covid”, dijo Nick Bishop, que encabeza la respuesta al coronavirus de la OIM en Afganistán.
Los retornos a tal escala van a poner, en el mejor de los casos, a decenas de miles de familias en dificultades económicas. Ahora, los retornados también amenazan con poner fin al frágil sistema de salud de Afganistán y empujar al país al caos como nunca antes se había visto en las últimas dos décadas de guerra.
“Incluso antes de esta pandemia, las necesidades humanitarias eran inmensas debido a las décadas de conflicto y a la inestabilidad política en curso”, dijo a The Intercept Linda Tom, de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU en Afganistán. Este año, dijo, 9,4 millones de personas, casi una cuarta parte de la población de Afganistán, necesitan asistencia humanitaria.
Las porosas fronteras de Afganistán hacen prácticamente imposible detectar y prevenir la propagación del virus desde los países vecinos. El miedo y una información incorrecta disuaden a las personas con síntomas de buscar tratamiento, y los hogares afganos suelen albergar familias grandes y multigeneracionales, lo que hace que los llamamientos al distanciamiento social sean poco realistas. Aún en mayor riesgo están los 4 millones de desplazados dentro de Afganistán, que están demasiado ocupados tratando de sobrevivir a la pobreza y a las turbulencias como para preocuparse por un nuevo virus.
El asentamiento de Shahrak-e-Sabz, en las afueras de Herat, es el hogar de más de 10.000 familias, la mayoría de las cuales construyeron casas de adobe de una sola habitación después de huir de los combates y la sequía en la provincia de Badghis, al norte, en 2018. En una tarde húmeda de la semana pasada, el virus estaba en la lista de prioridades de los residentes. Después de dos días de lluvia, los techos estaban goteando o cediendo, y las bombas de agua con energía solar habían dejado de funcionar bajo el cielo nublado. Anteriormente, varios residentes dijeron que habían dependido de agencias humanitarias para obtener ayuda en situaciones como esta. Pero esas agencias ahora están abrumadoramente enfocadas en el coronavirus.
Ghulam Sakhi, que regenta una pequeña tienda en el asentamiento, dijo a The Intercept que organizaciones no gubernamentales habían venido al campamento para informarles sobre los peligros de la pandemia. “Traen folletos y nos dicen que debemos comer fruta por su vitamina C”, dijo frente a su tienda, ubicada en un contenedor de envíos. “Pero ni siquiera tenemos pan”.
Sobre la colina de suave pendiente donde miles de casas de adobes conforman el asentamiento, se encuentra el hospital pediátrico de 150 camas que ha sido declarado principal centro de tratamiento de coronavirus de la región. Farhang, el recién graduado que trabaja en el hospital, dijo a The Intercept la semana pasada que 56 pacientes de Covid-19 del total de 71 en todo el país, en ese momento, estaban siendo tratados en el centro. Una mujer de 45 años había muerto de la enfermedad la noche anterior, convirtiéndose en la segunda muerte por coronavirus del país de la que se tuvo constancia.
La falta de personal sanitario capacitado para operar con respiradores en Herat no es solo el resultado de un sistema sobrecargado que trata el brote de coronavirus. En 2018, un profesional médico internacional, que habló bajo condición de anonimato, descubrió dos respiradores nuevos en el Hospital Regional de Herat. Ambos estaban estampados con grandes calcomanías de la OMS; no se utilizaba ninguno. Un cirujano los había cubierto en una sábana para mantenerlos limpios y seguros.
“No se ha entrenado a nadie” sobre cómo utilizarlos, dijo un sanitario extranjero que trabajaba en el hospital en ese momento a The Intercept, señalando que tal falta de preparación era “habitual”. Y no se trataba solo de respiradores. Había máquinas de succión eléctricas y monitores cardíacos que acumulaban polvo porque les faltaban piezas que no estaban disponibles en Afganistán. “Lo más loco que recuerdo fue que bastantes personas murieron debido a la falta de camas con respirador en la UCI”.
La OMS informó en enero al Ministerio de Salud Pública de Afganistán sobre la posible propagación del coronavirus. “Cuando recibimos notificación de casos en Qom [Irán], fuimos al punto cero” en la frontera, dijo a The Intercept el Dr. Mohammad Asef Kabir, viceministro de Salud de Herat. Dada la probabilidad de que el virus cruzara a Herat con los afganos que regresan, los esfuerzos iniciales del ministerio se centraron en la detección y la sensibilización sobre la necesidad de una buena higiene y distanciamiento social.
Este mensaje es vital, especialmente entre las comunidades vulnerables y los que regresan de Irán, dijo Nick Bishop, de la OIM. “Según el estado socioeconómico y los niveles de educación, será increíblemente difícil transmitir esos mensajes de manera significativa en las próximas semanas, cuando va a haber realmente un crecimiento exponencial en el recuento de casos y, potencialmente, en la cifra de personas que mueran”.
Por su parte, el gobierno afgano ha sido comparativamente agresivo al instituir medidas de contención. El 25 de marzo, con poco más de 50 casos positivos registrados en Herat, el gobernador de la provincia cerró tiendas y negocios no esenciales y prohibió las reuniones públicas; las mismas restricciones se impusieron en Kabul unos días después. El 14 de marzo se ordenó que las escuelas permanecieran cerradas después de las vacaciones de invierno, en un esfuerzo inicial para frenar la propagación del virus. Pero las calles de las dos ciudades se asemejan ahora a un fin de semana normal, lo que demuestra lo difícil que será hacer cumplir un cambio de comportamiento generalizado en un país donde gran parte de la población vive cara a cara, está resignada y es consciente de que cada día puede ser el último.
Al igual que en China, Italia, España y ahora Estados Unidos, las instalaciones sanitarias en Afganistán se están convirtiendo en centros de tratamiento de coronavirus en previsión de una avalancha de casos en los próximos meses. Pero el despliegue se ha visto afectado por tal escasez de personal y equipos que, si no se resuelve, desbordará el sistema de salud en cuestión de semanas, según profesionales sanitarios locales e internacionales. Un anuncio online publicado por el Ministerio de Salud Pública el 29 de marzo enumeraba 40 vacantes de puestos médicos. El director del Hospital Afgano de Japón, Dr. Atiqullah Kotay, dijo que se requerirá que el personal trabaje en turnos de 24 horas debido a las interrupciones del transporte provocadas por el cierre parcial de la ciudad. Aún así, dijo que no debería ser difícil contratar más trabajadores de la salud. “En Afganistán”, dijo, “hay muchos profesionales médicos, pero pocos puestos de trabajo”.
El sistema de salud pública de Afganistán “es definitivamente… muy débil”, dijo Julien Raickman, representante de Médicos Sin Fronteras en Afganistán, a The Intercept. “Ya es un problema en tiempos normales, pero en caso de una epidemia tendrá un impacto terrible”.
Algunos profesionales médicos y trabajadores de ONG han criticado la respuesta de la OMS. “Por supuesto, [la OMS] siempre piensa que el dinero es la respuesta”, dijo a The Intercept un destacado experto internacional en salud con sede en Kabul que habló bajo condición de anonimato. “Puedes [tener] todo el dinero que quieras, pero al final, ¿para qué?”. Lo más importante, dijeron esta persona y otros, son los recursos humanos y los suministros, cada vez más difíciles de conseguir a medida que se cancelan los viajes aéreos y se cierran las fronteras.
“Esperábamos más”, dijo Majrooh, el asesor del ministro de Salud Pública, a The Intercept. Amadullah Amarkhil, de la OMS, dijo que será necesario dispensarles un gran apoyo a largo plazo. “La OMS está trabajando estrechamente con [el Ministerio de Salud Pública] y ayudando al sector de la salud y sus socios desde principios de enero en los preparativos para el COVID-19, y ha ampliado enormemente su asistencia en áreas clave”, dijo en un correo electrónico.
Una mañana temprano de la semana pasada, una pequeña fila de pacientes esperaba una consulta de diagnóstico previo en una zona al aire libre cerca del laboratorio del Hospital Regional de Herat. El doctor, que vestía un traje protector de pies a cabeza, estaba asistido por Mohammad Shafi Khotibi, un enfermero local. De promedio, explicó Khotibi, el personal médico realiza consultas de este tipo con aproximadamente 100 pacientes diariamente, de los cuales se les pide a unos 50 que den muestras de hisopos de nariz y garganta para su análisis. El Ministerio de Salud repone regularmente los kits de muestreo, pero el proceso no es continuo. “Cada vez que se agota”, dijo Khotibi, “hay un impasse de varias horas». (En el momento de la publicación, según el ministerio, se habían realizado 1.807 tests en todo el país).
El número relativamente pequeño de tests disponibles “no permite que los actores sanitarios puedan comprender la gravedad de la situación”, dijo Raickman. Dado que la ayuda humanitaria está directamente relacionada con el número de casos probados, tener un número tan bajo de casos confirmados significa que el suministro de recursos no se corresponderá con la demanda.
“Será uno de los mayores desafíos que podamos ver nunca”, dijo Raickman. “Cuando ves el apoyo que estamos recibiendo de Europa, no es precisamente la clase de apoyo que tuvimos para el Ébola en el Congo, porque quienes podrían ayudarte tienen que luchar también con esta enfermedad”.
Dwain Hendriksen, que lidera la respuesta al Covid-19 para World Vision en Afganistán, se mostró de acuerdo. “Todavía podemos conseguir algo de financiación de los donantes”, dijo, “pero nada como lo que necesitaremos cuando el pico de casos de Covid-19 aumente en las próximas semanas”, y eso suponiendo que tests mejores y más frecuentes empiecen a mostrar el verdadero alcance del problema.
El 25 de marzo, el ministro de Salud Pública afgano Ferozuddin Feroz anunció que, según sus estimaciones, el 80% de los afganos, aproximadamente 25 millones de personas, pueden contraer el coronavirus.
Raickman acababa de escuchar esas cifras cuando habló con The Intercept. En Italia, dijo, “tienen casi un 10 por ciento de mortalidad; es imposible considerar que en Afganistán pueda ser menor”. Se le escuchaba muy abatido. “Así pues, solo tienes que hacer cálculos. Podría ser una catástrofe realmente enorme”.
Andrew Quilty, de origen australiano, es un fotoperiodista independiente que reside en Kabul desde 2013. Ha ganado diversos premios por sus trabajos, entre otros el George Polk, tres POYI, seis Walkley, incluido el Gold Wakley y, en 2019, el World Press Photo al mejor fotógrafo del año.
Web: www.andrewquilty.com
Fuente: https://theintercept.com/2020/04/02/coronavirus-afghanistan/
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