Ya lo decíamos, siguiendo a algunos analistas. A China le sucede que todos se han acostumbrado a que obtenga resultados perfectos en el ritmo de crecimiento -de dos dígitos durante décadas-, y a la primera «falla» le critican lo que para otros constituiría motivo de orgullo. Si bien es cierto que su despliegue económico se […]
Ya lo decíamos, siguiendo a algunos analistas. A China le sucede que todos se han acostumbrado a que obtenga resultados perfectos en el ritmo de crecimiento -de dos dígitos durante décadas-, y a la primera «falla» le critican lo que para otros constituiría motivo de orgullo.
Si bien es cierto que su despliegue económico se ha desacelerado, al extremo de estar situado en su punto más bajo en los últimos tiempos, con el 6,7 por ciento de aumento de su producto interno bruto en 2016 contribuyó a la tercera parte del desempeño universal: ¡el 31,8 por ciento!
A finales de 2014, periodistas tales como Alicia González, de El País, reparaban en el nuevo gran salto adelante, porque en un decenio la nación asiática había multiplicado por 36 sus inversiones en el extranjero y extendido sus intereses por el orbe en pleno. Si durante más de 20 años devino la gran factoría del planeta, inundándolo de productos de exiguo precio, actualmente ese esquema tiene los días contados. Ahora es el territorio que sale cada vez más de compras al exterior.
Por supuesto, el hecho de que se haya convertido en la segunda economía mundial ha metamorfoseado la realidad de sus empresas, que en 2013 invirtieron 73 000 millones de dólares fuera de fronteras, según estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Eso suponía una ampliación del 17 por ciento respecto al año anterior y multiplicaba por cerca de 40 veces lo que erogaba al efecto el país hacía apenas dos lustros. Este había derivado por consiguiente en el tercer emisor de inversión extranjera directa, solo por detrás de los Estados Unidos y de Japón.
El boom inicial estaba concentrado en los Estados emergentes y en algunos desarrollados, con importantes recursos naturales, como Australia y Canadá. «Fue la época de las compras masivas de tierras en África, de los acuerdos de suministro de gas y petróleo con Venezuela, y la compra de cobre, mineral de hierro o plata a las minas latinoamericanas. Pero el estallido de la crisis financiera internacional dio un giro a esa estrategia y a partir de 2008 los flujos de inversión china se han dirigido cada vez más hacia Europa y el norte de América», sostiene un informe de la consultora Rhodium Group.
Y esta suerte de fiebre tiene diversas razones. No por gusto hay que prestar suma atención a la variación en el modelo de progreso, donde el consumo y la inversión cobran subrayado protagonismo y el ritmo de despegue se ralentiza, forzando a las empresas en muchos casos a buscar mercado allende las fronteras. Y las que quedan en ese nuevo contexto deben desplegar procesos tecnológicos e incorporar valor añadido a su cadena productiva, un espacio que antes ocupaban las compañías foráneas.
Semejante escenario propicia que todo un ejército de entidades busque oportunidades, cuando muchos en el globo ofrecen negocios interesantes a cotizaciones de saldo. A todo ese conglomerado de firmas se sumará un poderoso sector. «China acumula casi cuatro billones de dólares -casi cuatro veces el tamaño de la economía española- en reservas internacionales. La mitad de ese dinero está invertido en deuda pública de Gobiernos extranjeros, hasta convertirse en el primer tenedor de deuda estadounidense, por delante de Japón». Una demostración evidente del potente instrumento que suponen las tácticas del «dragón» en un mundo aún asolado por los estragos de la crisis financiera.
Así, parece evidente que la etapa de inversión compulsiva en materias primas ha quedado superada, aunque la energía, los metales y la producción agrícola ocupen un lugar destacado en sus acuerdos. El sector financiero, la tecnología y el ramo inmobiliario ganan peso cada día en esta nueva fase. Y ello, en manos de una economía dirigida, supone una potente arma diplomática.
No en balde el Gobierno ha concebido un plan con ambiciosas metas para expandir su influjo general e inaugurar «una nueva era» con nuestro subcontinente. Interesante es que el informe coincide con las promesas del nuevo mandatario de EEUU. de renegociar o abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, sus siglas en inglés), de salir del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), erigir un muro en la frontera con México y reducir la ayuda a los demás Estados.
Como en implícita respuesta, China relanza su ofensiva triunfal, en sectores que van de las materias primas y la agricultura a la alta tecnología, pasando por las finanzas. Se trata de llenar el vacío dejado por el repliegue de los Estados Unidos, y cuya línea ya se ha puesto en práctica en lugares como África, donde, para beneplácito de sus poblaciones, se construye infraestructura, como cooperación al desarrollo.
De manera que en la América no sajona el panorama pinta tal, que más de uno asegura que los «recién llegados» están echando raíces allí. Y no es mera retórica. Solo hay que percatarse de la entrega de financiamientos en obras que ofrecen beneficios para las partes involucradas.
También resulta preciso tener en cuenta la evidencia de que los nuevos ejes sobre los cuales se moverá China, en un período crucial para concretar su anhelo de trocarse en una sociedad modestamente acomodada en el 2020 y en un país socialista próspero, poderoso, democrático, civilizado y armonioso, proponen incrementar los intercambios políticos de alto nivel, de experiencias de gobernanza, y los mecanismos intergubernamentales de diálogo y consulta entre los Ejecutivos, Parlamentos y partidos.
Desde que asumió el cargo de presidente, en 2013, Xi Jinping ha viajado nada menos que en tres ocasiones a Latinoamérica, lo que muestra la importancia que Beijing le concede a la zona, otrora proveedora de materias primas y receptora de productos de escaso valor agregado, hoy abocada al comercio de mercancías de alta gama y elevado contenido teconológico.
Zahorí no hay que ser precisamente para percibir que el panorama del intercambio se ha transformado tanto, que el dinero chino en estos momentos se emplea en obras de infraestructura, transporte, industrias, innovación tecnológica, energía y electricidad, las cuales, entre otros renglones, podrían modificar la matriz comercial y productiva de la región.
Un llamado del diario Granma pone énfasis en que la presencia de capital de la mencionada nación ya se palpa sobremanera en esta región, merced a, verbigracia, la firma con Nicaragua de un contrato por 40 mil millones de dólares para la operación del futuro canal transoceánico, así como en los planes para la construcción de una red ferroviaria que unirá a Brasil y Perú a través del Amazonas, y otra que cruzará los Andes para enlazar a Chile y Argentina. En Ecuador, la estatal Sinohydro se encargará de la edificación de la hidroeléctrica de Coca Codo Sinclair, con un presupuesto de 2 200 millones de dólares. Entretanto, en Bolivia y Perú se emprende la extracción minera…
Conforme con el rotativo, Cuba no queda al margen; en 2016 ambas partes rubricaron una docena de acuerdos destinados a reforzar los vínculos en materia de biotecnología, energía renovable y desarrollo industrial, entre otros. «Además, el gigante asiátiaco, segundo socio comercial de la Isla, contribuirá [ya contribuye] con una inversión de 100 millones de dólares a la modernización y ampliación del puerto de Santiago de Cuba».
Sí, se trata de «promover el desarrollo y la inversión, otorgar más apoyo a la cooperación financiera, generar sinergias mediante la articulación de industrias y crear mejores oportunidades bajo los preceptos de la fórmula de cooperación ganar-ganar».
Todo ello, en medio de la iniciativa de la Franja y Ruta que une a China con Europa a través del Asia Central y Occidental, retomando el legendario trayecto de la Seda, y que asimismo incluye el camino de la Seda Marítima del Siglo XXI, conector con innúmeros sitios del mapamundi.
Según un estudio realizado por las ONU en 2016, Beijing desplazará a la Unión Europea como el segundo socio comercial de Latinoamérica, con 236 500 millones de dólares, y el centro de investigación China Policy Review aseguró que en 15 años superará a Washington en el acápite. A mediados del año pasado, la potencia emergente pasó a ser el principal prestamista del área y sobrepujó a importantes mecanismos financieros, como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de América Latina.
Empero, quizás la prueba más fehaciente de que los Estados Unidos andan perdiendo la liza con su rival deviene que la mayoría de sus aliados más cercanos se inscribieron para formar parte del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, entre estos el Reino Unido, Alemania, Australia y Corea del Sur. En total, 57 países se han sumado a la propuesta, dejando a EE.UU. y Japón al margen.
Todo lo cual nos enfrenta a una pregunta perentoria: ¿Qué camino tomará la administración de Trump para recomponerse en cuerpo e imagen de esta derrota diplomática que abarca la económica? ¿Rudeza, conciliación? Bueno, en realidad, mas que de Donald, habría que esperar por los elementos de las élites de poder que triunfen en el coloso del Norte.
Entretanto, Beijing, sin inmutarse, sin alharaca alguna, se ocupa en remarcar que continúa siendo un motor de la economía mundial, y quizás ríe para sus adentros, mientras alguien de contradicciones, exabruptos y exótico peluquín se desgañita o malgasta su tiempo en tremebundos tuits contra… esa misma: la pujante China.
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