La casi meteórica transición de China, que pasó de ser una economía de bajos ingresos a una de medianos ingresos en cuatro décadas, suele percibirse como un milagro similar al desarrollo económico de Japón tras la Segunda Guerra Mundial. El producto interno bruto (PIB) de China pasó de 200 dólares (actuales) en 1978 a 9.470 […]
La casi meteórica transición de China, que pasó de ser una economía de bajos ingresos a una de medianos ingresos en cuatro décadas, suele percibirse como un milagro similar al desarrollo económico de Japón tras la Segunda Guerra Mundial.
El producto interno bruto (PIB) de China pasó de 200 dólares (actuales) en 1978 a 9.470 dólares en 2018 (según indicadores de desarrollo del Banco Mundial). No sorprende entonces que el crecimiento rápido y casi sostenible haya concentrado el interés de académicos y dirigentes políticos por igual.
China se embarcó en una serie de reformas sistemáticas en su planificada y centralizada economía en 1978, lo que permitió impulsar su crecimiento económico.
En las casi tres décadas que siguieron a las reformas, China multiplicó su crecimiento por ocho con un PIB y PIB por habitante de 9,5 por ciento y 8,1 por ciento respectivamente; siempre midiéndolo en dólares estadounidenses (Hofman and Wu 2009).
Los datos resultan más excepcionales cuando se comparan con la situación anterior de ese país, tanto en el período previo a la reforma, como con respecto a sus contemporáneos en ese entonces.
Con un PIB promedio de 2,1 por ciento, varios países superaban a China en las dos décadas anteriores a las reformas, pero en el período 1978-2005, su PIB por habitante se ubicó en lo alto de una lista de 105 países (Hofman and Wu 2009).
El extraordinario crecimiento de los ingresos parece haber acompañado otros indicadores económicos como el de pobreza y riqueza por adulto.
La pobreza disminuyó en más de cuatro quintas partes en menos de una década, pasando de 17,2 por ciento, en 2010, a 3,1 por ciento, en 2017 (según indicadores de desarrollo del Banco Mundial). Además, hubo un notable aumento de la riqueza por adulto, pasando de 4.292 dólares, en 2008, a 47,810 dólares, en 2018 (según Global Wealth Data Book 2018, Instituto de Investigación del Credit Suisse).
Además, la convergencia entre el momento de las reformas económicas y la transición demográfica disminuyó la dependencia que significa tener una menor proporción de población no trabajadora con respecto a la población económica activa, lo que creó una «tormenta perfecta» para impulsar el crecimiento económico.
La tendencia actual de un crecimiento económico de entre seis y siete por ciento sin duda indica una trayectoria descendente, pero las perspectivas en términos absolutos siguen elevadas.
Sin embargo, las proyecciones indican que ese escenario, más raro que desfavorable, tendrá un esperado y significativo impacto en la composición del perfil etario y epidemiológico de China. Todos los indicadores de salud estándares muestran que culminó lo que los demógrafos llaman transición epidemiológica.
La transición epidemiológica se caracteriza por dos elementos interrelacionados: una mayor concentración de la mortalidad en edades mayores y el predominio de una mortalidad causada por enfermedades degenerativas en comparación con las contagiosas.
La esperanza de vida en China entre 1990 y 2017 aumentó durante casi una década para las mujeres, pasando de 70,7 a 74, 5 años, y en más de una tercera cuarta parte de una década para los hombres, pasando de 66,9 a 74,5 años (según Global Burden of Disease).
El drástico aumento de la esperanza de vida obviamente se traduce en un aumento de la proporción de adultos mayores en la población total.
La proporción de personas mayores de 65 años aumentó a más del doble, de 4,43 por ciento, en 1950, a 9,33 por ciento, en 2015, y las proyecciones indican que aumentará a 11,97 por ciento, en 2020. Un análisis de esa tendencia indica que el número de adultos mayores, a diferencia del período entre 1950 y 1970, no solo aumentó de forma sostenida, sino que lo hizo de forma notoria después de 1990.
La proporción de adultos mayores proyectada de 11,97 por ciento, para 2020, es más del doble de la de 1990, cuando fue de 5,63 por ciento (según «Perspectivas de la Población Mundial 2019: Aspectos Destacados», de la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas). Las proyecciones, considerando la edad de 60 años como referencia, indican que más de una de cada cuatro personas será un adulto mayor en 2040 (según la Organización Mundial de la Salud).
En cuanto al segundo componente de la transición epidemiológica, las enfermedades no transmisibles son responsables de más de 80 por ciento de las 10,3 millones de muertes prematuras y de 77 por ciento de los años de vida ajustados por discapacidad, lo que no está tan lejos de la situación de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Una revisión de las 10 principales causas de mortalidad entre 2007 y 2017 muestra la concreción de la segunda parte de la transición epidemiológica. Salvo por las lesiones de tránsito, las 10 principales causas de muerte entran dentro de la categoría de enfermedades degenerativas.
Además, tanto en 2007 como en 2017, las principales cuatro causas de mortalidad: embolia, enfermedad cardíaca, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y cáncer de pulmón están casi que inequívocamente relacionadas con el estilo de vida. Las dos primeras, que están vinculadas a la hipertensión, aumentaron 27 por ciento y 54 por ciento entre 2007 y 2017, respectivamente.
Además, aumentó 95,7 por ciento la proporción de muertes causadas por la enfermedad cardíaca hipertensiva, en el mismo período. Esta enfermedad pasó del lugar 11 al ocho.
Asimismo, la clasificación de las enfermedades por su impacto en el número de años de vida perdidos o que causaron muertes prematuras muestra que la embolia y la enfermedad cardíaca isquémica encabezan la lista tanto de 2007 como de 2017.
Además, entre esos años, el aumento de su impacto «mortal» correspondió 21,8 por ciento para la embolia y 43,9 por ciento para la enfermedad cardíaca isquémica. El correspondiente aumento de la enfermedad cardíaca hipertensiva fue de 79,8 por ciento. Y otra evidencia desconcertante del creciente efecto perjudicial de la hipertensión puede recogerse del creciente número de enfermedades que causan discapacidad.
Le embolia pasó del lugar 13, en 2007, al cinco, en 2017. Los efectos combinados que causan más muertes y discapacidad por embolia o enfermedad cardíaca isquémica fueron de más de 25 por ciento y 40 por ciento respectivamente.
Además, con respecto a los 10 países del grupo comparativo preparado por el Proyecto Global Burden of Disease, GBD (carga mundial de la enfermedad), basado en una clasificación regional del GBD de indicadores sociodemográficos y de socios comerciales, los años de vida perdidos y los años de vida ajustados por discapacidad debido a embolia o enfermedad cardíaca isquémica son más elevados en China.
Esos patrones y tendencias claramente muestran una transición hacia un estilo de vida más propenso a la incidencia de enfermedades cardiovasculares, un cambio que empíricamente se ha observado que está asociado al aumento de ingresos, a la mayor urbanización, la globalización y al consumo de alimentos procesados como sustitutos de la comida fresca y casera.
Esto último parece ser un elemento que ha incidido en que el perfil epidemiológico de China se incline hacia enfermedades cardiovasculares como la embolia, la enfermedad cardíaca isquémica y la enfermedad cardíaca hipertensiva. El riesgo asociado a la dieta resultó ser uno de los factores principales para explicar la mayor parte de las muertes y casos de discapacidad en 2007 y en 2017.
Además, hubo un aumento de 29, 6 por ciento del riesgo asociado a la dieta entre esos años (Global Burden of Disease).
Uno de los ingredientes responsable de que los alimentos puedan comerse y/o para mejorar su sabor es la sal. Pero esta es la principal fuente de sodio, y el aumento de su ingesta causa hipertensión y, por lo tanto, eleva las probabilidades de embolia, infarto y de otras enfermedades cardiovasculares.
El consumo de sal promedio para un ciudadano chino es de 10,5 gramos, por encima de los seis gramos recomendados por las Pautas para la Dieta de China (según la Organización Mundial de la Salud).
Además de la sal que se agrega a la comida casera y se lleva a la mesa, su utilización por encima del nivel óptimo se ha atribuido al aumento del consumo de alimentos envasados sumado a la disminución de la ingesta de frutas, verduras y fibras, como granos integrales.
El Índice de Sostenibilidad Alimentaria, que reúne promedios ponderados de indicadores de salud y nutrición, fue creado por la Unidad de Inteligencia de The Economist y el Centro Barilla para la Alimentación y la Nutrición. En él, China se ubica en el lugar 21 entre 38 países para los cuales The Economist también creó el Índice de Desafío Nutricional.
El papel enorme que tiene la sal a la hora de determinar si la dieta de la población es saludable y, por consiguiente sus años con buena salud, cobra mayor preponderancia cuando se considera el hecho de que la población china envejece con rapidez y que los adultos mayores son más susceptibles de tener hipertensión y enfermedades cardiovasculares.
Además, la disminución del consumo de sal se considera una de las estrategias más rentables para mejorar los índices de salud y reducir el número de muertes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 2,5 millones de muertes podrían prevenirse en todo el mundo reduciendo el consumo de sal a los niveles recomendados.
La OMS, en colaboración con organizaciones locales y el gobierno chino, ha lanzado campañas públicas para generar conciencia y ha ofrecido apoyo para disminuir el uso de sal en hogares, escuelas, ámbitos laborales y la industria alimentaria.
El Consejo de Estado, como parte de la Iniciativa China Saludable 2030, se puso el objetivo de reducir la ingesta de sal en 20 por ciento. Además, la Fundación Barilla encabeza el reconocimiento de la urgencia de reformar la industria alimentaria para ajustarla con una producción sostenible de alimentos saludables, como lo muestra el informe «Arreglando el negocio alimentario, la industria alimentaria y los Desafíos de los ODS», del 24 de septiembre de este año.
Además del activismo, un área que necesita una evaluación cuidadosa es el gasto estatal en salud. El enlentecimiento del crecimiento económico, sumado al cambio demográfico hacia un mayor número de adultos mayores aumenta la urgencia de planificar el futuro.
Se estima que el gasto en salud se multiplicará por tres y llegará a 10 por ciento del PIB en 2060 (según señalan el Banco Mundial y la OMS este año). Eso cobra mayor importancia considerando enfermedades como la hipertensión, que suele ser consecuencia del elevado consumo de sal. Como la hipertensión es asintomática en sus primeras etapas, es fácil que no haya un diagnóstico temprano.
En China se estima que 13,8 por ciento de los 270 millones de personas con hipertensión tienen controlada la enfermedad (según la OMS). Por ello es fundamental concentrarse tanto en la prevención como en el tratamiento del mal.
El costo de no hacerlo es elevado para la sociedad por la pérdida de años productivos por muerte o discapacidad.
Teniendo en cuenta el respeto que tiene China de la misión de la OMS y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que buscan no dejar a nadie atrás, parece que ese país está comprometido con el objetivo de reducir la ingesta de sal en la próxima década en el marco de una iniciativa mayor de garantizar una vida productiva y saludable a todos sus ciudadanos.
Veena S. Kulkarni es profesora adjunta del Departamento de Criminología, Sociología y Geografía de la Universidad Estatal de Arkansas, Estados Unidos; y Raghav Gaiha es investigador honorario del Instituto de Desarrollo Global, de la Universidad de Manchester, Inglaterra.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2019/10/salada-preocupacion-china-frente-al-alto-consumo-sal/