Parece que la muerte de los líderes de las organizaciones terroristas se ha convertido en algo así como un airbag destinado a utilizar en caso de extrema necesidad de los presidentes norteamericanos.
En el caso del -por lo menos oscuro- asesinato de Osama bin Laden en mayo de 2011, un momento crucial del primer turno de Barack Obama, este lo aprovechó para catapultarse a su reelección haciendo pasar la Operación Gerónimo, también conocida como Lanza de Neptuno, como una intervención exclusiva de los comandos norteamericanos a espaldas de los militares de Pakistán, país donde estaba refugiado. Lo de la participación exclusiva finalmente se demostró absolutamente falso, ya que por lo menos desde 2006 el Inter-Services (ISI), el poderoso servicio de inteligencia pakistaní, lo tenía localizado en Abbottabad, a poco más de 60 kilómetros de Islamabad, donde finalmente llegaron los Navy Seals a montar el gran show. El dato principal había sido brindado por un jefe del ISI, que fue sobornado con parte de los 25 millones de dólares dispuestos como recompensa por la cabeza de “Gerónimo”.
El inefable Donald Trump, utilizó a Abu Bakr al-Baghdadi, alias el Califa Ibrahim, emir y fundador del Dáesh muerto en una operación antiterrorista a finales de octubre de 2019 en el noroeste de Siria, en un momento extremadamente crítico de su crítica presidencia. (Ver: Al-Baghdadi, el muerto oportuno).
Y ahora este, en un tiempo crucial para la endeble presidencia de Joe Biden, que en poco más de año y medio de mandato y frente a las elecciones de medio término no ha dado una sola buena noticia a los norteamericanos, ya que bajo su presidencia y producto de su torpeza política no solo Estados Unidos tuvo que escapar humillado de Afganistán, sino que tras haber inventado el conflicto en Ucrania ahora está generando una monumental crisis económica en Occidente. Biden observa impotente como la Federación de Rusia está poniendo de rodillas a su país y a la Unión Europea.
Dado el cúmulo y la magnitud de sus torpezas, que incluyen la gira provocadora de la senadora demócrata y presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi por Asia, que ha puesto a China al borde de un conflicto militar con Taiwán, los asesores de Biden han entendido que era hora de aplicar un golpe de efecto y entonces qué mejor que cargarse nada menos que a Ayman al-Zawahiri, el médico egipcio sucesor y socio de bin Laden en el mando de al-Qaeda y para muchos expertos el cerebro operativo de los ataques a las torres de Nueva York en 2001.
La oportuna muerte del emir, más allá de la repercusión mediática, abre muchas más dudas acerca de la relación profunda de los servicios de inteligencia norteamericanos con los grupos terroristas, que siempre parecen proporcionar una salida de emergencia a Washington, lo que permite preguntarse si estas muertes, al igual que otros muchos eventos relacionados con el accionar terrorista, no han sido desde siempre manipulaciones tanto del Pentágono como de la CIA y otras oficinas similares, para articularlos políticamente en alguna dirección.
Apenas dos semanas atrás un informe de las Naciones Unidas confirmaba que Ayman al-Zawahiri estaba vivo, dirigiendo con firmeza a la organización que fundó junto a bin Laden en 1988 y fortaleciendo su alianza con los talibanes, lo que le permitió diferentes movimientos estratégicos en el interior afgano. Mientras, los líderes de las múltiples ramas del norte y este de África se ordenaban en una línea sucesoria y finalmente que al-Qaeda otra vez estaba en condiciones de ponerse a la cabeza del terrorismo islámico a nivel mundial.
Una clara muestra de la operación mediática para realzar la figura de Biden y distorsionar los relatos que han mostrado a Biden, entonces vice de Obama, timorato sobre la operación que terminó con bin Laden, es que se dio a conocer una detallada lista de acciones en las que el presidente norteamericano intervino personalmente, entre las que se incluyen que estuvo particularmente atento desde el primer momento en que al-Zawahiri fue localizado en una casa segura del centro de la ciudad de Kabul, a donde se había mudado junto a su familia desde las áreas tribales de Pakistán en abril último. Biden, tras un profundo interrogatorio a sus agentes acerca de cómo habían conseguido la información y las posibilidades del ataque, examinó personalmente la maqueta de la casa de al-Zawahiri, además de interesarse por la iluminación, el clima, el material de construcción y otros factores que podrían influir en la operación, para reducir el riesgo de víctimas civiles. Con toda la información, que pareció no tener cuando decidió atacar a Vladimir Putin dejando a media Europa sin abastecimiento de gas y petróleo y generar una crisis alimentaria mundial, Biden finalmente ordenó el ataque el 25 de julio pasado, el que fue realizado el sábado 30 por un dron de la CIA que lanzó contra la ventana del emir dos misiles Hellfire, convirtiéndose en el primer ataque reconocido de los Estados Unidos en Afganistán desde agosto del año pasado y concretando el mayor golpe a la organización desde la muerte de Bin Laden.
No ha quedado claro cómo Estados Unidos, que no tiene tropas en el país desde su huida del año pasado, ha podido confirmar que Zawahiri había muerto. Aunque funcionarios de Washington, que pueden explicarlo todo, indicaron que otros miembros de la familia Zawahiri estaban presentes en otras partes de la casa en el momento del ataque pero que resultaron ilesos, mientras agentes de los talibanestomaron rápidas medidas tras el ataque para ocultar la presencia del emir en el lugar, mudando a la familia Zawahiri a un lugar secreto, además de haber restringido la circulación y el acceso en cercanías de la casa atacada.
Más tarde un portavoz de los talibanes daría a conocer un comunicado que al menos confirmaba el ataque, que fue condenado y calificado como una violación de los principios internacionales.
Una sucesión por verse
Si bien en el interior de al-Qaeda la desaparición de al-Zawahiri, de 71 años y gravemente enfermo desde hace años, era una posibilidad más que concreta y seguramente ya resuelta, la forma de su muerte es un fuerte golpe tanto para sus muyahidines como para los talibanes, que ahora tendrán que lidiar con las acusaciones y pretextos de Washington para jaquear a Kabul.
Más allá de las subsiguientes reacciones de Occidente, lo importante está en saber quién y cómo sustituirá al emir muerto. Según en el reciente informe de las Naciones Unidas, en la lista de los posibles candidatos está Saif al-Adel, el segundo de al-Zawahiri desde hace años, aunque también se encuentran Abdal-Rahman al-Maghrebi, Yazid Mebrak, el emir de al-Qaeda en el Magreb Islámico, y Ahmed Diriye, el líder de al-Shabaab, la potente franquicia de al-Qaeda en Somalia para toda África Oriental.
Aunque se cree que Saif al-Adel (Espada de la justicia), cuyo verdadero nombre es Mohammed Salah Al Din Zaidan, un exoficial del ejército egipcio de 60 años, es un hombre demasiado monitoreado por los servicios de inteligencia, por los que sus movimientos tendrán que ser extremadamente sigilosos, ya que por cuestiones políticas más que prácticas al-Qaeda no podría sufrir la muerte de otro de sus emires de manera inmediata.
La discusión se centra en las estrategias que llevará a cabo quien resulte el nuevo líder, ya que Zawahiri marcó una fuerte diferenciación con bin Laden, siendo el saudita más propenso a la espectacularidad de sus acciones como los ataques al World Trade Center, a las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania, las torres de Khobar en Arabia Saudita o contra el destructor de la marina estadounidense USS Cole en Yemen, mientras que Zawahiri prefirió la expansión territorial con políticas de seducción gradual atrayendo diferentes organizaciones integristas de todo el mundo. Estrategia que se vio comprometida por la irrupción del Dáesh en 2014, además de las derrotas en Irak y Siria, que le hicieron perder influencia no solo en Medio Oriente sino en otros territorios del islam,manteniendo firmemente la franquicia de Somalia, Yemen, y peleando su primacía con Dáesh en el Sahel, con quien perdió en Egipto, Nigeria, Asia Central y el sudeste asiático,
No son pocos los retos para al-Qaeda y quien suceda al egipcio Ayman al-Zawahiri, quien de manera prioritaria deberá resolver las posibles consecuencias que sufrirán los talibanes frente a la evidencia de lo que era un secreto a voces, que el Emirato Islámico de Afganistán se había convertido en un verdadero santuario para al-Qaeda, en contra de todos los supuestos acuerdos con los Estados Unidos, que había marcado cómo prioridad a los mullah la negativa de permitir que organizaciones terroristas se aposenten en el país.
Si es que no fueron en verdad ellos mismos o la cogobernante y poderosa Red Haqqani, alentados por los 25 millones que valía la cabeza de al-Zawahiri quienes alertaron a Washington de la molesta visita dándole una oportunidad al Gobierno de Biden, para que saque, por un momento, la cabeza de la mierda.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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