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China, 2013

Fuentes: Montlhly Review

Los debates sobre el presente y el futuro de China (un poder «emergente») no me acaban de convencer. Algunos sostienen que China ha emprendido, de una vez por todas, el «camino capitalista» y se propone incluso acelerar su integración en la globalización capitalista contemporánea. Satisfechos con dicha conclusión sólo esperan que esta «vuelta a la […]

Los debates sobre el presente y el futuro de China (un poder «emergente») no me acaban de convencer. Algunos sostienen que China ha emprendido, de una vez por todas, el «camino capitalista» y se propone incluso acelerar su integración en la globalización capitalista contemporánea. Satisfechos con dicha conclusión sólo esperan que esta «vuelta a la normalidad» (el capitalismo, el «fin de la historia») se acompañe del desarrollo de la democracia al estilo occidental (múltiples partidos, elecciones, derechos humanos). Creen (o necesitan creer) en la posibilidad de que China alcance en términos de renta per cápita a las sociedades opulentas de Occidente, aunque sea poco a poco, algo que yo creo imposible. La derecha china secunda este punto de vista. Otros se lamentan por lo mismo en nombre de los valores de un «socialismo traicionado.» Hay quienes repiten las expresiones dominantes de la práctica del «China de bashing»1 en Occidente. Y otros, (quienes están en el poder en Beijing) describen el camino elegido como «socialismo al estilo chino», sin precisar más. Sin embargo, se pueden discernir sus características mediante la lectura detallada de los textos oficiales, sobre todo la de los planes quinquenales, que son precisos y aplicados muy en serio.

De hecho la pregunta, «¿Es China capitalista o socialista?» está mal planteada, es demasiado general y abstracta para que cualquier respuesta tenga sentido en términos absolutos. De hecho, China ha venido siguiendo una vía original desde 1950, e incluso desde la Revolución de los Taiping en el siglo XIX. Trataré aquí de aclarar la naturaleza de esta ruta original en cada una de las etapas de su desarrollo, desde 1950 hasta la actualidad -2013.

La cuestión agraria

Mao describió la naturaleza de la revolución llevada a cabo en China por su Partido Comunista como una revolución anti-imperialista/anti-feudal que caminaba hacia el socialismo. Mao nunca supuso que, después de encargarse del imperialismo y el feudalismo, los chinos hubiesen «construido» una sociedad socialista. Siempre caracterizó esta construcción como la primera fase del largo camino hacia el socialismo.

Debo destacar el carácter altamente específico de la respuesta dada a la cuestión agraria por la Revolución China. La tierra (agrícola) distribuida no se privatizó, sino que mantuvo la propiedad de la nación representada por las comunas rurales y se concedió a las familias campesinas su uso. Este no fue el caso de Rusia, donde Lenin, ante el hecho consumado de la insurrección campesina de 1917, reconoció la propiedad privada de los beneficiarios de la distribución de la tierra.

¿Por qué la aplicación del principio de que la tierra agrícola no es un bien comerciable fue posible en China (y Vietnam)? Se repite constantemente que los campesinos de todo el mundo suspiran por la propiedad, sin más. Si ese hubiese sido el caso de China, la decisión de nacionalizar la tierra habría conducido a una interminable guerra con los campesinos, como sucedió cuando Stalin comenzó la colectivización forzosa en la Unión Soviética.

La actitud de los campesinos de China y Vietnam (y de ningún otro país) no puede ser explicada por una supuesta «tradición» que ignorase la propiedad. Es el producto de una línea política inteligente y excepcional implementada por los partidos comunistas de ambos países.

La Segunda Internacional dio por sentada la aspiración inevitable de los campesinos a la propiedad, lo suficientemente real en la Europa del siglo XIX. Durante la larga transición europea del feudalismo al capitalismo (1500-1800), las incipientes formas feudales institucionalizadas de acceso a la tierra a través de los derechos compartidos entre rey, señores y siervos campesinos se había disuelto gradualmente siendo reemplazada por propiedad privada burguesa moderna, que trata la tierra como una mercancía, un bien del que el propietario puede disponer libremente (comprar y vender). Los socialistas de la Segunda Internacional aceptaron este hecho consumado de la «revolución burguesa», aunque lo criticaran.

También pensaban que la pequeña propiedad campesina no tenía futuro, que estaba en las grandes empresas agrícolas mecanizadas siguiendo el modelo de la industria. Pensaban que el desarrollo capitalista por sí mismo llevaría a una gran concentración de la propiedad, así como a las formas más eficaces de explotación (ver los escritos de Kautsky sobre este tema). La historia demostró que estaban equivocados.

La agricultura campesina dio paso a la agricultura familiar capitalista en un doble sentido: una que produce para el mercado (siendo el autoconsumo insignificante) y otra que hace uso de equipos modernos, insumos industriales, y crédito bancario. Es más, esta agricultura familiar capitalista ha resultado ser muy eficiente si se compara con las grandes explotaciones, en términos de volumen de producción por hectárea y por trabajador/año. Esta observación no excluye el hecho de que el agricultor capitalista moderno es explotado por el capital monopolista generalizado, que controla el abastecimiento por arriba de los insumos y el crédito y por abajo, la comercialización ulterior de los productos. Estos agricultores se han convertido en subcontratistas del capital dominante.

Por lo tanto, (erróneamente) persuadidos de que la gran empresa siempre es más eficiente que la pequeña en todas las áreas de la industria, los servicios y la agricultura, los socialistas radicales de la Segunda Internacional, asumieron que la abolición de la propiedad de la tierra (la nacionalización de la tierra) podría permitir la creación de grandes granjas socialistas (análogos a los futuros sovjoses y koljoses soviéticos). Sin embargo, no fueron capaces de poner esas medidas a prueba puesto que la revolución no estaba en el orden del día en sus países (los centros imperialistas).

Los bolcheviques aceptaron estas tesis hasta 1917. Contemplaban la nacionalización de las grandes propiedades de la aristocracia rusa, dejando la propiedad de las tierras comunales a los campesinos. Sin embargo, fueron sorprendidos más adelante por la insurrección campesina, que se apoderó de los latifundios.

Mao extrajo conclusiones de este hecho y desarrolló una línea completamente diferente en la acción política. A principios de la década de 1930 en el sur de China, durante la guerra civil de la liberación, Mao basa la creciente presencia del Partido Comunista en una sólida alianza con los campesinos pobres y sin tierra (la mayoría), mantuvo relaciones amistosas con los campesinos medios y aisló a los campesinos ricos en todas las etapas de la guerra, sin llegar a antagonizar con los mismos. El éxito de esta línea prepara a la gran mayoría de la población rural a considerar y aceptar una solución a sus problemas que no pasase por la propiedad privada de las tierras adquiridas a través de la distribución.

Creo que las ideas de Mao y su implementación exitosa, tienen sus raíces históricas en la Revolución de los Taiping del siglo XIX. Así Mao tuvo éxito donde el Partido bolchevique había fracasado: en el establecimiento de una sólida alianza con la gran mayoría rural. En Rusia, el hecho consumado del verano 1917 eliminó posteriores posibilidades de una alianza con los campesinos pobres y medios contra los ricos (los kulaks), ya que los primeros estaban ansiosos por defender su propiedad privada adquirida y, por tanto, prefirieron seguir a los kulaks en lugar de a los bolcheviques.

Esta «especificidad China» (cuyas consecuencias tienen gran importancia), nos impide caracterizar la China contemporánea (incluso en 2013) como «capitalista», porque el camino capitalista se basa en la transformación de la tierra en una mercancía.

Presente y futuro de la pequeña producción

Sin embargo, una vez que se acepta este principio, las formas de uso de este bien común (la tierra de las comunidades de las aldeas) pueden ser muy diversa. Para entenderlo, debemos ser capaces de distinguir entre pequeña producción y pequeña propiedad.

La pequeña producción (campesina y artesanal) ha dominado la producción en todas las sociedades del pasado. Ha conservado un lugar importante en el capitalismo moderno, ahora vinculado a la pequeña propiedad en la agricultura, los servicios, e incluso en ciertos sectores de la industria. Ciertamente, en la tríada dominante del mundo contemporáneo (Estados Unidos, Europa y Japón) está retrocediendo. Un ejemplo de ello es la desaparición de las pequeñas empresas y su sustitución por las grandes operaciones comerciales. Sin embargo, esto no quiere decir que este cambio sea «progresista», incluso en términos de eficiencia, y con mayor razón si se tienen en cuenta las dimensiones sociales, culturales y civilizacionales. De hecho, es un ejemplo de la distorsión producida por la dominación de los monopolios rentistas. Por lo tanto, tal vez en un futuro socialismo el lugar de la pequeña producción sea llamado a reanudar su importancia.

En la China contemporánea, en todo caso, la pequeña producción (no necesariamente vinculada a la pequeña propiedad) mantiene un lugar importante en la producción nacional, no sólo en la agricultura sino también en amplios sectores de la vida urbana.

China ha experimentado muy diversas formas de uso de la tierra como bien común, incluso contradictorias. Tenemos que discutir, por un lado, la eficiencia (el volumen de la producción de una hectárea por trabajador / año) y, por otro, la dinámica de las transformaciones puestas en marcha. Estas formas pueden reforzar las tendencias hacia el desarrollo capitalista, que terminaría poniendo en duda el carácter no mercantil de la tierra, o pueden ser parte del desarrollo en una dirección socialista. Estas preguntas sólo pueden responderse a través del examen concreto de las formas en cuestión, ya que se llevaron a cabo en momentos sucesivos de desarrollo de China, desde 1950 hasta el presente.

Al principio, en la década de 1950, la forma adoptada era la pequeña producción familiar combinada con formas más simples de cooperación para la gestión del riego, trabajo que requiere la coordinación y el uso común de ciertos equipos. Esto se asoció con la inserción de esa pequeña producción de la familia en una economía estatal que mantiene el monopolio de la compra de la producción destinada al mercado y la oferta del crédito e insumos, todos ellos en función de los precios previstos (decididos por el centro).

La experiencia de los municipios tras la creación de las cooperativas de producción en la década de 1970 está llena de lecciones. No es necesariamente una cuestión de pasar de la pequeña producción a las grandes explotaciones, aunque la idea de la superioridad de estas últimas inspiró a algunos de sus seguidores. Lo esencial de esta iniciativa se originó en la aspiración a la construcción del socialismo descentralizado. Las comunas no sólo tenían la responsabilidad de la gestión de la producción agrícola de un pueblo grande o de un colectivo de pueblos y aldeas (esta organización en sí era una mezcla de las formas de la pequeña producción familiar y de una ambiciosa producción especializada), sino que también proporcionó un marco más amplio: ( 1) unir las actividades industriales que empleaban a los campesinos disponibles en ciertas épocas del año, (2) la articulación de las actividades económicas productivas, junto con la gestión de los servicios sociales (educación, salud, vivienda), y (3) el inicio de la descentralización de la administración política de la sociedad. Como había previsto la Comuna de París, el Estado socialista se convertiría, al menos parcialmente, en una federación de comunas socialistas.

Sin lugar a dudas, en muchos aspectos, las comunas eran algo avanzado para su tiempo y la dialéctica entre la descentralización del poder de decisión y la centralización asumida por la omnipresencia del Partido Comunista no siempre funcionó sin problemas. Sin embargo, los resultados registrados están lejos de haber sido desastrosos, como nos quiere hacer creer la derecha. La comuna de la región de Beijing, que se resistió a la disolución del sistema, sigue registrando excelentes resultados económicos vinculados a la persistencia de debates políticos de alta calidad, que desaparecieron en otros lugares. Los proyectos actuales de «reconstrucción rural», implementado por las comunidades rurales de varias regiones de China, parecen estar inspirados en la experiencia de las comunas.

La decisión de disolver las comunas, tomada por Deng Xiaoping en 1980 reforzó la pequeña producción familiar, que ha sido la forma dominante durante las tres décadas siguientes. Sin embargo, la envergadura de los derechos de los usuarios (comunas rurales y unidades familiares) se ha ampliado considerablemente. Los titulares de los derechos de uso de la tierra pueden «alquilar» la tierra (pero nunca «venderla»), ya sea a otros pequeños productores, facilitando así la emigración a las ciudades, en especial de los jóvenes educados que no quieren permanecer en ámbitos rurales o a empresas organizadoras de una gran hacienda remodelada (nunca un latifundio, que no existe en China, aunque son considerablemente más grandes que las granjas familiares). Estas fórmulas son el medio utilizado para fomentar la producción especializada (como el vino de calidad, para el que China ha pedido la colaboración de expertos de Borgoña) o para probar nuevos métodos científicos (OGM y otros).

«Aprobar» o «rechazar» la diversidad de estos sistemas, a priori, no tiene sentido, en mi opinión. Una vez más, el análisis concreto de cada uno de ellos, tanto en el diseño como en la realidad de su aplicación, es imprescindible. El hecho es que la diversidad creativa de las formas de uso de la tierra ha llevado a resultados increíbles. En primer lugar, en términos de eficiencia económica, aunque la población urbana ha crecido del 20% al 50% de la población total, China ha logrado aumentar la producción agrícola para mantener el ritmo de las gigantescas necesidades de la urbanización. Es un resultado notable y excepcional, sin precedentes en los países del Sur «capitalista». Ha preservado y fortalecido su soberanía alimentaria, a pesar de partir de una desventaja importante: su agricultura alimenta al 22% de la población mundial razonablemente bien aunque sólo tiene el 6% de la tierra cultivable del mundo. Además, en cuanto a la forma (y el nivel) de la vida de las poblaciones rurales, los pueblos chinos ya no tienen nada que ver con lo que sigue siendo dominante en el resto del tercer mundo capitalista. Las estructuras permanentes, cómodas y bien equipadas, son un contraste llamativo, no sólo con la antigua China, del hambre y la pobreza extrema, sino también con las formas extremas de pobreza que todavía dominan el campo de la India o África.

Los principios y las políticas implementadas (la tierra poseída en común y el apoyo a la pequeña producción sin pequeña propiedad) son los responsables de estos resultados inigualables. Han hecho posible una migración rural-urbana relativamente controlada. Compárese con el camino capitalista, en Brasil, por ejemplo. La propiedad privada de la tierra agrícola ha vaciado el campo de Brasil y hoy sólo el 11% de la población del país es rural. Pero al menos el 50% de los residentes urbanos viven en barrios pobres (favelas) y sobreviven gracias a la «economía informal» (incluida la delincuencia organizada). En China no existen situaciones semejantes, la población urbana está, en su conjunto, adecuadamente empleada y alojada, incluso en comparación con muchos «países desarrollados», ¡sin mencionar a aquellos en los que el PIB per cápita es semejante al chino!

El traslado de la población desde un campo chino muy densamente poblado (sólo alcanza niveles semejantes en Vietnam, Bangladesh y Egipto) era esencial. Mejoró las condiciones de la pequeña producción rural, permitió contar con más suelo. Esta transferencia, aunque relativamente controlada (una vez más, nada es perfecto en la historia de la humanidad, ni en China ni en ningún otro sitio), esconde tal vez la amenaza de ser demasiado rápida. Es lo que se discute en China.

El capitalismo de Estado chino

La primera etiqueta que viene a la mente para describir la realidad china es el capitalismo de Estado. Muy bien, pero esta etiqueta sigue siendo vaga y superficial, si no analizamos el contenido específico.

De hecho, es capitalismo en el sentido de que la relación con la que se topan los trabajadores sometidos por las autoridades que organizan la producción es similar a la que caracteriza al capitalismo: el trabajo sumiso y alienado, la extracción del trabajo excedente. Existen formas brutales de explotación extrema de los trabajadores en China, como en las minas de carbón o en el vertiginoso ritmo de los talleres que emplean a mujeres. Es un escándalo para un país que afirma querer seguir adelante en el camino hacia el socialismo. Sin embargo, el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado es inevitable, y lo seguirá siendo en todas partes. Ni los países capitalistas desarrollados podrán entrar en un camino socialista (que no está en la agenda visible hoy en día) sin pasar a través de esta primera etapa. Se trata de la fase preliminar en el compromiso potencial de cualquier sociedad para liberarse del capitalismo histórico en el largo camino hacia el socialismo / comunismo. La socialización y la reorganización del sistema económico a todos los niveles, desde la empresa (la unidad primaria) hasta la nación y el mundo, requieren de una larga lucha durante un período de tiempo histórico que no puede ser acortado.

Más allá de esta reflexión preliminar, se debe describir concretamente el capitalismo de Estado en cuestión extrayendo la naturaleza y el proyecto del Estado, porque no hay un solo tipo de capitalismo de Estado, sino muchos diferentes. El capitalismo de Estado de Francia de la Quinta República desde 1958 hasta 1975 fue diseñado para servir y fortalecer los monopolios privados franceses, no para introducir al país en un camino socialista.

El capitalismo de estado chino fue construido para lograr tres objetivos: (i) construir un moderno sistema industrial integrado y soberano, (ii) gestionar la relación de este sistema con la pequeña producción rural, y (iii) controlar la integración de China en el sistema mundial, dominado por los monopolios de la tríada imperialista (Estados Unidos, Europa, Japón). La consecución de estos tres objetivos prioritarios es inevitable. En consecuencia, permite avanzar en el largo camino hacia el socialismo, pero, al mismo tiempo refuerza la tendencia a abandonar esa posibilidad en favor de la consecución del desarrollo capitalista, puro y simple. Hay que aceptar que este conflicto es inevitable y siempre presente. La pregunta, por tanto, es la siguiente: ¿Cuáles son las opciones concretas de China a favor de una de las dos vías?

El capitalismo de estado chino requiere, en su primera fase (1954-1980), la nacionalización de todas las empresas (junto a la nacionalización de las tierras agrícolas), grandes y pequeñas por igual. Luego sigue una apertura a la iniciativa privada, nacional y / o extranjera, y la liberalización de la pequeña producción rural y urbana (pequeñas empresas, comercio, servicios). Sin embargo, las grandes industrias básicas y el sistema de crédito que se establecieron en el período maoísta no se desnacionalizaron, aunque se han modificado las formas de organización de su integración en una economía de «mercado». Esta elección se acompañó del establecimiento de medios de control de la iniciativa privada y del potencial de asociación con capital extranjero. Queda por ver hasta qué punto estos medios cumplen con las funciones asignadas o, por el contrario, se han convertido en cáscaras vacías, y la connivencia con el capital privado (a través de la «corrupción» de la gestión) ha tomado la delantera.

Lo que el capitalismo de Estado chino ha logrado entre 1950 y 2012 es sencillamente increíble. De hecho, tuvo éxito en la construcción de un sistema productivo moderno soberano e integrado en un país gigantesco, algo comparable sólo con los Estados Unidos. Ha logrado dejar atrás la dependencia tecnológica inicial (de la importación de modelos occidentales, o soviéticos) a través del desarrollo de su capacidad para producir descubrimientos tecnológicos. Sin embargo, no ha iniciado (¿todavía?) la reorganización del trabajo desde la perspectiva de la socialización de la gestión económica. El Plan (y no a la «apertura») ha seguido siendo el medio fundamental para la aplicación de esta construcción sistemática.

En la fase maoísta de la planificación del desarrollo, el Plan se mantuvo imprescindible en todos los detalles: la naturaleza y la ubicación de las nuevas inversiones, los objetivos de producción y los precios. En esa etapa era posible, y no existía otra alternativa razonable. Mencionaré, sin profundizar más, el interesante debate mantenido en este período sobre si la ley del valor apuntala la planificación. El éxito (y no el fracaso) de esta primera fase requiere alterar los medios para llevar a cabor un proyecto de desarrollo acelerado. La «apertura» a la iniciativa privada, desde 1980, pero sobre todo desde 1990 era necesaria a fin de evitar el estancamiento, algo fatal para la URSS. A pesar de que esta apertura coincidió con el triunfo de la globalización neo-liberal (con todos los efectos negativos de esta coincidencia, a los que volveremos) la elección de un «socialismo de mercado», o mejor aún, de un «socialismo con mercado «, fue fundamental para esta segunda fase de desarrollo acelerado y en mi opinión está en gran medida justificado.

Los resultados de esta elección son, una vez más, sencillamente increíbles. En unas pocas décadas, China ha logrado una urbanización productiva, industrial, que reúne a 600 millones de seres humanos, dos tercios de los cuales se urbanizaron en las últimas dos décadas (¡casi igual que la población de Europa!). Se logró gracias al Plan y no al mercado. China ahora cuenta con un sistema productivo verdaderamente soberano. Ningún otro país del Sur (con excepción de Corea y Taiwan) ha tenido éxito en hacer esto. En la India y Brasil, sólo hay unos pocos elementos aislados de un proyecto soberano semejante, nada más.

Los métodos para el diseño y la ejecución del Plan se han transformado en estas nuevas condiciones. El Plan sigue siendo obligatorio para las grandes inversiones de infraestructuras que requiere el proyecto: viviendas para 400 millones de nuevos habitantes urbanos en condiciones adecuadas, la construcción de una red sin igual de autopistas, carreteras, vías férreas, presas y plantas de energía eléctrica, para abrir todo o casi todo el campo chino, y para la transferencia del centro de gravedad del desarrollo de las regiones costeras al oeste continental. El Plan también sigue siendo imprescindible, al menos en parte, para los objetivos y los recursos financieros de las empresas públicas (del Estado, provincias y municipios). En cuanto al resto, apunta posibles y probables objetivos para la expansión de la pequeña producción mercantil urbana, así como la expansión de actividades industriales. Estos objetivos se toman en serio y se especifican los recursos políticos y económicos necesarios para su realización. En general, los resultados no son muy diferentes de las predicciones «planificadas».

El capitalismo de Estado chino ha integrado en su proyecto el desarrollo de una dimensión social visible (no digo «socialista»). Estos objetivos ya estaban presentes en la era maoísta: la erradicación del analfabetismo, la atención básica de salud para todos, etc… En la primera parte de la fase post-maoísta (los años 1990), la tendencia fue, sin duda, la de descuidar la búsqueda de estos esfuerzos. Sin embargo, cabe señalar que desde entonces la dimensión social del proyecto ha recuperado su lugar y, en respuesta a los movimientos sociales activos y poderosos, se espera que siga progresando. La nueva urbanización no tiene paralelo en ningún otro país del Sur. Es cierto que hay barrios «chic» y otros que no son nada opulentos, pero no hay barriadas pobres, que en el resto de las ciudades del tercer mundo se han seguido ampliando.

La integración de China en la globalización capitalista

No podemos continuar el análisis del capitalismo de Estado chino (denominado «socialismo de mercado» por el gobierno) sin tener en cuenta su integración en la globalización.

El mundo soviético había previsto una desconexión del sistema capitalista mundial, complementando esa desconexión mediante la construcción de un sistema socialista integrado que abarcaba la URSS y Europa del Este. La URSS logró esta desvinculación, en gran medida impuesta por la hostilidad de Occidente, incluso culpando al bloqueo de su aislamiento. Sin embargo, el proyecto de integración de Europa del Este no avanzó mucho, a pesar de las iniciativas del COMECOM. Las naciones de Europa del Este se quedaron en posiciones inciertas y vulnerables, y a partir de 1970 parcialmente desvinculadas, sobre unas bases estrictamente nacionales y abiertas parcialmente a Europa Occidental. Nunca hubo una integración URSS-China, no sólo porque el nacionalismo chino no la habría aceptado, pero aún más porque las tareas prioritarias de China no lo requerían. La China maoísta se desvinculó a su manera. ¿Hay que decir que, mediante la reintegración en la globalización a partir de la década de 1990, ha renunciado plena y definitivamente a esta desvinculación?

China entró en la globalización en los años 1990 mediante la senda del desarrollo acelerado de las exportaciones de manufacturas, posibles para su sistema productivo, dando prioridad a las exportaciones cuyas tasas de crecimiento superaban al crecimiento del PIB. El triunfo del neoliberalismo, favoreció el éxito de esta opción durante quince años (1990-2005). La búsqueda de esta elección es cuestionable, no sólo por sus efectos políticos y sociales, sino también porque se ve amenazada por la implosión del capitalismo globalizado neoliberal, que comenzó en 2007. El gobierno chino parece ser consciente de ello y comenzó muy pronto a intentar una corrección dando mayor importancia al mercado interno y al desarrollo del oeste de China.

Decir, como se oye hasta la saciedad, que el éxito de China se debe atribuir al abandono del maoísmo (cuyo «fracaso» era obvio), a la apertura al exterior y la entrada de capital extranjero es, sencillamente, una idiotez. La construcción maoísta puso en marcha la base sin la cual la apertura no hubiera logrado el éxito que ha logrado. La comparación con la India, que no ha hecho una revolución semejante, lo demuestra. Decir que el éxito de China se debe principalmente (incluso «completamente») a las iniciativas de capital extranjero el igualmente ridículo. El capital multinacional no construyó el sistema industrial de China ni ha logrado la urbanización y la construcción de infraestructuras. El éxito es en el 90% atribuible al proyecto chino soberano. Sin duda, la apertura al capital extranjero ha cumplido funciones útiles: ha incrementado la importación de tecnologías modernas. Pero, debido a sus métodos de asociación, China absorbió estas tecnologías y ahora domina su desarrollo. No existe una situación parecida en ningún otro sitio, ni en la India o Brasil, ni en Tailandia, Malasia, Sudáfrica u otros lugares.

La integración de China en la globalización se ha mantenido, además, parcial y controlada (o al menos controlable, si se quiere decirlo así). China se ha mantenido al margen de la globalización financiera. Su sistema bancario es enteramente nacional y se centra en el mercado de crédito interno del país. La gestión del yuan sigue siendo materia de toma de decisiones soberanas de China. El yuan no está sujeto a los vaivenes de las bolsas flexibles que la globalización financiera impone. Beijing puede decirle a Washington que «el yuan es nuestro dinero y vuestro problema», al igual que Washington dijo a los europeos en 1971, «el dólar es nuestra moneda y vuestro problema.» Por otra parte, China mantiene una gran reserva para el despliegue de su sistema público de crédito. La deuda pública es insignificante en comparación con las tasas de endeudamiento (consideradas intolerables) de los Estados Unidos, Europa, Japón, y muchos de los países del Sur. De este modo China puede aumentar la expansión de los gastos públicos sin grave peligro de la inflación.

La atracción de capital extranjero hacia China, de la que se ha beneficiado, no está detrás del éxito de su proyecto. Por el contrario, es el éxito del proyecto lo que ha hecho que la inversión en China sea atractiva para las transnacionales occidentales. Los países del Sur, que abrieron sus puertas mucho más que China y aceptaron sin condiciones la globalización financiera no se han convertido en atractivos en el mismo grado. El capital transnacional no se siente atraído por China para saquear los recursos naturales del país, ni tampoco para deslocalizar y beneficiarse de los bajos salarios de mano de obra, sin ningún tipo de transferencia de tecnología, ni para aprovechar las ventajas de la formación y la integración de las unidades deslocalizadas en un inexistente sistema nacional productivo, como en Marruecos y Túnez, ni siquiera para crear una red financiera y permitir que los bancos imperialistas se hagan con los ahorros nacionales, como sucedió en México, Argentina y el sudeste de Asia. En China, por el contrario, ciertamente las inversiones extranjeras pueden beneficiarse de los bajos salarios y logar buenas ganancias, a condición de que sus planes convengan a China y permitan la transferencia de tecnología. En suma, se trata de ganancias «normales», ¡más si la connivencia con las autoridades chinas lo permite!

China, potencia emergente

No cabe duda de que China es una potencia emergente. Una idea muy presente es que China sólo intenta recuperar el lugar que ocupó durante siglos y que perdió en el siglo XIX. Sin embargo, esta idea (sin duda correcta, y favorecedora, por otra parte), no nos ayuda mucho en la comprensión de la naturaleza de la emergencia y sus posibilidades reales en el mundo contemporáneo. Por cierto, aquellos que propagan esta idea general y vaga no tienen interés en considerar si China va a replegarse a los principios generales del capitalismo (que ellos creen necesario) o si va a tomar en serio su proyecto de «socialismo con características chinas». Por mi parte, sostengo que si China es de hecho un poder emergente, esto es precisamente porque no ha elegido el camino de desarrollo capitalista puro y simple, y que, en consecuencia, si decidiera seguir ese camino capitalista, el propio proyecto de la emergencia china estaría en grave peligro de fracasar.

La tesis que yo apoyo implica rechazar la idea de que los pueblos no pueden saltarse la secuencia necesaria de etapas y que China debe pasar por un desarrollo capitalista antes de considerar la cuestión de su posible futuro socialista. El debate sobre esta cuestión entre las diferentes corrientes del marxismo histórico nunca se concluyó. Marx se mantuvo indeciso sobre esta cuestión. Sabemos que después de los primeros ataques europeos (las Guerras del Opio), escribió: la próxima vez que envieis vuestros ejércitos a China serán recibidos por una pancarta: «Atención, se encuentran en las fronteras de la República burguesa de China.» Esta magnífica intuición muestra la confianza en la capacidad del pueblo chino para responder al desafío, pero al mismo tiempo, es un error porque, de hecho, la pancarta dice: «Se encuentra en las fronteras de la República Popular de China.» Sin embargo, sabemos que, en relación a Rusia, Marx no rechazó la idea de saltarse la etapa capitalista (leáse su correspondencia con Vera Zasulich). Hoy en día, podríamos creer que el primer Marx tenía razón y que China ha escogido el camino hacia el desarrollo capitalista.

Pero Mao entendió – mejor incluso que Lenin – que el camino capitalista no conduciría a nada y que la resurrección de China sólo podía ser obra de los comunistas. Los emperadores Qing a finales del siglo XIX, seguidos por Sun Yat Sen y el Guomindang, ya habían planeado una resurrección de China en respuesta al desafío de Occidente. Sin embargo, no imaginaban ninguna otra manera que la del capitalismo y no tenían los medios intelectuales para comprender lo que el capitalismo supone en realidad y por qué este camino se cerró para China, y para todas las periferias del sistema mundial capitalista. Mao, un espíritu marxista independiente, lo entendió. Más que eso, Mao cree que esta batalla no estaba definitivamente ganada por la victoria de 1949, y que el conflicto entre el compromiso con el largo camino hacia el socialismo, la condición para el renacimiento de China, y el volver al redil capitalista ocuparía la totalidad visible del futuro.

Personalmente, siempre he compartido el análisis de Mao y volveré a este tema en algunos de mis pensamientos sobre el papel de la Revolución Taiping (que considero es el origen lejano del maoísmo), la revolución de 1911 en China, y otras revoluciones en el Sur a principios del siglo XX, los debates en el inicio del período de Bandung y el análisis de los callejones sin salida en el que están atrapados los llamados países emergentes del Sur comprometidos con el camino capitalista. Todas estas consideraciones son el corolario de mi tesis central sobre la polarización (es decir, la construcción del contraste centro / periferia) inmanente al desarrollo histórico mundial del capitalismo. Esta polarización elimina la posibilidad de que un país de la periferia pueda «ponerse al día» en el contexto del capitalismo. Debemos sacar la conclusión: si «alcanzar» a los países opulentos es imposible, se debe hacer algo más: se llama seguir el camino socialista.

China no ha seguido un camino particular sólo desde 1980, sino desde 1950, aunque este camino ha pasado a través de fases que son diferentes en muchos aspectos. China ha desarrollado un proyecto coherente y soberano que es apropiado para sus propias necesidades. Ese proyecto ciertamente no es el capitalismo, cuya lógica exige que las tierras agrícolas se traten como una mercancía. Este proyecto sigue siendo soberano en la medida en que China se queda fuera de la globalización económica contemporánea.

El hecho de que el proyecto chino no sea capitalista, no significa que «sea» socialista, sólo hace que sea posible avanzar en el largo camino hacia el socialismo. No obstante, también sigue amenazado con una deriva que se salga de ese camino y termine con un retorno puro y simple al capitalismo.

El exitoso surgimiento de China consecuencia única de este proyecto soberano. En este sentido, China es el único país auténticamente emergente (junto con Corea y Taiwán, sobre quienes hablaremos más adelante). Ninguno de los numerosos países a los que el Banco Mundial ha certificado como emergentes lo es realmente debido a que ninguno de estos países está llevando a cabo constantemente un proyecto soberano coherente. Todos suscriben los principios fundamentales del capitalismo puro y duro, incluso en sectores potenciales de su capitalismo de Estado. Todos han aceptado la sumisión a la globalización contemporánea en todas sus dimensiones, incluida la financiera. Rusia y la India son excepciones parciales a este último punto, pero no Brasil, África del Sur, entre otros. A veces hay elementos de una «política de la industria nacional», pero nada comparable con el proyecto chino sistemático de construcción de un sistema industrial completo, integrado y soberano (en particular en el área de especialización tecnológica).

Por estas razones, todos estos otros países, caracterizados demasiado rápido como emergentes, siguen siendo vulnerables en diversos grados, pero siempre mucho más que China. Por todas estas razones, las apariencias de emergencia (respetables tasas de crecimiento, capacidad de exportación de productos manufacturados) siempre están vinculados a los procesos de pauperización que afectan a la mayoría de su población (especialmente a los campesinos), lo que no sucede en China. Ciertamente, el aumento de la desigualdad es evidente en todas partes, incluyendo a China, pero esta observación es superficial y engañosa. La desigualdad en la distribución de los beneficios de un modelo de crecimiento que sin embargo no excluye a nadie (e incluso se acompaña con una reducción de las bolsas de pobreza, como sucede en China) es una cosa, la desigualdad proveniente de crecimiento que sólo beneficia a un sector minoritario (desde el 5% al 30% de la población, según el caso), mientras que el destino de los otros sigue siendo desesperante, es otra. Quienes practican los ataques a China no son conscientes (o pretenden no serlo) de esta diferencia decisiva. La desigualdad que resulta de la existencia de barrios con casas de lujo, por un lado, y barrios con viviendas confortables para la clase media y trabajadora, por el otro, no es la misma que la desigualdad que se manifiesta en la yuxtaposición de los barrios ricos, viviendas para la clase media, y los favelas para la mayoría. Los coeficientes de Gini son valiosos para la medición de los cambios de un año a otro en un sistema con una estructura fija. Sin embargo, en las comparativas internacionales entre sistemas con diferentes estructuras, pierden su significado, al igual que todas las demás magnitudes macroeconómicas de las cuentas nacionales. Los países emergentes (excepto China) son realmente «mercados emergentes», abiertos a la penetración de los monopolios de la tríada imperialista. Estos mercados permiten que extraigan, en su beneficio, una parte considerable de la plusvalía producida en el país en cuestión. China es diferente: es una nación emergente en la que el sistema hace posible quedarse con la mayoría del valor excedente allí producida.

Corea y Taiwán son los dos únicos ejemplos de éxito de países auténticamente emergéntes en y através del capitalismo. Estos dos países deben su éxito a las razones geoestratégicas que llevaron a los Estados Unidos a que les permita lograr lo que Washington prohíbe en otros sitios. El contraste entre el apoyo de los Estados Unidos al capitalismo de Estado de estos dos países y la oposición extremadamente violenta al capitalismo de Estado en el Egipto de Nasser o la Argelia de Boumedienne es, muy esclarecedor.

No voy a discutir aquí los posibles proyectos de emergencia, que parecen muy posibles en Vietnam y Cuba, o las condiciones de una posible reanudación de los avances en esa dirección en Rusia. Tampoco voy a hablar sobre los objetivos estratégicos de la lucha de las fuerzas progresistas en el Sur capitalista, en partes de la India, del sudeste asiático, América Latina, el mundo árabe y África, que podrían facilitar ir más allá del impasse actuales y fomentar la aparición de proyectos soberanos que inicien una verdadera ruptura con la lógica del capitalismo dominante.

Grandes Éxitos, Nuevos Desafíos

China no sólo ha llegado a una encrucijada, sino que ha estado en ella cada día desde 1950. Las fuerzas sociales y políticas de derechas e izquierdas, activas en la sociedad y el partido, siempre se han enfrentado.

¿De dónde viene la derecha China? Ciertamente, las antiguas burguesías compradora y burocrática del Kuomintang fueron excluidas del poder. Sin embargo, en el transcurso de la guerra de liberación, segmentos enteros de la clase media, profesionales, funcionarios y empresarios, decepcionados por la ineficacia del Guomindang frente a la agresión japonesa, se acercaron al Partido Comunista, incluso se unieron al mismo. Muchos de ellos, (pero ciertamente no todos) siguieron siendo tan sólo nacionalistas, nada más. Posteriormente, a partir de 1990 con la apertura a la iniciativa privada, aparece una nueva y poderosa derecha. No debe reducirse simplemente a «empresarios» con éxito y grandes (a veces colosales) fortunas, fortalecidas por su clientela, incluyendo a funcionarios del Estado y del partido, que mezclan el control con la connivencia con, e incluso con la corrupción.

Este éxito, como siempre, alienta el apoyo a las ideas de derecha en las clases medias educadas en expansión. Es en este sentido la creciente desigualdad, incluso si no tiene nada que ver con la desigualdad característica de otros países del Sur, es un gran peligro político, el vehículo para la difusión de las ideas de derechas, la despolitización y las ilusiones ingenuas.

Aquí voy a hacer una observación adicional que creo que es importante: la pequeña producción, sobre todo campesina, no están motivada por ideas de derechas, como pensaba Lenin (lo que sí era exacto en las condiciones de Rusia). La situación de China contrasta aquí con la de la ex-URSS. El campesinado chino, en su conjunto, no es reaccionario, ya que no está defendiendo el principio de propiedad privada, en contraste con el campesinado soviético, al que los comunistas no lograron alejar del apoyo a los kulaks en defensa de la propiedad privada. Por el contrario, el campesinado chino de pequeños productores (sin ser pequeños propietarios) es, actualmente, una clase que no ofrece soluciones de derechas, sino que es parte del campo de quienes agitan para la adopción de políticas sociales y ecológicas más valientes. El poderoso movimiento de «renovación de la sociedad rural» es una muestra. El campesinado chino se encuentra en gran medida en el campo de la izquierda, junto a la clase obrera. La izquierda tiene sus intelectuales orgánicos y ejerce cierta influencia en los aparatos del Estado y del partido.

 

El conflicto perpetuo entre la derecha y la izquierda en China siempre se ha reflejado en las sucesivas líneas políticas implementadas por el liderazgo del Estado y del partido. En la era maoísta, la línea de izquierdas no prevaleció sin luchar. Constatando el progreso de las ideas de derecha dentro del partido y de su dirección, un poco siguiendo el modelo soviético, Mao desencadenó la Revolución Cultural para combatirlo. «Bombardear el cuartel genearl», es decir, la dirección del Partido, donde se estaba formando la «nueva burguesía». Sin embargo, mientras la Revolución Cultural de Mao cumplió con las expectativas durante los dos primeros años de su existencia, posteriormente derivó en la anarquía, vinculada a la pérdida de control por parte de Mao y la izquierda en el partido sobre la secuencia de los acontecimientos. Esta desviación llevó al Estado y el partido a tomar las cosas en sus manos de nuevo, lo que dio a la derecha su oportunidad. Desde entonces, la derecha ha mantenido una parte importante de todos los órganos de dirección. Sin embargo, la izquierda está presente en el terreno, lo que restringe a la dirección suprema a compromisos de «centro», de centro derecha o de centro izquierda?

Para comprender la naturaleza de los desafíos que enfrenta China hoy en día, es esencial entender que el conflicto entre el proyecto soberano de China, tal y como es, y el imperialismo norteamericano y sus aliados europeos y japoneses subalternos aumentará en intensidad en la medida que China continúe con su éxito. Hay varias zonas de conflicto: el manejo de China de tecnologías modernas, el acceso a los recursos del planeta, el fortalecimiento de las capacidades militares de China, y la búsqueda de la reconstrucción de la política internacional sobre la base de los derechos soberanos de los pueblos a elegir su propio sistema político y sistema económico. Cada uno de estos objetivos entra en conflicto directo con los objetivos perseguidos por la tríada imperialista.

El objetivo de la estrategia política de EE.UU. es el control militar del planeta, la única manera con la que Washington puede mantener las ventajas que le dan la hegemonía. Este objetivo se persigue a través de guerras preventivas en el Medio Oriente, y en este sentido, estas guerras son los preliminares a la guerra (nuclear) preventiva contra China, prevista a sangre fría, por el establishment norteamericano como algo posiblemente necesario «antes de que es demasiado tarde». Fomentar la hostilidad hacia China es algo inseparable de esta estrategia global, que se manifiesta en el apoyo mostrado a esclavistas del Tibet y Sinkiang, el refuerzo a la presencia naval de EE.UU. en el Mar de China, y el impulso incansable a Japón para la construcción de sus fuerzas militares. Quienes promueven los ataques a China contribuyen a mantener viva esta hostilidad.

Al mismo tiempo, Washington se dedica a la manipulación de la situación conteniendo las posibles ambiciones de China y otros países llamados emergentes a través de la creación del G-20, que tiene por objeto crear en estos países la ilusión de que su adhesión a la globalización liberal serviría a sus intereses. El G2 (Estados Unidos / China) es, en este sentido, una trampa para lograr que China sea cómplice de las aventuras imperialistas de los Estados Unidos, y puede provocar que la política exterior pacífica de Pekín pierda toda su credibilidad.

La única respuesta posible eficaz a esta estrategia debe proceder a dos niveles: (i) fortalecer las fuerzas militares de China y dotarlas de la posibilidad de una respuesta disuasoria, y (ii) proseguir tenazmente el objetivo de la reconstrucción de un sistema político internacional policéntrico, respetuoso con todas las soberanías nacionales, y, en este sentido, impulsar la rehabilitación de las Naciones Unidas, ahora marginada por la OTAN. Hago hincapié en la importancia decisiva de este último objetivo, que implica la prioridad de reconstrucción de un «frente del sur» (¿Bandung 2?) capaz de apoyar las iniciativas independientes de los pueblos y Estados del Sur. Esto implica, a su vez, que China se dé cuenta que no tiene la posibilidad absurda de alinearse con las prácticas depredadoras del imperialismo (el saqueo de los recursos naturales del planeta), ya que carece de un poder militar similar al de Estados Unidos, que en última instancia es la garantía de éxito para los proyectos imperialistas. China, en cambio, tiene mucho que ganar con el desarrollo de su oferta de apoyo a la industrialización de los países del Sur, que el club de los «donantes» imperialistas está tratando de hacer imposible.

El lenguaje utilizado por las autoridades chinas en las cuestiones internacionales, restringido al extremo (algo comprensible), hace que sea difícil saber hasta qué punto los líderes del país son conscientes de los desafíos analizados anteriormente. Más seriamente, esta elección de palabras refuerza las ilusiones ingenuas y la despolitización en la opinión pública.

La otra parte del problema se refiere a la cuestión de la democratización de la gestión política y social del país.

Mao formuló y puso en práctica un principio general para la gestión política de la nueva China que se resume en estos términos: reunir a la izquierda, neutralizar (añado: y no eliminar) a la derecha, gobernar desde el centro izquierda. En mi opinión, esta es la mejor manera de concebir una manera eficaz para avanzar a través de avances sucesivos, entendidos y apoyados por la gran mayoría. De esta manera, Mao dio un contenido positivo al concepto de democratización de la sociedad junto con el progreso social en el largo camino hacia el socialismo. Formuló el método para la aplicación de esta: «la línea de masas» (bajar hacia las masas, aprender de sus luchas, y subir nuevamente a las cumbres del poder). Lin Chun ha analizado con precisión el método y los resultados que hace posible.

La cuestión de la democratización relacionada con el progreso social, en contraste con la «democracia» desconectado del progreso social (conectada a menudo con la regresión social), no atañe a China por sí sola, sino a todos los pueblos del mundo. Los métodos que se deben implementar para lograr el éxito no se pueden resumir en una sola fórmula, válida para todo tiempo y lugar. En cualquier caso, la fórmula que ofrecen los medios de propaganda occidentales (múltiples partidos y elecciones) debería sencillamente ser rechazada. Más aún este tipo de «democracia» se convierte en farsa, incluso en Occidente más que en otros lugares. La «línea de masas» era el medio para producir un consenso sobre los objetivos sucesivos, en constante progreso, estratégicos. Esto está en contraste con el «consenso» obtenido en los países occidentales a través de la manipulación mediática y la farsa electoral, que no es más que la alineación con los requisitos del capital.

Sin embargo, hoy en día, ¿cómo debería reconstruir China el equivalente a una nueva línea de masas en las nuevas condiciones sociales? No va a ser fácil, porque el poder de la dirección, que se ha trasladado sobre todo a la derecha en el Partido Comunista, basa la estabilidad de su gestión en la despolitización y las ilusiones ingenuas que le acompañan. El éxito de las políticas de desarrollo refuerza la tendencia espontánea a moverse en esa dirección. Se cree ampliamente en China, en las clases medias, que el camino real de alcanzar el modo de vida de los países opulentos ya está abierto, libre de obstáculos, se cree que los estados de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón) no se oponen a ello, incluso los métodos de Estados Unidos son admirados acríticamente, etc… Esto es particularmente cierto en las clases medias urbanas, que se están expandiendo rápidamente y cuyas condiciones de vida han mejorado mucho. El lavado de cerebro al que los estudiantes chinos son sometidos en los Estados Unidos, particularmente en las ciencias sociales, junto con el rechazo que general la enseñanza oficial falta de imaginación y tediosa del marxismo, han contribuido a reducir los espacios para los debates críticos radicales.

El gobierno de China no es insensible a la cuestión social, no sólo por la tradición de un discurso basado en el marxismo, sino también por el pueblo chino, que aprendió a luchar y sigue haciéndolo, hasta doblar la mano del gobierno. Si en la década de 1990, esta dimensión social había disminuido ante las prioridades inmediatas de acelerar el crecimiento, en la actualidad la tendencia se invierte. En el mismo momento en que las conquistas socialdemócratas de la seguridad social se están erosionando en el Occidente opulento, la pobre China está llevando a cabo la ampliación de la seguridad social en tres dimensiones: salud, vivienda y pensiones. La política de vivienda popular de China, vilipendiada por la derecha y la izquierda europeas, sería envidiada, no sólo en la India o Brasil, ¡sino también en los barrios periféricos de París, Londres o Chicago!

La seguridad social y el sistema de pensiones ya cubren al 50% de la población urbana (¡que ha aumentado, recordemos, entre 200 y 600 millones de habitantes!) y el Plan (que sigue aplicándose en China) prevé el aumento de la población con cobertura al 85% en el próximo año. Dejemos que los periodistas de los «ataques a China» nos den ejemplos comparables en los «países que se embarcaron en la vía democrática», que continuamente alaban. Sin embargo, el debate sigue abierto acerca de los métodos para aplicar el sistema. La izquierda aboga por el sistema francés de distribución basadoen el principio de solidaridad entre los trabajadores y las diferentes generaciones – que prepara el socialismo por venir- mientras que la derecha, obviamente, prefiere el odioso sistema de EE.UU. de fondos de pensiones, que divide a los trabajadores y transferencias los riesgo del capital al trabajo.

Sin embargo, la adquisición de las prestaciones sociales es insuficiente si no se combina con la democratización de la gestión política de la sociedad, con su repolitización por métodos que fortalezcan la invención creativa de formas para el futuro socialista/comunista.

Seguir los principios de un sistema electoral pluripartidista como es abogado ad nauseam por los medios de comunicación occidentales y los profesionales de los ataques a China, y defendido por «disidentes» que se presentan como auténticos «demócratas» no cumple con el desafío. Al contrario, la aplicación de estos principios sólo podría producir en China, ya que todas las experiencias del mundo contemporáneo lo demuestran (en Rusia, Europa del Este, el mundo árabe), la autodestrucción del proyecto de emergencia social y renacimiento, que es, de hecho, el objetivo real de la defensa de estos principios, enmascarada por una retórica vacía («no hay otra solución que las elecciones multipartidistas»). Sin embargo para contrarrestar esta mala solución no es suficiente el retorno a la posición rígida de defender el privilegio del partido, en sí esclerotizado y transformado en una institución dedicada a la contratación de funcionarios para la administración del Estado. Algo nuevo debe inventarse.

Los objetivos de re-politización y la creación de condiciones favorables a la invención de nuevas respuestas no se pueden obtener a través de campañas de «propaganda». Sólo pueden ser promovidas a través de las luchas sociales, políticas e ideológicas. Esto implica el reconocimiento previo de la legitimidad de las luchas y de la legislación sobre la base de los derechos colectivos de organización, expresión, y proponer iniciativas legislativas. Esto implica, a su vez, que el propio partido esté involucrado en estas luchas, es decir, reinventar la fórmula maoísta de la línea de masas. La re-politización no tiene sentido si no se combina con los procedimientos que fomenten la conquista gradual de la responsabilidad de los trabajadores en la gestión de su sociedad a todos los niveles: de empresa, local y nacional. Un programa de este tipo no excluye el reconocimiento de los derechos individuales. Por el contrario, supone su institucionalización. Su aplicación permitiría reinventar nuevas formas de utilizar las elecciones para elegir a los dirigentes.

Agradecimientos

Este trabajo debe mucho a los debates organizados en China (noviembre-diciembre de 2012) por Lau Kin Chi (Universidad Linjang, Hong Kong), en asociación con la Universidad Suroeste de Chongqing (Wen Tiejun), Renmin y Universidades Xinhua de Beijing (Dai Jinhua, Wang Hui), la CASS (Huang Ping) y a las reuniones con grupos de activistas del movimiento rural en las provincias de Shanxi, Shaanxi, Hubei, Hunan y Chongqing. Dirijo a todos ellos mi agradecimiento y espero que este artículo sea de utilidad para sus deliberaciones en curso. También le debe mucho a la lectura de los escritos de Wen Tiejun y Wang Hui.

Notas

1. El «China bashing» o ataques a China se refiere al deporte favorito de los medios de comunicación occidentales de todas las tendencias, incluyendo, por desgracia, de izquierdas que consiste en denigrar sistemáticamente, incluso criminalizar, todo lo hecho en China. China, exporta chatarra barata a los mercados pobres del tercer mundo (esto es cierto), un crimen horrible. Sin embargo, también produce trenes de alta velocidad, aviones, satélites, cuya maravillosa tecnológica de calidad es elogiada en Occidente, pero es a lo que China no debería tener derecho. Parecen pensar que la construcción masiva de viviendas para la clase obrera no es más que el abandono de los trabajadores a barrios pobres y comparan la «desigualdad» en China (las casas de la clase trabajadora no son urbanizaciones de lujo) a la de la India (urbanizaciones de lujo junto a barrios marginales), etc… Los «China bashers» halaga a la opinión infantil que se encuentra en algunas corrientes de la «izquierda» occidental: ¡si no es el comunismo del siglo XXIII, es una traición! Los ataques a China participan en la campaña sistemática de mantener la hostilidad hacia China, en vista de un posible ataque militar. Esto no es más que una cuestión de destruir las posibilidades de una auténtica emergencia de un gran pueblo del sur.

Fuentes

  • El camino de China y la cuestión agraria

  • Karl Kautsky, sobre la cuestión agraria, 2 vols. (Londres: Zwan Publications, 1988). Publicado originalmente el 1899.

  • Samir Amin, «La Comuna de París y la Revolución de Taiping,» Pensamiento Crítico Internacional, de próxima publicación en 2013.

  • Samir Amin, «La Revolución de 1911 en una perspectiva histórica mundial: una comparación con la restauración Meiji y las revoluciones en México, Turquía y Egipto», publicado en chino en 1990.

  • Samir Amin, acabar con la crisis del capitalismo o terminar con el capitalismo? (Oxford: Pambazuka Press, 2011), capítulo 5, «La cuestión agraria.»

  • La globalización contemporánea, el desafío imperialista

  • Samir Amin, A Life Looking Forward: Memorias de un marxista Independent (Londres: Zed Books, 2006). «El despliegue y la erosión del Proyecto Bandung», en el capítulo 7,

  • Samir Amin, la ley del valor en todo el mundo (Nueva York: Monthly Review Press, 2010), «Las iniciativas del Sur», 121ff, sección 4.

  • Samir Amin, la implosión del capitalismo contemporáneo (New York: Monthly Review Press, de próxima publicación en 2013), en el capítulo 2, «El Sur: Surgimiento y lumpendesarrollo.»

  • Samir Amin, Más allá de la hegemonía de EE.UU. (London: Zed Books, 2006). «El proyecto de la American Ruling Class», «China, el socialismo de mercado?», «Rusia, fuera del túnel?», «India, una gran potencia?» Y «multipolaridad en el siglo 20.»

  • Samir Amin, Capitalismo Obsoleta (London: Zed Books, 2003), capítulo 5, «La Militarización del nuevo imperialismo colectivo».

  • André Gunder Frank, reoriente: Economía Global en la Era Asiática (Berkeley: University of California Press, 1998).

  • Yash Tandon, Ending Aid Dependence (Oxford: Fahamu, 2008).

  • El desafío democrático

  • Samir Amin, «El fraude de la Alternativa Democrática y universalista,» Monthly Review 63, no. 5 (octubre de 2011): 29-45.

  • Lin Chun, La transformación del socialismo chino (Durham, NC: Duke University Press, 1996).

Fuente: Montlhly Review

Traducción: Asociación Cultural Jaime Lago