Las luchas de liberación africanas no solo conquistaron la independencia en sus propios países; también derrotaron al colonialismo del Estado Novo, que impulsó la Revolución de los Claveles hace 50 años.
Hace 50 años, el 25 de abril de 1974, el pueblo portugués salió en masa a las calles de sus pueblos y ciudades para derrocar la dictadura fascista del Estado Novo, instaurada formalmente en 1926. El Portugal fascista —dirigido primero por António de Oliveira Salazar hasta 1968 y después por Marcelo Caetano— fue acogido en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1949, en las Naciones Unidas (ONU) en 1955 y en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en 1961, y firmó un pacto con la Comunidad Económica Europea en 1972. Estados Unidos y Europa colaboraron estrechamente con los gobiernos de Salazar y Caetano, haciendo la vista gorda ante sus atrocidades.
Hace más de una década visité en Lisboa el Museo Aljube – Resistencia y Libertad, que fue lugar de tortura de presos políticos entre 1928 y 1965. Durante ese periodo, decenas de miles de sindicalistas, activistas estudiantiles, comunistas y rebeldes de todo tipo fueron llevadxs allí para ser torturadxs, y muchos fueron asesinadxs con gran crueldad. La cotidianidad de esta brutalidad impregna los cientos de historias conservadas en el museo. Por ejemplo, el 31 de julio de 1958, los torturadores llevaron al soldador Raúl Alves de la prisión de Aljube al tercer piso del cuartel general de la policía secreta y lo arrojaron al vacío. Heloísa Ramos Lins, esposa del entonces embajador de Brasil en Portugal, Álvaro Lins, pasó por allí en ese momento, vio la caída fatal de Alves y se lo comunicó a su marido. Cuando la Embajada de Brasil se dirigió al Ministerio del Interior portugués para preguntar qué había ocurrido, la dictadura del Estado Novo respondió: “No hay motivo para escandalizarse tanto. Se trata simplemente de un comunista sin importancia”.
Fueron “comunistas sin importancia” como Raúl Alves quienes iniciaron la revolución del 25 de abril, que se cimentó en una oleada de acciones obreras a lo largo de 1973, empezando por los trabajadores del aeropuerto de Lisboa y extendiéndose después a las huelgas de los trabajadores textiles en Braga y Covilha, de los trabajadores de la ingeniería en Aveiro y Oporto, y de los trabajadores del vidrio en Marinha Grande.
Por aquel entonces, el dictador Caetano leyó Portugal y el futuro, escrito por el general António de Spínola, que fue entrenado por comandantes del general fascista Francisco Franco durante la Guerra Civil española, dirigió una campaña militar en Angola y fue gobernador del Estado Novo en Guinea-Bissau. El libro de Spínola sostenía que Portugal debía poner fin a su ocupación colonial, ya que estaba perdiendo el control de África. En sus memorias, Caetano escribió: “cuando cerré el libro, me di cuenta de que el golpe de Estado militar, cuya marcha intuía desde hacía meses, era ya inevitable”.
Lo que Caetano no previó fue la unidad entre obreros y soldados (que a su vez formaban parte de la clase trabajadora) que estalló en abril de 1974. Los soldados estaban hartos de las guerras coloniales, que –a pesar de la gran brutalidad del Estado Novo– no habían logrado sofocar las ambiciones de los pueblos de Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe. Los avances del Partido Africano para la Independencia de Guinea-Bissau y Cabo Verde (PAIGC), el Frente para la Liberación de Mozambique (FRELIMO) y el Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) fueron considerables, y el ejército portugués perdió más soldados que en ningún otro momento desde el siglo XVIII. Varias de estas formaciones recibieron ayuda de la URSS y de Alemania del Este (RDA), pero fue gracias a su propia fuerza e iniciativa que terminaron ganando las batallas contra el colonialismo (como han documentado nuestros colegas del Centro Internacional de Investigación sobre la RDA).
El 9 de septiembre de 1973, los soldados que habían sido enviados a Guinea-Bissau se reunieron en Portugal para formar el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA). En marzo de 1974, el MFA aprobó su programa Democracia, Desarrollo y Descolonización, redactado por el soldado marxista Ernesto Melo Antunes. Cuando estalló la revolución en abril, Antunes señaló: “Unas horas después del inicio del golpe, el mismo día, comenzó el movimiento de masas. Esto lo transformó inmediatamente en una revolución. Cuando escribí el programa del MFA, no lo había previsto, pero el hecho de que ocurriera demostró que los militares estaban en sintonía con el pueblo portugués”. Cuando Antunes decía “los militares”, se refería a los soldados, porque los que formaron el MFA no tenían más rango que el de capitanes y seguían arraigados en la clase trabajadora de la que provenían.
En diciembre de 1960, la Asamblea General de la ONU proclamó la “necesidad de poner fin rápida e incondicionalmente al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones”. Esta postura fue rechazada por el régimen del Estado Novo. El 3 de agosto de 1959, soldados coloniales portugueses dispararon contra marineros y estibadores en Pidjiguiti, en el puerto de Bissau, matando a más de 50 personas. El 16 de junio de 1960, en la ciudad de Mueda (Mozambique), los colonialistas del Estado Novo dispararon contra una pequeña manifestación desarmada de defensores de la liberación nacional que habían sido invitados por el administrador del distrito a presentar sus posiciones. Todavía no se sabe cuántas personas murieron. Después, el 4 de enero de 1961, una huelga en Baixa do Cassange (Angola) fue reprimida por los portugueses, matando entre 1.000 y 10.000 angoleños. Estos tres incidentes demostraron que los colonialistas portugueses no estaban dispuestos a tolerar ningún movimiento cívico por la independencia. Fue el Estado Novo el que impuso la lucha armada en estas zonas de África, moviendo al PAIGC, al MPLA y al FRELIMO a empuñar las armas.
Agostinho Neto (1922-1979) fue un poeta comunista, líder del MPLA y primer presidente de la Angola independiente. En un poema titulado Massacre de São Tomé, Neto plasmó el sentimiento de las revueltas contra el colonialismo portugués:
Fue
entonces cuando en los ojos en llamas
a veces sangre, a veces vida, a veces muerte
enterramos victoriosos a nuestros muertos
y sobre las tumbas
reconocimos la razón del sacrificio de los hombres
por el amor
y por la armonía
y por nuestra libertad
incluso ante la muerte por fuerza de las horas
en aguas ensangrentadas
incluso en las pequeñas derrotas acumuladas para la victoria
en nosotros
la verde tierra de Santo Tomás
será también la isla del amor.
Esa isla de amor no solo iba a construirse en África, de Praia a Luanda, sino también en Portugal. El 25 de abril de 1974, Celeste Caeiro, una camarera de 40 años, trabajaba en un autoservicio llamado Sir, situado en el edificio Franjinhas, en la calle Braancamp de Lisboa. Como el restaurante cumplía un año, el dueño decidió repartir claveles rojos entre los clientes. Cuando Celeste le habló de la revolución, decidió cerrar Sir por ese día, entregar los claveles a las y los empleados y animarles a que se los llevaran a casa. En lugar de eso, Celeste se dirigió al centro de la ciudad, donde se desarrollaban los acontecimientos. Por el camino, unos soldados le pidieron un cigarrillo, pero ella puso unos cuantos claveles en los cañones de sus armas. Esto se extendió, y los floristas de Baixa decidieron regalar sus claveles rojos de temporada para que fueran el emblema de la revolución. Por eso la revolución de 1974 se llamó la Revolución de los Claveles, una revolución de las flores contra las armas.
La revolución social portuguesa de 1974-1975 arrastró a grandes mayorías a una nueva sensibilidad, pero el Estado se negó a capitular. Inauguró la Tercera República, cuyos presidentes procedían todos de las filas del ejército y de la Junta de Salvación Nacional: António de Spínola (abril-septiembre de 1974), Francisco da Costa Gomes (septiembre de 1974-julio de 1976) y António Ramalho Eanes (julio de 1976-marzo de 1986). No se trataba de hombres de las filas, sino de los antiguos generales. No obstante, acabaron viéndose obligados a renunciar a las viejas estructuras del colonialismo del Estado Novo y a retirarse de sus colonias en África.
Amílcar Cabral (1924-1973), que nació hace cien años este septiembre y que hizo más que muchos para construir las formaciones africanas contra el colonialismo del Estado Novo, no vivió para ver la independencia de las colonias africanas de Portugal. En la Conferencia Tricontinental de 1966, celebrada en La Habana (Cuba), Cabral advirtió que no bastaba con deshacerse del antiguo régimen, y que aún más difícil que derrocarlo sería construir el nuevo mundo a partir del antiguo, de Portugal a Angola, de Cabo Verde a Guinea-Bissau, de Mozambique a Santo Tomé y Príncipe. La lucha principal después de la descolonización, dijo Cabral, es la “lucha contra nuestras propias debilidades”. Esta “batalla contra nosotros mismos”, continuó, “es la más difícil de todas” porque es una batalla contra las “contradicciones internas” de nuestras sociedades, la pobreza heredada del colonialismo y las miserables jerarquías de nuestras complejas formaciones culturales.
Lideradas por personas como Cabral, las luchas de liberación en África no solo consiguieron la independencia en sus propios países; también derrotaron al colonialismo del Estado Novo y ayudaron a traer la democracia a Europa. Pero ese no fue el final de la lucha. Se abrieron nuevas contradicciones, muchas de las cuales perduran hoy en diferentes formas. Como decía Cabral a menudo como colofón de sus discursos, A luta continua. La lucha continúa.
Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/revolucion-de-los-claveles/