[Mylène Gaulard, profesora de economía de la Universidad de Grenoble, ha publicado en 2014 «Karl Marx à Pékin. Les racines de la crise en Chine capitaliste» (Karl Marx en Pekín. Las raíces de la crisis en la China capitalista), donde analiza las dificultades actuales de la economía china y expone su punto de vista sobre […]
[Mylène Gaulard, profesora de economía de la Universidad de Grenoble, ha publicado en 2014 «Karl Marx à Pékin. Les racines de la crise en Chine capitaliste» (Karl Marx en Pekín. Las raíces de la crisis en la China capitalista), donde analiza las dificultades actuales de la economía china y expone su punto de vista sobre la evolución del país desde 1949]
H.W. Muchos autores coinciden en calificar la China actual de capitalista. Usted sostiene que China nunca ha presentado características socialistas. ¿Puede concretar esta cuestión?
M.G. Uno de los propósitos de Karl Marx à Pékin es que la gente tome conciencia de que todas las características específicas del capitalismo se reforzaron progresivamente tras la toma del poder por el Partido Comunista Chino (PCC) en 1949. Así, en ningún momento se cuestionó ni el trabajo asalariado, ni la acumulación de capital, por no hablar ya del poder del Estado y su implicación en el desarrollo del aparato productivo… Esta omnipresencia del Estado, lejos de ser un rasgo «socialista», no es más que una mera copia de las fases iniciales del desarrollo capitalista en la propia Europa.
Lo que me parece interesante para caracterizar mejor tanto a China como a la URSS, es comprender su fase de transición al capitalismo a partir del modo de producción asiático (un concepto utilizado por Marx, rechazado durante decenios por los autores estalinistas, pero desarrollado magistralmente por Karl Wittfogel), en el que una burocracia controla un vasto territorio donde hace falta llevar a cabo grandes obras. Los partidos comunistas pudieron llevar a cabo esta transición, paliando en este sentido las deficiencias iniciales de la burguesía nacional, para, al final, transferir a ésta, de forma progresiva, las riendas del poder económico.
H.W. ¿Qué hay de la reforma económica? ¿Cuáles son los grupos sociales que se han beneficiado de la reforma y los que han salido perjudicados?
M.G. China se halla en un proceso de reforma permanente desde la década de los años ochenta. Detrás de ello hay que ver sobre todo la adaptación del modo de producción capitalista a las dificultades sobrevenidas. La «liberalización» económica emprendida desde finales de la década de los años setenta del pasado siglo estuvo asociada a la necesidad de transferir progresivamente el aparato productivo a una burguesía suficientemente desarrollada y capaz de tomar el relevo de la burocracia a fin de reforzar el proceso de acumulación y la concomitante explotación de los trabajadores. Con el mismo objetivo de reforzar la competitividad de la economía china, la reforma consistió, en la década de los años noventa del siglo veinte, en seguir impulsando la integración del país en el comercio internacional y en tomar medidas encaminadas a atraer a empresas extranjeras.
Finalmente, a partir de la década de los años dos mil, el Gobierno no deja de proclamar su voluntad de instaurar una «sociedad armoniosa» en la que se estimularía el consumo y se ampliaría la clase media con el fin de absorber un excedente comercial cada vez menor y ayudar al aparato productivo a encontrar nuevas salidas en el mercado interior. En todos los casos, lo que se intenta preservar son los intereses de los capitalistas, apoyando el proceso de acumulación, mientras que la clase obrera, que ha de soportar una explotación cada vez más mayor, apechuga con las consecuencias negativas de este proceso.
H.W. ¿Cómo se articula la desaceleración actual de la economía china con la crisis capitalista internacional?
M.G. Tras el desencadenamiento de la crisis internacional de 2007-2008, a menudo se habló de un «desacoplamiento» entre el crecimiento económico de los países desarrollados y el de los países emergentes, especialmente el de China. Sin embargo, el excedente comercial chino no ha dejado de disminuir desde 2007 (en aquel año fue del 9 % del PIB, mientras que ahora no supone más que el 3 %), lo que se explica tanto por la desaceleración en EE UU y Europa como por la pérdida de competitividad asociada al aumento de los salarios que se constata en las provincias costeras.
Al mismo tiempo, China conoce desde comienzos del año pasado una incipiente fuga de capitales extranjeros que habían sido invertidos en el territorio en busca de una retribución más interesante que en los países desarrollados en crisis. Incluso abandonan el país capitales nacionales. Esta fuga de capitales explica en parte que sectores especulativos como el inmobiliario empiecen a dar signos de agotamiento y a frenar el crecimiento del PIB. Finalmente, China no está por tanto a salvo de las grandes perturbaciones internacionales, y del mismo modo que la desaceleración de EE UU y de Europa Occidental ha acabado repercutiendo en su economía, es de temer que un menor crecimiento chino tenga graves secuelas en nuestros países.
H.W. En su libro figuran muchos datos sobre la crisis del sector inmobiliario: ¿en qué medida es sintomática, no solo en el plano económico, sino también en el ámbito social y con respecto a la relación entre los distintos niveles políticos y administrativos?
M.G. La burbuja inmobiliaria, con una caída de precios, desde comienzos de 2014, que presagia un estallido inminente, es reveladora de las dificultades económicas del país; numerosas empresas, privadas y públicas, chinas y extranjeras, han invertido masivamente en este sector desde comienzos de la década de los años dos mil a falta de inversiones rentables en el resto del aparato productivo. Las colectividades locales, que cargan con la mayor parte del gasto público (el 80 % del gasto social), han contribuido mucho a hinchar esta burbuja, en particular porque lograban obtener casi el 50 % de sus ingresos del sector inmobiliario. En su deseo de atraer a las poblaciones más acomodadas, los ayuntamientos y las distintas administraciones provinciales también han invertido en inmuebles de lujo, contribuyendo a que el acceso a la vivienda resulte cada vez más difícil para las capas más pobres de la población (y esto a pesar de la voluntad del gobierno central de construir más viviendas sociales).
H.W. ¿Cuáles son los principales puntos débiles de la economía china? ¿La crisis inmobiliaria latente? ¿El sistema financiero informal? ¿Las tendencias a la sobreproducción en la industria? ¿Es probable que en un futuro próximo se produzca una desaceleración brutal del crecimiento?
M.G. Como ya he dicho anteriormente, la principal fragilidad de la economía china reside en la escasa rentabilidad del aparato productivo. Para explicar esto podemos retomar la tesis de Karl Marx sobre la baja tendencial de la tasa de beneficio. Se ha podido comprobar fehacientemente que la tasa de beneficio desciende efectivamente en China desde mediados de la década de los años noventa del pasado siglo. El aumento de la tasa de explotación no basta para compensar el descenso del rendimiento del capital, es decir, el hecho de que se genere cada vez menos plusvalía en comparación con las inversiones realizadas.
Este descenso de la tasa de beneficio explica que las inversiones se dirigieran cada vez más a los sectores especulativos, como el inmobiliario, para rentabilizar su capital, lo que provocará finalmente el estallido de la burbuja, como he señalado antes. Al mismo tiempo, tanto este aparato productivo cada vez menos rentable como el sector inmobiliario basan sus inversiones en créditos concedidos por el sector formal para las mayores empresas, pero sobre todo por el informal para las demás, lo que explica que la tasa de endeudamiento privado y público haya crecido a más del 200 % del PIB. El crecimiento económico no deja de frenarse, ya que apenas rebasará el 7 % en 2014 según las previsiones oficiales, mientras que hasta el año 2011 se aproximaba más bien al 10 %, al tiempo que aumentan los créditos incobrables y el sector bancario experimenta grandes dificultades desde el año pasado, todo ello en medio de una crisis de confianza expresada sobre todo por los aumentos peligrosos y cada vez más frecuentes de los tipos interbancarios.
Algunos economistas occidentales tienen una solución «llave en mano» para China: pasar de un modelo basado en las exportaciones a un modelo basado en el consumo. Pero cabe ser escépticos y pensar que esta evolución no podrá producirse sin conflictos en el seno del grupo dirigente.
H.W. ¿Qué piensa usted cuál será la posible evolución?
M.G. Desde hace ya más de diez años se insiste cada vez más en adoptar un modelo basado sobre todo en el mercado interior. Debido a los crecientes problemas de sobreproducción y al hecho de que las capacidades de producción ociosas alcanzan casi el 50 % en numerosos sectores, así como a la pérdida de competitividad internacional asociada al aumento de los costes laborales, parece que está claro que las exportaciones ya no bastan para estimular el crecimiento económico. De ahí que bajo la presión de numerosos movimientos sociales, las autoridades traten a la vez de reformar el sistema de seguridad social con el fin de incitar a la población a consumir más y ahorrar menos, y también de incrementar rápidamente el nivel del salario mínimo (que ha aumentado más de un 40 % desde 2009 en las diferentes provincias). Esta evolución agrava la pérdida de competitividad de las empresas chinas y salta a la vista que no podrá mantenerse duraderamente: el pasado verano, el crecimiento de la producción industrial experimentó una desaceleración inquietante, y ante ello es probable que el gobierno intensifique la represión contra los movimientos sociales que suponen una amenaza para el proceso de acumulación.
Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article9563
Traducción: VIENTO SUR