Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Barricadas altas y muros a prueba de explosiones son los elementos con los que la vista tropieza habitualmente en Kabul; es imposible viajar por la capital afgana sin que te topes con un aluvión de policías y controles de seguridad privada. Una abrumadora sensación de malestar te inunda cada vez que tienes que detenerte ante cada uno, pero esas son sólo algunas de las precauciones adoptadas por razones de seguridad en el que muchos expertos y analistas políticos han descrito como uno de los lugares más peligrosos del mundo.
En el norte de la ciudad, descansando sobre la falda de una de las numerosas montañas que rodean Kabul, hay un edificio que puede distinguirse incluso desde la distancia. Sus muros tienen más de cuatro metros de alto, aparecen rematados por alambre de espino y su única puerta está controlada por cinco agentes armados de la policía las veinticuatro horas del día.
Pero, a diferencia de otros edificios en la zona, aquí la seguridad no se ha diseñado para dejar a la gente fuera sino para tener encerrados a los de dentro. Conocido localmente como Badam Bagh, o Jardín de las Almendras, esta es la única cárcel de la ciudad proyectada específicamente para mujeres, muchas de las cuales son madres que crían a sus hijos tras las rejas.
El edificio se levantó en 2008 gracias a la ayuda del gobierno italiano. Antes de que se construyera, a las mujeres se las encarcelaba con los hombres en la tristemente célebre prisión afgana de Pul-e-Charki, que alberga actualmente a 6.000 hombres y que se hizo famosa por una serie de incidentes de abusos y violencia. Las autoridades decidieron separar a los sexos después de que los informes sobre los abusos empezaran a llegar a conocimiento público.
Nuría, con su pequeño Amir (Foto Nawied Jabarklyl, ANM)
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La cárcel de Badam Bagh, que tiene tres plantas, encierra a 196 mujeres. Nuría, de 19 años, es una de ellas. Lleva aquí cuatro meses. Como la mayoría de los afganos que se encuentran en Kabul, no es de la capital sino de un pequeño pueblo de Bamiyan, en el centro de Afganistán. Está acusada de cometer un crimen moral, como casi todas las presas que aquí se encuentran.
Siguiendo las tradiciones de la conservadora sociedad afgana, la familia de Nuría acordó su matrimonio con un primo hermano. Ella dice que la obligaron a casarse hace un año. El único problema es que Nuría estaba -y, por la mirada de sus ojos puede captarse que aún lo está- enamorada de otro hombre. Tres meses después de su matrimonio, se enteró de que estaba embarazada. Al estar segura de que el padre de su bebé era su amado Hussain y no su marido, fue incapaz de sincerarse ni de continuar viviendo en su pueblo, por eso decidió huir con Hussain a Kabul.
Sin trabajo, sin dinero, sin esperanza
«Cuando llegamos aquí, no conocíamos prácticamente a nadie», dice Nuría. «Era la primera vez que dejábamos nuestras aldeas. No teníamos trabajo, ni dinero y casi ni esperanza. Después de intentar buscar algo durante varios días, conseguí persuadir a Hussain para que me dejara llamar a un tío mío de Kabul y él aceptó de mala gana. Cuando esa tarde llegamos a su casa, la policía estaba allí esperándonos». Su tío había avisado a la policía porque decía que Nuría había deshonrado a la familia.
Nuría me cuenta que, tras pasar casi cuarenta días en la cárcel, su juicio fue muy rápido, que todo transcurrió en menos de una hora. ¿De qué la acusaron? De haber huido de su casa. Como si le arrojaran un guante a la cara, recibió una sentencia de cuatro años de cárcel. En cuanto a Hussein, le sentenciaron a ocho años en la prisión de Pul-e-Charki, o eso escuchó de labios de su madre cuando vino a visitarla, visita que puede hacer una vez al mes. Para ser más precisos, es la madre de Hussain quien viene a visitar a su nieto y a traerle pañales y leche.
Nuría me cuenta su historia mientras acuna en sus brazos a su bebé de un mes, Amir. Amir ha nacido prisionero. Como Afganistán no cuenta apenas con programas de atención social, muchas mujeres no tienen otra opción que llevar a sus niños con ellas a la prisión. Mientras hablamos, Amir se duerme rápidamente, tranquilo y ajeno a lo que le rodea.
Alrededor de 50 bebés más como él están aquí sin otro motivo que el de verse forzados a compartir el destino de sus madres. A los niños se les permite estar hasta la edad de cinco años, a las niñas hasta los siete. Después, les envían a uno de los orfanatos del Estado. A menudo las madres no vuelven a ver de nuevo a sus hijos.
Mientras hablaba con Nuría en presencia de un oficial de policía, a quien se le pide que controle las visitas de los viernes, de fuera llegaba con nitidez el alboroto de los niños que trataban de atisbarnos por las ventanas e intentaban entrar en la habitación. Pero mi atención se dirigió hacia otra mujer que parece ser aquí la mujer de más edad. Es la típica mujer mayor afgana, pequeña y frágil. También está acompañada de un niño y está claro por su mirada que también tiene una historia que contar.
Bibi Shirin (que significa Dulce Señora Mayor) tiene 72 años y lleva tres años en Badam Bagh con su nieto, Firaidun, que ahora tiene cuatro años. La esperanza de vida en el país es de sólo 48 años, lo que explica probablemente el nombre que le han dado. Además de ser la presa de mayor edad, tiene una historia terrible. Su nuera fue hallada muerta en un caso que ocupó las cabeceras de los periódicos de toda la nación y los fiscales acusaron del asesinato a Bibi Shirin. Fue sentenciada a diez años de cárcel.
Eso fue hace casi cuatro años, pero hasta hoy mismo ella insiste en que es inocente. Los fiscales acusaron a Bibi Shirin de haber atacado a su nuera porque estaba enferma y harta de su desobediencia y la acusaba de engañarla repetidamente. «Hice lo único que podía hacer para demostrar que era inocente», dice mientras lucha por retener las lágrimas. «Juré que no lo hice. Pero incluso entonces este gobierno no me creyó. Es inútil». Su nieto se preocupa al ver sus lágrimas y acaricia con la mano el rostro de Bibi Shirin intentando inútilmente consolarla.
¿Criminales o víctimas de injusticias?
La mayoría de las mujeres en la prisión afirman que son inocentes y víctimas de injusticias. El sistema de la justicia afgana ha ocupado las cabeceras internacionales en diversas ocasiones con el correr de los años. En noviembre de 2012, la UE suspendió 25 millones de dólares de ayuda debido a la mala gestión, corrupción y a lo que se ha denominado como ausencia de «justicia para todos».
Bibi Shirin afirma que sólo pudo hablar una vez con un abogado, mientras que Nuría dice que a ella no se lo ofreció asesoría legal alguna. Pero a los tribunales les resulta muy fácil ocuparse de los crímenes morales, que incluyen todo tipo de cosas, desde escaparse de casa, negarse a casarse, casarse contra los deseos de la familia y adulterio, porque no requieren pruebas incriminatorias ni testigos, explica Nadery, comisionado de la Comisión Independiente Afgana por los Derechos Humanos.
En muchas ocasiones, las mujeres escapan porque no pueden soportar la violencia doméstica aunque después se las atrapa y se las encarcela durante largo tiempo. Pero el hecho de escaparse no está definido en ningún código penal. No obstante, se las sigue acusando de tal delito.
En otro lugar de Kabul, en un anillo de acero fuertemente guardado alrededor del centro de la ciudad, Fouzia Habibi tiene su despacho. Es Viceministra para Asuntos de la Mujer en Afganistán. Los derechos de la mujer son una de las razones por las que Occidente dijo correr a Afganistán tras la caída de los talibanes en 2001. Con las tropas internacionales a punto de retirarse en 2014, este es una de las cuestiones claves que los donantes internacionales quieren que se aborde para continuar con su ayuda y asistencia. «El problema principal es que las mujeres en Afganistán ignoran sus derechos. Desconocen las leyes de la tierra», dice Fouzia.
Sabe que la mayoría de las mujeres que están presas afirman que son inocentes. «Estamos concentrando nuestros esfuerzo en asegurar que nuestro mensaje llega a las mujeres, que sepan que la ley está ahí para protegerlas; que tienen derechos y responsabilidades. Hemos empezado campañas en TV, radio y talleres por todo el país para implicar y educar a las mujeres.»
Pero este no es un país normal. Se estima que el 80% de la población afgana vive en las zonas rurales. La electricidad brilla por su ausencia en la mayor parte del país a menos que tengas dinero para pagarla o tengas un generador. Sin embargo, el mayor obstáculo es que las capacidades del gobierno son muy limitadas.
El poder político se centraliza en las principales ciudades. En el resto del país, suele haber tan sólo unos cuantos agentes de policía escasamente formados o autoridades locales que viajan en convoyes fuertemente armados. Muchos afganos no han asimilado la idea de identidad nacional y cada vez se sienten más desencantados con un gobierno que consideran corrupto y que no les representa. En esas zonas de Afganistán, lo que impera con las leyes tribales y el gobierno central sabe que es imprudente implicarse en los asuntos personales de la gente de allí.
En enero, más de treinta personas, la mayoría de ellas niños pequeños, murieron en Charahi Qambar, un campo de refugiados a las afueras de Kabul, debido principalmente a las heladoras temperaturas. Y ese es sólo uno de los campos de la capital. Se sabe que la situación en el resto del país es peor. Las temperaturas en este largo y duro invierno han caído hasta -25º en algunas zonas de Afganistán.
A pesar de los desafíos, Fouzia se apresura a indicar que hace diez años la situación de la gente, especialmente de las mujeres, en Afganistán era peor. «Muy pocas niñas asistían al colegio y tenían un papel más bien periférico en los asuntos sociales. Por eso es por lo que confío en que su situación pueda mejorar más en los próximos diez años… inshallah«.
De regreso a Badam Bagh, es la hora del almuerzo. Las mujeres hacen cola para recoger su comida riendo y charlando. Muchas van acompañadas de sus niños. Hay dos grandes ollas junto a la puerta principal y cuando levantan las tapas, el aire frío que entra de afuera crea enormes oleadas de vapor encima de ellas. Una de las ollas está llena de palau, el arroz blanco afgano, y la otra de yajni, trozos de cordero cocidos al vapor. Las mujeres hacen aquí tres comidas al día. Eso no es nada frecuente entre la mayor parte de la población afgana.
Pero lo notable no es sólo la abundante comida. Como dice el teniente general Amir Mohammad Jamshid, director de los Correccionales y Prisiones de Afganistán: «Tenemos programas para mantener a las mujeres ocupadas y para que las ayuden a rehabilitarse e integrarse en la sociedad. Les damos clases de costura y artesanía, clases de cocina, hay una biblioteca y un jardín de infancia para los niños y proporcionamos educación a las que son analfabetas».
«Como pájaro en jaula»
Badam Bagh no es una prisión normal y eso la hace más extraordinaria aún teniendo en cuenta el país en el que está. Las mujeres disfrutan de un relativo sentimiento de libertad dentro de sus muros. Pueden reír y socializarse juntas. ¿Son quizá las condiciones demasiado confortables? El teniente general Jamshid no piensa así: «Son como pájaros en una jaula. Puedes alimentarlos y cuidarlos físicamente cuanto sea posible. Pero al final, siempre preferirán ser libres en la naturaleza. Esa es la esencia de la libertad».
Cuando me iba de Badam Bagh, vi a cuatro niños pequeños persiguiéndose unos a otros en la nieve. Parecía que estaban jugando al juego más sencillo que todos los niños conocen: al pilla-pilla. Era una visión que daba que pensar al observar a los niños haciendo exactamente lo que se supone que tienen que hacer, ajenos a las inmensas vallas que metal que limitan su área de juegos. Fue entonces cuando comprendí una de las grandes verdades de la vida: los niños serán siempre niños. Incluso los niños de Badam Bagh.
Nawied Jabarkhyl es un periodista de Radio 1 y Radio 2 (Dubai).
Fuente: http://www.rawa.org/temp/runews/2013/02/11/afghanistan-s-babies-behind-bars.html