El informe de Naciones Unidas acusando al gobierno de Sudán de «orquestar y participar en los crímenes en Darfur» es muy clarificador sobre una parte de los acontecimientos que se están sucediendo en esa región del sur del país desde hace varios años. Y una vez más, y en el continente africano sobran los ejemplos, […]
El informe de Naciones Unidas acusando al gobierno de Sudán de «orquestar y participar en los crímenes en Darfur» es muy clarificador sobre una parte de los acontecimientos que se están sucediendo en esa región del sur del país desde hace varios años. Y una vez más, y en el continente africano sobran los ejemplos, la reacción occidental llega tarde y mal, cuando no abre la puerta a la intervención de otros intereses.
Es difícil señalar una causa lineal para explicar el conflicto de Darfur. La forma de vida, la propiedad del agua o la tierra han sido durante mucho tiempo el centro de diferentes conflictos en la zona. Los intentos de Jartum «para modernizar» la región en los años setenta supuso un encendido enfrentamiento y fragmentación entre la nueva administración ajena a las costumbres y culturas locales y los líderes y el sistema de las tribus de Darfur. La desertificación de los años setenta y ochenta que afectó a toda la región trajo consigo movimientos migratorios, y al mismo tiempo enfrentamientos entre los pastores nómadas y los agricultores, con la tierra como eje de disputa (hay que tener en cuenta que es un tema fundamental en el quehacer diario de Darfur, además la propiedad de la misma siempre ha sido comunal).
Paralelamente, el gobierno central continuó con su política excluyente y siguió marginando a los representantes de las diferentes tribus de Darfur. A mediados de la década de los noventa el conflicto se agrava y el gobierno de Jartum decide comenzar su política de «reclutamiento de milicias», lo que agravará aún más la situación.. Ya en este siglo, dos grupos armados comenzarán a organizarse, sobre todo con miembros de las tribus Fur (en torno a la zona de Jebel Marra), Massalit (partes del norte y Este de Darfur) y Zaghawa (en el sur), y formarán dos grupos: el Ejército/Movimiento de Liberación de Sudán (SLA) y el Movimiento por la Justicia y la Igualdad (JEM).
El gobierno, preocupado entonces con su conflicto en el sur del país con el SPLA, y consciente del peso de la población de Darfur en su propio ejército, decide impulsar la formación de milicias «contrainsurgentes» para luchar contra los rebeldes de Darfur. Así surgirán las «Janjaweed» (que en Darfur significa «un hombre armado sobre un caballo o un camello»). Éstos han mantenido una política de ataques contra la población civil desde su formación, sobre todo contra las tribus que apoyan a los movimientos armados.
Desde 2003 se han sucedido los intentos para resolver el conflicto, pero hasta la fecha todos ellos han fracasado. Los grupos rebeldes se han dicidido y mantienen enfrentamientos entre ellos, ha surgido una nueva milicia llamada «DJanjaweed» que sigue con su política de exterminio, y todo ello sin olvidar los intereses de los países vecinos como Chad y la República Central Africana, que ven como los ataques y los incidentes guardan relación con grupos que también operan en sus fronteras.
Mientras Jartum continúa deteniendo arbitrariamente a los miembros de las tribus de Darfur, tanto en la región como en la propia capital, y sigue haciendo oidos sordos a sus compromisos de paz, la comunidad internacional está llegando tarde, ante un conflicto que hace tiempo que alcanzó las dimensiones de catástrofe. En septiembre del 2006 algunas fuentes hablaban de más de 200000 muertos, una cifra más alta han buscado refugio en Chad y en otros países limítrofes, y dentro del propio Darfur hay más de dos millones de desplazados.
Es evidente que urge poner en marcha mecanismos para resolver definitivamente este conflicto, pero hay que hacerlo sin caer en las pretensiones que podrían tener algunos actores. Y uno de los más interesados en una intervención «al uso» es EEUU, que bajo el paraguas de su «lucha contra el terror» lleva tiempo reformulando su estrategia en el continente africano. Bajo el impulso neocon ha creado un comando militar específico (AFRICOM), ha intervenido en Somalia recientemente, ha creado una red de colaboraciones con estados del Sahel, y bajo el amparo de su incremento militar en África, «estaría estudiando intervenir en Nigeria contra los grupos contrarios al gobierno».
Al frente de esta política están personajes ultraconservadores, con profundas raíces en los movimientos religiosos fundamentalistas cristianos y con estrechos vínculos con el vicepresidente Dick Cheney. Elliot Adams y Nina Shea (que participaron en la agresión norteamericana contra Nicaragua y El Salvador), o Sam Brownback y Tom Tancredo (dos de los congresistas más conservadores) son algunos de los elementos claves de Washington de cara a Sudán.
Partidarios de la intervención militar, «nunca se negocia con el adversario», llevan algún tiempo buscando la declaración de «genocidio» para Darfur, lo que les permitiría «una intervención militar». Tampoco hay que dejar de lado el factor «chino». El gigante asiático, siempre en el centro de los objetivos neocons, lleva tiempo desarrollando una importante política de acercamiento y colaboración con diferentes estados africanos, entre ellos Sudán, y Washington no ve la hora de dar la vuelta a la tortilla.
La situación en Darfur es muy compleja, la competición internacional entre Chad, Níger y Sudán, unido a las importantes diferencias internas, hacen difícil una solución a corto plazo, pero incentivar una intervención militar del corte que promueven desde la Casa Blanca, no haría sino empeorar el panorama, de ahí que haya que mirar con atención debajo de la alfombra de Darfur.