El 24 de marzo, el escritor francés Bernard-Henri Lévy dio una entrevista por chat en el sitio web de Le Monde en la que defendía la guerra de agresión sin provocación lanzada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia contra Libia. En la década de 1970, Lévy fue uno de los principales «nuevos filósofos», un […]
El 24 de marzo, el escritor francés Bernard-Henri Lévy dio una entrevista por chat en el sitio web de Le Monde en la que defendía la guerra de agresión sin provocación lanzada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia contra Libia.
En la década de 1970, Lévy fue uno de los principales «nuevos filósofos», un grupo de jóvenes intelectuales que criticaba desde la derecha tanto al marxismo como al estalinista Partido Comunista Francés (PCF), alegando consideraciones de derechos humanos después de que el PCF vendiese la huelga general de mayo-junio de 1968. Inicialmente simpatizantes del Partido Socialista (PS), estas fuerzas rápidamente giraron a la derecha junto con el PS. Se han convertido en acaudaladas y prominentes personalidades de los medios de comunicación y algunos de ellos abandonaron el gran negocio del PS para apoyar al presidente conservador Nicolás Sarkozy en 2007.
En su entrevista rigurosamente deshonesta, Lévy utiliza su falaz argumento de «los derechos humanos» para reforzar la propaganda del gobierno francés, que afirma que su intervención en Libia se produce en el marco de una campaña limitada diseñada para proteger la vida de los partidarios del Consejo Nacional rebelde.
En este sentido, Lévy no solo está protegiendo la política criminal del gobierno francés sino que se está protegiendo a sí mismo. Él, personalmente, jugó un papel importante en el período previo al ataque occidental organizando una reunión el 10 de marzo entre el presidente francés Nicolás Sarkozy y los líderes del Consejo Nacional, el grupo de rebeldes que combaten al gobierno libio del coronel Muamar Gadafi. Poco después, Sarkozy reconoció al Consejo Nacional como el gobierno libio. París, a continuación, presionó a favor de una resolución de la ONU que permitiera el bombardeo de Libia iniciado el 19 de marzo.
La entrevista de Le Monde, titulada «BHL [Bernard Henry-Lévi]: El Consejo Nacional quiere una Libia laica», comenzaba con una pregunta sobre por qué Lévy se interesó por el caso de Libia y organizó la reunión entre el Consejo Nacional y Sarkozy. Lévy respondió: «No es un caso. Se trata de Bengasi». Ante la amenaza de Bengasi, Lévy insiste, «me conmovió profundamente. Hice lo que pude».
Al preguntársele por su papel, declaró: «Simplemente, se me ocurrió, estando una noche en Bengasi, la loca idea de coger el teléfono y llamar al presidente de la República de mi país y sugerirle que recibiera a una delegación libia». Luego negaba que hubiera tenido ninguna participación en «cuestiones políticas» diciendo: «Yo soy como tú. Sigo con preocupación el desarrollo de los acontecimientos».
Este comentario absurdo plantea muchas más preguntas que respuestas. Está meridianamente claro que Lévy no es, como él sostiene, un ciudadano de a pie interesado por el desarrollo de la crisis libia. Uno se siente obligado a preguntarse cómo entró Lévy en Bengasi, en medio de una guerra civil y con línea telefónica directa con Sarkozy.
La posición adoptada por Lévy -que su apoyo al ataque francés a Libia y al Consejo Nacional está basado en una preocupación desinteresada por salvar vidas humanas- es un fraude. De hecho, Levy no se opone a que haya muertes, como deja claro. Preguntado sobre si apoyaba las operaciones limitadas para aplicar una zona de exclusión aérea en Libia, respondió: «Debemos ir más allá de la ‘zona de exclusión aérea’. Lo que significa que hay que ir a ataques dirigidos contra el armamento pesado de Gadafi. Es lamentable. Es horrible incluso la idea de un ataque dirigido. Pero si realmente queremos proteger a los civiles de Misrata, Sirte y Bengasi, no hay otra solución».
Más adelante, Lévi pretendía adoptar una posición humanitaria alegando que «en lo que a mí respecta, siento que soy absolutamente pacifista. Es en nombre de la idea que tengo de la paz por lo que creo que debemos acabar con la guerra provocada por Gadafi contra su propio pueblo».
Esto no es más que un fraude deshonesto. La «idea de paz» de Lévi consiste en ataques masivos y mortales contra soldados y civiles libios mediante la campaña aérea que las potencias occidentales han lanzado contra las unidades del ejército libio y contra Trípoli. Lévy considera, no obstante, que estas muertes son políticamente preferibles a las muertes que puedan producirse en Bengasi si las fuerzas de Gadafi volvían a hacerse con la ciudad.
Lévy no explica en ningún momento las razones subyacentes en su cálculo. En cambio, avanzaba la absurda pretensión de que respalda al Consejo Nacional porque es más democrático que Gadafi. Así, afirmaba: «Hay una cosa importante ya: [los miembros de las fuerzas del Consejo Nacional] son musulmanes laicos. La Libia que imaginan será una Libia en la que la religión será una cuestión de conciencia. El gobierno que sustituirá a la actual dictadura será el producto de elecciones libres y probablemente transparentes».
Al igual que los otros pro-imperialistas y propagandistas del Consejo Nacional, Lévy guarda un absoluto silencio sobre quién compone el Consejo Nacional, afirmando rotundamente que «probablemente liderarán un régimen democrático. De hecho, no hay ninguna razón para creer que ello vaya a ser así, ni siquiera es probable. En efecto, ya se ha informado ampliamente acerca de que el Consejo Nacional es una precaria coalición de varios ex funcionarios del régimen de Gadafi, de grupos islamistas, líderes tribales y activistas por los derechos humanos de clase media que mantienen, a través de gente como Lévy, un estrecho contacto con gobiernos occidentales de derechas.
Así, un periodista preguntaba a Lévy: «La cuestión del componente ‘tribal’ [del Consejo Nacional] o la rivalidad histórica entre el este y el oeste de Libia rara vez se menciona. Tras su visita a las fuerzas revolucionarias, ¿no incluyó esto en su análisis?» Lévy respondió: «No, tal vez porque no tuve tiempo de analizar la cuestión. Pero también porque los propios representantes del Consejo Nacional afirman y repiten que este ‘componente tribal’ desempeña un papel ínfimo en su análisis de la situación».
Lo que Lévi quiere es que sus lectores se crean que viajó a Bengasi sin saber con quién se iba a reunir y que aún no ha tenido tiempo de «estudiar la cuestión». Lo cual no es más creíble que las otras afirmaciones de Lévy. Sin embargo, algunas citas de Le Monde -un periódico que Lévy conoce bien, ya que forma parte de su comité de supervisión- ayudarán a aclarar la cuestión del Consejo Nacional.
Luis Martínez, del Centro Internacional de Investigaciones y Estudios (CERI) de Sciences-Po, en París, declaraba en Le Monde: «Hay tres grupos en la oposición: los islamistas, los defensores de los derechos humanos y los más numerosos, la juventud». Aunque Martínez no lo mencionó, es bien sabido que la máxima dirección del Consejo Nacional está integrada por tránsfugas recientes del régimen de Gadafi. Incluyen al ex ministro de Justicia, Mustafa Abdul Jalil y el general Abdel Fattah Yunis al Obaidi, comandante de la unidad Rayo de las Fuerzas Especiales libias.
Las fuerzas islamistas que participan en el Consejo Nacional incluyen al partido Umma y al Grupo Islámico Combatiente, según Hasni Abidi, un investigador de Suiza. Estas fuerzas apoyan explícitamente un Estado teocrático.
Francçois Dumasy, del Instituto de Estudios Políticos de Aix-en-Provence, ha explicado que hay jóvenes seguidores del Consejo Nacional «preocupados por la liberalización de la economía y el aumento del desempleo en los últimos años». Sin embargo, no existe una «visión común» entre los diversos componentes del Consejo Nacional; como decía Dumasy, «hay que comprender que durante los 42 años de gobierno de Gadafi, la expresión política se ha reducido a mínimos».
En efecto, Le Monde sugiere que el Consejo Nacional goza de poco apoyo popular. Rémy Ourdan, corresponsal de Le Monde en Bengasi, señala que «no se percibe en la población un gran entusiasmo por el Consejo Nacional». Le Monde añade: «La dificultad de identificar claramente a sus miembros y el hecho de que su presidente y portavoz hayan ocupado cargos en el régimen de Gadafi no ayuda a este ‘gobierno paralelo'».
Las afirmaciones de Lévy al respecto de que el Consejo Nacional promoverá un régimen democrático o laico son mentiras. Se trata de una coalición inestable de la clase media y de elementos de la clase dominante que han respondido a la radicalización de las masas del norte de África aprovechando la falta de liderazgo político en la clase obrera para establecer una alianza militar con el imperialismo occidental. Dependientes del apoyo militar de las grandes potencias, negociarán a la baja la venta de las reservas petroleras de Libia y proporcionarán a Occidente una base de derechas para otras operaciones en el norte de África, en caso de que alcancen el poder.
Es sintomático de la posición clasista de Lévy que instintivamente esté del lado de esas fuerzas, a pesar del contenido reaccionario de su política.
Es preciso añadir que la clase dominante francesa tiene una larga experiencia y comprensión de la función que esas fuerzas pequeño-burguesas juegan en atar de pies y manos la unión de los trabajadores a la política imperialista. En Francia, los activistas de derechos humanos se mueven en un entorno de prósperos académicos, sindicalistas burócratas y partidos como el Nuevo Partido Anticapitalista que se moviliza para contener y desarmar cada movimiento de huelga de los trabajadores. Durante la huelga petrolera del pasado otoño, por ejemplo, insistieron en que los trabajadores tenían que someterse estrictamente a la negociación de los sindicatos sobre los recortes de pensiones con Sarkozy, y responder a la disolución de la huelga por parte de la policía únicamente con protestas «simbólicas».
Cuando ha estallado la lucha en Libia estas fuerzas han apoyado la guerra. Es significativo que los argumentos presentados por el Nuevo Partido Anticapitalista para justificar su apoyo a la guerra sean esencialmente los mismos de Lévy. (Véase: «Una herramienta del imperialismo: el Nuevo partido Anticapitalista francés apoya la guerra contra Libia»).
Lévy es muy consciente de los intereses imperialistas que subyacen en la campaña de Francia en Libia. Esa es la inevitable conclusión que se extrae de su absurda respuesta a la pregunta de si «la intervención militar en Libia está motivada exclusivamente para proteger al pueblo libio y los derechos humanos». Lévy esquiva la pregunta diciendo simplemente: «Eso es lo que parece, sí, ¿por qué otra cosa podría ser?»
Esta respuesta tremendamente ingenua y rotundamente increíble sitúa el juego de Lévy a distancia. Él sabe que las grandes potencias están compitiendo por 46.4 mil millones de barriles de petróleo de las reservas probadas de Libia y por su estratégica ubicación en el cruce del norte de África, una región sacudida por la oleada de luchas obreras revolucionarias. Lejos de ser un inocente ignorante de cómo funciona el juego de la influencia del Estado, Lévy es un experimentado e influyente mercachifle cuya respuesta está pensada simplemente para ocultar la apropiación del petróleo y los intereses imperialistas más amplios que él respalda mediante su apoyo al Consejo Nacional.
El hijo de André Lévy, un influyente comerciante de maderas exóticas africanas que dirigió la empresa Bécob, Bernard-Henri Lévy ha explotado en varias ocasiones sus vínculos políticos para ayudar a la empresa en crisis de su padre. La primera vez fue en 1986. Como refiere L’ Express «Bernard tiró la casa por la ventana por su padre. ¿Intervino ante los consejeros presidenciales para utilizar los contactos africanos de la presidencia para que Costa de Marfil liquidara sus deudas prioritariamente con Bécob? BHL niega esta intervención. Sin embargo, admite haber tenido contacto con [el entonces ministro de Economía del partido Socialista Francés] Pierre Bérégovoy para que ayudase a su padre». Lévy también buscó ayuda entre los conservadores del círculo de Jacques Chirac, entonces alcalde de París, y finalmente consiguió un préstamo ventajoso del Estado tras la intervención personal del presidente François Mitterrand.
La empresa Lévy también obtuvo un préstamo ventajoso de François Pinault, político gaullista y ejecutivo de una firma de lujo que hoy ocupa el puesto número 67 entre los hombres más ricos del mundo con una fortuna de 11.5 mil millones de dólares.
Dada la mala reputación de Pinault en los círculos empresariales y sus vínculos con figuras de la extrema derecha como Jean-Marie Le Chevallier o el neo-fascista Jean-Marie Le Pen, dirigente del Frente Nacional, L’Express señala: «Ayudar a Bernard-Henri Lévy, una estrella de la izquierda intelectual y líder de una red importante en los círculos editoriales y en los medios de comunicación, tal vez no era un movimiento estúpido… La teoría de un gesto de Pinault para ganarse a BHL se ajusta bien, en todo caso, a los acontecimientos posteriores: el cambio del grupo [Pinault] hacia la industria cultural y el nacimiento de una ‘gran amistad’ con Bernard».
Diez años más tarde, según L’Express, Pinault compró Bécob por 800 millones de francos, o aproximadamente 130 millones de dólares. «La fortuna de BHL es, pues, importante y suma entre 150 y 180 millones de euros. Esto ha desempeñado un papel clave en su historia».
Esto no es solo una descripción acertada de Lévy sino de todo el edificio político de los que se dedican actualmente a la fraseología de las cuestiones humanitarias en Francia. Habiendo comenzado como la ideología de varios estudiantes descontentos y de los hijos de la burguesía en el período posterior a 1968, se desarrolló muy rápidamente a medida que esas fuerzas se hicieron ricas o, en el caso de Lévy, inmensamente ricas. Hoy en día sirven abiertamente como la hoja de parra verbal de los intereses estratégicos del imperialismo francés.