Un nuevo suceso ha vuelto a poner en vilo la realidad afgana y a reavivar la guerra que el Daesh Khorasan viene librando contra los talibanes desde que el grupo fundado por Abu Bakr al-Bagdadí, en 2014, logró instalarse en el norte de Afganistán, según la inteligencia iraní, con ayuda de la CIA, en 2015.
El pasado lunes 5, en las puertas de la sección consular de la embajada rusa de Kabul, un atacante suicida o shahid (mártir) miembro del Daesh Khorasan, habría sido alcanzado por los disparos de un guardia de la embajada antes de que pudiera acercarse a un grupo de personas que esperaban en la puerta del consulado y detonara el dispositivo del chaleco explosivo que llevaba.
De todos modos la explosión mató a dos funcionarios de la embajada junto a otros seis ciudadanos afganos e hirió a otros diez que esperaban para tramitar sus visas. Este ataque se convierte en el primero contra una delegación extranjera que se comete desde la toma de Kabul por los talibanes en agosto del año pasado.
Sin duda el ataque apunta a debilitar la ya muy endeble posición internacional del Estado Islámico de Afganistán, ya que Rusia, junto a un grupo de otros 13 países entre los que destacan China, Pakistán, Irán, India y Turquía, los cuales cuentan con representación en el país centroasiático, más allá de que no han reconocido oficialmente al nuevo Gobierno de los mullahs. Rusia es el único país europeo que ha mantenido representación en Kabul, después del quince de agosto del 2021, mientras la mayoría de las naciones cerraron sus embajadas cuando los talibanes capturaron Kabul.
Más allá de que Rusia no haya reconocido a Afganistán, se han establecido, además de una representación oficial afgana en Moscú, incipientes negociaciones para la compra por parte de Kabul de productos básicos como trigo, gas y petróleo e incluso una delegación de los mullahs participó en el reciente Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Mientras, los talibanes esperan que Estados Unidos libere los cerca de 7.000 millones de dólares que Washington mantiene retenidos en bancos norteamericanos.
La explosión sorprendió al segundo secretario de la Embajada, Shah Mahmoud, cuando salía para comunicar los nombres de los ciudadanos afganos que habían sido beneficiados con la obtención de la visa rusa. El mismo lunes, en horas de la noche, el Daesh Khorasan reconoció la autoría del hecho confirmando que fue uno de sus muyahidines quien portaba el chaleco explosivo.
Los ataques contra delegaciones extranjeras en los años de la guerra de los talibanes contra los invasores norteamericanos, fueron extremadamente infrecuentes a lo largo de los veinte años de ocupación, habiéndose registrado uno en 2017 en la Plaza Zanbaq, epicentro de lo que se conoce como la zona verde de Kabul, un sitio entonces ultracontrolado por las fuerzas de seguridad, tanto afganas como de los Estados Unidos. Allí el estallido de un camión cisterna conducido por un shahid que llevaba cerca de 1.500 kilos de explosivos asesinó a unas 100 personas e hirió a otras 500. (Ver Afganistán: Cuando se disipe el humo, cuando se asiente el polvo). En 2015 un coche bomba de los talibanes estalló en las puertas de la Embajada de España, matando a un guardia de seguridad, por lo que dos hechos no se pueden catalogar estrictamente cómo ataques a embajadas, sino como sucesos en los que las representaciones extranjeras podrían ser consideradas como “daños colaterales” en eventos donde no estaban estrictamente vinculadas las embajadas. Así, con el ataque del lunes, el Daesh Khorasan abre una nueva escalada en su “guerra” contra los talibanes, a quienes cataloga como takfires (apóstatas) que no respetan las leyes del Corán.
El canciller ruso, Serguéi Lavrov, informó de que se tomaron las medidas correspondientes para reforzar la seguridad de la embajada con la colaboración de las autoridades afganas. También expresó el deseo de que “los responsables del ataque sean castigados lo más pronto posible”.
En todos los frentes el Daesh Khorasan
En esa guerra cada vez más virulenta que el Daes, mantiene contra los talibanes, y muy particularmente en la escalada iniciada en agosto del 2021, un nuevo episodio sucedió el pasado viernes 2 de septiembre cuando en la mezquita de Guzargah, una de las más grandes del oeste afgano, en la ciudad occidental de Herat, se realizaba el ṣalāt al-ẓuhr (oración de mediodía) la que congrega mayor cantidad de fieles en el día más sagrado de la semana islámica, un atacante suicida detonó su carga explosiva matando a una veintena de personas e hiriendo a otras 23, entre ellos el influyente Maulawi (erudito religioso) protalibán Mujib ur Rahman Ansari, quien estaba en la mira del Daesh, ya que a finales de junio, en el transcurso de un encuentro en el que participaron unos 3.000 ulemas y jefes tribales, había reclamado que se decapitara a quienes cometieran incluso el “acto más pequeño” contra el Gobierno.
Ansari, quien fue un feroz crítico de todos los gobiernos afganos apoyados por los Estados Unidos, dada su militancia antinorteamericana se convirtió en asesor del viceprimer ministro del régimen, el poderosísimo mullah Abdul Ghani Baradar, y en pocas semanas se convierte en el segundo clérigo asesinado, tras Rahimullah Haqqani, también muerto en un atentado similar el 11 de agosto en su madrassa (escuela coránica) en Kabul. (Ver: El sangriento entramado afgano.)
Otras versiones acerca de la muerte de Ansari indican que el Maulawi fue asesinado por un “enemigo impuros de la religión del islam y la humanidad”, según un vocero cuando se aproximaba a la mezquita y un shahid, que se hizo pasar por un seguidor se inmoló mientras besaba la mano del clérigo.
Si bien las acciones del Daesh Khorasan son cada vez más frecuentes y apuntan a atacar el corazón del nuevo Gobierno afgano, por mucho tiempo han concentrado sus acciones particularmente contra miembros de la minoría chií-hazaras, estos últimos un subgrupo de los primeros, considerado blasfemo, hereje y enemigo del islam, y también contra la minoría mística sufí, que a pesar de ser sunita no es considerada lo suficientemente apegada al Corán, por lo que han sido objeto de violentos ataques que solo en 13 ataques del año pasado han producido 700 muertos según un informe de Human Rights Watch (HRW), que también señala que los talibanes tampoco se encargan de proteger a los hazara ni al resto de las minorías religiosas de atentados suicidas y ataques mortales, además de no dar atención médica y asistencia adecuadas a las víctimas y sus familias.
Durante abril pasado el Daesh se ha mostrado particularmente activo operando contra madrassas, mezquitas y centros comunitarios chiítas. También se ha conocido que son constantes los ataques en diferentes puntos del interior del país, que no se informan debido a la estricta censura establecida por los talibanes.
El 19 de abril seis personas murieron y otras 20 resultaron heridas en un atentado suicida con bomba en la escuela secundaria Abdul Rahim Shahid, n el oeste de Kabul. Solo dos días después otra treintena de personas murieron y unas 90 resultaron heridas tras el ataque contra la mezquita Seh Dokan en Mazar-e Sharif, capital de la provincia de Balj. Una de las mezquitas chiítas más grandes del país, que desde entonces ha permanecido cerrada. Durante ese mismo mes 14 personas murieron en diferentes ataques contra hazara en sus ámbitos de trabajo y en la vía pública en la norteña provincia de Samangan y en la ciudad de Mazar-e Sharif.
En Kabul 120 entre muertos y heridos se produjeron el pasado 7 de agosto durante las celebraciones del Ashura, el décimo día del mes de Muharran, del año 680, en que se libró la batalla de Kerbala y se produjo el martirio de Ali, nieto de Mahoma, el punto fundacional del chiismo (causa común o partido) de los seguidores de Ali.
A poco más de un año de la victoria de los talibanes nadie sabe qué hacer con el país, donde lo único constante es la repetición de los ciclos de violencia en Afganistán, una vez más.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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