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Bush: cuatro años en el límite

Fuentes: Cádiz Rebelde

Tiene razón el periodista cubano, Luis Sexto, cuando en un artículo titulado «Actualización de la utopía» (1), nos advierte contra la ingenuidad del deseo y nos señala que «no es muy arduo pronosticar un próximo año trágico». Sin duda ese razonable pronóstico, avalado sobre todo por los hechos que lo preceden, ha tenido plena confirmación […]

Tiene razón el periodista cubano, Luis Sexto, cuando en un artículo titulado «Actualización de la utopía» (1), nos advierte contra la ingenuidad del deseo y nos señala que «no es muy arduo pronosticar un próximo año trágico».

Sin duda ese razonable pronóstico, avalado sobre todo por los hechos que lo preceden, ha tenido plena confirmación en los diversos actos de presentación del segundo mandato de George W. Bush, como presidente de los Estados Unidos. La insistencia en la guerra, en el dominio del mundo, en la sustitución del derecho internacional por la voluntad de Washington, y en la vinculación de esa voluntad con un designio y una relación divina, son mucho más que malos augurios. Enmarcan un proyecto neofascista que se presenta con desfachatez absoluta, se sabe dominante ante sus «aliados díscolos» y se siente reforzado internamente después de los resultados electorales. Señalan un futuro tan terrible como el presente iraquí -que se prolongará en ese país por tiempo imprevisible- extendido tal vez a otros países del mundo.

Nada para concebir más esperanzas que las que se deriven de la lucha y la acumulación de resistencia. Nada para dar el menor crédito a esa cortina rosa con la que los medios que disimulan la barbarie, difuminan las amenazas de violencia y nos consuelan con previsiones de moderación, negociaciones, «multilateralismo» y buenas intenciones.

El valor legitimador del voto cautivo

El día 7 de enero, Bush iniciaba el discurso de la segunda toma de posesión que retomaría trece días más tarde en una ceremonia «grandiosa» propia de un emperador del siglo XXI.

Bush completó y enfatizó, con tono mayestático y ese aire entre cínico y gracioso de hijo de papá muy adulado, el programa que ya había explicado Condoleezza Rice.

¡Quiero que todo el mundo vote! Había dicho el presidente en la primera intervención, refiriéndose a Iraq, pero en una proclama «democrática» dirigida a todo el mundo. Democracia y libertad son los dos grandes lemas del nuevo Imperio. Que todo el mundo vote, eso sí, bajo control de un ejército invasor y de sus agentes locales, sin registros electorales, con proscripciones de sufragio activo y pasivo, sin verificación alguna de los resultados, en recintos fortificados y a candidatos desconocidos, con resultados prefijados. El «voto vacío» como símbolo de sumisión y como mecanismo de aclamación y legitimación de las élites por los ciudadanos serviles.

En la toma de posición Bush fue todavía más explícito sobre la condición ineludible de una «democracia»: debe contar con el visto bueno de los Estados Unidos: «instaremos la reforma en otros gobiernos al hacer claro que el éxito en nuestras relaciones requieren del trato decente de sus propios pueblos».

«Democracia ma non troppo» para países estabilizados y «democracia flexible, desde el cero hasta el cero» en países invadidos.

«Los comicios serán una experiencia increíblemente esperanzadora para el pueblo iraquí» afirmó este tipo acostumbrado a la indiferencia y la apatía pública, y a calcular en dólares, publicidad y apoyo empresarial las posibilidades electorales.

La Libertad y la fortuna de los oprimidos

Cuarenta y dos veces pronunció Bush la palabra Libertad (siempre con mayúscula) en el corto discurso de toma de posesión.

«Librar al mundo de la tiranía» es la gran misión de las fuerzas militares estadounidenses bajo la invocación de Dios Todopoderoso.

En una grosera parodia verbal de Marx y de Lenin, Bush clamó: «Oprimidos del mundo tenéis la fortuna de contar con el apoyo militar de los Estados Unidos».

Nada sobre librar al mundo de la pobreza y de corregir la criminal desigualdad que mata o humilla terriblemente a más de mil millones de personas en el planeta.

La «opresión» que Bush es capaz de concebir va por otro lado. Él, consumidor de superlujo, propietario multimillonario, ve la tiranía en las restricciones a su consumo escandaloso, a su acumulación ilimitada, a sus negocios de influencias e información privilegiada. La ve en la existencia de propiedad colectiva inalcanzable para su codicia de poderoso, en la cobertura pública de servicios que pueden ser convertidos por él y sus amigos en dividendos empresariales.

La libertad -de comercio, de negocio, de contratación, de expulsión de trabajadores de los procesos productivos y de la vida digna, de marginación y abandono de personas, países o continentes enteros- es para Bush la «esperanza permanente de la humanidad».

«La influencia de América es considerable y será usada confiadamente en la causa de la Libertad».

El programa imperialista se expresa con una grosería casi inconcebible bajo la coartada de la generosidad:

«La sobrevivencia de la libertad en nuestra patria depende crecientemente del éxito de la libertad en otras tierras. La mejor esperanza por la paz en nuestro mundo es la expansión de la libertad por todo el mundo. Los intereses vitales de Estados Unidos y nuestras creencias más profundas son una ahora».

Colóquese la palabra «negocios» allí en donde dice «libertad» y tendremos definido el programa de la élite económica de los EEUU para el segundo mandato de su presidente.

Reconciliaciones y resistencia

Contra este próximo año terrible, podríamos decir: «cuatro años terribles», el periodista Luis Sexto al que mencionaba al comienzo de este artículo, nos reclama a todos, y nos alienta, con dos reconciliaciones necesarias.

La primera reconciliación es con nosotros mismos «en los sustratos de la interioridad personal» -con nuestra mejor exigencia de honradez, de sinceridad y de firmeza, creo entender a Sexto-.

La segunda es con la utopía. «La utopía es el lugar que aún no existe, pero que admite la posibilidad de existir, si es que alguien se empeña en delimitarlo, limpiarlo, cercarlo y edificar el ideal sobre los cimientos de la verdad y la certeza.» «El progreso social, ha sido obra de la utopía como dinamógeno talismán de la fe en ese mundo mejor concebido por los mejores. La utopía ha sido necesariamente el pesebre de la esperanza de una humanidad más humanizada en su identidad, más unida en su diversidad; la utopía, la utopía de la revolución, favoreció incrementar la certeza del ideal de sociedades sin odio, con justicia, igualdad, libertad, donde el individuo y la colectividad adecuen sus respectivos intereses en la universal armonía de la solidaridad.

(1) Publicado en el número 101 de Cádiz Rebelde. Puede consultarse en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=10387