-¿Podemos hablar de nueva primavera árabe? Hay efectivamente un nuevo ascenso revolucionario en Argelia y en Sudán. No hay que olvidar tampoco que desde hace un año se dan episodios de revuelta social en Túnez, Marruecos y en Jordania. Se ven por tanto signos de un nuevo ascenso revolucionario. Pero, desde 2013, estamos también en […]
-¿Podemos hablar de nueva primavera árabe?
Hay efectivamente un nuevo ascenso revolucionario en Argelia y en Sudán. No hay que olvidar tampoco que desde hace un año se dan episodios de revuelta social en Túnez, Marruecos y en Jordania. Se ven por tanto signos de un nuevo ascenso revolucionario. Pero, desde 2013, estamos también en una fase contrarrevolucionaria. La situación en Libia no mejora con la ofensiva de Khalifa Haftar contra Trípoli, que marca en un sentido una vuelta del antiguo régimen. No mejora tampoco en Siria y en Yemen, que están en guerra civil, ni en Egipto. Estamos en un momento contradictorio. Hay elementos de una nueva primavera pero se trata más bien de una fase de transición.
-¿Cuáles son los puntos comunes entre los levantamientos argelino y sudanés?
Hay dos grandes categorías de países en el mundo árabe. La primera reúne a los estados que se pueden calificar de patrimoniales, con familias reinantes que poseen el aparato del estado. Consideran el estado como su propiedad privada. Es el caso de las ocho monarquías del mundo árabe, en las que el soberano es el rey, no el pueblo, pero también de repúblicas como Siria o, anteriormente, el Irak de Saddam Hussein, en las que ciertas familias han tomado posesión del estado. En esos casos, no se puede imaginar un derrocamiento de la familia reinante por las fuerzas armadas. Y si, caso improbable, una parte de ellas se suma al levantamiento, como en Siria o Libia, entonces una guerra civil se vuelve algo inevitable. La otra categoría de estados es la de los neopatrimoniales, cuyas instituciones disponen de una relativa autonomía respecto a los dirigentes. Es el caso de Argelia y de Egipto. El ejército es la institución principal y ejerce un control directo sobre el poder político que emana de él. Es él quien nombra y hace dimitir a los presidentes. Sudan está en una categoría intermedia. Omar el-Béchir, que tomó el poder mediante un golpe de estado militar, había intentado remodelar el ejército para poder controlarlo directamente, como había hecho Hafed al-Assad en Siria o Muammar al-Gadafi en Libia, sin que finalmente consiguiera completar el proceso. El ejército ha podido derrocarle.
-¿Te preocupa que haya transiciones difíciles?
Sí, sin duda alguna. Cuando el pueblo quiere derrocar un régimen, es en realidad toda la forma de funcionar del estado lo que quiere cambiar, no solo su presidente. Podríamos decir que Buteflika y El-Béchir no son más que la punta del iceberg, la gran masa permanece por debajo de la superficie. Sus dos regímenes tienen como modelo el Egipto de Abdel Fatah al-Sissi y quieren presentar al ejército como salvador de la nación y asentar todavía un poco más su poder. Esto puede eventualmente funcionar en Sudán pero será más complicado en Argelia, donde la población tiene claro el hecho de que son los militares quienes controlan el poder. No hay que olvidar tampoco que lo que estalló en 2011, es un proceso revolucionario histórico y largo, que durará decenios. Se enfrenta a un bloqueo cultural, social y económico, que produce las tasas de paro más elevadas del mundo, sobre todo entre la juventud. Para evitarlo, serían precisos cambios radicales de las políticas económicas que no se ven en ningún país, incluyendo Túnez, donde la política económica es continuidad de la del antiguo régimen. Y se continúa con las recetas del Fondo Monetario Internacional, sus políticas de austeridad y de retirada de la inversión pública que son absurdas. La idea de que la inversión privada va a convertirse en el motor es ilusoria. En esta parte del mundo en la que reinan la arbitrariedad, la inestabilidad y el nepotismo, los fondos privados van al dinero fácil y la especulación.
La otra dificultad es que, para hacer que se produzca este cambio radical, hacen falta fuerzas políticas que le representen y que defiendan las aspiraciones democráticas y progresistas de la población, y sobre todo de la juventud. El problema es que no se las ve, que desgraciadamente faltan en toda la región.
-¿Prevés otros levantamientos?
Salvo Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, donde el 90% de la población es extranjera, ningún país está al abrigo de una explosión, incluyendo los países de la primavera de 2011. La situación económica es insoportable en Egipto. La gente no sale a la calle porque está escarmentada por los resultados obtenidos desde 2011. Han vuelto al punto de partida, o incluso a una situación peor. Pero cuando ve lo que pasa al lado, en Sudán o Argelia, y eso le devuelve el ánimo. Tarde o temprano, el movimiento recomenzará. El hartazgo es general.
Gilbert Achcar, de origen libanés, es profesor de relaciones internacionales y políticas en la School of Oriental and African Studies de Londres.Columnista en diversas publicaciones internacionales, colaborador de Le Monde Diplomatique, Autor entre otros libros, de él Peuple veut (Actes Sud, 2013) y Symptômes morbides (Actes Sud, 2017) que tratan sobre las rebeliones sociales de la «primavera árabe» y la guerra en Siria. [Redacción Correspondencia de Prensa]
Fuente: https://www.liberation.fr/
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur