La explotación colonial clásica, tal como puso en práctica nuestro país con enorme éxito en América Latina, exigía una infraestructura básica: la necesaria para extraer el producto en su enclave, un puerto desde el cual embarcar los productos hacia la metrópoli, y un medio de trasporte que uniera ambos puntos. Este esquema era lo suficientemente […]
La explotación colonial clásica, tal como puso en práctica nuestro país con enorme éxito en América Latina, exigía una infraestructura básica: la necesaria para extraer el producto en su enclave, un puerto desde el cual embarcar los productos hacia la metrópoli, y un medio de trasporte que uniera ambos puntos.
Este esquema era lo suficientemente útil como para mantenerse en el tiempo, aunque los medios de extracción, las rutas de trasporte y las técnicas fueran mejorando y permitieran un mayor rendimiento.
La explotación actual sigue mejorando sus técnicas, facilitadas por las sutilezas conceptuales incluidas en el libre mercado. Ahora, explotar de manera ilegal los recursos pesqueros, como es el caso de Somalia, se considera una actividad comercial legal y, hasta se podría decir, honrosa. Nuestros pescadores (aunque la mayoría de las tripulaciones suelen ser del sudeste asiático) van a estas lejanas tierras a ganarse su sustento.
Esta explotación se ha hecho simplificando el sistema: no hace falta ni infraestructura ni trasporte; basta con un buen barco, grande y fuerte: en él tenemos la explotación, el medio y el puerto incluidos en un solo elemento. Todo es beneficio.
Los pequeños detalles quedan excluidos: ¿Existen acuerdos pesqueros con el gobierno somalí? ¿Existe un gobierno con el que hacer estos acuerdos? ¿Alguien sabe dónde están las aguas territoriales somalíes? ¿Son estas aguas especialmente aptas para soportar el vertido sin control de residuos industriales, incluidos los nucleares? ¿Tiene algo que decir el pueblo de Somalia, expulsado de sus aguas y de sus trabajos? ¿Tienen respuesta estas preguntas?
Evidentemente no la tienen, porque ni siquiera se llegan a plantear. ¿Cuál es la única cuestión que surge?: ¿Son seguras estas aguas? Seguras para quién, habría que añadir. Pues, como puede notar el «honrado gremio del robo», seguras para poder seguir explotándolas de manera ilegal.
La solución a esta pregunta es la habitual: llevemos más soldados a patrullar las aguas de Somalia, no hace falta que su ¿gobierno? se de la molestia de hacerlo. ¿Sobre la situación en el país? Invadido desde hace cuatros años por tropas de sus vecinos etíopes, apoyados por EEUU, y que mantiene de manera precaria un gobierno títere que apenas alcanza a gobernar la capital. No estábamos hablando de eso – nos dirá nuestro gobierno.
Si existe un problema técnico que impide a tropas militares embarcar y actuar en navíos comerciales, se plantea la solución: pues paguemos con dinero público la contratación de mercenarios (perdón, contratistas privados) que permitan que esas aventuras tan provechosas económicamente se puedan seguir realizando.
La ecuación es, por tanto, sencilla: tan solo os hace falta un buen barco y unos cuantos soldados para hacer algo de dinero, como dirían los del «honrado gremio del robo».
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