Cuando en 1991 se firmaron los acuerdos de paz entre el Frente Polisario y Marruecos auspiciados por Naciones Unidas, la abuela de Fátima Mhamed Jadad empezó a hacer el equipaje en los campamentos de refugiados donde vivía toda la familia. Creía que al fin volverían a su tierra, El Aaiún. Casi veinte años después aún […]
Cuando en 1991 se firmaron los acuerdos de paz entre el Frente Polisario y Marruecos auspiciados por Naciones Unidas, la abuela de Fátima Mhamed Jadad empezó a hacer el equipaje en los campamentos de refugiados donde vivía toda la familia. Creía que al fin volverían a su tierra, El Aaiún.
Casi veinte años después aún no se ha celebrado el acordado referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui. La espera en los campamentos de refugiados de Tinduf se perpetúa. Y la abuela de Fátima ha muerto esperando.
-Mi querida abuela, cómo la queríamos!, murmura Fátima. Y comienza a recordar en voz alta:
-A pesar de que yo era muy niña, me acuerdo perfectamente del año 1991, de mi abuela ilusionada, empaquetando todo, creyendo que los acuerdos de paz recién suscritos se cumplirían y todos regresaríamos a nuestra tierra, tal y como contempla la ley internacional. Pero no pudo ser. Mi abuela siempre repetía una frase, con la que mi hermana escribió un poema: «Al que espera, le llega la sombra «.
La sombra en los campamentos de refugiados es algo muy deseado y escaso. Ella creía que con paciencia llegaría nuestra recompensa. Pero a los saharauis se les está agotando la paciencia.
Fátima nació en 1987 en el campamento de Smara, en Tinduf. Nunca ha visto la tierra de su familia, el Sáhara occidental.
-Mi infancia fue muy sencilla, muy humilde, con muchas necesidades, pero con todo el cariño que una niña podría desear. Eso sí, al principio veía muy poco a mi padre, por la guerra, casi todos los hombres pasaban largas temporadas fuera. Recuerdo a mi tío, que era un herido de guerra y a veces tenía que acostarse porque le entraban mareos.
Con siete años Fátima conoció España a través del programa Vacaciones por la paz organizado por asociaciones de solidaridad con el Sáhara.
-Estuve dos meses en Cangas de Onís con una familia, el verano siguiente fui a Italia, y el siguiente regresé a España ya para quedarme. Solo se quedan los niños con problemas de salud. Yo sufría ataques de epilepsia que se agudizaban a causa de las elevadas temperaturas de los campamentos. Con el sol me desmayaba a menudo; además tenía un pequeño soplo en el corazón. Me quedé para curarme y para estudiar.
Estuvo en Sevilla con una familia de acogida española que le dio un hogar hasta hace poco más de un año, cuando se mudó a Madrid para estudiar Administración y Dirección de Empresas en la universidad.
En Madrid se puso en contacto con la asociación Jóvenes por una causa, integrada por saharauis y españoles que luchan por un Sáhara libre y denuncian la falta de derechos humanos del pueblo saharaui que vive en los territorios ocupados.
-Intentamos concienciar a la opinión pública española. El pueblo saharaui vive oprimido, sin derechos, está discriminado. En los territorios ocupados la gente es detenida por el simple hecho de ser saharaui o por pensar diferente, por exigir derechos.
Marruecos toma las riquezas naturales de nuestra tierra y no invierte nada en el pueblo saharaui. El Sáhara está dividido por un enorme muro de más de dos mil kilómetros, aislado y controlado. En la asociación tratamos de que todo esto se sepa, de que se sepa que hay unos acuerdos de paz que se han cumplido.
Fátima de niña con sus hermanos en el campamento de refugiados saharauis de Smara
Ha habido periodos de gran actividad para Jóvenes por la causa. Cuando la activista saharaui Aminatu Haidar inició una huelga de hambre para protestar por su expulsión, Fátima y sus compañeros de asociación organizaron manifestaciones frente a la embajada marroquí en Madrid. Ahora, tras el asalto al campamento de Gdaim Izik, su actividad se ha visto de nuevo incrementada.
-Hemos pasado noches enteras sin dormir; algunos de mis compañeros no podían ponerse en contacto con familiares del campamento, no sabían si estaban bien o no. Estamos indignados. Siempre pensé que la comunidad internacional no se atrevería a cruzarse de brazos de esta manera.
El gobierno marroquí lleva años siendo un represor con los saharauis, pero no me podía imaginar que el gobierno español mirara para otro lado; el gobierno español, formado por un partido político que ha ido de abanderado de la causa y ni siquiera se atreve a condenar lo ocurrido.
La ministra Trinidad Jiménez llama a la calma y no condena, ¿pero se atrevería a llamar a la calma si fueran sus seres queridos los que estuvieran allí en El Aaiún?
Pregunto a Fátima cómo explicaría el problema del Sáhara a alguien que desconozca el asunto.
-Somos un pueblo que formamos parte de la historia española, hemos sufrido la injusticia, hemos sido condenados a la ocupación o el exilio, a la espera de que se solucione el conflicto. Pero desde 1991 estamos a la espera. La paciencia se está agotando, el pueblo saharaui está dispuesto a todo. Los jóvenes saharauis pedimos a la opinión pública española que presione a su gobierno.
Fátima telefonea a menudo al campamento de refugiados de Smara para hablar con sus padres y hermanos. Estos días han contactado más que de costumbre. Su familia no tiene internet, así que suele ser ella la portadora de las últimas noticias relacionadas con El Aaiún.
-Mis padres se sienten defraudados. Toda su generación se siente engañada, les prometieron paz y libertad y nada se ha cumplido. Y esto va a peor, porque el tiempo corre a favor de Marruecos. No estamos dispuestos a esperar más hasta morirnos de vejez o tristeza. Llevamos veinte años defendiendo la paz y no nos escuchan, así que quizá habrá que volver a las armas para que nos escuchen, tristemente.
Cuando la paciencia se agota, cuando nadie nadie condena ninguna injusticia, cuando ves morir a tus seres queridos, lo que menos te importa es tu vida. Da igual volver a la guerra. Espero y deseo que el Sáhara sea libre, que mi pueblo deje de sufrir, que nos llegue al fin esa sombra de la que hablaba mi querida abuela.
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