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Ángeles de la guarda

Fuentes: La Jornada

La soledad en Nueva York es tal vez más intensa que en cualquier otro lugar. En medio de un mar de olas incesantes de gente y vehículos, la ciudad que nunca duerme puede ser el peor lugar para el insomnio, el cual, combinado con la soledad, es síntoma de una ruptura de la siempre frágil […]

La soledad en Nueva York es tal vez más intensa que en cualquier otro lugar. En medio de un mar de olas incesantes de gente y vehículos, la ciudad que nunca duerme puede ser el peor lugar para el insomnio, el cual, combinado con la soledad, es síntoma de una ruptura de la siempre frágil solidaridad en tiempos como estos.

Pero a veces, tal vez dependiendo del día, o de la luz de la luna en combate con la iluminación de los rascacielos, si uno mantiene silencio, si uno se fija bien, de repente aparecen multitud de ángeles de la guarda que están en cada esquina y que vienen de los todos los tiempos de esta metrópolis.

Caminando por la zona de la oficina de La Jornada, por el Greenwich Village, el East Village, Soho, y más, uno se topa con ellos en cada cuadra.

Pasando por Greenwich Avenue, ahí va corriendo John Reed a una reunión con los editores de The Masses (donde publica los reportajes de sus aventuras con Pancho Villa que se convertirían en México Insurgente); en el metro hacia Coney Island ahí está Woody Guthrie con su guitarra que dice esta máquina mata fascistas.

En Washington Square se puede escuchar otra guitarra tocada por Jimi Hendrix, y del otro lado la de Bob Dylan. ¡Ah! en su departamento por Washington Square está Eleanor Roosevelt (y su amante lesbiana) sirviendo té a un grupo de mujeres que le plantean un tipo de brigada de acción rápida para organizar a trabajadores en las tiendas departamentamentales.

Por el East Village están unos poetas locos, entre ellos Allen Ginsberg. A unas cuadras está el Nuyorican Poets Café, cuna de la poesía hablada (spoken word) para que un par de décadas más tarde nutra hasta hoy día lo mejor del hip hop, nacido en el punto más pobre de este país, el South Bronx.

En la esquina de Washington Place y Greene está un edificio y, si uno pone atención, hay una placa que conmemora un acto que transformó al país. De los pisos 8, 9 y 10, unas 146 trabajadoras inmigrantes, en su mayoría judías, se tiraron a la muerte para escapar de las llamas que consumían el Triangle Shirtwaist Factory (los dueños habían cerrado con llave las salidas de emergencia), lo que era la maquiladora más grande de confección en 1911. De esa tragedia surgió un movimiento para cambiar las condiciones infrahumanas de las maquiladoras, en un nuevo esfuerzo por sindicalizar el sector.

En la calle McDougal había un restaurante, Polly’s, donde en los 1910 se congregaban anarquistas (la dueña era una de ellos), poetas, escritores y más. Arriba estaba el Club Liberal, donde mujeres hacían cosas prohibidas, como fumar, hablar de cómo conquistar el derecho al voto y platicar del amor libre. A poca distancia sobre la misma calle estaba el Provincetown Playhouse, donde se estrenó la primera obra de Eugene O’Neill, pero donde también participaban John Reed, Edna St. Vincent Millay y Max Eastman (editor de The Masses).

Por estas calles se escuchan aún las voces de dirigentes del gran movimiento anarcosindicalista IWW, como Elizabeth Gurley Flynn y Big Bill Haywood.

En la Calle 13 vivía Emma Goldman entre 1903 y 1913, una de las rebeldes más extraordinarias y valientes, arrestada por atreverse hablar de control de natalidad, de oposición a la Primera Guerra Mundial, y finalmente deportada a la Unión Soviética por ser una anarquista demasiado peligrosa para Estados Unidos.

Una cárcel para mujeres ocupaba un espacio en la esquina de Greenwich Avenue y la Sexta Avenida, famosa durante décadas debido a sus internas: desde la esposa del puertorriqueño nacionalista Torresola, después de que su marido murió en un intento de asesinato del presidente Truman, hasta Ethel Rosenberg, arrestada un par de veces, quien cantaba maravillosamente para animar a las prisioneras; Dorothy Day, la líder del movimiento católico radical Catholic Worker, así como manifestantes contra la guerra en Vietnam en los 60, y Angela Davis en 1970.

En Sheridan Square estaba el famoso Café Society, que en los 1920 era el lugar para encontrarse con todos los rebeldes, desde anarquistas, comunistas y socialistas, hasta poetas, artistas visuales y más, todo al ritmo de jazz.

Union Square, donde culminaban las grandes marchas radicales del Primero de Mayo, fue sede de la primera marcha laboral oficial del país en 1882. Fue ahí donde se concentró una multitud para denunciar la ejecución de Sacco y Vanzetti -donde habló el gran Carlo Tresca-, a pesar de las ametralladoras colocadas en las azoteas de los edificios alrededor de la plaza por las autoridades en 1927. Union Square ha sido punto de encuentro de nuevos movimientos y expresiones del siglo XXI, como el de los inmigrantes que resucitaron el Primero de Mayo en este país, o los de Ocupa Wall Street, entre otros.

En el East Village, donde se expresó el punk en Nueva York con su eje en el antro CBGB, con voces como la de Patti Smith a los Talking Heads y más, hay una historia mucho más profunda. Una de las iglesias, St. Marks in the Bowery, donde continúan obras de teatro de vanguardia y otros actos, también era sede de reuniones de las Panteras Negras y los Young Lords en los 60. Ahí también bailó Isadora Duncan.

En la calle de St Marks había un periódico ruso disidente donde trabajó un tiempo León Trotsky, en 1917. Unas cuadras más al este, y medio siglo después, Abbie Hoffman vivió al lado de Thompkins Square Park, y fue ahí donde se bautizó el nuevo movimiento que encabezó: los Yippies.

Éstos son sólo algunos de los ángeles de la guarda que se aparecen por esta parte de la ciudad; miles más esperan en casi todos los demás barrios de esta metrópolis. Lo que comparten no son sus posturas ideológicas, sino su repudio a lo convencional y al veneno del así es que suele infectar hasta los proyectos y movimientos que se dicen progresistas. Por ello, jamás se subordinaban a lo mediocre ni a las órdenes de los que ejercen de manera arbitraria el poder. Y sobre todo se unen para ofrecer y luchar por lo mejor para todos, porque todos merecen lo mejor.

Así, al caminar en estas calles angeladas, uno ya no se siente tan solo.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/11/25/opinion/029o1mun