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La creciente influencia de las fuerzas armadas en el poder político y los desafíos estratégicos de la potencia asiática

China, a paso redoblado

Fuentes: Stratfor

El presidente de China, Hu Jintao, está de gira por Estados Unidos. Tal vez sea su última visita oficial como presidente antes de que China comience con la transición generacional de su liderazgo en 2012. La visita de Hu está enmarcada por el creciente diálogo económico entre Estados Unidos y China, por la preocupación en […]

El presidente de China, Hu Jintao, está de gira por Estados Unidos. Tal vez sea su última visita oficial como presidente antes de que China comience con la transición generacional de su liderazgo en 2012. La visita de Hu está enmarcada por el creciente diálogo económico entre Estados Unidos y China, por la preocupación en torno a la estabilidad en la península coreana y por la atención que China le ha destinado a las actividades de defensa en los últimos meses. Por ejemplo, la semana pasada China llevó a cabo el primer testeo oficial de un avión de combate de quinta generación, conocido como J-20, durante la visita de Robert Gates, el secretario de Defensa de EE.UU.

El desarrollo y el testeo del J-20 no es insignificante, pero tampoco representa de manera rotunda un cambio en la relación de defensa entre EE.UU. y China. Pero disimuladamente, el testeo demuestra cómo las fuerzas armadas de China están logrando que sus intereses sean oídos.

El testeo del J-20 permitió descubrir las preocupaciones estratégicas de China y reflejó el desarrollo de algunas capacidades militares para atender esos problemas. Los chinos temen un potencial bloqueo estadounidense de sus costas. Mientras éste no parece un escenario factible, analizan su vulnerabilidad estratégica, su poder en crecimiento, revisan la historia de Estados Unidos al derrocar poderes regionales, y se ven a sí mismos en riesgo.

La creciente actividad y retórica de China en y alrededor de los mares de la China Oriental y Meridional también demuestra claramente esta preocupación. Para Pekín, es fundamental mantener a las fuerzas navales estadounidenses lo más alejadas posible de sus aguas y retrasar su acercamiento maximizando un clima de amenaza ante un eventual conflicto. Aunque el J-20 todavía está en desarrollo, ese avión de caza más avanzado -especialmente con capacidades sigilosas- podría servir para un número relevante de actividades orientadas a aquellos fines.

Sin embargo, los chinos están todavía en etapas de desarrollo temprano. Experimentan con formas, características y materiales furtivos, de modo que la cuestión de su bajo reconocimiento a manos de radares modernos aún sigue siendo una incógnita. Se pueden esperar algunos cambios significativos en el diseño basados en el handling y la detección de radares, y un verdadero «furtivo» es el producto de algo más que la forma. Ciertos revestimientos especiales y materiales absorbentes de radar sólo están al comienzo de una larga lista de áreas en las que los ingenieros chinos aún deben ganar experiencia práctica, incluso haciendo uso del espionaje o de la asistencia extranjera. Todavía se cree que China está trabajando con motores nacionales manufacturados y de alta gama, además de la integración de sensores avanzados y de los complejos sistemas que caracterizan a la quinta generación de aviones.

ECOS DE LA GUERRA FRÍA

Aún es muy temprano para sacar conclusiones a partir del testeo del prototipo, algo que Estados Unidos aprendió durante la Guerra Fría, cuando sus estimaciones iniciales le atribuyeron muchísima más sofisticación y capacidad al Mig-25 ruso que la que realmente demostró, luego de que un piloto soviético desertara con su avión unos años más tarde.

El caso del J-20 está enmarcado en un complejo sistema de realidades absolutamente diferentes a aquellas que estadounidenses y soviéticos vivieron durante la Guerra Fría, de forma tal que el prototipo J-20 no debería ser juzgado solamente por los estándares norteamericanos sobre aviación de quinta generación. Los chinos valoran su habilidad para mantener óptimas unidades de combate en muchas bases de la costa para arrollar a la marina norteamericana, que se espera que opere en portaaviones o en bases más distantes de la costa.

Quizás más interesante que el testeo en sí lo fue su sincronización, con las implicaciones políticas que llevó asociadas. Semanas antes del testeo, los blogs de China y los tablones de mensajes estaban colmados con fotografías filtradas del nuevo prototipo sobre el asfalto, previo a la preparación para su primer vuelo. Se sabe que los militares y los inspectores de defensa monitorean intensamente esos lugares, y las imágenes que se publicaron renovaron la atención acerca del programa de desarrollo de quinta generación de aviones, sobre el que ha habido muchísima especulación pero casi ningún detalle relevante. La defensa china y los oficiales de seguridad también monitorean esos sitios, pero los oficiales prefirieron no cerrarlos completamente, lo cual indica claramente el intento de Pekín para dirigir la atención hacia el testeo.

Cuando se encontraron en Pekín, Robert Gates, el secretario de Defensa de Estados Unidos, consultó a Hu acerca de las pruebas. De acuerdo con algunos informes que citan a oficiales norteamericanos presentes en la reunión, Hu pareció sorprendido por la pregunta y en cierta forma desconcertado por el testeo, dando a entender que no estaba informado y que las fuerzas armadas podrían haber actuado sin su autorización. Gates les dijo a los periodistas que Hu le había asegurado que la sincronización era absolutamente casual. Cuando, luego de las reuniones con los líderes civiles y militares chinos, le preguntaron sobre la relación entre las fuerzas militares y el liderazgo político en China, Gates respondió que hacía tiempo que se preocupaba por esa relación. También aseguró que era importante asegurar el diálogo civil y militar entre los dos países.

Aunque Gates no dijo expresamente que las fuerzas militares chinas testearan el J-20 sin la autorización política de Hu, la idea fue sugerida rotundamente por la cobertura mediática y por su respuesta. Hu, presidente de China y secretario general del Comité Central del Partido Comunista chino, también se desempeña como presidente de la Comisión Militar Central de la República Popular China (una pertenece al gobierno y la otra, al partido, aunque las dos comparten exactamente la misma ideología).

Que el comandante de las fuerzas militares no tuviera noticias del testeo de un nuevo avión de caza durante la visita del secretario de Defensa estadounidense y justo una semana antes de viajar a Estados Unidos para entrevistarse con el presidente Obama parece increíble. Más aún, dada la gran atención en China al testeo inminente y la posterior cobertura de los medios de comunicación, sería sorprendente que su presidente estuviera tan pobremente informado durante el encuentro con el secretario de Defensa norteamericano. Si, de hecho, el testeo lo sorprendió a Hu, entonces se infiere que hay serios problemas en la estructura de los liderazgos en China. Pero tal vez el punto del problema no sea una cuestión de información sino de capacidad. Dada la coincidencia, Hu, ¿podría haber detenido el testeo? Y si hubiera sido así, ¿habría querido detenerlo?

INFLUENCIA CADA VEZ MAYOR

Los rumores y las señales de la creciente influencia de las fuerzas armadas chinas se han multiplicado en los últimos años. Desde 1980, China ha invertido y ha reconcentrado su poder ya no en una armada dedicada a la defensa territorial sino en búsqueda de aumentar su poder naval y de fuerza aérea para proteger sus intereses en los mares Oriental y Meridional e incluso dentro del Pacífico Occidental. Esto ha incluido una expansión de su alcance y un trabajo intenso en las capacidades de antiacceso y áreas restringidas, con un desarrollo acelerado en ellas en los últimos años.

Algunos sistemas, como el misil antibuques DF-21D, están especialmente diseñados para enfrentar a la armada norteamericana. Otras instituciones, como la Administración de Pesca y Océanos, están dirigidas más hacia los vecinos de China en los mares Oriental y Meridional para alcanzar los reclamos del país en esas aguas.

Este cambio de rumbo está motivado por tres factores. En primer lugar, China entiende que sus fronteras terrestres están bastante bien protegidas, con sus territorios de frontera bajo control. Pero la frontera marítima es vulnerable, lo cual representa una preocupación fundamental para una economía basada en el comercio. Segundo, como la economía china se ha expandido rápidamente, también ha crecido la dependencia de Pekín de recursos naturales y de mercados emergentes. Esto ha llevado al gobierno y a las fuerzas armadas a proteger los caminos marítimos, muchas veces lejanos a su costa. En tercer lugar, las fuerzas militares están utilizando estas preocupaciones para aumentar su propio poder en las decisiones internas. Cuanto más dependiente se convierta China en los territorios fuera de sus límites, más fuertemente harán entender que son la única entidad con inteligencia y capacidad para proveer asistencia estratégica y perspectivas a la sociedad civil china.

También está la cuestión de la modernización de las fuerzas armadas en sí mismas, que combaten por una porción del presupuesto. Una parte clave de las reformas militares introducidas por el ex presidente Jiang Zemin fue deshacerse de los muchos negocios que tenían esas fuerzas. En ese momento, el Estado no sólo las financiaba sino que permitió también que la industria militar suplementara el presupuesto de defensa. En poco tiempo, los militares manejaron industrias y las ganancias fueron utilizadas para financiar las necesidades de defensa local y regional. Eso mantuvo en un nivel bajo el presupuesto militar del Estado y fomentó a los comandantes emprendedores a contribuir al crecimiento económico del país.

Pero con el paso del tiempo, también se generó corrupción, y los comandantes regionales y locales de las fuerzas armadas comenzaron a dedicarse más a su imperio empresarial que a la defensa del país. El dinero que había sido destinado para financiar la supervivencia de las tropas fue transferido a los oficiales militares. Y cuanto más rápidamente crecía la economía, más ganancias obtenían. Los oficiales regionales y el gobierno local operaron, promovieron y protegieron sus negocios en conjunto, sin interesarse en las grandes prioridades sociales o económicas de su país. La clase dirigente encontró muchas similitudes con la antigua historia china, cuando emergieron los caudillos regionales.

En respuesta, Jiang ordenó quitarles los negocios a las fuerzas armadas. Los militares cumplieron a regañadientes en su mayor parte, aunque hubo muchos casos de industrias antes dirigidas por militares cuya maquinaria, equipamiento y recursos fueron luego vendidos por muy bajo precio a sus «amigotes» en el mercado negro. Otras compañías fueron directamente quitadas y dirigidas por el Estado, que tuvo que lidiar con sus deudas. Jiang logró aplacar a las fuerzas armadas incrementando su presupuesto, mejorando la calidad de vida del soldado medio y lanzando un programa para incrementar rápidamente la educación de los soldados y la sofisticación técnica de las fuerzas armadas. Esto apaciguó a los oficiales y obtuvo su lealtad. Así, los militares volvieron a la dependencia financiera del gobierno y del Partido Comunista.

Pero el éxito de la reforma militar, que también incluía una búsqueda de mayor sofisticación en doctrina, entrenamiento, comunicaciones y tecnología también le otorgó mayor influencia al poder militar. Con el tiempo, los militares han tenido más ambiciones en tecnología y, para estimular el desarrollo, China ha comenzado a experimentar la cooperación tecnológica entre los militares y la industria civil. El camino para la doble utilización de tecnología, desde la industria aeroespacial a la nanotecnología, les ofrece a los oficiales militares nuevas oportunidades para promover el desarrollo de nuevos sistemas de armas al tiempo que obtener ganancias de ese desarrollo. Como el poder económico global de China ha crecido, los militares han demandado más financiamiento y mayores capacidades para proteger los intereses nacionales y también, sus propias prerrogativas.

Pero los oficiales militares de China también están alzando sus voces más allá de los logros que han obtenido en el terreno militar. El año pasado, los oficiales hicieron conocer sus opiniones abiertamente en China y también, en ciertas ocasiones, en medios extranjeros. Se refirieron no sólo a cuestiones militares sino también a políticas externas y a relaciones internacionales. Este paso fuera de la norma ha incomodado a la comunidad diplomática china (o, al menos, motivó expresiones de malestar por la influencia lograda sobre los pares extranjeros). Esto puede formar parte de una campaña planificada de desinformación o bien puede reflejar a un poder militar que ve que su influencia crece y trata de dar un paso adelante para sacar ventaja de sus capacidades y del poder que siente que merece.

El año pasado sucedió un hecho que ejemplifica claramente el problema entre los militares y los burócratas civiles en las políticas internacionales de China. Durante los diez primeros meses del año, cuando Estados Unidos llevaba a cabo ejercicios de defensa en la región del Asia-Pacífico -ya sea la anual o en respuesta a eventos regionales como el hundimiento del Cheonan en Corea del Sur- los chinos respondieron con sus propios ejercicios de prueba, a veces a gran escala. Era un juego para demostrar quién era superior. Pero el Ministerio de Asuntos Exteriores y la burocracia supuestamente se enfurecieron por considerar a esta política como contraproductiva y, hacia el final del año, China abandonó los ejercicios militares. En su lugar, prefirió nuevamente tomar una línea amistosa, aun cuando las pruebas de Estados Unidos continuaron. Con la crisis desatada en noviembre de 2010 por el bombardeo perpetrado por Corea del Norte en la isla de Yeonpyeong, China retornó a su llamado a la moderación y al diálogo.

Pero la ofensiva de los militares al intento de dejarlos al margen se hizo oír nuevamente. Lograron la atención mundial a través de la filtración de los intentos para lanzar un portaaviones este año, revigorizar la atención internacional hacia los misiles antibalísticos y testear el avión caza de quinta generación, justo en el momento en que Gates estaba en Pekín, y antes de que Hu viajara rumbo a Washington. Tal vez, para el nacionalismo de las fuerzas armadas chinas sea mejor estar en desacuerdo con Estados Unidos que en calma. Al mismo tiempo, también eso justifica su poder y su influencia sobre el país. La presión norteamericana, ya sea real o retórica, marca el camino del desarrollo de la defensa china.

Pero quizá el caso sea que el liderazgo político chino tiene interés en mantener una relación mixta con Washington, puesto que el gobierno se beneficia con las críticas interminables de Estados Unidos con respecto al desarrollo en defensa. Tales críticas incrementan el nacionalismo chino y distraen al pueblo de los problemas económicos que Pekín está tratando de manejar. Y éste es el centro de la cuestión: ¿Cómo está coordinada la cooperación entre los militares y los civiles en China, y cuán estable es su relación?

EL FIN DEL MILAGRO CHINO

El milagro chino está cerca de su final, en tanto Pekín está enfrentando una realidad similar a aquella que ya sufren Japón, Corea del Sur y otros gigantes asiáticos que siguieron el mismo patrón de crecimiento. Cómo se desenvuelve la crisis es algo absolutamente diferente dependiendo del país: Japón ha aceptado socializar el dolor de dos décadas de malestar; Corea del Sur llevó a cabo reformas tajantes y de raíz; en Indonesia, el gobierno colapsó. La lealtad de los militares, la capacidad del liderazgo civil y el nivel de aceptación por parte del pueblo, todos se combinan para darle forma al resultado que se obtendrá.

La división entre el poder militar y el liderazgo civil indicaría que China, aun enfrentando las consecuencias sociales de sus políticas económicas, también tendría otro problema fundamental para resolver: el balance de sus relaciones cívico-militares. Sin embargo, China podría estar haciendo un manejo planificado y cuidadoso de la cuestión para dar la apariencia de división. De esa manera, con la excusa de no exacerbar aún más esa división, le pediría a Estados Unidos terminar con la presión económica, lo cual generaría paz y unidad al interior de China.

Pero incluso algunos pequeños signos de la división pueden ser críticos debido a los inconvenientes que sufrirá China cuando su milagro económico se termine en un futuro no muy lejano. Mao y Deng eran soldados. Sus sucesores, no. Ni Jiang Zemin ni Hu Jintao tienen experiencia militar y el próximo presidente, Xi Jinping, también carece de esa cualidad. Los rumores en China sugieren que los militares planean sacar ventaja de la carencia de Xi para manejar sus políticas. El pase de mando presidencial puede proveerles a las fuerzas armadas una oportunidad para ganar más influencia en las instituciones y obtener un mayor presupuesto y una mayor parte del protagonismo en la puesta en punto de la quinta generación.

Durante la mayor parte de la historia de China, las fuerzas militares han sido una fuerza sin mucho apetito por los asuntos mundiales. Esto está cambiando debido al crecimiento global de China y su dependencia de la economía global. Pero eso significa que se debe encontrar un nuevo balance, y la alta dirección china debe tanto adaptar y balancear la perspectiva militar como indicar a qué se avocarán las fuerzas militares.

Mientras los líderes de China afrontan la transición generacional, la expansión de la participación y un balance económico cada vez más difícil, las fuerzas armadas están empezando a demostrar su valor y a hacer escuchar sus intereses más claramente. Cómo se resuelva este equilibrio, eso será tremendamente significativo.

 

Rodger Baker es Vicepresidente de Inteligencia Estratégica de Stratfor, Global Intelligence.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2011/01/21/3543.php

Traducción Ignacio Mackinze