La delicada jugada de los EEUU de retirarse de Afganistán muestra claramente el grado de saturación del pueblo norteamericano de seguir financiando la guerra más larga que han mantenido.
El presidente Joe Biden, el pasado miércoles catorce, anunció que Estados Unidos retirará la totalidad de sus tropas de Afganistán, antes del próximo once de septiembre, aunque se mantendrá una dotación mínima, como gesto de advertencia, a cualquier intento, por parte del Talibán, de faltar a los compromisos asumidos tras los acuerdos de Doha (Qatar) en febrero del 2020 con la administración Trump. Biden pretende que para cuándo se cumplen veinte años del ataque al World Trade Center y al Pentágono, la guerra afgana comience a ser parte del pasado, más oscuro de la historia norteamericana.
Aquel hecho, mostró la vulnerabilidad de la primera potencia del mundo, que precipitó la invasión al país centro asiático, para dar un escarmiento histórico a quien se creía el cerebro del atentado, el saudita Osama bin Laden y sus socios del Talibán que guardaban en su país como “huésped de honor” al fundador de al-Qaeda. Por entonces Afganistán era gobernado por el Talibán, tras haberse impuesto en una sangrienta guerra civil, que estalló de manera inmediata, a la retirada de la Unión Soviética, contra sectores más moderados, encabezados por la Alianza del Norte, cuyo líder Ahmad Shah Massoud, fue asesinado, en un resonante atentado suicida de dos shahid (mártir) enviados por el mullah Omar, dos días antes de la operación contra las torres de Nueva York.
Hoy la Alianza del Norte, tras años de derrota, ha conseguido nuevamente conformarse como una fuerza importante, quizás la única en condiciones de resistir, de producirse, los embates del talibán contra Kabul, después de la retirada norteamericana.
A veinte años vista, ya no queda duda del resonante fracaso militar y político de Washington, tras una monstruosa inversión económica para financiar la guerra y en el intento, a contrapelo de la realidad, de no tener en cuenta la milenaria estructura social y política de Afganistán, basada en un alambicado sistema tribal, fundamentado sus etnias. EEUU erróneamente intentó crear una estructura estatal que incluían un ejecutivo y partidos políticos, junto a la creación de fuerzas armadas y de seguridad, que pudieran sostener dicho sistema. Más allá de los gastos inútiles, los que se calculan en billones de dólares y los cientos de miles de muertos afganos, cuyo mínimo se estima en 300 mil almas, y cuya cifra verdadera nunca podrá conocerse, al igual que las bajas norteamericanas a las que el Pentágono mensura en dos mil, cifra insignificante si se tiene en cuenta el tipo de guerra a la que los muyahidines arrastraron a los Estados Unidos, a lo largo de estas dos décadas.
En su discurso del miércoles, Biden estableció, sin consultar con los mullah, la fecha de la retirada norteamericana, unos 2500 efectivos regulares, más unos mil pertenecientes a “cuerpos especiales”, los que junto a los efectivos de varios países en su mayoría de la OTAN, redondean, unos siete mil, prolongando en varios meses, a la estipulada en Doha, que claramente habían sido pautada el primero de mayo, donde las partes se comprometían con el retiro de los militares extranjeros, a dar pasos hacia la pacificación del país, una drásticas reducción de la violencia, abandonar el apoyo a “grupos terroristas”, apuntado casi con exclusividad a la sacro alianza entre el Taliban y al-Qaeda, un vínculo que se fragua durante la guerra anti-soviética. Además del compromiso por parte de los mullah de iniciar conversaciones con el gobierno del presidente Ashraf Ghani, a los que los muyahidines han despreciado siempre.
El discurso de Biden ha provocado una contundente respuesta del Emirato Islámico, cómo se nombra el Talibán, que de inmediato anunció que ese cambio de fechas haría imposible que sigan participando en conversaciones de paz, “hasta que todas las fuerzas extranjeras abandonen por completo nuestra patria”. Lo que de hecho da por anulada la próxima ronda de discusiones, que se iba a realizar en Turquía, el próximo 24 de abril, alentada el Secretario de Estado, Anthony Blinken, donde existía la opción de hasta discutir la posibilidad de un gobierno interino compuesto por el Taliban y miembros de la muy desprestigiada clase política.
La huida pasaba por Doha
Sin duda, los acuerdos de Doha representaba para los Estados Unidos, la manera más elegante de abandonar Afganistán a su suerte, sin que se note demasiado, y evitar asumir una pasmosa derrota, con reminiscencias vietnamitas.
Desde hace tres años el grupo insurgente ha tenido una remontada casi aluvional en el campo militar, habiendo ocasionado numerosas derrotas y bajas al endeble ejército afgano. Por lo que dichos acuerdos dejan en una posición de extrema debilidad al presidente y la mafia corrupta que gobierna desde Kabul, por lo que a Ghani, conocedor de la vieja tradición de los talibanes de asesinar presidentes en ejercicio, el recuerdo del presidente Mohammad Najibullah, derrocado y torturado públicamente hasta la muerte en 1996 en las calles de una Kabul derrotada, lo debe perseguir como una sombra.
Se sabe que Kabul, no tienen ninguna posibilidad de ser sostenida por el Ejército Nacional Afgano (ENA), formado, entrenado y armado por el Pentágono, el que no ha dado ninguna muestra de tener capacidad, para contener a los hombres del mullah Hibatullah Akhundzada, ya que la mayoría de los integrantes del ENA, se han incorporado buscado, sencillamente un conchabo, como respuesta a la desocupación crónica que vive el país, por lo que son constantes los reportes de deserciones, abandonos de puestos, ventas de armamento a los propios insurgentes y cuando no, la incorporación a sus filas. Por lo que Biden, para atenuar el efecto abandono, recalcó el miércoles que los Estados Unidos, seguirían dando asistencia a las fuerzas de seguridad y defensa afganas, y agregó: “Junto con nuestros socios, estamos capacitando y equipando a casi 300 mil personas”.
Muchos expertos opinan que con la retirada norteamericana colapsará el actual gobierno y hará retrotraer la situación a los años anteriores a la invasión norteamericana de 2001, poniendo en peligro los escasos avances logrados respecto a la salud, la educación y los derechos de la mujer. Son miles los combatientes wahabitas, algunos estiman que más de cien mil, que llevan prácticamente toda sus vidas en esta guerra, habiendo sacrificado absolutamente todo, por lo que para los altos mandos del talibán, si fuera su voluntad, contener a sus muyahidines, fanatizado con el mensaje “religioso” que desde niños han recibido en las madrassas y a tiro de piedra de una victoria militar contundente, junto a las ansias de vengar las miles de muertes de sus hermanos y familiares, junto a las humillaciones y torturas sufridas, preanuncia una verdadera carnicería cuando bajando de las montañas puedan entrar libremente a Kabul, sin que puedan ser contenidos por nadie. Los mullah, además de grandes guerreros, grandes políticos, saben que, para los Estados Unidos, volver a intervenir en Afganistán, sería a un colosal costo, ahora, fundamentalmente político, precio al que nadie, que han seguido la guerra desde los cómodos despachos de Washington, estaría dispuesto a pagar.
Otros funcionarios de Biden, en la misma dirección han declarado que Estados Unidos tiene la intención monitorear en el proceso de paz y brindar ayuda humanitaria y asistencia al gobierno y las fuerzas de seguridad, las que siguen dependiendo totalmente del apoyo extranjero, lo que de nada serviría si el Taliban, tomase el atajo de revancha, posibilidad que queda absolutamente abierta, teniendo en cuenta que tras el estancamiento de las conversaciones inter-afganas, que recién habían empezado en septiembre último, y que a muy regañadientes se alcanzó un acuerdo parcial acerca de la liberación de prisioneros, dio excusas para que los fundamentalistas incrementaran sus ataques contra el ENA, y extendieran las áreas bajo su control, las que ya supera el sesenta por ciento del país. Sin contar la cada vez más significativa presencia del Daesh Khorasan, que enfrentados a los mullah y obviamente al gobierno de Ghani, no deja de ser un excelente destino para los combatientes talibanes, que no están dispuesto a pactar ahora, tan cerca de la victoria.
La delicada jugada de los Estados Unidos, de retirarse de una vez de Afganistán, iniciada por Trump y continuada, con pocas modificaciones, por Biden, muestra claramente el grado de saturación del pueblo norteamericano de seguir financiando la guerra más larga que han mantenido, sabiendo que potencias como China y Rusia, además de Irán, India y Pakistán, tienen la mirada fija en ese país, que no tiene tiempo para la paz.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC