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Atrapados en la Zona Cero

Fuentes: Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La controversia alrededor del derecho de los musulmanes estadounidenses a construir un centro comunitario y una mezquita a escasa distancia del lugar de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, es a la vez extraña y rotundamente inapropiada. Nunca debería ser necesario que estadounidenses que acatan la ley tengan que justificar su derecho a practicar libremente su propia religión. Este derecho está reconocido en la Primera Enmienda, que forma parte de la Carta de Derechos que ha venido constituyendo la base de la libertad estadounidense durante más de 200 años.

Pero en la era de gulags como el de Guantánamo atestados de musulmanes barbudos, esos principios se ignoran. Los mismos ideales encomiados durante generaciones en EEUU están siendo pisoteados, violados e injuriados.

La Secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, puede aludir a los ideales estadounidenses y hablar de democracia mientras justifica las peculiares elecciones celebradas en Afganistán o la desconcertante «democracia» sectaria en curso en Iraq. Sin embargo, cuando el Presidente Barack Obama cometió al parecer el mismo terrible error el 13 de agosto, al refrendar el derecho de los musulmanes a construir un centro comunitario cerca de la Zona Cero, fue como si se desatara el infierno entero.

El representante Peter King, republicano por Nueva York -haciéndose eco del sentimiento de muchos otros en el Congreso, de los medios de comunicación y de la opinión pública-, denunció inmediatamente los comentarios de Obama. Al día siguiente, el Presidente se vio obligado a explicar en la CNN la intención subyacente en esos comentarios. Tuvo que definir laboriosamente la diferencia entre comentar la «conveniencia» del proyecto y sostener el principio más amplio de que el gobierno debe tratar «por igual a todo el mundo, independientemente de su religión».

La controversia es extraña e incómoda, porque la intención de construir el centro comunitario y la mezquita -que incluye una sala de conferencias y una piscina- puede entenderse como un gesto de buena voluntad, un intento de diálogo cultural y religioso. Indica un deseo de inclusión de la comunidad musulmana. Es también un acto de resistencia.

Quienes cometieron acciones execrables en nombre de la religión, y quienes emprendieron grandes guerras, también en nombre de la religión, son precisamente los grupos que se sienten más descontentos por una iniciativa de la comunidad musulmana que persigue superar las divisiones religiosas superficiales que han propiciado graves delitos e impulsado guerras criminales.

Sin embargo, no todos aquellos que están en contra de la aprobación del proyecto de la mezquita son gentes manipuladoras a nivel político o ideológico, e incluso ni siquiera están motivados por la religión. Algunos se han tragado inocentemente las ridículas acusaciones e insinuaciones de los medios de comunicación. Les han hecho creer que construir esas estructuras sería el colmo de la insensibilidad y que supondría traicionar la memoria de las víctimas del 11-S (entre las que también había musulmanes), y que puede funcionar como un mensaje simbólico de que los terroristas han ganado.

Uno no consigue comprender cómo es posible que una sala de oración, una piscina y una sala de conferencias, unas cuantas manzanas más allá de donde se alzaban las Torres Gemelas, representen una victoria en los libros de los grandes designios de al-Qaida. Pero lo más importante es que ese lenguaje sugiere -o incluso confirma- que lo que está en juego no es más que una guerra de religiones. Si ese es el caso, los musulmanes, utilizando la misma lógica, tendrían derecho a recortar las libertades de las minorías en los países musulmanes porque profesan religiones que son, supuestamente, hostiles al Islam. ¿No es eso acaso lo que al-Qaida -un grupo aborrecido por la mayoría de los musulmanes-, entre otros grupos fanáticos, ha estado defendiendo, cuando no practicando?

Es inaceptable que tras años de guerras emprendidas por EEUU contra países musulmanes -que precedieron a los ataques terroristas del 11-S- y muchas más guerras que mataron, hirieron y devastaron a millones de seres, sigamos estancados todavía en la misma mentalidad. Hay mucha gente que no es capaz de madurar nunca y sigue mirando el mundo a través de lentes contaminadas de odio y prejuicios, con la lógica del «nosotros» y «ellos». Sigue prevaleciendo la misma mentalidad que lleva hundiendo durante años a EEUU en una crisis política, económica, militar y moral. Los mismos promotores de la aniquilación de su país como líder mundial están ahora portando las antorchas de la intolerancia contra una mezquita, una sala de conferencias y una piscina.

El proyecto de centro comunitario musulmán estaba destinado a ser un mero asunto local hasta que Obama ofreció su apoyo durante una comida de Ramadán con miembros de la comunidad musulmana estadounidense. Sus comentarios ofrecieron una oportunidad perfecta para un grupo perfectamente oportunista de políticos y de supuestos expertos de los medios. Recogieron sus palabras, retorciéndolas y manipulándolas para dar la impresión de que le preocupaban muy poco las víctimas del 11-S. Se redujo al presidente de EEUU a tener que afirmar en estos momentos que: «el dolor y sufrimiento experimentados por quienes perdieron a sus seres queridos es inimaginable…»

Sin embargo, con todo lo increíble, triste y contraproducente que pueda parecer ese debate, es también una llamada de atención y un potente recordatorio del tipo de odio e intolerancia que dio un nombre espantoso a ese lugar del bajo Manhattan. Odio e intolerancia han creado también incontables «zonas cero» en diversas tierras musulmanas, desde Bagdad a Gaza, a Kabul y muchos lugares más.

Quizá la controversia nos sirva de recordatorio de tantas cuestiones que aún necesitamos afrontar. No podemos limitarnos a la retórica del cambio, la esperanza y la audacia si seguimos estancados en los mismos sentimientos y emociones. Necesitamos comprender que un estado mental colectivo tan frágil facilita que muchos de nosotros seamos fácilmente explotados y hábilmente manipulados. Esa es la discusión que realmente necesitamos abordar, con tanta valentía y urgencia como sea posible.

Ramzy Baroud ( www.ramzybaroud.net ) es un columnista destacado internacionalmente y editor de PalestineChronicle.com. Su libro más reciente es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres) y está disponible en Amazon.com.

Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/LH17Ak03.html

rCR