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Ante el manifiesto de algunos intelectuales contra la Ley Celáa

Contra la Ley de Celaá

Fuentes: Naiz

Según leo en un periódico madrileño, «reconocidos intelectuales lanzan un contundente manifiesto contra la ley Celaá». Entre los nombres de estos categóricos intelectuales figuran Gabriel Albiac, Andrés Trapiello, Fernando Savater, Fernando García de Cortázar, Félix de Azúa y Jon Juaristi.

Resulta bastante lógica su reacción toda vez que se sienten «abochornados por los planes educativos del Gobierno y piden recuperar las notas y los suspensos». Como en los viejos tiempos. En su opinión, «se está pervirtiendo la escuela pública perjudicando la igualdad de oportunidades» y exigen para el profesorado «libertad para enseñar los contenidos científicos o humanísticos de su materia, sin ser correa de transmisión de la ideología de turno».

Consideran que la evaluación del alumnado debe hacerse «a partir de los contenidos concretos de cada asignatura, pues la evaluación por competencias diluye los conocimientos concretos». Una frase críptica para quien no está metido en el ajo de la didáctica y que requeriría una pormenorizada explicación. Para otro día.

Subrayan que «los conceptos ajenos a los saberes concretos de cada asignatura, de tipo moral o ideológico, deben ser desplazados de las aulas. Los alumnos no deben ser objeto de adoctrinamiento, pues tal intromisión supone una perversión de lo público al sacrificar, especialmente para los estudiantes con menos recursos, su formación técnica, profesional, académica y personal». ¿Una perversión de lo público como hace la enseñanza de la religión en el aulas? No. Seguro que se refieren a las asignaturas de Historia, Lengua y Filosofía. Y aquí estaría uno de los errores de esta pléyade de entusiastas defensores de la libertad. ¿Quién les habrá dicho que el resto de las asignaturas –matemáticas, física, química y papiroflexia–, no destilan valores ideológicos cuando transmiten sus conocimientos? La ideología no solo está en los contenidos que se imparten, sino en la metodología con la que se enseñan. Aceptar que el profesorado de Historia solo transmite ideología y no los de Matemáticas o de Física, al parecer eunucos de la ideología, es lo habitual, pero no se corresponde con la realidad. Y excluir a los demás de esta prerrogativa, además de muy feo, es agravio comparativo.

La verdad es que, contemplando las pestes educativas que la ley de Celaá traerá a las aulas, reconozco que me he librado de una buena. Si la cuenta no me falla, yo he vivido como profesional de la tiza curricular ocho leyes: la LGE, la LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y la LOMCE. Y nunca me había topado con una ley que, a priori, produjese tantos males, incluso antes de ser aplicada de forma universal. Lo triste es que ya no podré sufrir in situ las feroces consecuencias de la LOMLOE y no podré hablar de ella con conocimiento de causa.

Es increíble el optimismo que despliega este alegato contra una ley de educación. Ni la reforma educativa de Cabello en 1931 levantó tanta polvareda. Causa asombro que a estas alturas existan intelectuales que atribuyan al sistema educativo una influencia tan decisiva en la conformación mental e ideológica del alumnado. No se veía tal espectáculo desde la década de los 70. Atribuir al sistema educativo esa capacidad de clonar al unísono idiota las mentes del alumnado y, a su paso, del profesorado, significa tener una fe infinita en dicho sistema y, también, nulo respeto a la capacidad e inteligencia del profesorado.

El profesorado no es un cuerpo de autómatas que, como perros pavlovianos, responden a las leyes educativas como borregos. Los intelectuales del manifiesto, en su mayoría profesores, lo saben. En cuanto a los contenidos que se imparten en el aula ningún profesor transmite aquellos que van en contra de su pensamiento. Hay que ser muy idiotas para estirarse de las propias criadillas.

Los intelectuales del alegato, aunque maduros, disponen aún de buena memoria para recordar su tiempo de profesores y alumnos. Todos sufrieron una educación y formación franquista. Pero ya ven. A pesar de aquel baño carismático y de las JONS no parece que su exquisito sentido de la libertad se esfumase y les impidiera convertirse en un momento de sus vidas en comunistas, anarquistas, socialistas, liberales e, incluso, militantes de ETA. Más todavía. Han tenido tiempo hasta para reciclarse y evolucionar al estilo paulino, mutando en conversos de primera fila. Y nada tan fanático como un converso, capaz de adoptar las ideas contra las que un día se luchó denodadamente. Un panorama paradójico. Media vida dedicada a construir un edificio y otra media para destruirlo. Menudo aprendizaje más decepcionante.

No soy quién para cuestionar a nadie, quien, como especie de Darwin, se adapta a lo que mejor le convenga para sobrevivir, es decir, arrimarse al sol que más calienta y al árbol que mejor sombra da. Tampoco, negaré a nadie su derecho a despellejar una ley educativa aunque haya sido aprobada por el Parlamento de la nación. Incluso, calificarla como una ley infame. Lo que quieran. Pero aclaremos.

Primero. El sistema educativo educa y forma, ideológica y éticamente. Por supuesto. Estamos determinados por mil influencias provenientes de distintas fuentes, pero ninguna de ellas, ni la escuela, ni la familia, lo hacen de forma fatalista. Como muestra, el elenco de intelectuales enunciado. Si algo nos enseñaron es que con la ideología uno hace lo que quiera, una capa o un sayo.

Segundo. La sociedad es capaz de borrar de un plumazo los valores que el cuerpo esforzado del profesorado inculca en su alumnado, incluso las ideologías más perversas o más inefables. La ideología que, supuestamente, transmite el sistema educativo hace tiempo que perdió su influencia en hacernos buenos o malos súbditos.

Si los autores del alegato se rebotan contra la ley de Celaá porque es un atentado contra la libertad, ¿acaso piensan que los alumnos y profesores no lo harán también? ¿O piensan que su idea de la libertad es superior a la del resto de los mortales?

Fuente: https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/contra-la-ley-de-celaa