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Cosas que también pasan en Catalunya

Fuentes: Rebelión

En un reciente artículo editado en Público [1], Vicenç Navarro ha trazado un breve balance de la política catalana en estos últimos años. Brillantemente, como es marca de la casa, el catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra apunta y argumenta algunas de las notas esenciales de la situación. Pero, en mi opinión, […]

En un reciente artículo editado en Público [1], Vicenç Navarro ha trazado un breve balance de la política catalana en estos últimos años. Brillantemente, como es marca de la casa, el catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra apunta y argumenta algunas de las notas esenciales de la situación. Pero, en mi opinión, el profesor Navarro señala algunos nudos equivocados y se olvida de mostrar algunas aristas.

De este modo, señala Vicenç Navarro que el nacionalismo conservador catalán «ha necesitado para su reproducción» del nacionalismo españolista, de carácter también esencialista, que, «con el jacobismo que le caracteriza, producía suficiente munición para poder movilizar a las bases del nacionalismo conservador catalán». En los debates de la televisión pública catalana, prosigue, abusivamente controlada por CiU durante el período pujolista sostiene con razón, «las voces invitadas para presentar el punto de vista de España eran siempre portavoces de aquel nacionalismo esencialista jacobino, como la Cope, que originaban respuestas indignadas de las audiencias de tales medios contra España».

La COPE se quedaría sorprendida y el lector/a también. Como ya se ha indicado en alguna otra ocasión, ni el jacobinismo caracteriza al nacionalismo neofascista español, ni cabe hablar de «nacionalismo esencialista jacobino» para referirse al españolismo neofranquista. La tradición jacobina es una tradición de emancipación de los pueblos y el nacionalismo español conservador nunca lo ha sido. El nacionalismo defendido desde la COPE y sistemas mediáticos y políticos afines está años-luz de acercarse a los paisajes y valores jacobinos. Afirmar, como afirma Vicenç Navarro, que el jacobismo continua «siendo un pilar fundamental de tal proyecto político-cultural, insensible al reconocimiento de la pluralidad de naciones y regiones en España, exigiendo una uniformidad considerada amenazante por los nacionalismos periféricos, como el catalán» es abonar, de nuevo, un camino de imprecisión y confusión conceptual y política. Ni la tradición jacobina ha abonado nunca el nacionalismo español conservador y agresivo y uniformador ni éste ha bebido de esa fuente en ninguna fase de su historia. Muy lejos de él ese cáliz.

El profesor Navarro se refiere más tarde al Gobierno catalán de 2003. Se estableció entonces, afirma, un gobierno tripartito de izquierdas, fruto de una «victoria basada en un programa de claro corte socialdemócrata, el más progresista que haya existido en Catalunya desde 1939». Que el programa -insisto: el programa- tuviera claro corte socialdemócrata es afirmación razonable. Que fuera el más progresista que haya existido desde 1939 no es ningún mérito especial. No hace falta indicar quien ejerció mando en plaza en Catalunya desde 1939 hasta 1977, y tampoco es necesario recordar que, dejando al margen los gobiernos de transición y amplia coalición presididos por Josep Terradellas, quien gobernó en Catalunya desde 1980 hasta 2003, con el apoyo en alguna legislatura de ERC, fueron CDC y Unió Democrática de Catalunya, fuerzas que, con los matices que quieran introducirse para distinguir entre ambas, son organizaciones netamente conservadoras y muy próximas a eso que suele llamarse «partidos de negocios», no siempre siguiendo al pie de la letra el marco estricto de la legislación. El caso Millet y el Palau están en la mente de todos (Ni que decir tiene que las sombras de la infamia pública se extienden a otras fuerzas políticas catalanas).

Según afirma Navarro «la visión de Catalunya de las izquierdas era distinta a la de CiU, pues no era una visión esencialista, sino orientada a mejorar el bienestar de las clases populares». La visión, aunque las intervenciones puntuales de algunos portavoces han empujado a pensar cosas algo distintas, probablemente, pero su prácticas política ha sido otra cosa. No estoy convencido que el gasto público social creciera tan notablemente como afirma el profesor Navarro, «reduciéndose el enorme déficit que tenía Catalunya con el promedio de la UE-15» pero afirmar que durante «estos años, Catalunya ha visto las reformas más sustanciales en los distintos sectores del Estado del bienestar que hayan ocurrido en los últimos 70 años» tampoco es afirmar mucho por lo que hemos señalado anteriormente. Los tripartitos han sido los primeros gobiernos con aromas de izquierda en estas siete décadas.

Por lo demás, durante los años de los gobiernos tripartitos la presencia de la sanidad privada en Catalunya no parece que haya disminuido sustantivamente. La externalización privada de servicios públicos tampoco. La gestión privada de las residencia públicas no ha tomado ningún giro decisivo. La Ley de Educación de Catalunya fue pactada con la derecha política, con CiU, dejando a la estacada a ICV-EuiA. Ni que decir tiene que los conciertos con la privada sigue en el puesto de mando de la política educativa catalana. La subordinación de los ciclos formativos a los intereses empresariales es un firme postulado casi geométrico. La casi eliminación de los estudios nocturnos del bachillerato en Catalunya no es obra de ningún gobierno reaccionario de derecha antisocial sino del gobierno del honorable Montilla y del departamento dirigido por Ernest Maragall. Está en su activo.

Eso si, tiene razón Vicenç Navarro, cuando sostiene que «los medios de información y persuasión de mayor difusión en Catalunya centraron toda la atención mediática en el tema nacional, ignorando y/u ocultando el tema social». El conflicto de nacionalidades, como él indica, se ha utilizado por ambos bandos para ocultar los intereses comunes de clase que ambos nacionalismos esencialistas representan, pero tampoco aquí las izquierdas, digámoslo así, generosamente, están libres de pecado. No es un campo que hayan dejado de abonar en más de un momento. En contra, por lo demás,, de una tradición, la republicano catalanista, la que pudiera representar Lluís Companys, por ejemplo, que estuvo muy alejada de esa consideración excluyente y separadora de las relaciones España-Catalunya.

Sigue sin entenderse, desde luego, cómo una fuerza como ICV-EUiA aceptó la conselleria de Interior y tampoco se entiende, más allá de algunos intentos iniciales de eliminar el mal trato o la tortura en comisarías, muchas de sus actuaciones. Es difícil olvidar lo ocurrido durante las movilizaciones contra el plan Bolonia o lo sucedido el 29-S, con el desalojo de la ex sede de Banesto en Barcelona y la criminalización de los movimientos sociales y de páginas alternativas de la red

Ricard Vinyes, que no suele ser un historiador de proclamas incendiarias, ha afirmado que el ejecutivo de Montilla «ha vulnerado absolutamente los principios de la izquierda» [2]. Se sobreentiende que todos; «absolutamente», sin duda, no es adverbio afable. El también historiador Josep Fontana, que respaldó, igual que Vinyes, a la coalición en las elecciones de 2006, ha señalado que el paso de las fuerzas de izquierdas por el gobierno ha generado «desinterés y profunda decepción» entre militantes y votantes. No suele hablar el gran historiador catalán a humo de pajas.

Estas, desgraciadamente, son también cosas que han ocurrido y ocurren en Catalunya.

Notas:

[1] V. Navarro, «¿Qué pasa en Catalunya?», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=115342

[2] Público, 24 de octubre de 2010, p. 24.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.