Algunas de las interesadas voces y personajes españoles que repetirán la infamia una y un millón de veces más son herederos políticos de aquella catástrofe de 1939 que, sabido es, nunca han denunciado con claridad. Fueron cómplices y lo siguen siendo. La iglesia española -católica, apostólica y romana-, la coartada ideológica del nacional-catolicismo franquista, es […]
Algunas de las interesadas voces y personajes españoles que repetirán la infamia una y un millón de veces más son herederos políticos de aquella catástrofe de 1939 que, sabido es, nunca han denunciado con claridad. Fueron cómplices y lo siguen siendo. La iglesia española -católica, apostólica y romana-, la coartada ideológica del nacional-catolicismo franquista, es un ejemplo destacado. El presidente fundador del denominado «principal partido de la oposición española», un ex ministro del criminal generalísimo africanista que, incumpliendo promesas casadistas, entró a sangre y fuego en las calles y arterias de la ciudad heroica, nunca ha formulado una denuncia explícita de la barbarie fascista española.
El nudo para la izquierda no es ese, es este otro. El pasado, digamos, nacionalista nasserista de Gadafi, algunas de sus iniciales actuaciones, ha confundido o ha abonado la confusión de algunos sectores de la izquierda europea y latinoamericana, mucho menos de la izquierda árabe. Fuera lo que fuera realmente el coronel libio, no puede haber dudas sobre el giro y conversión en estas dos últimas décadas: es «el amigo occidental», nada accidental, de una gran parte de las potencias y países europeos. Italia y Francia de forma destacada; Berlusconi y Sarkozy, dos zafios políticos profesionales de derecha extrema, entre sus íntimos.
Por si quedase algún resquicio, las declaraciones de Gadafi del jueves 17 de marzo sobre la entrada de sus tropas en Bengasi disuelven cualquier atisbo de incertidumbre: entraremos ha dicho, si no hay errores en la traducción, como Franco -el general fascista y golpista, el amigo de Hitler y Mussolini y de toda la reacción internacional- entró en Madrid. Como si fueran tempestades de acero [1].
Nada de lo afirmado, la denuncia de esta infamia, el vómito sobre estos crímenes anunciados y la represión sanguinaria que se vislumbra, justifica o pretende amparar de algún modo la intervención militar otánica bajo el supuesto paraguas legal del consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Nadie ni nada que tenga que ver con la justicia y la democracia de los pueblos puede esperar algún aliento de libertad y solidaridad de una organización militar con ese poblado currículum de intervenciones criminales y anexionistas ocultadas, en frecuentes ocasiones, con cuentos, falsedades y ropajes «humanitarios» y «libertarios».
Nota:
[1] Para poner un ejemplo investigado: entre 1939 y 1951 fueron más de 30.000 los ciudadanos republicanos de izquierda asesinados sólo en el País Valencia.
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