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Oxfam revela el flujo de armas en el continente

África importa el 95% de sus armas para la guerra

Fuentes: Gara

Los enfrentamientos armados sangran cada año 18.000 millones de dólares a la economía africana. El Kalashnikov es el rey de un arsenal ingente que, según denuncia un informe de Oxfam, en un 95% se fabrica fuera de África, a donde buena parte llega a través del incontrolado tráfico ilegal. Hay 550 millones de armas de […]

Los enfrentamientos armados sangran cada año 18.000 millones de dólares a la economía africana. El Kalashnikov es el rey de un arsenal ingente que, según denuncia un informe de Oxfam, en un 95% se fabrica fuera de África, a donde buena parte llega a través del incontrolado tráfico ilegal.

Hay 550 millones de armas de fuego en circulación. Eso significa que hay un arma de fuego por cada 12 personas en el planeta. La pregunta es: ¿Cómo armamos a las otras 11?». Es una de las demoledoras reflexiones que hace Yuri Orlov, el insensible traficante de armas que el actor Nicolas Cage encarna en la reciente película «El Señor de la Guerra». Hace un par de años, el galardonado documental «La pesadilla de Darwin», donde los gigantescos aviones Antonov partían desde Tanzania con percas del lago Victoria y regresaban al corazón de África cargados de munición y kalashnikovs, nos desveló los entresijos del tráfico ilegal de armas. Ahora, este nuevo film retrata a los protagonistas de este comercio ilícito, uno de los más lucrativos del mundo. «¿Sabéis quiénes heredarán la Tierra? Los traficantes de armas, porque los demás ya están demasiado ocupados matándose los unos a los otros», vuelve a demolernos Orlov.

El nombre ficticio de Yuri Orlov bien pudiera ser el de Victor Bout, un empresario ruso con toda una flota de aviones que suministran armas por todo África, o Leonid Minin, otro intermediario bien conocido por la ONU y las organizaciones civiles que denuncian este tráfico de sangre. Una de esas ONG es Oxfam International, que acaba de hacer público un revelador informe titulado «Los millones perdidos de África», en el que pone de manifiesto que los enfrentamientos armados que han asolado este continente en la última década le cuestan 18.000 millones de dólares cada año.

Pero lo más revelador es que el 95% del grueso de armas y municiones con las que los africanos se matan entre sí proviene del exterior. Ni los países africanos fabrican el fusil de asalto Kalashnikov, ni manufacturan municiones. Y volviendo a tomar como referencia las reflexiones de Yuri Orlov, el peligro no era antes Irak ni tampoco lo es ahora Irán: «Nueve de cada diez personas son asesinadas con misiles de asalto y armas pequeñas como las tuyas (…). Los misiles nucleares están en silos; tus AK-47 son las armas de destrucción masivas».

Un 38% de los conflictos armados está localizado en el continente negro y en 2006 casi la mitad de los considerados de alta intensidad tuvieron como escenario suelo africano. A ello hay que sumarle los elevados índices de delincuencia armada en algunos países como Ghana o en regiones como el norte de Nigeria o Kenia, por poner sólo unos ejemplos.

«Las peleas a puñetazos se convierten en peleas a tiros», resume Oxfam, que se pregunta directamente de dónde proceden esos millones de armas que inundan la sociedad africana. No es tan difícil seguir el rastro. Leonid Minin es un traficante de armas nombrado en diversos informes de la ONU por la venta de armas a Liberia y Sierra Leona. En 1999, se constató que 68 toneladas de armas ucranianas fueron enviadas a Burkina Faso utilizando certificados de usuario final falsos por una compañía británica, Air Foyle, y bajo contrato emitido por una compañía registrada en Gibraltar. A los pocos días de su llegada a Burkina Faso, las armas fueron enviadas a Liberia en un avión de Minin. El avión tenía matrícula de las islas Caimán y era operado por una compañía registrada en Mónaco. Las armas fueron transferidas posteriormente de Liberia a Sierra Leona. Así es el tráfico de armas.

«Las armas que se fabrican en África casi nunca son utilizadas en los conflictos africanos», deja patente este informe. Una veintena de compañías en Sudáfrica, siete en Egipto y una en Nigeria conforman todo su entramado de fabricación de armas ligeras. Para hacerse una idea de la magnitud de la adquisición africana de este tipo de arsenales, baste el dato oficial de la ONU de que en 2005 se importaron este tipo de armas por valor de 59,2 millones de dólares, y sólo el 1% procedía del mercado interno. Y hablamos de comercio autorizado.

El documento de Oxfam hace especial hincapié en el ampliamente conocido Kalashnikov, la que presenta como «la máquina de matar preferida en el mundo», con entre 50 y 70 millones de unidades repartidas a lo largo y ancho de los cinco continentes. La gran mayoría de países fabricantes de este fusil y sus derivados están localizados en otros continentes, como mínimo en trece países. Y otro tanto sucede con las necesarias cantidades de munición.

La carencia de legislaciones internacionales efectivas o de normativas estatales que regulen la intermediación y su transporte impiden poner coto a este comercio ilegal del que se benefician `señores de la guerra’ como el ruso Victor Bout y su flota de 50 aviones, compañías aéreas y agencias de tránsito, pero también las industrias armamentísticas de los países más ricos. A África, por contra, cada bala le cuesta 6.000 dólares, los que pagó un chico congoleño para que le reconstruyeran la mandíbula que un disparo le destrozó; un coste equivalente a un año de educación primaria para cien escolares o a la vacunación de 250 niños.