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Cinco procedimientos para que la historia reciente en Iraq y Siria sea… la misma de siempre ¡Zas! Y desaparece…

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


Una de las aplicaciones más populares estos días es Snapchat. Permite que el remitente configure un temporizador para que cualquiera de las fotos enviadas a través de la aplicación, pocos segundos después de que el destinatario abra el mensaje, quede automáticamente eliminada. Contemplas la prueba de lo que hiciste en esa fiesta de la pasada noche y, después, todo desaparece. ¡Zas!

Confío en que me perdonen si sugiero que la guerra en Iraq-Siria contra el Estado Islámico (Daesh) nos está siendo trasmitida vía Snapchat. Se están produciendo cosas importantes que aparecen frente a nosotros y después… ¡ZAS!… se evaporan. Nadie parece recordarlas. ¿A quién puede importarle lo ocurrido cuando hay una nueva imagen reclamando ya su atención? Y al igual que sucede con la mayor parte de lo que fluye a través del verdadero Snapchat, lo que parece tener algún interés al principio, a la larga se difumina.

Sin embargo, el hecho de que ahora tengamos una memoria tan aterradoramente breve no significa que las cosas no estén sucediendo. A pesar del efecto ¡ZAS!, los acontecimientos que verdaderamente importaban en lo que se refiere a la región en la que Washington, desde la década de 1980, se ha ido enredando en cuatro guerras, se produjeron realmente la semana pasada, el mes pasado, hace una guerra o dos, o, en algunos casos, hace más de medio siglo. Lo que sigue a continuación son sólo algunas de las cosas que hemos olvidado y que podrían ser las más importantes:

Se trata de una misión limitada ¡ZAS!

Quizá el comentario más agudo de todos del general David Petraeus se produjo en los primeros días de la Guerra contra Iraq 2.0. «Decidme cómo terminar esto», dijo , refiriéndose a la invasión de la administración Bush. En aquel momento ya le preocupaba que no hubiera un final.

Esa es una pregunta que deberían hacerse a diario en Washington. Esa y el supuesto subyacente de que debe haber un alcance y duración para que las guerras de EEUU se olviden con tanta facilidad. Necesitaron de ocho largos años para retirar las últimas tropas de combate estadounidenses de Iraq. Aunque no hubo desfiles con confeti o fotos icónicas de marineros besuqueado sus galones en Times Square en 2011, la guerra había por fin terminado y Barack Obama había cumplido la promesa hecha en campaña…

Pero, por supuesto que no había terminado y, en 2014, el mismo presidente reinició la guerra afirmando que había un genocidio en marcha contra los yasidíes, un grupo hasta entonces desconocido por casi todos nosotros y desde luego en gran medida olvidado. Se autorizaron los ataques aéreos en apoyo de una misión de rescate » limitada «. Después, fue necesario el potencial militar estadounidense -limitado- para impedir que el Daesh conquistara Iraq. Entonces hubo más ataques aéreos y, para redondear las cosas, se envió un grupo limitado de asesores y entrenadores militares. Y mira por donde, en mayo de 2016 , EE.UU. tiene 5.400 efectivos, incluidas fuerzas de Operaciones Especiales, sobre el terreno en Iraq y Siria, donde pronto se necesitarán nuevas fuerzas si la campaña de bombardeos masivos regionales se prolonga. Así es cómo las guerras de Washington parecen estar yendo estos días, sin debates de verdad, sin declaraciones del Congreso, con tan sólo, y con un poco de suerte, algún titular anunciando lo sucedido.

Empezar guerras en circunstancias turbias y observar después cómo los limitados compromisos se amplían exponencialmente están por ahora tan arraigado en la estrategia global de EE.UU. que apenas son conscientes ya de ello. ¿Recuerdan, por ejemplo, aquellas armas de destrucción masiva que justificaron la invasión inicial de Iraq por George W. Bush, la que se convirtió en ocho años de ocupación y «construcción de la nación»? O retrocediendo en el pasado un par de años no menos olvidables, rememoren la misión de EE.UU. en 2001 que iba a derrotar velozmente a los harapientos talibán y matar a Osama bin Ladin en Afganistán. Eso va ya por su dieciseisavo año mientras la situación continúa allí desintegrándose.

Para los que prefieren una visión de la historia aún más a olvidar, la guerra de EE.UU. en Vietnam alcanzó su pleno apogeo gracias a la falsa afirmación del entonces presidente Lyndon Johnson respecto a un ataque contra los buques de guerra estadounidenses en el golfo de Tonkin. Las primeras fases de esa guerra siguieron una pauta de alguna manera similar a la que ahora parece estar escalando hasta llegar a la guerra de Iraq 3.0, desde un número limitado de asesores al despliegue total de casi todas las herramientas de guerra disponibles.

O para quienes les guste mirar hacia adelante, EE.UU. acaba de poner tropas sobre el terreno en Yemen , como parte de lo que el Pentágono está calificando de «apoyo limitado» a la guerra que los saudíes y los Emiratos Árabes Unidos, con el apoyo estadounidense, lanzaron contra ese país.

La nueva historia es también la vieja historia: al igual que no se puede estar un poco embarazada, la misión nunca resulta realmente «limitada», y si Washington no sabe por dónde está la salida, se va a ver atrapado de nuevo en su propia guerra, girando en direcciones imprevisibles y alarmantes.

Sin botas sobre el terreno ¡ZAS!

A la vez que mantenía categóricamente desde el principio de la guerra de Iraq 3.0 que nunca pondría «botas estadounidenses sobre el terreno», la administración Obama ha ido profundizando su campaña militar contra el Daesh al incrementar la cifra de fuerzas de Operaciones Especiales en Siria de 50 a 300 . La administración autorizó también recientemente el uso de helicópteros de combate Apache, desde hace tiempo estacionados en Iraq para proteger a las tropas estadounidenses, como armas ofensivas.

Los asesores estadounidenses están cada vez más implicados en los combates reales en Iraq, a la vez que EE.UU. desplegaba bombarderos B-52 hacia una base aérea en Qatar antes de entrar en combate en Iraq y Siria. También envió a otro grupo de marines para que ayudaran a defender la embajada estadounidense en Bagdad después de que masas de manifestantes consiguieran irrumpir en la Zona Verde, en el corazón de la ciudad. De todas esas medidas, no cabe sino tildar a algunas de «botas sobre el terreno».

El juego de palabras implicado en el mantenimiento de la ficción oficial de que no hay botas sobre el terreno, ha sido un acto propio de cuerda floja. Tras la pérdida de un estadounidense recientemente en el Kurdistán iraquí, el secretario de defensa Ash Carter la etiquetó de «muerte en combate». El secretario de prensa de la Casa Blanca, Josh Earnest, intentó después explicar cómo un estadounidense que no se hallaba en misión de combate podía haber muerto en combate. «Le mataron y le mataron en combate. Pero eso no formaba parte de su misión», dijo Earnest a los periodistas.

Mucho más calladamente, EE.UU. incrementó -la palabra «incremento» es la palabra de repuesto a la palabra «escalada» de era de Vietnam- el número de contratistas privados que trabajan en Iraq; sus filas han crecido ocho veces en el último año, hasta el punto que se estima que dentro de Iraq hay unos 2.000 trabajando directamente para el Departamento de Defensa y 5.800 para el Departamento de Estado. Y no sean demasiado optimistas respecto a esos contratistas del Departamento de Estado. Aunque algunos de ellos estén sin duda limpiando los aseos diplomáticos y preparando elegantes recepciones, muchos están trabajando como entrenadores militares, asesores paramilitares de la policía y personal de protección de las fuerzas. Incluso hay equipos de mantenimiento de los aviones y paramilitares de la CIA bajo el organigrama del Departamento de Estado.

La nueva historia en Iraq y Siria en lo que respecta a las botas sobre el terreno es la vieja historia: nunca se ha ganado una guerra sólo con el poder aéreo; los asesores y entrenadores no son nunca suficientes y por cada soldado que lucha necesitas cinco o más personas de apoyo detrás de él.

Vamos ganando ¡ZAS!

Llevamos ya un cierto tiempo ganando en Iraq, un cuarto de siglo de éxitos, desde la triunfal Operación Tormenta del Desierto de 2003, al exorbitado momento de la Misión Cumplida de 2003, para llegar justo ahora a la tercera repetición optimista de las guerras de EE.UU. en Iraq. Pero en cada uno de los casos, en una versión Snapchat de la victoria, no parece que el éxito se haya dejado enganchar.

Por ejemplo, a finales de abril, el coronel Steve Warren, portavoz del ejército de EE.UU., elogió el modo en que el poder aéreo estadounidense había prendido fuego a 500 millones de dólares del dinero del Daesh, dinero real en efectivo que al parecer sus militantes habían olvidado dispersar o esconder en algún lugar razonable. Se mostró también optimista respecto a otros avances recientes, incluida la toma de la ciudad iraquí de Hit que, según juró , era «uno de los baluartes del Daesh». En esto se hizo eco del lenguaje utilizado cuando cayeron las ciudades ocupadas por el Daesh de Ramadi (y Baiyi y Sinyar y…), lenguaje sin duda no menos útil cuando la próxima ciudad sea liberada. Del mismo modo, USA Today citaba a un funcionario estadounidense anónimo diciendo que las acciones estadounidenses habían recortado los ingresos del petróleo del Daesh alrededor de un 50%, obligándoles a racionar el combustible en algunas zonas, mientras reducían también los pagos a sus combatientes y personal de apoyo.

Hace un mes tan sólo, la asesora de Seguridad Nacional Susan Rice nos hizo saber que «día a día, kilómetro a kilómetro, ataque a ataque, vamos haciendo importantes progresos. Cada pocos días eliminamos a otro dirigente destacado del Daesh, obstaculizando las capacidades del Daesh para planear ataques o lanzar nuevas ofensivas». Incluso citó una encuesta que indicaba que casi el 80% de los jóvenes musulmanes de todo el Oriente Medio se oponen firmemente a ese grupo y a su califato.

A principios de la primavera, Brett McGurk, enviado especial de EE.UU. a la coalición global contra el Daesh, aseguraba en Twitter a todo el mundo que «los terroristas están ahora atrapados y desesperados en los frentes de Mosul». En un fórum sobre seguridad al que asistí, el general retirado Chuck Jacoby, el último comandante de la fuerza multinacional para Iraq 2.0, describía otra señal de progreso insistiendo en que Iraq es hoy un «Estado que va madurando». En el mismo panel, Douglas Ollivant, miembro del «grupo de expertos intelectuales-guerreros del ex comandante en Iraq general David Petraeus, habló de «torrentes de esperanza» en Iraq.

No obstante, por encima de todo hay una señal de éxito invocada a menudo en relación con la guerra en Iraq y Siria: el recuento de muertos , una supuesta e infame medida del éxito en la guerra de Vietnam. Los portavoces de Washington ofrecen regularmente cifras impactantes sobre la muerte de miembros del Daesh, afirmando que han liquidado a entre 10.000 y 50.000 miembros del Daesh mediante los ataques aéreos. La CIA ha estimado que, en 2014, el Daesh tenía sólo entre 20.000 y 30.000 combatientes en armas. Si esas estadísticas victoriosas son exactas, en alguna parte deben haber desaparecido entre la tercera parte y todos ellos.

Otros informes de la inteligencia estadounidense, trabajando claramente con un conjunto diferente de datos, sugieren que una vez hubo más de 30.000 combatientes extranjeros en las filas del Daesh. Ahora, el Pentágono nos dice que el flujo de nuevos combatientes extranjeros hacia Iraq y Siria se ha estancado, cayendo en el último año más o menos de 2.000 a 200 al mes, una prueba irrefutable más del declive del Daesh. Otro funcionario anónimo estadounidense insistía, como de costumbre: «En realidad, vamos un poco más por delante de lo que queríamos ir».

Sin embargo, a pesar del éxito tras éxito de EE.UU., evidentemente el Daesh no se ha deshecho ni se ha quedado sin combatientes ni tan desesperado como para abandonar el campo de batalla y, a pesar de todas las noticias optimistas, hay pocas señales de esperanza en el cuerpo político iraquí o en su ejército.

La nueva historia es de nuevo una historia muy vieja: cuando tienes que explicar repetidamente todo lo que vas ganando, probablemente es que no estás avanzando nada en absoluto.

Todo depende de los iraquíes ¡ZAS!

Para Washington, desde los primeros días de la guerra de Iraq 2.0, una de las claves del éxito ha sido asignar a los iraquíes una lista de tareas basada en los objetivos de la política exterior de EE.UU. Tenían que celebrar elecciones decisivas, redactar una Constitución unificadora, hacerse cargo de su futuro, compartir el petróleo unos con otros, compartir su gobierno unos con otros y, después, derrotar a al-Qaida en Iraq y, más tarde, al Daesh.

A medida que no se lograba cada uno de esos objetivos, resultó que los iraquíes tenían la culpa de que Washington no consiguiera sus objetivos. Un ejemplo clásico fue el «incremento» de 2007, cuando la administración Bush envió un número importante de tropas adicionales para que le pusieran las pilas a los iraquíes y que ellos barrieran a al-Qaida y abrieran el espacio para que chiíes y suníes se unieran en un Estado de unidad nacional patrocinado por EE.UU. Los iraquíes, por supuesto, se cargaron los logros con sus políticas sectarias y por tanto dieron al traste con los impresionantes avances potenciales de libertad que habíamos conseguido para ellos, mientras indicaban a los estadounidenses la puerta de salida.

En la guerra de Iraq 3.0, la administración Obama empezó de nuevo a arrastrar los pies ante los dirigentes en Bagdad para que se ajustaran a sus propósitos, ayudando a apartar a su antiguo niño bonito, el primer ministro Nuri al-Maliki, y promoviendo uno nuevo, el primer ministro Haider al-Abadi para -¿lo adivinan?- unificar Iraq. «En la actualidad, los iraquíes han dado otro paso importante en la unificación de su país», dijo la consejera de Seguridad Nacional Susan Rice cuando Abadi llegó al poder.

Desde luego, precisamente unidad no es lo que exudan, gracias a Abadi , no a nosotros. «Sería desastroso», decía un editorial de The New York Times, «que los estadounidenses, los iraquíes y sus socios tuvieran éxito en la campaña militar contra el Daesh sólo para que los políticos en Bagdad desperdicien otra oportunidad de construir un futuro mejor». Añadía el Times: «Después de más de trece años del derrocamiento de Sadam Husein, cada vez hay menos razones para sentirnos optimistas».

La última «metedura» de pata iraquí se produjo el 30 de abril, cuando los seguidores del líder chií disidente Muqtada al-Sadr irrumpieron en la anteriormente sacrosanta Zona Verde establecida por los estadounidenses en la guerra de Iraq 2.0 y asaltaron el parlamento de Iraq. Sadr recuerda claramente su historia mejor que la mayoría de los estadounidenses. En 2004 alentó a sus milicias, que entonces luchaban contra el ejército de EE.UU., recordándoles cómo fuerzas irregulares habían derrotado a los estadounidenses en Vietnam. En esta ocasión fue al parecer lo suficientemente diplomático como para no mencionar que Saigón cayó ante los vietnamitas del norte hace 41 años, el mismo día en que se produjo la incursión en la Zona Verde.

Los seguidores de Sadr entraron en el enclave para protestar por el fracaso del primer ministro Abadi a la hora reformar un gobierno desastroso, frenar la corrupción (se puede comprar hasta una división entera del ejército y saquear indefinidamente su presupuesto por unos dos millones de dólares) y proveer de servicios básicos como agua y electricidad a los bagdadíes. Se suponía que las decenas de miles de millones de dólares que los funcionarios estadounidenses gastaron en «reconstruir» Iraq durante la ocupación de 2003 a 2011 iban a poner en marcha esos servicios, pero no fue así.

Y todo lo que se diga sobre los fracasos del gobierno iraquí podría aplicarse con no menos exactitud al ejército iraquí.

A pesar de los aproximadamente 26.000 millones de dólares que EE.UU. gastó en entrenar y equipar a ese ejército entre 2003 y 2011, unidades enteras se disolvieron, se quitaron el uniforme, se deshicieron del equipamiento estadounidense y huyeron al enfrentarse con grupos relativamente pequeños de militantes del Daesh en junio de 2014, abandonando cuatro ciudades del norte , incluida Mosul. Desde luego que esto creó la necesidad de nuevos entrenamientos, el papel ostensible de muchas de las tropas de EE.UU. presentes ahora en Iraq. Sin embargo, ya que la mayoría de las nuevas unidades iraquíes sólo están aún casi listas para el combate, siguen siendo aún necesarias tropas terrestres y generales y fuerzas de Operaciones Especiales y controladores aéreos de avanzada y planificadores y personal de logística y pilotos de apoyo aéreo cercano para las luchas que vendrán.

La incapacidad de EE.UU. para hacer de partera de un gobierno con apoyo popular o un ejército de la confianza del ciudadano, dos fallos gemelos fundamentales de Washington en la guerra de Iraq 2.0, puede hacer que se derrumben de nuevo sus últimos esfuerzos. Un informe reciente del Departamento de Estado halló que una tercera parte de los iraquíes cree que EE.UU. está apoyando realmente al Daesh, mientras que el 40% está convencido de que EE.UU. está tratando de desestabilizar Iraq en función de sus propios objetivos.

La nueva historia es de nuevo la vieja historia: gobiernos corruptos impuestos por un poder exterior fallido. Y, en el caso de Iraq, cualquier problema que no pueda remediarse con bombardeos aéreos y Fuerzas Especiales es por culpa de los iraquíes.

Líderes idénticos, resultados idénticos ¡ZAS!

Como todos los últimos cuatro presidentes han hecho la guerra a Iraq, y pocas dudas hay de que el próximo se meterá en ella también de lleno, no se olviden de otro aspecto olvidado por Washington respecto a Iraq: que algunas de las mismas personalidades estadounidenses que estuvieron en el poder tanto con George W. Bush como con Barack Obama, seguirán estando inicialmente ahí cuando Hillary Clinton o Donald Trump entren en la Oficina Oval.

Empecemos por Brett McGurk, el actual enviado especial del presidente en la coalición global contra el Daesh. Su curriculum vitae es prácticamente la página de Wikipedia sobre el Iraq de EE.UU.: vicesecretario de Estado para Iraq e Irán desde agosto de 2014 hasta su actual nombramiento. Con anterioridad, alto asesor para Iraq en el Departamento de Estado, asesor especial del equipo de Seguridad Nacional, alto asesor de los embajadores en Iraq Ryan Crocker, Christopher Hill y James Jeffrey. McGurk participó en la revisión de la política hacia Iraq del presidente Obama en 2009 y en la transición, tras la salida del ejército de EE.UU. de Iraq. Durante la administración Bush, McGurk ocupó los cargos de director para Iraq, después como ayudante especial del presidente y también director general para Iraq y Afganistán, En 2008, McGurk fue el negociador-jefe con el gobierno iraquí tanto respecto al Acuerdo de Marco Estratégico a largo plazo como de un Acuerdo de Seguridad para regular la presencia de fuerzas estadounidenses. Fue también uno de los principales arquitectos, desde Washington, del Incremento, desempeñando con anterioridad el puesto de consejero legal de la Autoridad Provisional de la Coalición prácticamente desde los primeros disparos en 2003.

Un poco más abajo en la cadena de mando está el teniente general Sean MacFarland. Ahora está al frente de la » coordinación tribal » suní para ayudar a derrotar al Daesh, sirviendo también como comandante general de la Fuerza de Tareas Conjuntas Combinadas. En 2006, siendo coronel, MacFarland ayudó a organizar el movimiento del Despertar suní en Anbar contra al-Qaida en Iraq.

Y, a ras del suelo, pueden estar seguros de que algunos de los actuales coroneles eran comandantes en la guerra de Iraq 2.0, y que algunos de sus subordinados pusieron sus botas en el mismo terreno en que están en estos momentos.

Dicho de otro modo, que la nueva historia es la vieja historia: ahí siguen algunos de los mismos que desde 2002 llevan perdiendo esta guerra para Washington sin tener que rendir cuentas ni afrontar culpabilidades en sentido alguno.

¿Qué ocurre si pasaron por una guerra y nadie lo recordaba ya?

Todos esos recuerdos estadounidenses se perdieron en el olvido. Tal falta de memoria sirve para permitir que nuestros fabricantes de guerras hagan de nuevo las mismas cosas en Iraq y Siria, actos que alguien sobre el terreno estará obligado siempre a recordar, quizá bajo la sombra de un avión no tripulado sobre la cabeza.

En otro tiempo, poner a la gente a nuestro servicio en situaciones peligrosas, gastar nuestro dinero en sumas prodigiosas y arriesgar la credibilidad del país necesitaba al menos del pretexto de que algún interés nacional estaba en juego. Eso se acabó ya. Cada vez que algún grupo que no nos gusta amenaza a un grupo que nos importa una higa, EE.UU. debe actuar para salvar a un pueblo orgulloso, detener una crisis humanitaria, derrocar a un líder brutal, poner fin a un genocidio, lo que sea con tal de involucrar brevemente a la gente y moldear algún facsímil difuso de fiebre guerrera.

Pero volvamos a Snapchat. Resulta que mientras diseñaban cuidadosamente la aplicación para conseguir que lo que se transmite desaparezca rápidamente, algunos sabihondos han encontrado la forma de preservar la información. Si tan sólo pudiera decirse lo mismo de nuestras guerras Snapchat. ¡Qué pronto olvidamos! Hasta la próxima…

Peter Van Buren denunció el despilfarro y mala gestión estadounidense durante la reconstrucción iraquí en: We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People . Es colaborador habitual de TomDispatch . Su libro más reciente es Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99Percent . Su próxima obra será una novela titulada Hooper’s War .  

Fuente:

http://www.tomdispatch.com/post/176140/tomgram%3A_peter_van_buren,_the_snapchat_version_of_american_victory/  

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.