Quisiera aprovechar este espacio para realizar un análisis sociológico, utilizando como base el paradigma de la visibilidad, sobre las implicaciones que la huelga de hambre de la activista por los Derechos Humanos Aminetu Haidar está generando a nivel del Estado y de la opinión pública española. Desde un punto de vista meramente teórico cabría indicar […]
Quisiera aprovechar este espacio para realizar un análisis sociológico, utilizando como base el paradigma de la visibilidad, sobre las implicaciones que la huelga de hambre de la activista por los Derechos Humanos Aminetu Haidar está generando a nivel del Estado y de la opinión pública española.
Desde un punto de vista meramente teórico cabría indicar que el interés actual por adquirir una visibilidad física, social, mediática o institucional, forma parte de una idea generalizada en la que ser visible se entiende como sinónimo directo de existencia social, y en la que la lucha por la obtención de dicha visibilidad, se presenta como un proceso que puede combinar dos tipos de reivindicaciones diferentes pero a menudo ligadas. Me refiero, siguiendo las palabras de la filósofa Nancy Fraser, a una lucha por la consecución de una justicia redistributiva y a una lucha por un reconocimiento identitario, cultural, etc., que permitiera restituir igualmente una estima menoscabada a nivel individual o colectivo. La construcción de la visibilidad es un proceso largo, complejo y de carácter conflictivo, en la que una multiplicidad de actores con intereses diversos defienden posturas y acciones contrapuestas. El paso de la invisibilidad a la visibilidad (o viceversa), quién es mostrado o no lo es, cómo y por qué un sujeto o colectivo es representado o se representa, el sentido que adquiere en los imaginarios aquello que se torna visible, debe ser analizado irremediablemente en términos de dominación.
La reivindicación de Aminetu Haidar y los acontecimientos que se han ido sucediendo posteriormente se inscriben en este nuevo paradigma explicativo de las luchas sociales. Su entrada forzada en nuestro país (con la violación de convenios internacionales y de derechos humanos tanto por parte de Marruecos como de España, ya que voluntaria o involuntariamente esta última contribuyó a su expulsión de Marruecos), así que las decisiones tomadas con posterioridad, reflotan con una fuerza sorprendente la olvidada cuestión del Sahara Occidental. La situación de Haidar en el aeropuerto de Lanzarote hace de ésta un foco inesperado de visibilidad para la causa saharaui, estancada desde hace años ante la impotencia del Frente Polisario y del movimiento de solidaridad. Su voluntad férrea de entrar en el Aaiún y su huelga de hambre provoca así una ruptura con el juego de ambigüedades anterior, llevando a una toma de posiciones mucho más clara por parte de los actores implicados en el conflicto (inclusive del Frente Polisario que se ha visto forzado a radicalizar su postura), y poniendo sobre el tapete la absoluta hipocresía de un sistema errado y podrido por los juegos de poder. En este sentido podría resultar un tanto incomprensible que Marruecos haya puesto en evidencia de manera tan clara el carácter poco democrático de su gobierno, así como su violación sistemática de los derechos humanos; violación que con la ayuda inestimable de los Estados occidentales había conseguido, matizar, ocultar o travestir en los últimos años. La incomprensión sin embargo se diluye en el momento en que uno entiende que la monarquía alauita maneja a la perfección el juego de alianzas internacionales, y que presentarse como tirano no es necesariamente malo si, por el contrario, uno tiene mucho que aportar en el plano geoestratégico.
La visibilidad del caso Haidar pone de manifiesto que el olvido impuesto durante décadas a este conflicto de descolonización no ha llevado en ningún caso a acabar con el problema inicial, que la situación jurídica del territorio y de sus habitantes sigue siendo extremadamente ambigua (la teoría jurídica internacional no corresponde en absoluto con la práctica) y que la represión mil veces silenciada de la población saharaui en los territorios ocupados sigue siendo el pan nuestro de cada día. Ser visible dota efectivamente de una existencia renovada al conflicto, pero después de la sorpresa y de la confusión inicial, los discursos dominantes también se han ido reconfigurando y la visibilidad adquirida ha terminado por transformarse en un arma de doble filo. De esta forma, una matización debe ser establecida: la adquisición de visibilidad de una causa no es sinónimo de reconocimiento social de la misma. Así, en los últimos días asistimos a una evolución radical de los discursos pronunciados por la opinión pública española y sus dirigentes, inclinándose hacia posturas de intolerancia con respecto a la situación que denuncia Haidar: transformación de ésta en culpable de su propia suerte y de la sociedad española en víctima de su «locura» o su «cabezonería».
Es cierto que los discursos de apoyo y solidaridad son cuantiosos, así que las críticas hacia el gobierno (actuaciones rápidas y desesperadas, sumisión, pragmatismo, poca capacidad de influencia y de presión internacional, pocas ganas de influenciar y de presionar, etc.,). Se podría criticar igualmente a la oposición que se mantiene callada y a la espera o a aquellos que apoyando la causa saharaui confunden la condena del régimen cherifiano con peligrosos sentimientos anti-marroquís. No obstante mi interés se centra en analizar aquellos discursos de rechazo a la figura de Haidar que han ido apareciendo a lo largo de los últimos días y que son cada vez más numerosos. A mi entender, existen ciertos factores (solo nombraré aquí cuatro de ellos, pero son múltiples) que pueden arrojar algo de luz sobre los mecanismos que llevan a su formación.
1. Habría que hablar en primer lugar de memoria histórica, más concretamente, de una ruptura de memoria con el pasado colonial de España en África. En este sentido podríamos decir que la cuestión del Sahara forma parte de la amalgama de olvidos voluntarios explícita o implícitamente pactados durante el periodo de la Transición. Dicha ruptura ha tenido efectos generacionales importantes e inmediatos, puesto que entre otras cosas, la presencia española en el Sahara y todo el proceso de descolonización, frustrante y frustrado, como diría el jurista Carlos Ruíz Miguel, desaparece sin dejar rastro de los textos de historia escolares. La labor de ocultación política conoce aquí su máximo esplendor. Sin comprensión del pasado, sin historia, nos encontramos con que una parte de la población española (especialmente aquella nacida después de 1975) no consigue establecer las conexiones necesarias que existen entre el Sahara Occidental y España para analizar el problema actual.
2. Se observa una fuerte tendencia obsesiva en estos discursos de rechazo a relacionar los eventos actuales con la cuestión migratoria. Aquí la confusión entre ambos temas se enmarca en un contexto de crisis económica que canaliza los sentimientos de anti-migración y de racismo. La imagen de exterioridad de Haidar (el imaginario árabe, africano) y su entrada en el país sin pasaporte, tiene para muchos una única lectura posible, la consideración de ésta como un inmigrante ilegal. Las dos medidas desesperadas y poco operativas lanzadas por el gobierno: nacionalización, refugio político (que ella misma rechazó por no guardar relación alguna con lo que pide) vienen a reforzar ese imaginario pavoroso sobre la migración y el pensamiento de que España continúa siendo el coladero migratorio de Europa. Haidar es vista socialmente en términos de exterioridad, es el «otro» temible, la alteridad indeseada. Su discurso o la justeza de su reivindicación se ven por lo tanto eclipsados por la oleada de sentimientos proteccionistas, etnocéntricos y de solidaridades de clase ficticias que inundan España (Europa) en los últimos tiempos. Para muchos ella es la expresión clara de la introducción del caos en la Polis, de la entrada de la «jungla», de la «barbarie» en la «civilización», que mejor opción por lo tanto que vuelva con sus problemas al mundo que le corresponde…allá donde no pueda ser ni vista ni oída.
3. Dentro del discurso dominante Haidar no solamente es rechazada como figura de la exterioridad, sino también de la subalternidad: mujer, nacida de la pobreza y no blanca. Como diría Homi Bhabha su presencia es fundamental para que el grupo hegemónico siga autodefiniéndose como superior, pero se vuelve extremadamente peligrosa cuando alza la voz y acusa. La mejor manera de desprestigiarla es intentar doblegarla a su estatus de dominada a través de su presentación como un sujeto dependiente, manipulado e incapaz de reflexión autónoma.
4. Por último señalar que las posiciones de rechazo son también producto de una sensación de hartazgo y de indigestión informativa. Nos encontramos en una sociedad que demanda información y que la aborrece al mismo tiempo. Zigmund Bauman y su concepto de «modernidad fluida» tendría seguramente muchas cosas que aportar a este sucinto análisis. Queremos información de usar y tirar, efímera y fácil de comprender (también de olvidar) para que podamos dar nuestra opinión sin ningún tipo de esfuerzo reflexivo. Estamos acostumbrados a eso porque es lo que nos ha proporcionado la revolución mediática y la libertad de opinión mal entendida. Durante años, por no decir décadas, la cuestión saharaui se ha mantenido en una posición secundaria para cámaras y periódicos; fácil de imaginar, por consiguiente, que el interés repentino de éstos por la cuestión saharaui no sea entendida por parte de la población, más todavía cuando las informaciones actualizadas al minuto provocan sobrecarga y confusión. La espera agobiante de Haidar en Lanzarote provoca hartazgo en muchos, pero también un enganche enfermizo a dichas informaciones, ya que su situación es narrada como si se tratara de un reality show morboso que puede que termine en muerte. Curiosamente este seguimiento exhaustivo nos confiere además el derecho a opinar sobre la validez o no de su muerte, olvidando completamente el sentido que a lo largo de la historia ha ido adquiriendo el propio cuerpo como última arma de lucha o de reivindicación.
La visibilidad de Haidar y los diferentes discursos que ha generado su acción no solamente sacuden la causa saharaui del polvo que empezó a cubrirle desde que se firmaron los acuerdos de paz de 1991, del polvo que el Frente Polisario y el movimiento de solidaridad no ha sabido tampoco limpiarle en las dos últimas décadas. Su visibilidad no solamente muestra de nuevo la base hipócrita y deshumanizada del sistema internacional, sino que permite dibujar el retrato de la sociedad española a través del choque violento que produce en las conciencias, si es que quedan, de una reivindicación que nos sobrepasa, porque en su mensaje complejo, y al mismo tiempo sencillo, aparecen dos palabras que se han vuelto opacas para una sociedad adormecida como la nuestra: resistencia y dignidad.
Carmen Gómez Martín es sociologa de migraciones y doctoranda en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris
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