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Con los insurrectos libios, cuando la guerra impide pensar el postgadafismo

Fuentes: Viento Sur

El rumor a inflamado Bengasi, la capital de los insurgentes libios, la noche del domingo al lunes. «¡Sirte ha caído!, ¡se acabó Gadafi!», gritaban los habitantes disparando al aire los kalasnikov y los lanzagranadas, haciendo sonar las bocinas de los coches. Sirte, el bastión de Muammar Gadafi, la ciudad en la que nadie se ha […]

El rumor a inflamado Bengasi, la capital de los insurgentes libios, la noche del domingo al lunes. «¡Sirte ha caído!, ¡se acabó Gadafi!», gritaban los habitantes disparando al aire los kalasnikov y los lanzagranadas, haciendo sonar las bocinas de los coches. Sirte, el bastión de Muammar Gadafi, la ciudad en la que nadie se ha manifestado aún contra el «guía» de Libia, el cerrojo en la ruta a Trípoli. «Al-Jazeera lo ha anunciado», confirmaban un puñado de guardias reunidos alrededor de un televisor alrededor de las cuatro y media de la madrugada. Sin embargo, algunas horas más tarde, a lo largo de los 1.000 km de carretera costera que unen Bengasi y Tripoli, el frente de los rebeldes se situaba a 130 km de Sirte. Esperanza decepcionada.

«Esperamos la noche y los ataques de la coalición para avanzar», asegura un combatiente rebelde, vestido de militar. «Vamos a tomar Sirte mañana o pasado mañana si dios lo quiere». Un poco más lejos en la carretera, en el lugar casi exacto que separa las dos grandes regiones libias de Tripolitania y Cyrenaica, la línea del frente se hace difusa. Los insurgentes avanzan prudentemente, no sabiendo en qué momento preciso las tropas lealistas van a abrir fuego, ni con qué tipo de armamento, de corto o largo alcance. Temen también las bolsas de resistencia que, ocasionalmente, están en el origen de disparos sobre la carretera, desde los edificios en construcción o casas deshabitadas. La situación es inestable y tensa.

«No tenemos muchos medios y, ante nosotros, está el valle rojo donde tememos ser cogidos en emboscada por los gadafistas», señala con calma un joven insurrecto al volante del 4×4 de sus padres. Esta guerra de posiciones, que se supone va a decidir la suerte de Libia, se había estabilizado durante una semana alrededor de la ciudad de Ajdabiya. Desde el sábado, ha dado un salto hacia el oeste y la capital, que sigue representando el objetivo final.

Pero, ¿se trata, sin embargo, de la reconquista final, de la liberación de Libia? En este estadio, a fuerza de ciudades conquistadas, perdidas y reconquistadas, con un dictador que aguanta a pesar de que su régimen ha caído de hecho desde hace varias semanas, incluso si no quiere admitirlo o no se da cuenta, nada es seguro. La única solución de este conflicto, a la vez para los rebeldes libios y para las potencias de la coalición que han tomado partido por ellos, pasa ya por la salida (¿la desaparición?) de Gadafi. Pero, ¿como llegar a ese objetivo?.

La primera hipótesis es la de la reconquista militar. «Esperamos que las fuerzas de la coalición hagan su trabajo», explica Iman Boughaidis, uno de los portavoces del Consejo Nacional de Transición de Bengasi, admitiendo sin reticencias el papel militar de los aviones occidentales, que, desde el punto de vista de los rebeldes, aseguran la cobertura aérea para las fuerzas terrestres.

Es la misma estrategia que la empleada por otra coalición, la de los occidentales que apoyaron a la Alianza del Norte en Afganistán en 2001 para hacer caer el régimen taliban. Pero las condiciones son diferentes. Los muyaidines eran combatientes aguerridos por años de guerra, en un país que jamás ha sido verdaderamente controlado. Los «shebabs» libios, incluso apoyados por militares que han cambiado de campo, no son ciertamente combatientes del mismo nivel, y deben hacer frente a batallones a las órdenes del hijo de Gadafi, bien entrenados y ayudados por mercenarios, reclutados a veces hace años.

«Contamos con abandonos en el seno del régimen y en el seno de las tribus», garantiza el coronel Abdallah Elzaidi, que ha abandonado el ejército lealista para unirse a los rebeldes. «Incluso en Sirte, tenemos razones para creer que los opositores a Gadafi van a levantarse cuando se acerquen nuestros soldados». Esta es en efecto la apuesta de los insurgentes. Que el régimen se disgregue según se va produciendo la reconquista territorial, que las tribus, las familias y los allegados al «Guía» se pasen al campo contrario.

Para esto, sería preciso que los rebeldes lograran algunas victorias espectaculares, como Sirte por supuesto, o Misrata, la «ciudad mártir» donde se combate ferozmente desde hace semanas. Pero esto no puede hacerse sin el apoyo aéreo ofrecido por la coalición.

Libia sin Gadafi

La segunda hipótesis es la que tendría los favores de todo el mundo. «Una bala en la cabeza y ¡se acabó!», garantiza Ahmed, uno joven enfermero que asegura el cuidado de los heridos rebeldes en la línea del frente. Es seguro, el suicidio, el asesinato, o incluso la huida de Gadafi tendrían el mérito de arreglar todos los problemas. En un país sin instituciones sólidas, sin estructura definida del poder, en el que el guía reinaba a su manera, es decir dejando prosperar una anarquía por encima de la cual él flotaba, su desaparición haría caer todo el edificio.

Pero por el momento, nadie cree verdaderamente en esta puerta de salida, aunque cada día, durante algunas horas, los rumores más optimistas sobre la muerte o la desaparición de Gadafi prosperan antes de decaer.

La tercera hipótesis es la de negociaciones que conducirían a una transferencia del poder. Un periódico saudí afirmaba el domingo que Saif al-Islam, el hijo del «Guía», durante mucho tiempo candidato a sucederle, había hablado con los británicos para una salida de su padre y una toma temporal del poder por él mismo, «el tiempo suficiente para establecer un régimen democrático y liberal». Cuando se evoca este tipo de propuesta con los miembros del CNT, sueltan una carcajada. Cuando se habla de ello a los libios de Bengasi o de las regiones «liberadas» del este, no les hace mucha gracia. Nadie hoy imagina que un Gadafi pueda permanecer en el poder.

El reconocimiento formal y oficioso del CNT por las potencias occidentales, que debería ser confirmado este martes en la reunión de Londres, garantiza igualmente que esta institución se percibe ya como la instancia representativa y legítima de una nueva Libia, y no aceptará ciertamente que le birlen el poder.

En la linea del frente entre Benjawad y Syrte, este tipo de suposición sigue siendo irreal. Las ciudades que jalonan esta carretera, con a un lado el Mediterráneo y al otro el desierto, están vaciadas de sus habitantes. No hay ya ni electricidad, ni teléfono, casi tampoco gasolina, ni siempre agua. El reavituallamiento en alimentación está asegurado por voluntarios que van y vienen entre Bengasi y los combatientes. La expresión de estos últimos alterna entre la alegría de ir a luchar por una causa, y el rostro agotado de quienes vuelven de los puestos más adelantados del frente.

Viven ya en una Libia sin Gadafi y no aceptarán jamás una vuelta atrás. Pero entre su vida de hoy y la que imaginan en el futuro, hay aún una guerra que ganar.

Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR

Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3754