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La colonización interminable

África y la conquista eterna

Fuentes: Rebelión

A lo largo del siglo XX el mundo celebraba las independencias logradas por nacientes y empobrecidas repúblicas africanas. Imposible olvidar a Ben Bela o Lumumba, la batalla de Argel, la lucha de Angola y tantos otros episodios y personajes que fueron rompiendo las pesadas lozas de la esclavitud y el saqueo. Pero las descolonizaciones, ¡si […]

A lo largo del siglo XX el mundo celebraba las independencias logradas por nacientes y empobrecidas repúblicas africanas. Imposible olvidar a Ben Bela o Lumumba, la batalla de Argel, la lucha de Angola y tantos otros episodios y personajes que fueron rompiendo las pesadas lozas de la esclavitud y el saqueo. Pero las descolonizaciones, ¡si lo sabremos los latinoamericanos!, implican todo un proceso, con obstáculos nuevos y viejos, con contradicciones y rutas accidentadas; un proceso de deconstrucción de la colonialidad en todas sus dimensiones, con sus resistencias y hegemonías, y de construcción y reconstrucción de otras socialidades, que se nutren de la tradición por un lado, que han ido siendo inventadas en los largos años de luchas emancipatorias por otro, y que, en ocasiones, incluso reproducen de algún modo las relaciones de poder y las concepciones del mundo de la colonialidad.

En este sinuoso proceso África parece iniciar el siglo XXI en una especie de colonialidad soft, una colonialidad informal que, guardando las diversidades, permite mantener economías colonizadas y mentalidades colonizadas en países formalmente constituídos e independientes. Después del arrasamiento colonial, los procesos de reconstrucción social todavía incipientes se ven confrontados con las nuevas agresiones de la avidez capitalista que fomenta relaciones políticas de complicidad mediante la imposición de gobernantes corruptos y sátrapas, mientras las grandes empresas transnacionales (ETN) succionan las riquezas naturales. Es todo un nuevo engranaje propiciatorio del despojo y la desposesión infinita de pueblos enteros, que se combina con la ocurrencia de guerras, a veces inexplicables localmente, como no sea por las lógicas geopolíticas más generales.

Si los conquistadores de América lograron mantener durante tres siglos las colonias fue porque se empeñaron en borrar las cosmovisiones de las culturas nativas imponiendo la suya propia. Las quemas de libros, las ciudades sepultadas bajo enormes catedrales, la evangelización, incluso la bondad de alfabetizadores que enseñaban la lengua castellana fueron los pilares de asentamiento y justificación de la usurpación. Que hoy la resistencia clame por construir un futuro recuperando tradiciones indica la larga duración de los procesos de transformación de mentalidades y la dificultad de concebir desde el otro.

Los procesos de universalización de concepciones del mundo se confrontan con la realidad de la dominación. Las concepciones del mundo de los dominadores casi nunca corresponden a la percepción ni al interés de los dominados que convierten sus propias concepciones en espacios de resistencia desde donde se movilizan y luchan a través de lenguajes particulares (como la danza, el canto, el teatro, la corporalidad y nuevas formas de hacer política y construir socialidad) dentro de la espesa jungla del pensamiento dominante y dominador.

No obstante, la infinita variedad de concepciones que inunda una realidad barroca y abigarrada hace que estos discursos transiten por caminos formales pero también por veredas, muchas veces ambiguas o confusas. En el amplio reino de la sociedad civil se expresa así, abierta o enmascarada, una batalla por el pensamiento y la construcción de imaginarios y discursos que termina definiendo los matices de la dominación-emancipación.

La colonialidad soft que se impone después de los procesos de independencia formal de África -y que todavía prevalece- aparece muy claramente en una sociedad civil penetrada por asociaciones, civiles o religiosas, que practican la asistencia cultural a pueblos que lo que piden es libertad de ser y de sobrevivir de acuerdo con sus propias costumbres y criterios.

A las llamadas eufemísticamente «fuerzas del mercado», que imponen la ley de la geopolítica global y de las grandes transnacionales, se agrega, encaminada por ONGs y asociaciones religiosas varias, la conciencia del buen salvaje que sabe aguardar, pedir y resignarse a que le den, en vez de luchar por lo suyo.

La importancia geopolítica de África

En un continente que no esconde sus riquezas, pero tampoco sus miserias, las luchas sociales de los africanos contra las colonialidades de cualquier tipo se enfrentan no sólo a los poderes locales sino, principalmente a las fuerzas de la geopolítica mundial.

El continente africano alberga el 81 % de las reservas de cromo y el 53 % de las de cobalto, dos metales usados para la producción de maquinaria en general pero, muy especialmente, para producir las superaleaciones con cualidades de resistencia a altas temperaturas y velocidades, a la corrosión y abrasión y con características magnéticas que los hacen muy apreciados para actividades estratégicas como la aeroespacial, la militar y otras; contiene también el 52 % de las reservas de manganeso, elemento indispensable para la reproducción del soporte industrial mundial y el 13 % de las de titanio, particularmente apreciado por su ligereza. La República Democrática del Congo y Sudáfrica, y en el caso de la bauxita Guinea, son los países con las mayores concentraciones de metales estratégicos de África, y en algunos casos del mundo, pero en muchas partes del territorio africano se encuentran yacimientos un poco más pequeños con algunos de estos metales(1).

Otros minerales valiosos que África proporciona al mundo son los diamantes y el oro, que además de sus usos ornamentales o equivalenciales, como en el caso del oro, son utilizados también para la construcción de herramientas industriales de alta precisión.

Simultáneamente África cuenta con reservas de agua dulce variadas, tanto subterráneas como en superficie, que en conjunto son, junto con las de América, las mayores del mundo. Es decir, en gran medida, entre estos dos continentes se define el futuro de la vida en la Tierra, sobre todo ahora que el calentamiento del planeta está derritiendo los cascos polares.

Las dos reservas acuíferas subterráneas más grandes con que cuenta la humanidad son el Sistema Acuífero Nubio, debajo del Desierto de Nubia en la cuenca del Nilo, ocupando parte del subsuelo de Sudán, Egipto, Libia y Tchad y el Sistema Acuífero del Sahara, en el subsuelo de Argelia, Libia y Túnez. La tercera, conocida como Sistema Acuífero Guaraní, está en América, en la disputada zona de la Triple Frontera, donde se juntan Paraguay, Brasil, Argentina, bajando hasta Uruguay.

En una masa continental de las dimensiones de la africana, y con condiciones geológicas y ecológicas que le permiten alojar valiosos yacimientos naturales de lo que la sociedad industrial ha ido convirtiendo en recursos estratégicos, la disputa por este territorio se revitaliza. La batalla por la hegemonía absoluta, de «espectro completo», que ha emprendido Estados Unidos, lo conduce, y también a las otras potencias, a buscar la apropiación exhaustiva de recursos como el agua, los yacimientos genéticos, petrolíferos, gasíferos y minerales, y todos aquéllos que contribuyan a garantizar (o bloquear) la reproducción global y cuyo monopolio se constituya en una fuente de poder.

En ese sentido, la distribución particular de los bienes de la naturaleza dentro de este gran continente marca la importancia geopolítica de sus regiones. Países como Uganda, Kenia y Tanzania, con jurisdicción sobre el Lago Victoria, son uno de los puntos de atracción, porque, además, son un eslabón entre aguas profundas y superficiales y entre el centro y el cuerno de África.

La cuenca del río Congo, por donde los primeros conquistadores iniciaron su penetración al continente, es abundante en agua y biodiversidad. Sus abundantes riquezas en medio de una topografía agreste determinaron que su conquista fuera emprendida en sucesivas expediciones con fin trágico hasta llegar a su consumación. Pero si en aquella época los negocios consistían en atrapar a los hombres y mujeres libres de ese continente para convertirlos en esclavos, hoy lo que se disputa son justamente las fuerzas de la naturaleza que en otra época dificultaban la apropiación de las fuerzas humanas.

Adicionalmente al oro propiamente dicho, a los diamantes -aportados en abundancia por Sudáfrica- y metales estratégicos, al oro verde y oro azul que alberga el continente africano, sus yacimientos fósiles aportan una provisión de oro negro que se suma a la producida por América para hacer frente a la crisis del Medio Oriente y para no dejar ninguna reserva fuera de control. A Libia se ha sumado Nigeria y la región del golfo de Guinea, pero en muchos otros países, entre ellos Sudán y Kenia, se realizan exploraciones con la esperanza de hallar yacimientos abundantes. Las reservas probadas de petróleo en África ascienden a 114.300 millones de barriles, según datos del 2005, pero seguramente los trabajos de exploración que se realizan por todos lados determinarán un crecimiento de esta cifra en los años venideros.

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(1) El cromo, el manganeso y el cobalto han sido señalados por la Office of Technology Assesment del Congreso de Estados Unidos, junto con los minerales del grupo del platino, como los metales de primer nivel de prioridad o estratégicos para el mantenimiento de la posición hegemónica de ese país. En esa medida su disponibilidad y control se convierten en parte de los intereses definidos como «vitales» de Estados Unidos. El dato es de un informe presentado en 1985. Desde entonces no se hace una evaluación similar con respecto a los minerales y, más bien, se señala como importante una gama un poco más amplia que contiene todos los básicos.