Hay teóricos que afirman que la crisis es consustancial al capitalismo y en consecuencia no debe extrañar que en la época del imperialismo, en su fase neoliberal y globalizada, suceda lo mismo. Desde el estallido de las subprime en los EEUU allá por el 2008, el mundo capitalista cuyos ejes económicos fundamentales giran en relación […]
Hay teóricos que afirman que la crisis es consustancial al capitalismo y en consecuencia no debe extrañar que en la época del imperialismo, en su fase neoliberal y globalizada, suceda lo mismo. Desde el estallido de las subprime en los EEUU allá por el 2008, el mundo capitalista cuyos ejes económicos fundamentales giran en relación estrecha con los EEUU y los grandes de Europa, no ha cesado de conmoverse, sin interrupciones significativas, ya sea por guerras, hambrunas, procesos inmigratorios descomunales y descontrolados, ajustes económicos sin precedentes y estallidos sociales sobrevinientes, junto a realineamientos políticos imprevisibles que vienen modificando el escenario geopolítico.
Por supuesto que hay excepciones, que como siempre sirven para confirmar la regla y sin dudas la más significante es la irrupción estelar de China.
Luego del gran estallido hace ya diez años (con epicentro en Wall Street) hubo algunos hechos críticos que se expandieron de manera especialmente comprometedora hacia el conjunto del panorama político y económico mundial. La guerra de Siria que puso en juego la capacidad política y bélica de la principal potencia imperial de la época, enfrentó de manera indirecta a EEUU con la reemergente Rusia postsocialista y sobre el paño verde se jugó el capital de la principal zona petrolera del mundo y nudo estratégico entre Europa, Asia y África. Se puede decir que la guerra (al menos la allí localizada) terminó y que EEUU fue derrotada. Palabra fuerte, porque decirla tiene resonancias cuyas consecuencias siempre son vastas cuando se trata de la primer potencia mundial, y posiblemente audaz, porque recién comienzan a vislumbrarse las derivaciones políticas que suceden al amortiguarse lo ruidos de las bombas y las balas.
Dos alianzas claves de EEUU sufrieron las deflagraciones de una paz incipiente y precaria que sucede a una indisimulable derrota. Que como toda derrota tiene del otro lado vencedores que en orden de importancia fueron Rusia, Irán y Siria. También recogerá frutos el partícipe más sinuoso y silencioso de la confrontación bélica: China. Hablábamos de las alianzas norteamericanas que se pusieron en cuestión: la más evidente porque hubo prácticamemente un cambio de bando es la que EEUU tenía con Turquía quien debió romper esta vieja y aparentemente inconmovible sociedad cuando vio que el paraguas norteamericano ya no garantizaba la continuidad de su vieja aspiración a reconstruir el antiguo espacio del imperio otomano.
Pero es imposible continuar estas apreciaciones sin hacer referencia a que estamos pisando la fecha que puede ser el punto de viraje al que en lo sucesivo se referirán los analistas económicos y políticos. El jueves 18 de Enero es el día que la República Popular China le ha puesto a la finalización de sus transacciones en base dólar para colocar al yuan con respaldo oro, como moneda internacional. Sus compras de petróleo serán desde ese momento en yuanes y garantizada su conversión en oro en la plaza de Shangai. El acuerdo previo con Rusia, de 20 años de duración para dichas transacciones, es el marco de esta decisión. Y si de Siria y Medio Oriente venimos hablando es imposible dejar de imaginar las consecuencias que sobre Arabia Saudita, fortísimo proveedor de petróleo de China, tendrá esta decisión. Para Arabia Saudita, conmocionada en medio de su brutal agresión hacia el Yemen, conmovida culturalmente por su reciente intento de modernización religiosa (algunos lo llaman «deswahabización») en marcha hacia un islamismo moderado, y en una lucha interna que se torna feroz, el dilema económico en que China la coloca es vital y hace impensable ignorar que algo fuerte se está moviendo en la región.
No resulta entonces casual que el Presidente francés haya desembarcado hace pocos días atrás en Pekín dispuesto a firmar acuerdos que no marginen a su país de los beneficios que las inversiones chinas realizarán con lo que llaman la Reconstrucción de la Ruta de la Seda. Imposible en esos encuentros con Xin Ping eludir las conversaciones sobre las intenciones chinas, con el respaldo de su principal socio estratégico, Rusia, de dar por finalizado el plano hegemónico del FMI y el Banco Mundial en el sistema financiero internacional para dar lugar al reconocimiento de una nueva correlación de fuerzas internacionales. El papel del dólar y del yuan pasan a ser el centro neurálgico de un debate que tiene como fondo un escenario de casi diez años de crisis económica sin solución y una sucesión de guerras alimentadas desde los EEUU en un vano intento de preservar la supremacía mundial del imperialismo. Es posible sintetizar la apuesta china en dos cartas: eludir verse comprometido en todos los escenarios bélicos y acelerar su formidable desarrollo económico apoyándose en todas las innovaciones tecnológicas del capitalismo, terreno de la competencia elegida junto al arma predilecta del tiempo.
Una vasta reconfiguración de los escenarios mundiales está en marcha. Los desplazamientos de aliados hacia nuevos reagrupamientos serán la nota a observar en los tiempos inmediatos. La decadencia de fuerzas políticas que fueron claves en el siglo XX es seguida por la emergencia de fuerzas nuevas que deberán hacerse cargo de reconstruir lo que ésta globalización pronorteamericana destruyó. Los chinos afirman que la globalización llegó para quedarse y quizás tengan razón. En ese caso discutiremos de que globalización estamos hablando. Frente a ello las ideas de Trump, aunque muchos se niegan a reconocérselas, parecen enfiladas a volver a un capitalismo desde las fronteras nacionales.
Nosotros, desde Latinoamérica y desde el mundo en desarrollo, no tenemos mucho que agradecerle a este rumbo injusto que trazó esta globalización. La ruptura de las fronteras nacionales para desguarecernos frente a los capitales financieros depredadores, a la invasión tramposamente competitiva y destructora de nuestro propio desarrollo, a la reprimarización de la economía y el saqueo de nuestras riquezas a la vez del deterioro de nuestros suelos: esa es la globalización que conocemos. El despojo de los derechos adquiridos, comenzando por el trabajo y siguiendo por la salud y la educación es la hoja de ruta que nos prometen. Así no queremos la globalización.
Pero tampoco queremos ni podemos quedar excluidos de los avances tecnológicos, comunicacionales y culturales que prefiguran una nueva civilización. Pero sólo en el marco de la igualdad, una nueva justicia y una expansión de la democracia para todos y donde discutir todo será posible.
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