Traducido del catalán para Rebelión por Lucas Marco
Al final todo se sabe pero la salpicadura ha llegado tarde. El mercenario británico Simon Mann, que se sienta en el banquillo de los acusados ante un tribunal de Malabo (Guinea Ecuatorial) por la tentativa de golpe de Estado del año 2004 contra el presidente Teodoro Obiang, ha declarado que aquel complot tenía el visto bueno de los gobiernos de España y de Sudáfrica. ¡Uy, uy, uy! Mann, un antiguo oficial del Special Air Service (SAS), los famosos comandos británicos especializados en operaciones especiales, quebró todo el organigrama de la red que había detrás de la tentativa de golpe de Estado. En la parte más alta estaba Eli Calil, un millonario libanés residente en Londres. Y otro de los organizadores principales era Sir Mark Tatcher, hijo de la ex primera ministra Margaret Tatcher, residente en Sudáfrica y vecino suyo. Calil ponía el dinero para financiar la operación i Tatcher reclutaba el equipo de mercenarios y se encargaba de obtener el material. El plan, bendecido por el gobierno de Aznar, tenía como objetivo real apoderarse de la enormes reservas petrolíferas que hay en el país africano, llevando al poder al opositor guineano Severo Moto -refugiado en España- y, en este sentido, Mark Tatcher incluso tenía a punto un helicóptero para transportar al nuevo líder a la región de forma rápida. La operación se aceleró porque los organizadores querían hacerla antes de las elecciones españolas del 2004 y así evitar el peligro de una derrota electoral de José María Aznar, como finalmente sucedió. Pero todo se puso patas arriba cuando Simon Mann y el equipo de 64 mercenarios que encabezaba fueron detenidos nada más bajar del avión en el aeropuerto de Harare (Zimbabue) donde habían volado para aprovisionarse de armas y después hacer el salto a Guinea Ecuatorial. Los hombres del MI6 -los servicios secretos británicos- hacía tiempo que seguian de cerca todos los preparativos y, en el último momento les pararon los pies de golpe. Un barco de guerra español que, casualmente y de forma inocente, esperaba en aguas cercanas a las costas guineanas para ver cómo iba todo se quedó esperando en vano. Simon Mann y todo el grupo de mercenarios han pasado cuatro años encerrados en Zimbabue -donde las prisiones son poco confortables- y, a principio de este año, once de ellos fueron extraditados a Guinea Ecuatorial, donde aún tienen cargos judiciales pendientes. El fiscal del caso ya ha reconocido que la negociación para obtener la extradición de los mercenarios se basó en el acuerdo según el cual ninguno de ellos podría ser condenado a muerte. Pero, sabieno cómo se las gasta el régimen de Obiang, les puede caer un buen cogotazo. Y la prisión de Malabo tampoco es un lugar muy bueno para pasar el verano.
Enlace original: http://www.eltemps.net/op.php?aut_id=13