El lunes, las autoridades de Nueva York decidieron trasladar el portaviones USS Intrepid, convertido en museo flotante sobre el río Hudson, para hacerle algunas mejoras. La senadora Hillary Clinton, en plena campaña electoral, pronunció un discurso antes de que el buque iniciara su último viaje. «El Intrepid representa todo en lo que creemos, nuestra libertad […]
El lunes, las autoridades de Nueva York decidieron trasladar el portaviones USS Intrepid, convertido en museo flotante sobre el río Hudson, para hacerle algunas mejoras. La senadora Hillary Clinton, en plena campaña electoral, pronunció un discurso antes de que el buque iniciara su último viaje. «El Intrepid representa todo en lo que creemos, nuestra libertad y nuestros valores», dijo la senadora. Pero el buque, veterano de la Segunda Guerra Mundial, encalló en el lecho del río. Hasta hoy no ha podido liberarse del fondo lodoso. Las palabras de Hillary fueron una metáfora tan involuntaria como certera: hoy, en Estados Unidos, todos esos valores se encuentran atascados en el fango.
El resultado de la jornada electoral se debió tanto al mal desempeño de la economía estadunidense como a la debacle en Irak. Desgraciadamente, en ninguno de los dos frentes podemos esperar grandes cambios en el corto plazo, de confirmarse la recuperación demócrata del Congreso. En especial, en Irak el partido Demócrata ha sido incapaz de articular una alternativa para el fiasco estratégico más grande en la historia de Estados Unidos.
En el frente económico, será difícil corregir el rumbo. Estados Unidos se encamina hacia una fuerte recesión: el crecimiento del PIB en el último trimestre de este año será cero, y quizás alcance valores negativos. La tasa de ahorro es ya negativa, algo no visto desde la Gran Depresión. Estados Unidos toma prestados tres mil millones de dólares diarios para enfrentar su déficit externo. El déficit comercial se ha expandido ferozmente, pasando de 380 a 806 mil millones de dólares durante el reinado de Bush.
Este año, el desempleo se redujo marginalmente (4.6% en el tercer trimestre), pero la mayor parte de los empleos generados son mal remunerados. En cambio, la industria manufacturera ha perdido una gran cantidad de empleos que se han trasladado a países con costos laborales más bajos.
La reforma fiscal de Bush, considerada como el principal instrumento de la «recuperación» económica, profundizó la desigualdad. La reducción de impuestos alcanzó 1.64 miles de millones de dólares (mmdd), de los cuales 1.1 beneficiaron a los más ricos (con ingresos anuales superiores a 191 mil dólares). En cambio, los contribuyentes más desfavorecidos, con ingresos anuales inferiores a 16 mil dólares, apenas recibieron reducciones fiscales por 180 millones de dólares. Ese contraste dice todo sobre las prioridades de la Casa Blanca.
Es bien sabido que la economía de Estados Unidos ha crecido gracias al impulso del consumo. Eso se explica por el efecto riqueza generado por el aumento en el valor de los bienes raíces que permitió a los particulares obtener créditos respaldados por garantías cuasi-hipotecarias para mantener un nivel artificialmente alto de consumo. Pero la expansión descomunal del endeudamiento de las familias es un grave problema que no podrá resolverse en el corto plazo. Ahora que la burbuja de bienes raíces ha comenzado a reventarse, los efectos en cadena se anuncian desastrosos.
Nada de lo anterior se compara con la catástrofe en Irak. Pero para mitigar su efecto electoral, la Casa Blanca buscó engatusar a los votantes presentándoles una «buena noticia»: el veredicto condenando a Saddam Hussein a la horca. Todavía falta un recurso de apelación, pero por el momento, y con la ayuda de la coreografía de los medios electrónicos, muchos estadunidenses percibieron eso como victoria.
La magnitud del desastre en Irak debería haber despertado a más estadunidenses. En octubre, las tropas de ese país sufrieron 105 muertes, el peor saldo mensual en dos años. Los soldados estadunidenses muertos en Irak llegarán a 3 mil antes de fin de año. Hace varias semanas, los titulares de la prensa estadunidense anunciaban que la «batalla de Bagdad» seguía en pleno. ¿La batalla de Bagdad? Ese episodio se suponía había concluido pocas semanas después de iniciarse la guerra.
Hoy Irak es un infierno. Las hostilidades entre sunitas y chiítas y la fragmentación regional explotaron plenamente desde hace más de un año. El primer ministro al-Maliki ha marcado su distancia con el gobierno de Bush: somos el amigo de Washington, pero no sus incondicionales, afirmó. Así que las diferencias se acentuaron. La influencia de Moqtada al Sadr ha ido creciendo y el gobierno de al-Maliki tiene más deudas políticas con este personaje que con Bush.
Quizá por eso crecen los rumores sobre un golpe de estado en Bagdad. Eso sí que es el síndrome de Vietnam: en 1963 el presidente Ngo Din Diem fue asesinado en un golpe aprobado por la Casa Blanca, iniciándose un periodo de diez años de guerra que culminó con la derrota yanqui. ¿Puede recurrir Estados Unidos a ese tipo de escenario? Los costos parecen ser descomunales, pero también lo es la estupidez en el Pentágono.
En resumen, las pérdidas de los republicanos en el Congreso pueden ser consideradas modestas para como están las cosas. En el corto plazo nada cambiará, ni en lo interno ni en lo internacional. Con razón todavía prevalece un fuerte abstencionismo.