Se ha hecho un lugar común decir que el actual Presidente estadounidense, Joe Biden, ha sido, con respecto a Cuba, el más leal de los trumpistas. Pero lo que nadie imaginó es que, con lo sucedido en las más recientes semanas, el veterano político del Partido Demócrata sobrepasaría en agresividad contra la Isla a su predecesor del Partido Republicano.
Mantener en pie las 243 medidas aprobadas por Trump para torturar la vida cotidiana de los cubanos ya lo alejaba de su postura anterior como Vicepresidente de Barack Obama, el líder estadounidense que más avanzó hacia una relación distendida entre ambos países, y también de sus promesas de campaña electoral. Sin embargo, las dos acciones que en la sombra ha venido tejiendo su administración en las últimas semanas lo ponen por delante del magnate de la Trump Tower en cuanto al intento de convertir las agresiones a Cuba en votos controlados por los políticos ultraderechistas del Sur de la Florida en un año electoral.
Calculando oportunistamente que a la irritación por los obstáculos estadounidenses a la emigración legal desde Cuba, se pueda sumar que otros países también restrinjan el tránsito a los cubanos residentes en la isla, ahora Washington ha ejercido, cosa que no hizo la administración Trump, presiones efectivas para que otros gobiernos también limiten hasta el tránsito de los cubanos por sus aeropuertos.
Si siguiendo a Trump, Biden ha mantenido el cerco para que a Cuba le sea más caro adquirir combustible, se encarezcan las transacciones financieras por el riesgo que implica a los bancos operar con La Habana, se haga más difícil todo lo importado y crezcan las dificultades para quienes viven en la Isla, el anciano ex senador ha hecho que a quien decida emigrar, o viajar y regresar, se le haga más tortuoso salir de la Isla. Sueña con que gracias a eso Miami dirá “¡Viva Biden!” en las elecciones congresionales del próximo noviembre. Pusilánime que no sabe que haga lo que haga allí lo desprecian todos: unos por traicionar sus promesas de campaña y otros por haber pertenecido al mismo gobierno del “comunista” Obama.
Pero con eso no sería suficiente. Hay que continuar superando a Trump, el aparentemente insuperable torturador de los cubanos. Y, no faltara más, Biden parece que lo va a hacer.
Si obligado por el aislamiento con respecto a la política estadounidense hacia Cuba en América Latina, Obama tuvo que invitar a la Isla a la Cumbre de las Américas en Panamá en 2015, Trump lo volvió a hacer a la de Perú en 2018.
Ni la hostilidad absoluta desplegada contra la Isla a partir de su llegada a la Casa Blanca, ni el cambio en la correlación de fuerzas en la región con el retorno al gobierno de las derechas en varios países, en más de uno con variantes más o menos abiertas de golpismo, hicieron al Presidente que proclamó en Miami una nueva directiva para revertir todo lo alcanzado bilateralmente entre Estados Unidos y Cuba durante la era Obama, excluir a los cubanos de la Cumbre de las Américas. Eso, al parecer será tarea del Señor Biden, que en busca de nuevos tributos al altar de la industria anticastrista debe sacrificar en él la poca autoridad que le va quedando ante los gobiernos de la región.
Es tan endeble la postura de la actual administración estadounidense que a casi un mes del evento a efectuarse el próximo junio en la ciudad californiana de Los Ángeles ni se han atrevido a dar una definición pública sobre el tema, mientras excluyen a Cuba de los trabajos preparatorios del evento. Que se anuncie el abordaje de temas como la salud y el enfrentamiento a la pandemia de Covid-19 en que la autoridad de los cubanos resulta indiscutible, o se diga rimbombantemente que se hablará de democracia y de modo arbitrario se pretenda decidir quién puede o no participar, no deja muy bien parados a los organizadores.
Parece ser que el gobierno estadounidense se haya en una encrucijada: Si excluye a Cuba, la ausencia de esta se convertirá en el tema central de los debates, como ya ocurrió en las Cumbres de Trinidad y Tobago de 2009 y Cartagena de Indias de 2012, y si la invitan tendrán que soportar sus denuncias sobre la extrema agresión que sufre desde Washington, y esto ocurrirá con el apoyo de buena parte de los asistentes que votan aplastantemente todos los años en la ONU contra la política estadounidense de bloqueo a la Isla. Perder-perder esa es la situación a la que su inconsecuencia ha conducido a la política estadounidense en América Latina por ser más leal a los políticos de Miami que al interés nacional estadounidense.
(Granma)